Por: Roberto González Villarreal, Lucía Rivera Ferreiro y Marcelino Guerra Mendoza. Contacto: labandadelxs3@gmail.com
Una de las cuestiones que más preocupan a las resistencias es analizar al poder al que se enfrentan. No es tan fácil. A menudo se le asigna un rostro, otras un nombre, las más de las veces se diluye en trámites, ordenanzas, leyes, prácticas, conocimientos, hábitos.
Si no es tan fácil identificar contra lo que se lucha, menos aún por lo que se lucha. Cuando tiene nombre, pareciera que la solución radica en la sustitución del jefe, del director, de la supervisora o del secretario de educación. Sin embargo, una y otra vez encontramos que eso no es suficiente, que quizá se cambió el estilo, que quizá cambiaron los procedimientos o los ritmos de aplicación, pero el problema persiste.
En la reforma educativa eso ha ocurrido muchas veces, como cuando los profesores de Tabasco solicitaron la salida del secretario de educación estatal; cuando se pedía la salida de Chuayffet; o ahora, cuando se espera que termine el sexenio para negociar con el nuevo presidente y acabar con la pesadilla actual.
Así se explica la reforma y, en consecuencia, se hacen demandas, estrategias y tácticas de lucha. Se espera que cuando se cambie el rostro del adversario, los problemas desaparecerán o serán más fáciles de resolver. El poder radica en una persona – ¡el soberano!- y la solución consiste en cambiarla; o remover sus apoyos, sus consejeros, sus aliados o sus asesoras. Esta es la típica visión del poder basado en la soberanía. El poder se personifica y se inscribe en los códigos jurídicos y administrativos.
Otras veces el adversario es más complejo. Es una ideología, un régimen, un sistema, un modo de producción, una formación histórico-social, una manera de gobernar; o todo eso más lo anterior, mezclado de una u otra forma. El enemigo tiene muchos rostros, se organiza y se le nombra con mayúsculas: el Neoliberalismo, el Capitalismo, la Clase Dirigente, los Organismos Financieros Internacionales (OFI), por ejemplo.
Aquí la cuestión se vuelve muy confusa. Si la reforma educativa es una estrategia del capitalismo o un mandato de los OFI, ¿Cómo luchar contra algo tan grande, tan inasible, tan difuso? ¿Con denuncias? ¿Con marchas? ¿Con plantones? ¿Con todo eso junto? ¿Quién? ¿Las y los profesores solamente? ¿Los de educación básica? ¿Las de media superior? ¿Nada más? ¡Pero si es contra el neoliberalismo! ¿No se requiere más? ¿Y sólo los contingentes educativos? ¿La CNTE, los MMB, los grupos locales, los sindicatos independientes del magisterio? ¿Y sólo los del sistema educativo nacional? ¿Nadie más para algo tan grande?
La cosa se vuelve muy difícil cuando se lucha contra programas derivados de una ideología, un sistema o un modo de gobernar. Y es mucho más complicado el por qué luchar. Algunos dirán que por una educación liberadora, otras que holista, muchos que humanista. Muy bien, ¿y qué es eso? Pues un poco lo mismo que antes, pero mejorado: escuelas integrales, de tiempo completo, edificios decentes, profesoras reconocidas, financiamiento público, enseñanza laica, gratuita y obligatoria. Lo mismo, pero ahora sí, verdaderamente humanista, nacionalista, científica y popular. Llamemos a esto, el poder como sistema y la resistencia como liberación de los bloqueos sistémicos—es decir, la que rescata a la educación verdadera de las trabas y perversiones que le impone el neoliberalismo-.
Claro, nadie sabe exactamente qué es eso de la educación verdadera; ni siquiera quienes la enuncian. Sirve como artilugio retórico, como lo era antes la calidad, hasta que la reforma salió del closet para definirla simplonamente como “máximo logro de aprendizaje”; obvio, en pruebas estandarizadas. Lo mismo sucede con las escuelas verdaderas. Con una desventaja: la frase se parece demasiado a las Escuelas al Centro, a las Escuelas de Calidad, a las Escuelas Seguras. Por algo será.
Decíamos que cuando el adversario es un modo de producción, un modo de gobierno o un régimen político-económico, la lucha se vuelve muy difícil. La cuestión táctica se resuelve de manera pragmática y consuetudinaria, es decir, con los modos tradicionales, con el repertorio consabido de acciones colectivas, en una secuencia más o menos establecida, que va de las reuniones de información y análisis, a los planes de acción, con marchas, mítines, plantones, paros parciales, tomas, bloqueos, paros indefinidos, para luego aumentar su frecuencia, extensión e intensidad. Después inician los enfrentamientos, las represiones, las contra-respuestas y una nueva oleada intensiva; luego comienzan las negociaciones, con ellas los cambios en las demandas, nuevas jerarquizaciones, debates puntuales, componendas, regreso a clases, evaluaciones, saldos del paro en la comunidad y entre los maestros, períodos de readaptación, nuevos signos de malestar y así….una y otra vez.
Este modelo, que se ha denominado movilización-negociación-movilización (M-N-M), es muy conocido. En Oaxaca se ha convertido casi en una institución, en una suerte de burocratización de las resistencias, con sus fechas, sus recurrencias y sus prácticas inveteradas. En otra ocasión realizaremos una disección de su funcionamiento, de sus alcances, posibilidades, límites y contradicciones; de lo que logra y de lo que oculta; sin dejar de reconocer, en ningún momento, que se ha formado en muchos años de práctica a contracorriente.
La cuestión táctica lo ocupa todo. Más aún: se confunde con la estratégica. Luchar contra la reforma, como parte de la lucha contra el neoliberalismo, por ejemplo, se vuelve un discurso, un exabrupto radical. Nada más.
El problema es que en las resistencias no se trata únicamente de decir ¡Basta!; no se trata de una simple respuesta negativa a la acción del adversario -una (re)acción- sino que implica muchas cosas: la biolocalización del agravio, la comunicación de los sentipensamientos, la formación de las colectividades, la construcción del común crítico, el diseño de agendas, planes y demandas; es decir, la negativa implica una construcción colectiva, y el modo de organización de la resistencia es el prototipo de las relaciones, las decisiones y la agenda del futuro que propone.
En otras palabras: las resistencias, en su modo de pensar, relacionarse, de hablar y actuar, perfilan un régimen de poder alternativo ¡antes de realizarlo! Lo dibujan solamente, falta que ganen para desarrollarlo. Está ahí, presente, pero no actualizado: percibido, larvado: virtual. Otra cosa será efectuarlo y potenciarlo. Ese es un desafío mayor.
La cuestión, insistimos, es que cuando el adversario es difuso, como el neoliberalismo, entonces termina siendo un simple objeto retórico; un “significante vacío”, dicen los teóricos. Y entre la movilización y la negociación ocurren todas las discrepancias posibles. La mayor: el divorcio entre las movilizaciones, los discursos, los programas máximos, los programas mínimos, los puntos a negociar y las negociaciones efectivas.
Es lo que hemos visto en los años recientes. La lucha contra la reforma educativa, como lucha contra el neoliberalismo, termina en demandas de una Mesa Única Nacional de Negociación; en Foros de Consulta que no servirán más que para desahogarse y repetir lo consabido ante escuchas sordas; en leyes de educación que contradicen la Constitución federal, solo para que, como en Oaxaca o Guerrero, terminen negándose desde el mismo congreso estatal, o como en Sinaloa, Baja California y Yucatán, la Suprema Corte de Justicia invalide los artículos inconstitucionales; pero también sirve para solicitar pagos seccionales pendientes; nuevos programas locales; para realizar negociaciones secretas; o conseguir algunas demandas, como contratos, prestaciones negadas, cancelar órdenes de aprehensión, anular despidos, entre tantas otras cosas.
De la lucha contra el neoliberalismo a las negociaciones de foros inútiles, demandas antiguas, logros secretos y pagos seccionales; más o menos así van las cosas. Sin negar, en ningún momento, algunas conquistas efectivas (que cada quien ponga la suya).
En eso quedan las luchas contra enemigos tan generales como inasibles. Sin olvidar, tampoco, el modo de organización de quienes resisten: militantes profesionales, activistas desligados de las bases, representaciones espurias, luchas interminables por puestos directivos, aniquilación de adversarios, peleas entre fracciones, asambleas hasta el cansancio, denuncias de corrupción y traición….
Seamos francas: el modelo de las resistencias, ese que tiene en el M-N-M su síntesis táctico-estratégica, termina por parecerse demasiado al modelo de organización política del adversario: representaciones, juego de corrientes, dirigencias separadas, programas generales, órdenes desde arriba, decisiones a raja tabla, acciones institucionales, prebendas; solo que desde el otro lado.
El poder podría decirle fácilmente a las resistencias: ¡te pareces tanto a mí, que no puedes engañarme!
Esta simetría entre el poder y las resistencias debería llamarnos a reflexión. Esa imposibilidad de salir del marco constituido, en el que sólo se han cambiado los referentes, quizá algunos objetivos, pero NO los modos de problematizar, de organizarse y de relacionarse, debía preocuparnos. Sobre todo porque siempre se traduce en derrotas.
Peor: la derrota termina por convertirse en costumbre; en la costumbre de la derrota; en la derrota como excusa para arreglar cuentas, para dar un nuevo giro de tuercas a la organización interna, para regodearse en la victimología como estrategia, como práctica del acomodo y la continuidad del régimen político de las mismas resistencias: el simétrico al poder.