Por: Rafael Uzcátegui. 30/09/2024
La redacción de Redes Libertarias ha considerado interesante publicar dos posiciones diferentes, respecto a la situación política en Venezuela, que tienen seguidoras dentro del ámbito libertario y anarquista en aras del debate y la reflexión. Aquí puedes ver la otra posición: https://redeslibertarias.com/2024/09/27/ni-maduro-ni-machado-venezuela-libre-mensaje-desde-peru/
«Las nuevas luchas se afanan, ante todo, por multiplicar y diseminar los focos de resistencia contra unas injusticias, unas imposiciones y unas discriminaciones muy concretas y claramente situadas». La cita es de Tomás Ibáñez, de su libro Anarquismo es movimiento. El autor considera que las grandes movilizaciones colectivas que ocurren en la actualidad «favorecen el auge del anarquismo», debido a la «autoinstitución de un nuevo sujeto político» creado en el seno mismo de las luchas, no fuera de ellas.
Estas notas iniciales a propósito de comentar el texto “Ni Maduro Ni Machado – Venezuela libre!”, publicado en el Portal Libertario Oaca, que contiene algunas afirmaciones que creo son compartidas por un sector del movimiento anarquista internacional sobre la situación del país latinoamericano. Lo primero: agradecer a Animal sudaca, el autor del texto, su interés en posicionarse sobre Venezuela, un país que tiene un tipo de injusticias, imposiciones y discriminaciones concretas –para seguir a Ibáñez- que no son las arquetípicas, y que por tanto convocan a la confusión dentro de las izquierdas internacionales, incluyendo los anarquismos. Frente a esta complejidad, la situación real de los venezolanos no convoca a la solidaridad de la misma manera en que lo hacen otras latitudes. El tema venezolano, abandonado por las izquierdas, se vuelve pasto fértil para las fuerzas conservadoras de todos los tonos. Por eso se valora mucho que Animal sudaca (AS), por lo menos, no haya incurrido en el habitual silencio y lo haya abordado.
Sin embargo el texto es víctima de lo que calificaría, por buscar un adjetivo neutral, como «miopía». No querer entender las diferencias entre, para ejemplificar, el estalinismo y la socialdemocracia, equiparándolas ambas bajo el calificativo de autoritarias y sugerir que da lo mismo si cualquiera de ellas asume las riendas estatales. Sobre Venezuela AS escribe: «Otra pelea por el Poder, que ya está derramando sangre de sus futurxs gobernadxs» o «ambos bandos son miserables, como todo bando que anhela gobernar». La promoción de una alteridad autonómica, que supere la dicotomía derechas-izquierdas, siempre ha sido una característica de la crítica anarquista en contextos democráticos (subrayado nuestro). De hecho, un posicionamiento similar fue realizado en el año 2002 por quienes participábamos en la redacción del periódico venezolano El Libertario. Luego del intento de golpe de Estado de la oposición divulgamos un comunicado que, en su momento, fue polémico debido al nivel de polarización existente: «Ni Chávez ni Carmona, la autogestión es la vía». Con todo lo débil y contradictoria que era, aquella seguía siendo una democracia, con libertades que nos permitían seguirnos reuniendo, realizando y divulgando una publicación que divulgaba política radical e, incluso, años después promover abiertamente un evento de contestación al Foro Social Mundial realizado en Caracas en el año 2006. Esas condiciones han dejado de existir en la Venezuela del año 2024. Por razones más anodinas que publicar un periódico anarquista, en este momento tenemos amigos y conocidos presos en la cárcel de Yare III, estado Miranda. Un centro de detención de máxima seguridad.
Mirada vertical y mirada horizontal
Progresivamente, como describí en el año 2010 en el libro Venezuela: La revolución como espectáculo. Una crítica anarquista al gobierno bolivariano, el llamado «Socialismo del siglo XXI» desplegó una serie de estrategias para erosionar la autonomía de los diferentes movimientos sociales y estatizar la vida cotidiana de la población. El propio fin de la experiencia del periódico El Libertario, reconocido en su tiempo como una referencia de periodismo ácrata en América Latina, fue una consecuencia de esas políticas. Debido a los cercos contra los grandes medios de comunicación, que incluían el control de todos los insumos de elaboración de publicaciones impresas, los costos de realización del periódico se encarecieron al punto de impedir la continuidad de una experiencia editorial con 20 años de andadura, en medio del empobrecimiento generalizado de la población. La migración de los activistas y el posterior fallecimiento de varios de sus animadores hizo otro tanto. Sin embargo, luego de las elecciones del 28 de julio estas condiciones se agravaron cualitativa y cuantitativamente. Aunque pudiéramos discutir en qué momento Nicolás Maduro transformó su gobierno en una dictadura, desde ese día es imposible calificar el actual régimen venezolano como democrático, como lo ejemplifica el posicionamiento de Gabriel Boric desde Chile, un presidente de izquierdas. No quiero extenderme demasiado con esto, pero la situación de los derechos humanos en el país es la peor desde la anterior dictadura que finalizó en 1958. Por ejemplo, en Venezuela hay alcabalas policiales que revisan teléfonos celulares. Y sí hay algún mensaje o meme contradiciendo el supuesto triunfo de Nicolás Maduro, las personas son extorsionadas o detenidas. Esta ausencia de libertades democráticas, con todo el calificativo de burguesas que pudiéramos darle, hace imposible la promoción de cualquier política radical, salvo en condiciones de clandestinidad. Entonces, compañeros, lo que está sucediendo en la región venezolana no es simplemente «otra pelea por el poder». Entenderlo así es ser prisionero de una curiosa banalidad.

Debido a la ausencia de un movimiento social que, dentro de Venezuela, promueva una alternativa autonómica, la propuesta final de AS («Ningunx milico lucha por la libertad, tampoco lo hacen lxs capitalistas sean privados o estatales») nos condena al aislamiento y la impotencia. Frente a la «pureza» sectaria o la posibilidad de influir en los acontecimientos, en nuestro caso, optamos decididamente por lo último. Y esto sólo será posible acompañando a la gente y sus luchas, para intentar lograr eso que sugiere Ibáñez: «incitarla a ir más lejos y de hacerle ver que otros modos de vivir son posibles».
Si en vez de fungir como guardianes del templo y estamos cerca de las luchas, reales y concretas de la gente, nos hubiéramos percatado que bajo un gobierno abiertamente autoritario el ejercicio del voto desbordó su naturaleza delegativa, propia de los contextos democráticos «normales», y se transformó en un ejercicio de resistencia. Y esto fue así porque la estrategia del gobierno de Maduro fue estimular, abierta o solapadamente, la no participación. Es decir, la abstención. Singular coincidencia la de sectores trotskistas, anarquistas y gubernamentales. Para subrayar nuestra hipótesis mencionemos algunos datos, contenidos en el informe «Crisis postelectoral y de DDHH 2024 en Venezuela» realizado por organizaciones locales de derechos humanos. En los primeros meses del año por lo menos 169 personas fueron detenidas, de manera arbitraria, por razones políticas. De ellas la cifra de 117 fueron apresadas durante el período formal de campaña electoral, entre el 4 de julio y el 26 de julio de 2024. 24 establecimientos comerciales fueron cerrados por brindarle bienes y servicios a la campaña de Edmundo González, mientras que 49 personas fueron detenidas por la misma razón. 58 sitios web y portales de información fueron bloqueados antes de las elecciones, mientras que 12 periodistas fueron detenidos por realizar su labor. Solamente el día de las elecciones se registraron 86 ataques de grupos de civiles armados, que en Venezuela se conocen como «Colectivos», contra personas que deseaban ejercer su derecho al voto, las cuales hirieron a 8 personas y asesinaron a una, Julio Valerio García de 40 años en el estado Táchira. En contraposición durante la campaña electoral, pero especialmente los días previos al acto de votación, se registraron diferentes actos de desafío a la autoridad, ante la sensación que algo, un modelo de dominación estaba haciendo aguas. Como había dudas razonables sobre la no aceptación de resultados adversos, la gente participó masivamente, con la esperanza que el margen generara, por sí solo, el hecho político que permitiera la transición a la democracia.
Quizás el anarquismo escatológico, del que habla Ibáñez, pudiera sugerir que el acto electoral, bajo cualquier circunstancia fortalece la representatividad, y no la autonomía. Sin embargo, luego del anuncio del fraude se realizó la rebelión popular más importante en la Venezuela contemporánea, silenciada por tirios, troyanos y… anarquistas. El 29 de julio, de manera autoconvocada, miles de personas salieron a la calle. Frente a la mentira institucional la gente defendía su verdad, dado que luego de la votación se habían quedado en los centros electorales a esperar el resultado final en las mesas dónde habían votado. Cuando fueron leídos, al final de la jornada, las personas grabaron las cifras y las compartieron en las redes capilares de diseminación de información que habían construido como respuesta a la censura estatal. La prioridad del liderazgo opositor, el día siguiente, era la recolección y digitalización de las actas, el comprobante sobre los resultados que recibieron los testigos de las diferentes fuerzas políticas en cada centro de votación. Entonces, no hubo ninguna directriz de la élite opositora para expresar la contestación en el espacio público.
Ese 29 de julio, si estamos cerca de los acontecimientos y practicamos la mirada horizontal para la observación y el análisis, nos daríamos cuenta que ocurrió el sueño de la insurrección ácrata: la indignación de las multitudes en movimiento, cuyo perfil fue básicamente personas provenientes de los sectores populares, se dirigió hacia los símbolos del poder establecido: Sedes de alcaldías y del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) fueron incendiadas; varios establecimientos policiales fueron atacados; la propaganda electoral de Nicolás Maduro fue masivamente vandalizada y, la guinda del pastel, fueron las 8 estatuas de Hugo Chávez derribadas en todo el país. Las efigies destruidas fueron la mejor evidencia de la ruptura política y emocional de los sectores populares con el imaginario bolivariano. Y, como diría el autor de Anarquismo es movimiento, un indicador de su autoinstitución como sujeto político. Entre el 29 y 30 de julio asesinaron a 24 personas y detuvieron a más de 1.200 hombres, mujeres y adolescentes. En vez de fortalecer esta potencia autonómica y para la acción directa demostrada esos días por los sectores populares venezolanos («Es en la realidad misma de las luchas, en sus resultados concretos y en sus planteamientos específicos donde radica todo su valor, y éste no debe buscarse en lo que se halla fuera de ellas mismas», nos dice Ibáñez) la mirada vertical anarquista se condena al onanismo solitario y autocomplaciente con la consigna «Ni Maduro Ni Machado».
El discreto encanto del antiimperialismo
No solamente es lamentable la falta de un proyecto propio de incidencia de las luchas reales y concretas, sino que los posicionamientos anarquistas estén, en buena medida, colonizados por el marxismo chavista y sus propagandistas, como Juan Carlos Monedero.
AS nos da un ejemplo de un comentario recurrente en los propios ambientes libertarios: «El bando de Maduro que a su vez -y es pocas veces comentado por las prensas- tiene un bloqueo económico por parte de USA y sus aliados». Según este punto de vista el interés de Estados Unidos seria, palabras más palabras menos, apropiarse del petróleo venezolano. Por supuesto que Estados Unidos, como cualquier otro país, tiene intereses en su política exterior, esto no lo estamos negando. Lo que refutamos es que no se puede desear algo que ya se tiene. En una entrevista del pasado 16 de septiembre, el economista venezolano José Guerra lo resume mejor que nosotros: «Desde que se le expandió la licencia a Chevron, a finales del año 2022 hasta hoy, estamos hablando que el 80% del incremento de la producción petrolera de Venezuela se debe a Chevron». Cualquier que siga con un mínimo de interés genuino la situación venezolana sabe que los pocos indicadores de recuperación económica del chavismo se deben a sus negocios actuales con Chevron. Ser parte del flujo económico de la economía capitalista globalizada también explica que, a pesar de sus tensiones diplomáticas con España, el 14 de septiembre reciente representantes del gobierno venezolano se hayan reunido con Luis Antonio García Sánchez, director de la unidad de Negocios de Repsol en Venezuela, para emitir de manera conjunta un comunicado en el que aseguran: «avanza la cooperación en materia energética entre Venezuela y la empresa Repsol». Posteriormente, el ministro de Economía, Comercio y Empresas, Carlos Cuerpo, aseguró que la situación en términos inversores y comerciales con Venezuela está normalizada, por lo que ha pedido tranquilidad y confianza a las empresas que tienen relaciones con el país.
El silencio daltónico
Nuestra propuesta para Venezuela no es invocar al maximalismo desmovilizador anarquista –dada la ausencia de sujetos políticos que dentro del país lo promuevan explícitamente- sino regresar a un sistema democrático formal, que por imperfecto que sea, garantiza el despliegue de la política, incluyendo la radical, sin el asesinato, la persecución, la detención, la tortura o el exilio. En el que existan condiciones para, de nuevo, estimular y expandir la potencia autonómica de movimientos sociales independientes, que generen transformaciones sustentables a largo plazo, que finalmente promuevan la posibilidad de la alteridad, cualquiera que esta sea, incluyendo la que a nosotros nos interesa, una con libertad y justicia social. «Actuar sobre un medio que transformamos –de nuevo Ibáñez-, al tiempo que esto permite que nos transformemos a nosotros mismos modificando nuestra subjetividad. Esto se consigue creando vínculos sociales diferentes, construyendo complicidades y relaciones solidarias que dibujan, en la práctica y en el presente, una realidad diferente y una vida otra». Y esto sólo podrá ser posible acompañando a las personas reales, con sus limitaciones y posibilidades, para intentar finalmente desbordar a los liderazgos mediante la autogestión generalizada.
Y sí, alguien capitalizará las voluntades de transición a la democracia. Pero si pudiéramos retroceder en el tiempo, ¿cancelaríamos todo el esfuerzo de los peruanos por superar el autoritarismo fujimorista en el Perú porque Alejandro Toledo se benefició políticamente? ¿O aboliríamos los ardores de los chilenos por dejar atrás el pinochetismo dado que no fue un anarquista sino Patricio Aylwin el primer presidente post-dictadura? En el caso de Perú, Chile y, seguramente Venezuela, habla mal de nosotros, y no de estos políticos, que no tengamos ni el discurso, ni las herramientas ni la influencia para radicalizar la democracia cuando los contextos fueron más favorables a la organización y propaganda antiautoritaria.
Sin organización somos sólo un discurso de posibilidad. Pero en tanto narrativa deja mucho que desear que no incluyamos en nuestros petitorios por Venezuela la condena de los asesinatos, la liberación de los presos políticos, el fin de las torturas en los centros de detención, el cese a las prácticas de terrorismo de Estado, la clausura de la práctica de persecución por razones ideológicas. Esto no es exclusivo de AS. En el 2017 le pregunté a Carlos Taibo por qué no decía nada de los asesinatos que ocurrían en ese momento en Venezuela, y me contestó que él no era «todólogo para opinar de todo». Cuando le insistí, me mandó a preguntarle a los periodistas de El País, «ya que ellos opinan todo el tiempo sobre Venezuela». Al día siguiente, el que «no era todólogo», habló sobre el asesinato de Santiago Maldonado bajo la Argentina de Mauricio Macri. La miopía y el daltonismo, parece, lleva aparejado el silencio.
Respeto a quienes quieran pontificar a los fieles, en la zona de confort de las iglesias ideológicas. De nuestra parte queremos transformar la realidad, y eso sólo es posible, junto y al lado, de quienes son diferentes a nosotros y nosotras. No son las etiquetas las que nos importan, sino los principios que hemos defendido en el pasado y seguiremos haciéndolo en el futuro, de manera activa y proselitista en el espacio público cuando las circunstancias lo permitan.
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Fotografía: Redes libertarias