Por: Joan Santacana Mestre. 30/03/2023
Un artículo de Joan Santacana sobre mentiras que se esgrimieron para legitimar guerras.
La historia de las relaciones Internacionales está llena de mentiras interesadas que unas veces triunfan y otras se desenmascaran. Así, el famoso telegrama de Ems de 1870, que sirvió para justificar la guerra franco-prusiana y que dio origen al Segundo Imperio Alemán, fue una manipulación interesada del texto realizada desde la cancillería de Otto von Bismarck. El Maine, el acorazado norteamericano que estalló en el puerto de la Habana en 1898 y que se atribuyó a las autoridades españolas y sirvió de excusa para la guerra hispano-norteamericana, fue una invención que justificó la intervención tanto en el Caribe como en Filipinas. El bombardeo de Guernica por la aviación alemana, que se atribuyó a los propis vascos fue una mentira del gobierno de Burgos para encubrir a sus aliados nazis. El ataque del ejército polaco a una estación fronteriza alemana que dio pie a la invasión nazi de este país y por consiguiente a la segunda guerra mundial fue una farsa ideada por el Estado Mayor alemán. Cuando el presidente Truman ordenó el lanzamiento de las dos primeras bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, lo justificó diciendo que era necesario para ahorrar vidas norteamericanas: una excusa elaborada a posteriori, ya que la verdadera razón era otra mucha más miserable. El famoso incidente del golfo de Tonkín de agosto de 1964, cuando lanchas de Vietnam del Norte y buques norteamericanos se enzarzaron en dos combates, fue en gran parte resultado de una provocación y de un error en la interpretación de los mensajes, pero ello se aprovechó para desencadenar una tormenta de fuego sobre Hanói, iniciando así la guerra. La segunda guerra de Irak encabezada por Estados Unidos, Gran Bretaña y España con la excusa de que el régimen baazista de Bagdad estaba detrás del ataque a las torres de Nueva York y, además, poseía armas de destrucción masiva fue una burda mentira para justificar el ataque. Podríamos continuar con innumerables ejemplos similares.
Siempre es el mismo argumento: se trata de justificar una guerra, una agresión, y los auténticos motivos son inconfesables. No serían aceptados por la mayoría de la gente y los gobiernos, para ir a la guerra, necesitan el calor popular; quieren estar arropados por las masas, si puede ser fanatizadas o convencidas. A este proceder lo llamarán cuestión de Estado. Detrás de la guerra de agresión, pocas veces hay una razón justificada, y hay que crear la justificación, que suele disfrazarse de varias fórmulas: la más añeja era el honor de la patria mancillado. Es el argumento patriótico, amasado con medias verdades, el odio al contrario, el nacionalismo, la bandera y el supremo argumento de la Patria. Fue el caso de Bismarck en la guerra francoprusiana y es un clásico en la historia contemporánea. La agresión siempre implica en este supuesto un desprecio absoluto hacia la verdad. La victoria, si se produce, justificará la agresión.
Cuando este argumento no se puede esgrimir ni utilizar, se recurre al segundo argumento: la falsa agresión. Hay que responder a una supuesta agresión recibida: de lo contrario seguirán otras mucho peores. Una agresión no se discute: tan solo se responde con la fuerza. Este argumento fue el de los yanquis en la guerra hispano-norteamericana o el de Hitler para desencadenar la segunda guerra mundial. A veces simplemente se aprovecha un incidente para desencadenar la guerra que ya estaba preparada de antemano. Es el caso de la guerra de Vietnam. También aquí hay un desprecio a la verdad.
El tercer argumento es más sibilino y se acude a él cuando no hay provocación alguna, ni esta es creíble en el caso que se inventara. En este caso se demoniza previamente el contrario, al enemigo a abatir; se intoxica a la opinión pública con engaños, mentiras, medias verdades y falsas evidencias. El argumento es humanitario: liberar al pueblo, exterminar al malvado. Este es el caso de la segunda guerra de Irak, de la intervención norteamericana en Panamá, la guerra de la Libia de Gadafi, Afganistán, etcétera. Es el argumento más cínico de los tres: hacer la guerra para la paz, e implica obviamente, el desprecio a la verdad.
Naturalmente si el agresor gana la guerra, también gana el relato y su mentira pasa a ser percibida como una verdad indiscutible para la mayoría, aun cuando se demuestre que ello no es cierto y que la guerra se basó en una mentira. Así, en el caso de Irak, era evidente que el régimen baazista iraquí no poseía un gran ejército ni armas sofisticadas después de la derrota sufrida en la primera guerra del Golfo y el embargo posterior. Tampoco estaba detrás de ningún movimiento religioso islámico, dado que el régimen era uno de los pocos Estados laicos del Próximo Oriente. Pero la necesidad de la guerra para los Estados Unidos (Gran Bretaña y España eran simples acólitos en este conflicto y simplemente querían quedar bien con la potencia hegemónica) respondía a intereses mucho mas espurios. Sin embargo, hoy una mayoría de ciudadanos norteamericanos siguen creyendo que en Irak había armas de destrucción masiva, pese a que no encontraron ni un bidón de salfumán.
Evidentemente, en todos estos casos se trata de unas formas de concebir la acción política con un profundo desprecio a la verdad. Pero al margen del juicio ético, lo que importa aquí es que con este tipo de conflictos casi nunca se alcanza el objetivo que se confiesa perseguir. Si los analizamos vemos que Cuba, despues de la guerra de 1898 para librarles de los malvadosespañoles, soportó la ocupación norteamericana, y las islas Filipinas iniciaron una etapa de guerra que se alargó casi hasta la segunda guerra mundial. La guerra francoprusiana fue el germen de dos guerras mundiales (la primera de la que se derivó la segunda). El ataque a Polonia por parte de Hitler conllevó la destrucción casi total de Alemania y su división y ocupación militar durante medio siglo. El bombardeo de Gernika dejó una herida tan profunda en Euskadi que se esgrimió como justificación del largo conflicto de ETA. Las dos bombas atómicas derrotaron a un Japón que ya estaba derrotado, pero despertaron a Stalin, que se unió al club atómico alimentando una guerra fría que hoy continúa bajo diversas fórmulas. La guerra de Vietnam se saldó con una derrota y la pérdida de influencia yanqui en una buena parte del sudeste de Asia, y las últimas guerras han dejado un Irak dividido y destruido, en el cual Occidente ha perdido toda credibilidad en favor de China. Libia, Somalia y Afganistán están peor ahora que antes de la guerra y todas estas regiones sufren secuelas terribles. Ante estas evidencias, cabe preguntar: ¿dónde están los beneficios de las mentiras en política?

Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
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Fotografía: El cuaderno digital