Por: Daniel Feierstein. 11/11/2022
Fuente: @DanielFeiers, con permiso del autor
Daniel Feierstein continúa su análisis sobre los discursos de odio, la construcción de subjetividad y el contexto social que crea las condiciones para el surgimiento del neofascismo. La investigación sobre los responsables del ataque e intento de asesinato contra la Vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, debería estar acompañado por una reflexión y acción general acerca de todos los condicionantes que permitieron que algo así ocurra en nuestro país. Esta nota reproduce su segundo hilo en Twitter dedicado al tema. Una primera parte del análisis que desarrolla Feierstein puede leerse en «LOS CAMBIOS EN LA SOCIEDAD Y E INTENTO DE MAGNICIDIO«.

El primero de los ejes que incide en la transformación del escenario político trata de las formas de subjetivación, esto es, el modo en que construimos la visión de quienes somos y quienes son los demás. Ampliemos un poco este aspecto en un nuevo hilo.
La identidad es un proceso ficcional, una narración que nos hacemos a nosotros mismos (y a los demás) acerca de quienes somos. Esta narración busca construir coherencia en nuestra vida y es uno de los ejes centrales que guían nuestras acciones en el mundo.
A partir de la división social del trabajo, uno de los elementos constituyentes de la identidad fue el modo con el que aportamos a la reproducción de la vida social: agricultores, carpinteros, herreros, médicos, maestros, sacerdotes o soldados, entre otras funciones.
Zygmunt Bauman plantea que la flexibilización laboral de fines del siglo XX puso en jaque estos roles a partir de la dificultad para sostener una misma función en la reproducción de la vida social y al excluir a millones de personas de la posibilidad de jugar rol alguno.
Como productores, nuestro lazo con los otros pasa por intereses objetivos (mejorar las condiciones de nuestra reproducción). La identidad como asalariado permite comprender que nuestro trabajo genera la ganancia empresarial y luchar por el monto que debe asignarse al mismo.
Por el contrario, la flexibilización no solo afecta nuestras condiciones materiales sino que nos transforma en empresarios de nosotros mismos, como en la «uberización». Así la representación es que no vendemos nuestro trabajo sino un “servicio”.
Es sobre esas transformaciones que caló el discurso «libertario», que abjura de la cooperación humana bajo la horrible concepción de que aquellos que ayudan a reproducir las condiciones de la vida comunitaria (médicos, bomberos, docentes, científicos) “viven de la nuestra” .

En la utopía libertaria cada uno está solo, intentando encontrar su lugar frente al Dios Mercado. Poco importa si ese lugar implica curar a gente enferma o venderle drogas a un adicto. Incluso Milei planteó que podría ser vender a nuestros hijos o algunos de nuestros órganos.
Si tenemos la mala suerte de no encontrar ese lugar, de sufrir un accidente que requiere atenciones carísimas o de haber nacido en un hogar sin recursos, tendremos que aceptar la muerte o marginación como un “destino natural”. Es la libertad de arreglárnoslas totalmente solos.
El problema es que las transformaciones económicas implementadas por los gobiernos de este tiempo nos acercan a ese mundo. Destruyen o erosionan las estructuras de apoyo comunitario (educación y salud públicas, planes de vivienda, jubilaciones, seguros de desocupación).
El segundo problema es que la estructura impositiva es cada vez más regresiva. Se disminuyen los impuestos a las grandes fortunas mientras se aumentan los impuestos al consumo y se grava el salario de los trabajadores o las actividades de supervivencia o de sectores medios.
Estos dos problemas han colaborado mucho en la percepción de cada trabajador como “mini-empresario expoliado por el Estado con los impuestos” y en la dificultad para percibirse como beneficiario de las políticas de cooperación comunitaria que requieren al Estado como gestor.
Otro elemento que ha jugado un papel crucial en nuestra constitución identitaria es el rol que asumimos en una estructura familiar (padre, madre, hijo, abuelo, etc.), en tanto también implica consecuencias relevantes en nuestro aporte a las formas de reproducción de la vida.
Pero la destrucción de nuestro rol productivo ha jugado también un papel importante en la destrucción del rol paterno/materno en tanto “proveedor” de ese núcleo familiar. Cada vez hay más personas que, teniendo un trabajo formal, no logran superar el umbral de la pobreza.
La confusión entre violencia machista y patriarcado y entre autoridad y violencia ha generado la desacreditación de toda figura de construcción de sentido (padre/madre, docente, médico, científico, juez, representante electo por el voto, etc.). Desconfianza generalizada.
Este modelo de identidad nos ubica en el rol de individuos aislados con derecho a todo y responsabilidad por nada. Enfrentamos al docente que reprueba a nuestros hijos, al médico que no nos hisopa YA. La paranoia se hace sistema: Yo contra el Mundo, viva solo MI libertad.
Esta articulación de malestares deriva de condiciones objetivas (el deterioro real de la situación económica producto de las transferencias de ingresos regresivas) como subjetivas (la percepción de que los demás son un obstáculo para mis intentos de arreglármelas solo).
Y es aquí donde ingresa el neofascismo para canalizar el malestar y transformarlo en odio. ENCONTREMOS ALGUIEN QUE TENGA LA CULPA: los que cortan las calles, los que cobran planes sociales, los inmigrantes que nos usan los hospitales o las escuelas, los judíos, los gitanos…
No importa que no haya ninguna conexión lógica entre esa gente y nuestros malestares, por que el éxito del neofascismo se basa en la proyección del malestar y su transformación en odio. Al ser un proceso emocional, no requiere construcción lógica sino que explota nuestras paranoias.

Es interesante, en ese sentido, prestar atención a las declaraciones del amigo del autor del atentado, que rescata Ricardo Aronskind: «Para el amigo de Sabbag Montiel, el asesinato de @CFKArgentina hubiese permitido “que bajen los impuestos”».
No solo sorprende la falta de conexión lógica entre ambos hechos sino cual es el tipo de final virtuoso que el amigo-cómplice imagina, de qué está hecho su utopía que lo lleva a un hecho criminal.
No imagina un aumento de sus ingresos, una mejora de su educación o salud o la adquisición de una vivienda. Siendo una persona desplazada a los márgenes de la sociedad, su sueño se corona con una “baja de los impuestos”, epílogo que no mejoraría nada su situación material.
Hay otras transformaciones de este primer eje pero cierro el hilo: sin comprender de q están hechos los malestares y sin darle soluciones materiales, no podremos construir respuestas que disputen con la efectiva solución neofascista de encontrar “alguien que tenga la culpa”.
(*) Doctor en Ciencias Sociales, Investigador CONICET, Profesor UNTREF y UBA en estudios sobre genocidio
El título y las imágenes que ilustran este artículo son edición de Revista Hamartia
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Fotografía: hamartia