Por: Oswualdo Antonio González. 28/10/2024
El color naranja de la flor de Cempasúchil invade los ojos, llena de brillo el horizonte desde donde los seres que quisimos en vida vendrán a visitarnos para llenar con risas, cantares y charlas este espacio mágico entre el mundo terrenal y el espiritual llamado: Día de muertos.


Junto al color naranja de nuestros altares, juegan tonalidades intensas de morado de la “mano de león”, una flor que nos recuerda que la vida es fuerza y que la muerte es una despedida temporal, lo que hace que los reencuentros anuales sean tan esperados.
La casa temporal que construimos para los seres que queremos en su ausencia terrenal, le llamamos altares.
Los altares, son un espacio donde los vivos nos reunimos para recordar con alegría a los nuestros y donde ellos llegan para estar con nosotros. Es un amor fraterno que se teje con recuerdos y se pinta con extensas charlas de lo acontecido desde el último encuentro en esta vida.
El primer año sin Paco, su primer altar
Pedro es el hijo de Paco, él nunca había hecho un altar para esperar a alguien que se había “adelantado” (palabra que su mamá usaba para explicar el significado del morir), solo había hecho algunos en su escuela primaria, donde todos llevaban cosas para construirlo, los cuales eran dedicados a seres históricos o a una maestra, que le dijeron, había hecho mucho por su escuela.
Pedro recordaba con mucha claridad algo que le habían dicho hace dos años cuando acompañó a uno de sus amigos a construirle el altar a su abuelo; la mamá de su amigo les había comentado, que una parte importante para asegurar que nuestros muertos encontrarán su altar era poniendo algo que fuera muy importante para ellos, de esta forma ellos sabrían cual es su casa por unos días. Con esa idea Pedro buscó en el Taller de su papá algo que fuera tan importante como para que su papá al verlo supiera que ese era el suyo.
Ya en el Taller, observó que habían muchas herramientas, recordaba que su papá dejaba que lo viera trabajar pero no le permitía tocarlas, le decía que era peligroso. Recordó que su papá estaba trabajando en algo que el pudo ver solo en algunas ocasiones ya que lo hacía en la noche cuando el silencio y la oscuridad abrazaban el día. Buscó entre las llaves alguna que abriera el cuarto especial, ese donde su papá guardó durante mucho tiempo la bicicleta que le construyó con piezas que el mismo diseñó. Por fin la encontró, presuroso abrió la puerta y se encontró un mundo de cosas que él no alcanzaba del todo a comprender. En el fondo había un objeto que llamó su atención, era como un motor, pensó, tenía en color rojo las letras MYCOM. Levantó con las dos manos el objeto de un color gris brilloso, al hacerlo una hoja de papel cayó al suelo, decía Compresor tornillo Mayekawa.
¿En qué proyecto trabajaba su papá? no encontró la respuesta pero pensó que su papá si sabría al ver el objeto con letras rojas que ese era su altar, ya que era como su secreto, algo que le emocionaba y lo hacía desvelarse seguido.
Tomó el objeto y lo llevo a la mesa donde construiría el altar a su papá. Juntó las flores color naranja y aquellas con tonalidades de morado. Colocó papel picado y con una sonrisa empezó a construir. Su mamá lo veía desde la puerta, sin que él se diera cuenta.

Para Pedro su Altar era el mejor. Lo contempló un largo rato. Vió el objeto con las letras rojas y le pareció que su papá encontraría rapído su casa.
Él sabía que mañana llegarían sus hermanas y hermanos, así como sus primos. Ellos, le agregarían otros elementos al altar, pero en el fondo sabía que aúnque cambiara, su papá lo identificaría por las cosas que él le había colocado.
Pedro fue feliz por saber que su papá volvería a estar con él.
Fotografía: Campos de Cempasúchil en San José Paxtepec. Veracruz. México. Oswualdo Antonio González