Por: Filosofía&Co. 19/02/2022
El entusiasmo, de Remedios Zafra, es un ensayo construido con palabras claras, expresiones contundentes y una tesis tan familiar y asentada que parecería que no era preciso hablar de ella. El libro ha sacado a la precariedad del armario: quienes malviven y se desviven por un futuro, siempre demasiado lejano, capaz de conjugar su vocación entusiasta y sus necesidades, saben ya que no están solos.
Por Pilar G. Rodríguez
El último premio Anagrama de ensayo, El entusiasmo, es un libro extraño: habla de lo que no se podía/debía hablar, con palabras supuestamente en repliegue por poca pertinencia o inadecuación también supuestas, y con formas inauditas para un libro de ensayo. Quien ha articulado esta galería de “rarezas” ha sido Remedios Zafra, escritora y teórica española, profesora de Arte, Estudios Visuales, Estudios de Género y Cultura Digital en la Universidad de Sevilla. De lo que habla es de cómo una vocación y un entusiasmo originales, especialmente en las profesiones que tienen que ver con la creación y la industria cultural, pasados por el filtro de la precariedad, acaban siendo instrumentalizados en beneficio de un sistema que favorece todo tipo de inestabilidades, incertidumbres y cansancio cuando no hartazgo y desidia: un medio perfecto de pervivencia y estímulo de las desigualdades y de la desarticulación de toda contestación.
Así dicho o enumerado parece complejo, pero no lo es. Lo entienden –porque lo entienden sus carnes– un batallón de becarios, interinos, autónomos, colaboradores, investigadores, creadores (sin olvidar sus versiones femeninas seguramente mayoritarias, como defiende el libro) que trabajan cada día conectados a la esperanza de una oportunidad, de la siempre ansiada, pero siempre lejana estabilidad.
El entusiasmo habla de cómo una vocación, pasada por el filtro de la precariedad, acaba siendo instrumentalizada en beneficio de un sistema que favorece la incertidumbre y la desidia, desactivando toda reacción
Y ¿era de esto de lo que no se podía hablar? No se habla de lo que uno piensa que es así de forma evidente, inexorable e imposible de cambiar: no se habla de si ahora es día o deja de serlo. Es de día, es así y no hay más conversación. Pero del entusiasmo y de su reverso, la desazón, sí hablaban los jóvenes entusiastas en sus conversaciones privadas, en reflexiones íntimas… Eso fue lo que llevó a Remedios Zafra a sacarlo de esos contextos y a ponerlo en papel, en el ensayo surgido como reflejo de una verdad tan evidente como silenciada.
“El momento en que este libro empieza a tomar forma –explica la autora– es cuando advierto que detrás de la fachada de motivación por nuestros trabajos intelectuales, nuestras conversaciones tratan del cansancio y la desilusión, de esto que nos incomoda y nos duele. Descubrir que es compartido, que “no somos únicos”, hace la cosa política. Verbalizar esta realidad de impostura y docilidad cuando la vida se vuelve precaria tiene mucho de eso que Louis Aragon reclamaba como la necesidad de no leer solamente las cartas que escribimos, sino también las otras, las cartas que rompemos. Puede ser que El entusiasmo se hile con muchas “cartas rotas”.
Redundando en esas “rarezas” enumeradas al principio, hablamos con Remedios Zafra de aquello de lo que no era adecuado hablar y le preguntamos por su calidad y cualidad…
Creo que lo “inadecuado” lo es porque perturba al poder que define aquello sobre lo que conviene (o no) hablar; que allí donde las cosas incomodan es donde más intensamente operan las formas de poder que dan luz a lo que importa y sombra a lo que se calla (y a menudo se interioriza), allí donde descansa la raíz de la desigualdad. Pienso que los momentos en los que los humanos hemos podido mejorar como sociedad es cuando nos hemos exigido verdadera libertad de pensamiento. Este es un logro, pero también una responsabilidad que cabe exigir a cualquier pensador comprometido con su mundo. Asumir el riesgo de incomodar o de resultar “inadecuada” es un peaje pequeño para lo que supone esta libertad.
«Allí donde las cosas incomodan es donde más intensamente operan las formas de poder que dan luz a lo que importa y sombra a lo que se calla: allí donde descansa la raíz de la desigualdad»
Durante la escritura, ¿tuvo que lidiar con “dificultades»? (Ya que estamos hablando con palabras que significan algo, digamos censuras o autocensuras).
La libertad de pensamiento es el corazón vivo, pero también viscoso y sangrante, de la universidad pública. Hemos de defenderlo. Las formas de censura que alguien como yo puede sentir tendrían que ver con mi trabajo en la universidad, pero no las he sentido. Y quizá tenga que ver una ya asumida desubicación en las vigentes áreas de conocimiento y en los sistemas de valoración y promoción académica, donde mi trabajo pudiera ser desplazado por no ceñirse a unos requisitos formales o disciplinares. Sin embargo, es un tributo que bien vale el compromiso con un pensamiento libre.
En El entusiasmo ha habido mucha reflexión sobre qué voces podían transmitir mejor la realidad observada y cuáles no, pero no lo llamaría autocensura. Creo que incluso aquello que una voz en primera persona sólo intuye y no sería tan osada para decir, sí puede hacerlo esa figuración político-poética que es Sibila y que permite hacer muy visibles las contradicciones de nuestra cotidianidad.
¿Quién es Sibila? Un ensayo con alma de cuento
Una de las rarezas del ensayo, y una de sus virtudes, es echar mano de la literatura tranquila y naturalmente. Consciente de que ciertas dosis de ficción ayudan a hacer más comprensible la realidad, Zafra usa un personaje femenino para articular su exposición. La llama Sibila y ni el nombre ni el género es casual. Las sibilas de la Antigua Grecia predecían el futuro en su arrobamiento poseídas por un dios o una fuerza extraña. También la protagonista del libro tiene su mirada fija en el futuro y de alguna manera se mueve poseída y dirigida por el ímpetu de su entusiasmo. Una cierta acción, un intento frustrado, recorre las páginas del libro como un mínimo nudo de novela, mientras que el desenlace o los desenlaces se despliegan aguardando quizá la opción del lector.
Y es mujer, sí. Por varias razones, pero se resumen en una de las citas que abren los capítulos, en este caso el séptimo, La cultura feminizada y el valor del empleo. Es de Cristina Morini y dice: “Si existe una modalidad histórica que pueda encarnar la explotación total de la persona por parte del capitalismo, esta figura es femenina. La explotación ha sido siempre y es una apropiación indiscriminada de cansancio, tiempo, cuerpo y saberes individuales”.
Pero, aparte de estas licencias novelísticas, digamos, El entusiasmo incorpora dos relatos cortos, que funcionan perfectamente en el texto y que podrían hacerlo fuera de él. El hombre fotocopiado (evocadora versión de ese hombre que lo hacía todo al que cantara Astrud) es un retrato en dos páginas de esos seres serviciales, impersonales, multifuncionales que lo hacen todo antes y mejor que nadie sin perder la sonrisa, la compostura, y que, cuando menos te lo esperes, se habrán convertido en tu jefe con su mismo aspecto casual.
El otro relato es el del increíble hombre menguante y creciente que es el señor Spingel, una criatura discapacitada para los nuevos tiempos que se hace grande o pequeño en función del auditorio y de sus sentimientos hacia él. Una encarnación de cuando sonrojados hasta los huesos murmuramos “tierra trágame”. Y en efecto, la tierra podría tragarse a un diminuto Spingel en esas ocasiones. Alguna ventaja habría de tener ser de tamaño cambiante. Sibila lo aprecia, le tiene una “tierna simpatía (…); presentía que su devenir sería con suerte parecido al de Spingel.
Un poco de teoría… ¿En qué momento el entusiasmo verdadero, vital, nacido de la libertad, se transforma en explotación o en autoexplotación en palabras de Byung Chul Han? Es decir, ¿cuándo hay que echar el freno al entusiasmo?
Cuando el entusiasmo camufla la reflexión sobre nosotros mismos y nuestra conversión en engranajes de un sistema que nos domestica. Cuando se convierte en una excusa de motivación irracional que nos resigna en un pago simbólico cuya fuerza productiva rentabilizan otros. La pareja entusiasmo y conciencia creo que es emancipadora, pero si el entusiasmo se pervierte como algo falseado o simplemente se vuelve excusa ingenua sostenida en viejos mitos de entrega a la causa, contribuye a mantener formas de (auto)explotación y desigualdad. Por otro lado, no es lo mismo pagar un trabajo entusiasta con reconocimiento cuando ese trabajador tiene recursos y cuando no. Porque son fuerzas increíblemente conservadoras las que alimentan este pago inmaterial como algo suficiente. Pago inmaterial que en el rico se convierte en prestigio, y en el pobre en frustración y abandono por necesidad de dedicar sus tiempos a ese otro trabajo que le permita “vivir” y/o cuidar de las vidas de otros. Ahí habitan muchas mujeres con mucho entusiasmo.
¿Cómo no competir cuando cada uno está encerrado a solas en su cuarto con su entusiasmo creativo y se cree que está en juego el futuro, su futuro?
La inercia, la docilidad educada como responsabilidad y el “todos lo hacen” nos lleva a entenderlo como inevitable. Y con seguridad la competencia es positiva para muchas facetas del ser humano. Sin embargo, cuando se normaliza como forma engañosa de conseguir trabajo bajo la perversa reiteración de que “sólo hay trabajo para unos pocos”, crea un sistema que perjudica a una potencial “masa de iguales educados y aliados”. Masa que tiende a romper sus vínculos porque se ven como rivales. Creo que es posible educar para crear alianzas de cooperación y solidaridad entre las personas; renovar vínculos éticos que permitan enfrentar un sistema que se nutre del individualismo para mantener concentración de riqueza y normalización de precariedad.
«Creo que es posible educar para crear alianzas de cooperación y solidaridad entre las personas»
“La pantalla os hará libres” parece ser un mantra silencioso de este tiempo. Y es verdad que delante de ella no hay miedo, se siente la seguridad, cierta libertad… ¿Cómo higienizar, dosificar, las relaciones con la pantalla?
La pantalla es pura potencia, en tanto el cuerpo se aplaza en la relación con los otros da valentía al ver y al hacer sin ser vistos (o eso queremos creer). Tras ella nos sentimos seguros frente a los peligros del mundo material. Nos permite trabajar y habitar con otros desde nuestros cuartos conectados. Nos dejamos vivir en ellas con la pasión de un niño en un parque de atracciones, su poder de seducción es increíble, pero también es educable y modificable. Pasa quizá que la escuela se esconde y la sociedad también, cambiando educación por prohibición, cuando tal vez se trate de habitar la complejidad de una vida conectados y desconectados. Y entretanto la economía (de quienes más tienen) siempre gana, porque saca partido a ese estar entretenidos llenando nuestros tiempos.
¿Cómo combatir y vencer el sesgo de género que incluyen tanto el trabajo cultural como el de cuidados?
Los cambios son lentos y el feminismo ha iniciado una transformación crucial para la humanidad, pero requiere no bajar la guardia pensando que el mero acceso garantiza la libertad. Las formas de poder que mantienen estos sesgos son también silenciosas y a menudo pasan desapercibidas. Allí donde hay trabajo no remunerado están las mujeres, allí donde hay “otro pago” simbólico y presentado como “suficiente” están las mujeres. La situación es claramente asimétrica. La conciencia es un primer paso, pero no el único. Si no va acompañada de cambio político terminará por cargar las espaldas de “responsabilidad individual” obviando “la responsabilidad social” de los poderes públicos.
«Nos dejamos vivir en las pantallas con la pasión de un niño en un parque de atracciones, su poder de seducción es increíble, pero también es educable y modificable»
Casos prácticos de entusiasmo. Una amiga mía, cuyo nombre le sonará, Sibila, estuvo “aguantando” años de malpagos y deudas en una empresa que acabó cerrando. En ella hacía y escribía sobre lo que le gustaba… ¿Qué le diría a su modo de entusiasmo?
La satisfacción del hacer lo que nos gusta es un pago simbólico importante, pero muy distinto cuando recae en un rico o en un pobre. Porque también es un mecanismo de control de quien contrata o tiene el poder de pagar (o no) por un trabajo. Aceptar su gratuidad cuando otros se lucran de él, contribuye a devaluarlo y a sostener formas de precariedad. Le diría a tu amiga Sibila que hay interés por mantener esta ambigua relación con lo que nos gusta porque sirve a algunos para mantener los ritmos de producción a bajo coste, la riqueza de unos y la docilidad de muchos. Y sobre todo que si contribuye a generar desigualdad entonces no es bueno. Pero Sibila no está sola y cuando esto pasa de ser normalizado a ser “consciente” la sociedad pasa de tener un problema a tener una responsabilidad.
Luego Sibila consiguió un trabajo donde sí le pagaban, pero trataba con otras personas a las que no y no se sacaba de la cabeza su pasado de entusiasta. ¿Algunas palabras para esa situación?
Creo que aquí acontece una de las grandes dificultades contemporáneas que habla de una solidaridad renovada, o mejor dicho, de una necesaria ética. Cuando los entusiastas pasan a ser trabajadores estables (si lo consiguen) y ven en otros entusiastas un proceso similar, pueden pasar de largo sintiendo que en tanto ellos lo han sufrido, “así debe ser”, como parte de un perverso camino que “nos iguala” en la precariedad. Romper ese sesgo es importante. Muchos hablan de la sumisión de los entusiastas, pero entiendo que la complejidad del entramado que habitan pone la responsabilidad no solo en su conciencia y acción, sino en las de quienes estamos cerca y lo toleramos. La conciencia de nuestra amiga Sibila no es solo con su vida, es social.
«Los cambios son lentos y el feminismo ha iniciado una transformación crucial para la humanidad, pero requiere no bajar la guardia pensando que el mero acceso garantiza la libertad»
Usted es muy dura con la academia, que supongo es el entorno que mejor conoce. Afirma: “No está claro en qué momento la academia sucumbió al mercado y ofreció la cultura en trozos aptos para la circulación rápida y posicionable (…)”. ¿Qué hacer desde allí, o mejor, qué hace usted desde allí para combatir la precariedad, la burocracia y la objetivación numérica?
Pienso que debiéramos ser capaces de defender su independencia y recuperar una verdadera libertad de pensamiento. La tendencia a igualar producción intelectual y de mercado transforma los sistemas de valor haciéndolos eminentemente cuantificables y operacionalizables, curiosamente también más fácilmente hackeables, llenando la universidad de “impostura” y corriendo el riesgo de desplazar fuera de ella a los pensadores más críticos y menos dóciles con la infraestructura de este sistema.
Mi forma de hacer ha variado con el tiempo, aunque como profesora siempre incluyo un enfoque crítico en mis clases, no favoreciendo que los estudiantes piensen como yo o de una determinada manera, sino buscando las condiciones para que desarrollen su pensamiento propio, su compromiso con el mundo que habitan. Me parece importante aprender a vivir con dudas y curiosidad, siendo reflexivos, pero también teniendo iniciativa y esperanza.
Porque me importa la educación pública y la considero piedra angular de nuestro futuro pienso que le debemos un necesario ejercicio de crítica y autocrítica para mejorarla, un ejercicio de resistencia a la precariedad y sus burocracias. Seguramente yo no sea un gran ejemplo en muchos sentidos, pero entiendo que hay muchas formas de compromiso. Hace años practiqué con pasión las más activistas y grupales, ahora opto por la escritura como posicionamiento íntimo de quien habla sintiéndose libre y vulnerable (consciente del riesgo de exclusión que los vigentes sistemas de promoción suponen para alguien que no sigue el camino de la indexación disciplinar).
«Porque me importa la educación pública pienso que le debemos un necesario ejercicio de crítica y autocrítica para mejorarla, un ejercicio de resistencia a la precariedad y sus burocracias»
Usted pregunta en su libro: “¿Dónde quedan los pobres temerosos o pusilánimes como Sibila?”. Parece una acusación de resignación. ¿Qué podría hacer Sibila para salir, venciendo, de la trampa del entusiasmo?
Creo que a menudo las mujeres y los pobres cargan un plus de entusiasmo y de expectativa propia en su trabajo, de forma que evidenciarán que están dispuestos a hacer más y con más energía, porque es muy grande el deseo de mejorar una situación que en el pasado reciente era “sentencia”. Pero esta autoexigencia puede agotar y generar frustración, o hacer que otros abusen de su entrega. Sibila tiene muchas opciones siempre que sea capaz de enfrentar una existencia verdaderamente asumida, incluso la de recuperar su entusiasmo íntimo pero protegiéndolo de quienes quieren usarlo para provecho ajeno abusando de ella. Es suyo y le pertenece.
Usted afirma que la liberación en internet no vendría de la apariencia, sino de la alianza. Usted habla de solidaridad y confianza. ¿Cómo articular esta respuesta? En los noventa, la Internet utópica sugería que la revolución feminista vendría de una hipotética liberación del cuerpo a través de las pantallas. La interfaz tenía esa potencia de permitir “aplazar el cuerpo” y sus estereotipos en las relaciones con los otros. Creo que esto no solo no ha pasado, sino que los estereotipos han sido revalorizados en muchos sentidos. Sin embargo, sí pienso que la red ha permitido renovar el vínculo de confianza y solidaridad entre las mujeres. La alianza feminista lo está demostrando, esta sí que era (debiera ser) la revolución.
«La red ha permitido renovar el vínculo de confianza y solidaridad entre las mujeres. La alianza feminista lo está demostrando, esta sí que era (debiera ser) la revolución»
Pero su personaje no hace eso. Sibila se encierra en sí misma, se hace bola con su reluciente caparazón y se vuelve “bicho”. ¿Puede defender que eso no es una victoria?
Ese hacer al que te refieres es un “fuera de obra”, un “después del entusiasmo” concebido como una de las varias alternativas que Sibila puede seguir. Creo que esa apertura da pistas sobre la necesaria intervención en el destino de Sibila (o en su destino como Sibila) de la persona que lee este libro. Para mí son caminos posibles que tanto pueden operar como alternativa unos a otros, como ser concebidos como “secuencia” de un posicionamiento político primero subjetivo y luego identitario. “Conciencia, imaginación y alianza” son motivación respectiva de esas tres líneas de fuga que apuntan a la diversidad de futuros que podemos construir.
El que comentas es uno de ellos. Muchas Sibilas pueden caer en retomar su pasión desde el encierro que les devuelva la concentración con la contrapartida de convertirse en “bicho” para el mundo, pero también ese gesto es metáfora de un ejercicio de libertad y posicionamiento, y sí parece una gran victoria. “Devenir bicho” puede ser una consecuencia de liberarse de los corsés sociales que aprietan, consecuencia que muchas personas estamos dispuestas a sobrellevar.
El lenguaje del entusiasmo: la potencia de la claridad
Para verbalizar esa realidad oculta u ocultada, esa realidad en segundo plano, Zafra echa manos de palabras, frases y expresiones que la realidad del primer plano, de las sonrisas y el entusiasmo, había querido desterrar. ¿O no ha ido nadie a una entrevista de trabajo, a hablar de un proyecto, y ha salido sin mencionar los malditos euros porque lo importante era “estar de acuerdo” o “aunar sinergias” o algo por el estilo? Zafra echa mano de un lenguaje cuya claridad es su potencia. En El entusiasmo hay ricos y pobres, muchos pobres porque se habla de precariedad, de justicia, social, de movilización, alianzas… Hay expresiones también como “proletarios de la cultura”, “solidaridad entre iguales” o “responsabilidad social”. Y hay frases, entre el aforismo y el latigazo, entre las que rescatamos algunos ejemplos:
Donde antes vivía un rico ahora viven 30 entusiastas pobres.
Incluso en lo fantasioso, lo real sigue siendo lo que más nos moviliza.
No es lo mismo pagar con reconocimiento a un rico que a un pobre.
Nada resuelve el dilema de los pobres que sienten que deben elegir entre sucumbir soñando con crear o hacer la revolución.
El aumento de la precariedad de muchos es paralelo al aumento de la riqueza de unos pocos. Ciego es quien no ve la injusticia.
Allí donde unos mínimos democráticos garanticen la educación pública, los pobres estudian, los pobres acceden al mundo archivado y los pobres pueden crear.
En algún momento de nuestra historia hablar de dinero cuando uno escribe, pinta compone una obra o crea se hizo de mal gusto.
El entusiasmo inducido se ha convertido en una herramienta capitalista.
Los criterios culturales no vienen dados por la cultura (…), sino por el mercado.
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Fotografía: Filco