Por: Jonathan Silva. Nexos. 19/10/2018
La determinación de considerar que la educación especial es inconstitucional avanza la causa contra la discriminación. Sin embargo, también desata preguntas sobre las opciones reales que tienen los alumnos con discapacidad en aulas típicas y el destino de las profesiones y vocaciones que orbitan alrededor de la educación especial.
En días recientes, la segunda sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) determinó que los niños y adolescentes con alguna discapacidad –aunque en particular quienes se encuentran dentro del espectro autista-, deben ser integrados al sistema educativo “general u ordinario”. Esta determinación no es nueva, pero se ha subrayado gracias al amparo interpuesto por un grupo de personas pertenencientes a diferentes asociaciones civiles y organizaciones no gubernamentales que demandan la participación activa de las personas con discapacidad en la elaboración y aplicación de las leyes que los involucran. Esto continúa una discusión importante y con implicaciones poderosas, tanto para los alumnos con discapacidad y sus familias interesadas en mover todos los recursos para brindarles las mejores oportunidades, como para los profesionales que acompañamos el trayecto educativo en sus vidas.
Desde hace varios años trabajo en un colegio terapéutico que tiene como misión reintegrar a niños y niñas con alguna diferencia neurológica a los sistemas de educación “general u ordinarios”. El hecho de trabajar en un colegio de esta naturaleza automáticamente me coloca dentro del mundo de la educación especial, cosa que varios profesionales y asociaciones satanizan por considerar que este tipo de espacios segrega a los usuarios y los priva de la posibilidad de participar activamente dentro de su comunidad, sin tomar en cuenta las historias de vida y casos específicos que, por distintas razones, requieren en determinados momentos de espacios especiales.
Ilustración: Guillermo Préstegui
Estudié psicología y después psicoanálisis porque siempre me he considerado un defensor activo de las diferencias. Ocho años atrás, cuándo recibí la invitación para trabajar en este colegio, me enfrenté a una disyuntiva personal porque mi “escuela” intelectual siempre había priorizado la lógica de la inclusión. Las asociaciones civiles con las que había colaborado tenían muy claro el lema y el compromiso firmado en la década de los 90 en México que reconoce los derechos plenos de las personas con discapacidad. En ese sentido, educación e inclusión tienen que ir de la mano, lo mismo que el resto de los derechos civiles, políticos, culturales y sociales. La integración es la meta.
Trabajar y conocer el colegio terapéutico me llevó a preguntarme si en esa meta no se pierde la diferencia. ¿Cómo estamos entendiendo la inclusión y la exclusión? ¿La educación “especial” es o no educación?
Al escuchar la resolución del amparo de la SCJN que determina que la existencia de dos sistemas educativos, el regular y el especial, se opone a lo determinado por nuestra Constitución, no pude sino preguntarme por la pertinencia de mi labor, que bajo esta nueva determinación corre el riesgo de volverse inconstitucional. Somos miles de educadores con una vocación por educar sin generalizar, por brindar las herramientas necesarias para desenvolverse en un sistema general y ordinario que difícilmente aprecia las diferencias. Entiendo que la determinación jurídica pueda tener distintas lecturas y que la clave esté en la palabra “optativo” que aparece en el último párrafo de la resolución. Aún así, me parece que no es válido dejar a la educación especial en un simple hueco optativo; es necesario reconocer su función.
Hace un par de años escuché el testimonio de un joven diagnosticado dentro del espectro autista que la mayor parte de su vida acudió a un colegio regular en Estados Unidos. Cuando a los 16 años les preguntó a sus padres si podía ir a un colegio especializado en asperger y autismo, su mundo cambió. Por primera vez se sintió identificado dentro de un grupo de pares. Al concluir sus estudios de bachillerato en esta escuela especial entró a una universidad y concluyó sus estudios sin dejar de frecuentar a sus amigos de la escuela regular, pero tampoco a los de la escuela especial y mucho menos a los que hizo en la universidad.
La anécdota pone en entredicho el estigma deficitario de la educación especial: ésta no significa dar un paso hacia atrás, como escucho muchas veces incluso en el colegio donde trabajo. Parte de lo que hago es entrevistar a las familias para saber si nuestro programa es una opción para ellos; escucho historias que repiten la frustración de haber pasado por la escuela regular, en la que sus hijos terminaron siendo excluidos y con heridas emocionales severas por no contar con los apoyos necesarios para tener experiencias exitosas. Por supuesto esto expone un problema estructural que nada tiene que ver con los diagnósticos, sino con las políticas educativas y los recursos con los que se cuentan para realmente hacer un trabajo de inclusión con los niños y niñas. Se necesita capacitación y especialización, sin dejar de lado la vocación. No podemos pensar que un entrenamiento pedagógico dará la sensibilidad necesaria al magisterio para convivir con la discapacidad.
Lo que argumento no es que se necesite un sistema educativo especial para acompañar todas las etapas de la vida de los alumnos, sólo me pregunto por qué la educación debe pensarse como un sistema único para todos. “Todos somos todos”, dice otro lema de la discapacidad en México, todos debemos tener acceso a la educación, pero que ésta sea la misma para todos, incluso entre poblaciones típicas, deja fuera a la diversidad.
La existencia de la educación especial no puede ser un pretexto para la exclusión, pero tampoco puede serlo un paradigma que busca abarcar a todos sin respetar las diferencias que a veces son abismales, incluso en un mismo diagnóstico. Es tan necesario revisar y supervisar los programas y centros de educación especial para garantizar que no se estén violentando los derechos de los niños y niñas que asisten como es necesario capacitar al personal de los programas y centros ordinarios.
La educación especial en muchos casos, es verdaderamente especializada, más que excluyente; determinadas horas de terapia individual a la semana, programas académicos específicos que traen de facto las adecuaciones necesarias para el aprendizaje de temas abstractos, o planes personalizados de regularización, son herramientas que buscan fortalecer a los niños antes de ser incluidos en otros ambientes. Si bien es cierto que lo que se busca con esta determinación es fomentar una cultura de inclusión que dé acogida a las diferencias en todos los espacios, debemos estar advertidos que dentro de esta diverisidad hay muchos niños y niñas que no están listos para ser insertados en un sistema educativo regular. Dar su lugar a la educación especial implica hacer un reconocimiento de las diferencias como un primer paso necesario para la inclusión
LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ.
Fotografía: Guillermo Préstegui