Por Güris J. Fry. ECO’s Rock. 15 de enero de 2022
Lamb
Cordero (Valdimar Jóhannson, 2021)
Inquietante resulta el primer largometraje de Jóhannson, angustioso y sombrío es su reflejo de una sociedad contemporánea que claramente ha perdido las directrices distintivas entre naturaleza y sociedad. Generaciones que correlacionan con una peligrosa lozanía sus sentimientos y emociones con las responsabilidades de un mundo que antes de ser comprendido –analizado– es colocado en un taburete de esparcimiento y recreación en pos de un fársico júbilo de valores cambiantes, movilizados estos por bogas de interés genérico. Los personajes que se presentan en este lienzo rebuscan en una bastarda disciplina un escape que resulta ser en realidad una prisión sumida en elementos cuasi fantasiosos, cuasi fantasmagóricos. La terquedad vislumbrada cual manto emocional; tejiendo justificaciones, dudas y convencimientos. El vacío tal pantomima condicional y condicionante: puede ser el paisaje o el pasado, el viaje de cada jornal… El distanciamiento de aquello que no logramos o bien no podemos ni quer(r)emos asumir.
Lamb expulsa y expone nuestro tozudo sentido de pertenencia, nuestra ácida obsesión por el credo individual: lo que nos circunda en el pensamiento como un absoluto en contraposición de todas aquellas diferencias naturales que plenamente deben (en el supuesto individual) quedar lejos del horizonte inmediato ya sean culpas, chantajes o evolución. El presente entramado exuda el ego moderno, el trasiego cotidiano en pos de una felicidad rebuscada que aquí, claro, acaba por ser una silueta amorfa llena de locura, un saco roto que busca llenarse con un aserrín atemporal que alimenta un laberinto que confunde los hábitos con celos, las presiones con sonrisas. Las segundas, terceras o infinitas oportunidades con milagros… El encadenado es simple, dominado por un estrato silente que se rige por una rutina que ciclo tras ciclo trata de cumplir la comanda de continuación. Una pareja de ermitaños se encuentra en la etapa de alumbramiento bovino, su doctrina es la costumbre, la mímica de sus inquietudes, la mera hendidura de una sonrisa o el posible aliento de un cariño o una pizca de pasión. Pero el amor llega a sus vidas, enfundado en el traje más extraño y bizarro posible: presagio y abominación, fenómeno y dádiva que no se mira ni se estudia, sino que se abraza y acepta sin miramientos mayores en un acto de autocomplacencia. El amor se presta únicamente ante la extrañeza y como efecto de la soledad, el anonimato y la evasión.
Dividido en tres capítulos muy claros, el trabajo de Jóhannson no es del todo regular. Después de un solido y estremecedor primer acto se suman elementos que, si bien no sobran, su desarrollo queda a medio camino y su salida resulta un tanto exabrupta ante la naturaleza y lógica que se fue concibiendo durante la semi-torcida impresión de variaciones naturales. Acaso, quizá, porque en el beneplácito por mostrarnos como especiales, únicos y originales, no tenemos mayores optativas que la oquedad; la búsqueda por lo desconocido, lo irregular, lo llamativo. La excentricidad sin un peso firme en el cual asentar un campo humanitario de peso. La intermitencia forma parte tanto de los irradiantes tópicos como de la diégesis misma. Lo que tenemos aquí es un circulo que no varia, que espera casi detenido a que sean impulsos externos quienes rompan la parsimonia. Y tanto la fotografía de Elia Arenson como el montaje de Agnieszka Glinska y el diseño de producción de Snorri Freyr Hilmarsson se supeditan a estos factores apoyando el efecto desolador y temible que se concibe, pero que no logra cerrar del todo.
Al final, Lamb es una búsqueda introspectiva sobre lo que hemos ido dejando atrás, de todo aquello a lo que le hemos dado la espalda creyendo que le brindamos cariño. Lo que nos hemos apropiado sin permiso alguno, creyéndonos salvadores de algo que nunca ha estado perdido; que suponemos omitido, sí, siempre suponiendo cuando somos nosotros los que hemos falseado los caminos. El sosiego en este ejercicio fílmico de Jóhannson es un mantra de condescendencia. Es nuestro penar el que domina, y eso siempre es peligroso, pues hay fuerzas allá afuera, afuera de nuestro caparazón de conciencia, que nos superan por mucho. Y claro, en algún momento nos harán pagar por nuestra soberbia.

Lamb de Valdimar Jóhannson
Calificación: 3 de 5 (De Regular a Buena).
Fuente: https://www.facebook.com/100036159626395/posts/587134252501890/?d=n
Fotografía: Filmaffinity