Por: Francisco Abad Alegría. 22/04/2021
Francisco Abad diserta sobre cómo la perversión del lenguaje acompaña y trasluce la perversión de las sociedades.
Papel, polvo y estornudos
Estos días estoy aprovechando algunos ratos sueltos para reordenar (por enésima vez y seguro de que con fugaz éxito) lo que llamo la biblioteca, es decir algo menos de 6000 volúmenes que se desparraman por materias, más o menos acertadamente agrupadas, por todas las habitaciones de casa. No es para enorgullecerse tan menguada biblioteca, pero tiene las virtudes de ser implacable depósito de polvo, ocupar espacio y, a veces, hasta fuente de consulta o golosa lectura y relectura.
Misteriosamente agrupados y ordenados, al lado de los diccionarios convencionales, del María Moliner, de los diccionarios de lenguas extranjeras y algún glosario de exotismos saharauis y de zonas del Valle del Ebro, aparecieron unos papeles que hablaban de nuestra lengua y el uso que de ella se hace. Y en estos desdichados días, de persistente arresto domiciliario con la excusa o el motivo del paseo triunfal y devastador que están haciendo a medias un diminuto coronavirus y un grupo de gestores de la enfermedad por él generada, que llamativamente ponen a nuestra nación en los últimos puestos de eficacia sanitaria y los primeros de destrucción económica, advertí (¡como si no fuera obvio hace tiempo!) que la palabra actúa eficazmente como cómplice de la aceifa sanitaria, cultural y de ejercicio del razonamiento de la población general. Alguna vez he mencionado la malvada expresión de un vociferante exjesuita vascongado que predicaba aquello de que matan las balas, no las palabras, cuando realmente las palabras, adecuadamente dirigidas, traslocadas, omitidas o añadidas, son una variante de bombas de fragmentación de la dignidad y el pensamiento racional de toda una nación (fig. 1).

El largo camino recorrido en la educación, pasando por las tres etapas básicas desde 1939 (Sainz Rodríguez – Villar Palasí – Maravall) y rematadas por la aún inoperante ley Celaá, eficazmente unido a la degradación hasta el límite de lo abyecto en los diversos medios de comunicación y la dócilmente adaptada comunicación cotidiana e informal, han conseguido el mismo prodigio que la aspiración a la modernidad desenfadada y campechana de llevar galanamente puestos unos pantalones intencionadamente rotos, astrosos e indignos hasta de la forma de vestir prescrita por las normas paleotestamentarias para los leprosos. Y como el lenguaje es el cañamazo sobre el que se borda y entrama el pensamiento, no hay que ser muy astuto para deducir las consecuencias de todo ello. Cierto que un rebaño se dirige con mucha más facilidad que una sociedad corresponsable y pensante. ¿Y si se trata de eso?
La parábola de John
John, oficial de los Servicios de Seguridad de los Estados Unidos de América, es elegido para una experiencia de viaje en el tiempo, porque da la media perfecta en todas las cualidades físicas e intelectuales en una curva de Gauss de la sociedad norteamericana. Lo propio ocurre con una joven prostituta del mismo país. Tras una engañosa promesa de promoción profesional y servicios a la patria, es congelado en el año 2005, al igual que la mujer elegida para la misma experiencia. Pero 500 años más tarde, en circunstancias absolutamente diferentes, el laboratorio de humanos mantenidos en congelación es destruido y los sujetos, ya descongelados, se encuentran en un mundo desconocido, donde reina la suciedad, el desorden, la incompetencia universal, la escasez alimentaria y la incultura más profunda; la práctica sexual parece ser la preocupación prioritaria de los humanos, y todo tipo de rebelión o disidencia es castigado con inmediata prisión o ejecución. Nos encontramos con la descripción de una película titulada Idiocracia (dirigida por Mike Judge en Estados Unidos, en el año 2006). No es la típica cinta apocalíptica, que muestra un mundo degradado y residual tras una pandemia o una guerra de exterminio masivo. Pero a la degradación humana que se describe en la narración, en forma aparentemente cómica aunque realmente trágica, se une un elemento clave diferente a las mencionadas películas pseudofuturistas: el lenguaje, síntesis de la degeneración intelectual y moral de la sociedad. Son expresiones literales de la gente con que se encuentra John, algunas como «habla como un marica» o «John era capaz de hablar con normalidad, pero a la gente les sonaba a pedante y amanerado». El lenguaje sintetizaba en su versión fonética (también hay expresiones escritas que sonrojarían a un cretino vocacional, que no he copiado) la degeneración de un posible mundo futuro. El lenguaje es emanación de un no-pensamiento, no-saber, no-autonomía; es la traducción directa y sin tapujos de la degradación humana (fijada para la distopía —lo de los Estados Unidos es mero recurso narrativo— y discronía ) en un arbitrario año 2505 (de la Era, claro).
Descubierto John como un auténtico portento intelectual, aunque era el prototipo de la mediocridad universal en todos los terrenos en el tiempo cronológico e histórico en que vivió realmente, el presidente de la Nación le nombra ministro plenipotenciario para «que arregle todo». La primera medida que toma es dejar de regar los campos de cultivo con el refresco azucarado y «rico en minerales» que produce en monopolio en todo el orbe un magnate con cara de Bill Gates pero sin gafas y menos pretencioso, sustituyendo tan estúpido riego por agua corriente, de modo que las plantaciones comienzan a prosperar, augurando una buena cosecha y la sedienta tierra, plena de «todos los minerales», vuelve a ser tierra en lugar de un seco polvo que oscurece el ambiente y emponzoña la vida en general.
Pero lo que quiero destacar es que la expresión más acabada de la idiocracia en que ha caído la humanidad (cuyo presidente lo es tras haber acreditado ser el mejor practicante de Lucha Libre del mundo, como mérito descollante y suficiente para ocupar el cargo) es que la síntesis de la degradación humana se plasma básicamente por la expresión lingüística: lenguaje = pensamiento. Y parece que por esa vereda nos conducen, o empujan, o arrean.
Parece de guión
Aunque muchos lo tilden de conspiranoia, si se vuelve la mirada atrás, con ansia de entender, no con la necia nostalgia de la mujer de Lot (Gen 19, 26), no hay tal; se dibuja nítidamente la línea de degradación del pensamiento a través del lenguaje, círculo interactivo de expresión-pensamiento mucho más estrechamente ligado a la evolución humana que el empleo del dedo pulgar y sus consecuencias para la manufactura de instrumentos que cambiarían radicalmente la hominización.
Las magistrales aportaciones en prensa periódica del profesor Fernando Lázaro Carreter, publicadas entre los años 1975 y 1996 (con la excepción de los años 1978 y 79) y recopiladas en un tratado1 sobre el empleo correcto o inadecuado (errores, extranjerismos, ambigüedades, contradicciones expresivas, términos manipuladores, etcétera) de la lengua, desvelan la generalización de la barbarie expresiva que se produce progresivamente en la sociedad, básicamente a través de los medios de comunicación social como agente, involuntario o intencionado, de un proceso de degradación lingüística y consecuentemente de pensamiento constructivo. Ya en forma de monografía no recopilatoria, la profesora Bárbara Pastor Artigues reincide más tarde en una sistematización en el mismo sentido,2 cuyo objetivo, plasmado a través de tres apartados que totalizan 21 capítulos, se resume en una expresión de la propia autora (página 205): «El lenguaje puede resultar un juego, un juego fascinante. No hagamos con él un simple juego de perversión». Sin ánimo de parangón o sucesión en la lista de tratadistas, me ocupé brevemente del asunto en una monografía editada hace algo menos de cuatro años, tocando algún aspecto más específico de la misma materia.3
My fair lady
Esta magistral película dirigida por George Cukor, en la que la pareja que encarnan Audrey Hepburn y Rex Harrison (1964), reviviendo el mito de Pigmalión, enamorado de su perfecta escultura, Galatea, a la que Afrodita da vida, representada en una breve ópera de Rameau de 1748 y teatralizada por George Bernard Shaw en 1913, recoge el complicado enamoramiento del profesor de lingüística Henry Higgins y su alumna y transformada Eliza Doolittle, que de florista, con educación tosca y lenguaje acorde a ella, pasa a ser una persona nueva, de pensamiento y modales refinados, remodelada básicamente a través de un arduo trabajo de desbastado y pulido por medio del lenguaje. La lengua, vehículo y trama subterránea del pensamiento, es el método que convierte a Eliza en un nuevo ser. Tras un enfrentamiento decisivo entre el profesor y la alumna, transformada en otra persona, por medio básicamente de la reeducación del lenguaje, insisto y reitero todas las veces que sea preciso, la venganza más sutil de la despechada discípula también es lingüística. Al ver derrumbarse por su partida al mentor, enamorado como un colegial de su creación, aunque ignorándolo él mismo, Eliza le golpea salvajemente con el medio más doloroso que ha aprendido a manejar: «T’as caído enri iguins, t’as caído». Todos sabemos que la cosa acaba bien, no como suele acontecer en la vida real. Pero permítaseme insistir por medio de este ejemplo filmográfico (cuyo substrato dramático solo pudo ser gestado por un ser tan sabiamente perverso como G. B. Shaw) en el decisivo papel que el lenguaje tiene en relación con el pensamiento, como urdimbre y también como expresión de él, incluso del más soterrado: Ex abundantia cordis os loquitur, fórmula clásica que no se priva de incluir en su texto Mateo (Mt 12, 34) (fig. 2).

Hasta tal punto es esto así (se ha visto antes en el sencillo mensaje de la parábola de John) que el lenguaje es un signo de identificación de clase social, a lo que ya aludía con amargura nuestro profesor Santiago Ramón Cajal, pero que delinea con lúcida nitidez el profesor José Ortega y Gasset en una serie de artículos (El Sol, 1929-1930), luego recogidos en un librito de enjundiosa aunque amarga lectura,4 cuando habla con todo desahogo de la imparable tendencia de la masa (lo que queda del pueblo cuando prescinde de la aspiración al mejoramiento y el ejercicio del pensamiento constructivo) a igualar por abajo y absorber en vampírica acción todo lo que no sea masivo. Como reza un viejo proverbio chino, el clavo que sobresale, aplástalo, y no habla de carpintería precisamente.
Cultura-incultura patente a través del lenguaje
Expresiones erróneas, absolutamente incorrectas y a menudo difícilmente inteligibles, a las que una fonética que abrevia hasta límites inverosímiles la vocalización y a menudo se emiten con notable potencia sonora, son propias de quienes por diversos motivos (pobreza del medio que obliga a la producción laboral en tiempo infanto-juvenil preciso para una mínima instrucción, rechazo voluntario de formación escolar, frecuentemente método auxiliar de identificación con el grupo social o laboral) denotan déficit de formación intelectual o cultura. Y la cultura es realmente un bien muy apreciable, intangible pero necesario para el progreso en la sociedad y para la autoedificación. Por ejemplo, Isócrates (s. V-IV a.C.), creador del concepto de panhelenismo, le asignó un valor social sumamente deseable: «El término cultura designa en este caso algo muy sencillo; desde el nacimiento de la filosofía y desde la época de Isócrates, ser culto quería decir no pensar como el pueblo; la cultura, ese privilegio, se suma a los privilegios de la riqueza y del poder».5 Y justamente ese es un privilegio combatido por la masa, que puede adquirir dinero arrebatándolo o negociando fraudulentamente y poder por el mero ejercicio de la fuerza, violenta o de los votos, pero la cultura es algo mucho más difícil de conseguir: cuesta toda una vida, es de laborioso cultivo (esa es la etimología de la palabra) y precisa una tensión continua de superación. Por eso es el objetivo más importante del bombardeo destructivo por la masa, que incluso ignora qué oligarquía de poder, mayoritariamente también inculta, la empuja con ardides básicamente emocionales, mostrándole cómo el mejor método para evitar la sensación de déficit de un anhelado bien, la cultura, íntimamente unida a la palabra diversamente expresada e introyectada, es eliminarla de la vida de la sociedad (fig. 3).

La descarnada expresión de Ortega lo explica nítidamente:
«Hoy asistimos al tiempo en que la masa actúa directamente sin ley, por medio de materiales presiones, imponiendo sus aspiraciones y sus gustos […] el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera. Como se dice en Norteamérica, ser diferente es ser indecente. La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual y selecto».6
Y como he intentado mostrar previamente, el lenguaje es una de las armas de destrucción masiva (o a la inversa, de construcción) más eficaz para la nivelación por abajo. Por cierto, no ha sido nada ajeno a este proceso, que solo un inocente podría considerar espontáneo, el tuteo impuesto a toda la sociedad, especialmente en los últimos cincuenta años y asumido de forma suicida en medios escolares, igualando así las diferencias de actividad, conocimientos y aptitud de maestro y discípulo, como supuesto signo de democratización, realmente destructor de la esencia del proceso de aprendizaje: no me llaméis don José, llamadme Pepe, es el principio de la laminación del valor de la docencia a través de algo tan simple como una expresión verbal aparentemente anticlasista y campechana. Baja por esta escalera es una instrucción práctica que avasalla al usuario de un gran comercio, porque lo somete a una orden, más que darle información sobre cómo circular ordenadamente.7
Responsabilidad de los medios de comunicación social
Es bien conocido el experimento de la transmisión de un mensaje sencillo, que aúna datos concretos con detalles narrativos; una persona le dice en voz baja el mensaje a quien está su lado, pidiéndole que él haga lo propio a quien está inmediatamente después y así se va transmitiendo oralmente el mensaje, que estaba escrito y en sobre cerrado, a través de una cadena de diez personas, por ejemplo; la información que le llega al último eslabón de la cadena de transmisión poco se parece en lo fundamental dictado en la versión inicial.
Esto ocurre con frecuencia en los mensajes transmitidos por los medios de comunicación social (¿de qué modo puedo saber que ha ocurrido un incendio en un lugar lejano si no tengo un medio que me informe de ello?) y a menudo en consignas publicitarias8 y habrá que decir que la deformación de los hechos debida a la utilización de la palabra, escrita o hablada, a menudo se debe a la interpretación errónea de cada salto de transmisión de un mensaje, a veces hasta hacerlo irreconocible,9 pero que en la mayoría de los casos se debe a la creciente ignorancia de los agentes informativos, que se enredan en palabras o conceptos que no entienden.10 A ello hay que añadir los clichés lingüísticos que se infiltran en la sociedad general, fundamentalmente por bombardeo de los medios de comunicación, expresando de forma vacua o absurda mensajes transmitidos con insuficiencia lingüística.11
Terminología manipuladora
Del mismo modo que el gesto repetitivo y ritualizado, educa una forma de pensamiento (a eso se le llama en el Ejército orden cerrado, y no está para hacer piruetas y posturitas, sino para educar o controlar formas de pensar y actuar) la imposición, actualmente ya desbordante de términos específicos que implican conceptos vitales distintos de los habituales —hasta ahora— en la forma de pensar y actuar, se ha abalanzado sobre la comunicación lingüística en menos de tres décadas, lo que en buena parte explicaría por qué motivo auténticas majaderías o enemigas de la libertad personal (la libertad es siempre personal, mientras que la esclavitud o sometimiento tiende a ser colectivizante o global) ya son norma mayoritaria. Obedece a una programación psicolingüística perfectamente diseñada (nada ocurre porque sí, cuando lo hace en un tiempo concreto, simultáneamente en diversos lugares y por distintos medios y de forma masiva). No es paranoidismo valorar como diseñado algo que tiene una clara dirección, monolítica, y es ajeno o contrario a valores secularmente asumidos. Permítaseme hacer una breve síntesis de términos que llevan a conceptos o valoraciones de clarísima dirección, aunque ya sé que no descubro América; pero una cierta organización de criterios, aunque sean ya conocidos, podría hacer ver las cosas con mayor claridad, o esa es mi pretensión.
Ciudadanía. Desde recientes fechas se emplea como alusión global al conjunto de los ciudadanos, lo que es una posible acepción del término. Pero el sentido más arraigado es el de la condición que implica plenos derechos legales y participativos en la vida pública de una persona dentro de una nación, con los consiguientes deberes derivados. Un ejemplo claro es la apelación del apóstol Pablo a su ciudadanía romana para obtener un trato justo ante la máxima autoridad jurisdiccional imperial, en lugar de ser juzgado como una persona de segundo nivel por un tribunal provinciano y con escasas garantías (Act 22, 25-29). El truco de la expresión radica en la impregnación de la impuesta ideología de género (trabajadores y trabajadoras, militares y militaras…) que busca con el empleo sistemático por personajes públicos de todo color huir del plural genérico, que no se inventó para fastidiar a las mujeres sino para simplificar la expresión, y que es formalmente masculino: ciudadanía es neutro pero también confuso. El presunto respeto por la distinción masculino-femenino se ha acabado de complicar con la confusión de género, que ya se impone a la patentemente biológica de varón y mujer y embarulla las cosas extraordinariamente, salvo para los personajillos que huyen de la posible acusación de machismo si emplean el plural genérico. Y de paso allana el camino para una imposición tan absurda biológicamente como la voluntaria adscripción a un grupo sexual, masculino, femenino, bisexual, transgenérico, alternante, cambiante, etcétera; la biología no se deja corregir por la terminología, al margen de los sentimientos o autoadscripciones personales, para los que debe existir absoluta libertad.
Colectivo. Se aplica como sustantivación a una colectividad que no está organizativamente agrupada, ni siquiera tiene valores comunes que la definan como tal aún sin normas de funcionamiento. Su equivalente político de hace muchos años (¡una vez fuimos jóvenes!) se denominaba coordinadora. La coordinadora era la cúspide de un proceso asambleario, más o menos espontáneo (más bien, menos) que dirigía un movimiento concreto protagonizado por un grupito de aspirantes a dictador, para luego imponer unas normas de decisión, votación, elección formal y constitución de un grupo ya organizado. Los paradigmas de esta burda maniobra de dominio eran las denominadas asambleas de estudiantes o de obreros y tenemos bien cerca el famoso Movimiento 15M, que apestaba a dirigismo desde el principio, aunque ni algunos viejos del lugar querían creer que así fuera. Por mucho que me estruje la cabeza, no soy capaz de asumir que existe un colectivo de Gays, Lesbianas, Bisexuales y Transexuales; incluso los heterosexuales no forman un colectivo. La trampa radica en que con apariencia democrática unos pocos se adueñan de una porción de población a la que arbitrariamente denominan colectivo, para imponer criterios propios, que en general no suponen la peregrinación a los Santos Lugares ni la limpieza forestal grupal, por ejemplo.
Democracia. Término que sintetiza la forma de gobierno de un pueblo que elige a sus representantes de modo que ejerzan el poder del que el pueblo es dueño, en beneficio e interés exclusivo del propio pueblo. Evidentemente han pasado muchos años desde que arcontes y tiranos tomaban el poder apoyados en minorías dominantes de la sociedad, hasta que las reformas de Clístenes en la Atenas del 508 a.C. posibilitaron la elección por sufragio. Luego la palabrita ha ido mutando hasta extremos inverosímiles, de modo que la mayor dictadura del mundo, la República Popular China, se autodenomina democrática, como lo hace España o la nueva Venezuela bolivariana: todo es democracia. En la práctica, democracia quiere significar lo opuesto a dictadura totalitarista y eso es una falacia absoluta. No hay concepto real detrás de la palabra, sino más bien desiderátum argumental. Aún más; como muestran los profesores de Harvard, Levitsky y Ziblatt12 una manipulación artera de los criterios y métodos democráticos, pueden y de hecho lo están haciendo en muchas naciones (no pondré ejemplos, algunos de ellos demasiado próximos) destruir desde dentro la propia democracia, sin cambiar la terminología y con el progresivo avasallamiento y colaboración de un pueblo soberano que entrega su soberanía tras conveniente manipulación legislativa, más o menos pausada y pautada: «La paradoja trágica de la senda electoral hace que los asesinos de la democracia utilizan las propias instituciones de la democracia de manera gradual, sutil e incluso legal para liquidarla». A diferencia, por ejemplo, de la inmisericorde bestialidad de Mao Tse-Tung (o si les gusta más, Zedong) apropiándose violentamente de todo el poder de la China continental, el pueblo alemán renunció pecuariamente a su propia soberanía ante Hitler sin que mediase ni un solo disparo, con libérrimo voto, otorgando al dictador poderes que ni el mismo Calígula hubiera soñado disfrutar. Hay que insistir en que democracia es nada más que una palabra, y que como ocurre con frecuencia quienes más alardean de ser sus defensores, realmente mienten o más sencillamente están motejando de dictadores a sus opositores, sin posibilidad de defensa dialéctica. Es una variedad de violencia disfrazada de terminología aparentemente asumible y hasta deseable.
Encuesta. Exploración demográfica de una conducta, adhesión o preferencia política o de otro tipo. En realidad, hace mucho tiempo que las encuestas han dejado de serlo y son meros barnices verbales que ocultan fuerzas de empuje hacia adhesiones o rechazos de una parte de la población; son datos falsos amañados de modo que el pueblo soberano reaccione, generalmente de modo escasamente racional, para conseguir un apoyo al perdedor, o adhesión al vencedor o incluso una conducta activamente abstencionista.
Género. Forman un género de algún tipo, el conjunto de personas o cosas con características generales comunes, o afinidad sociocultural, o también el término expresa la peculiaridad de alguien diferente de de la población general, o incluso son de un determinado género determinados tejidos o productos. Pero nada de ello se relaciona con el sexo biológico (no la conducta sexual). Hace tiempo se ha introducido desde las instancias del poder, sea cual sea este, la equiparación género – sexo, cuando entre las cualidades de los humanos no está el género, sino a efectos macroclasificatorios, el sexo: masculino o femenino. El motivo de esta arbitrariedad semántica es simple: primero se equipara sexo a género y luego, con el remoquete o englobamiento de géneros, se justifica lo biológicamente inasumible. El humano no tiene género, sencillamente porque tampoco tiene diptongo, acento ni tilde, ni ritmo, ya que eso no pertenece a la esencia biológica, sino gramatical. Sin embargo, es patente que una transposición verbal tan absurda ha permitido abusos legales y conceptuales de todo tipo; no es casualidad, sino lo que mueve el empleo impuesto y progresivamente aceptado por una sociedad preanestesiada por una programada incultura, víctima (y verdugo) del sentido común.
Igualdad. Confieso mi personal repugnancia hacia este término, si no se matiza adecuadamente. Por ejemplo, la igualdad ante la ley es algo realmente bueno, incluso en el campo de la fantasía… Pero muchas igualdades son nefastas. El ejemplo más claro es el modo en que se ha manipulado la enseñanza y su evaluación: para evitar desigualdades frustrantes, se baja el nivel de enseñanza y de exigencia y así disminuye la frustración de los menos capaces o menos esforzados. Si pretendemos la igualdad en estatura, basta con que los más altos caminen todo el día encorvados o agachados. Desgraciadamente esta es la senda fácil, pero aniquila los fundamentos de la sociedad. Por ejemplo, cuando el presidente ruso Gorbachov constató que las personas (perdón, individuos) no hacían ningún esfuerzo por mejorar en su trabajo, descubrió que el principal motivo era justamente la ausencia de motivo para mejorar: si mi reconocimiento social y económico es igual que el de otro que no se esfuerza por promocionar o que hace un trabajo rutinario y sin esfuerzo o riesgo, será propio de imbéciles estudiar más, mejorar en la profesión, tomar el riesgo de dirigir la construcción de un puente o de practicar una cirugía de alta exigencia. Así comenzó lo que luego se llamó Perestroika, que realmente no era más que la consecuencia de la igualdad por abajo de todos los ciudadanos (exceptuados los jerarcas del Partido, claro). El astuto mandatario podría haber pensado en una simple adición a la palabra igualdad: de oportunidades, de modo que todos llegasen a su máximo desarrollo personal, cultural, laboral. Cuando oigan la palabra igualdad, huyan: le van a poner un tope que no podrá rebasar. Todos ovejas.
Me han cambiado los adjetivos
Es como el chiste de que cuando me aprendí todas las respuestas me cambiaron todas las preguntas, pero en versión cruel. Y a eso hay que añadir la impuesta polisemia manipuladora, de modo que la adjetivación puede cambiar de sentido según el contexto, la oportunidad o las imposiciones poderosas. Véanse algunos ejemplos sin afán de exhaustividad.
Ecológico. Relativo a la ecología, ciencia que estudia las relaciones entre sí y con el medio, de los seres vivos. Ahora resulta que es ecológico lo que no ha sido tratado con productos químicos añadidos, ni surge con la adición de fertilizantes ni contamina el medio ambiente con residuos que no estén previamente en él. Parece que lo sensato será detallar tales atributos en lugar de utilizar un término tan indeterminado y confuso, pero, claro, eso supone dar explicaciones y al pueblo soberano le basta con saber que ecológico es sano, bueno y sin aditivos. La cosa tiene sus pequeños problemas, como por ejemplo la mayoría de las actividades de medios de comunicación social, porque son fundamentalmente estiércol (dicho finamente) y eso es bueno para un abonado ecológico de los productos agrícolas (y al parecer de las mentes también).
Progresista. Es la actitud de personas o grupos que buscan con su actividad el progreso de la sociedad. Sin embargo, hace tiempo que la expresión se utiliza como forma de propaganda nada subliminal de un comportamiento político habitualmente denominado de izquierdas. Ello comporta además de lo absurdo de la equivalencia, una abierta denigración de los opositores, antes de derechas, que en lugar de progresistas serían retrógrados, conservadores, es decir, malos para la sociedad.
Solidario. Persona o grupo que actúa conjuntamente con otros, formando un bloque de acción. Ahora resulta que ser solidario equivale a ser benefactor, en apoyar a los damnificados o más débiles. Pero esta expresión es realmente un abuso conceptual y una auténtica majadería. Pocas cosas tan solidarias como el hormigón armado o un regimiento de las Waffen SS arrasando solidariamente un pueblo polaco. En español, la ambivalente palabra puede sustituirse por la clarísima expresión corresponsable, que salvaguarda el libre albedrío y la voluntaria cooperación para lo bueno (se supone).
Sostenible. Por motivos obvios, cada vez que escucho la palabrita pienso en Coco Chanel, que liberó definitivamente a la mujer del opresivo corpiño. No se entiende qué significa realmente sostenible, aunque se pueden poner algunos ejemplos sobre la auténtica realidad de lo que oculta el neoadjetivo. Sostenible de los productores de energía carísima que penaliza al usuario general enriqueciendo al tiempo a los dueños (y sus protectores) de empresas energéticas. Sostenible de las economías más boyantes de la sociedad a costa de las de la mayoría, mucho más limitadas. Sostenible de conceptos neolíticos de la sociedad, sin que sus impulsores renuncien a las mejoras de la infame sociedad consumista actual. Etcétera.
Tolerante. Dícese de aquel que admite que se mantengan criterios y opiniones ajenos opuestos a los propios, sin recurrir a la agresión verbal o física para neutralizarlos. Algo que en principio es bueno, ha degenerado en poco tiempo en el equivalente de otro adjetivo: amorfo. Así que en el actual neolenguaje correcto y pacifista, tolerante es aquel que carece de criterio para pensar y defender racionalmente criterios de todo tipo que forman parte fundamental de su modo de ser y pensar. La equivalencia activa es diversa: todo vale igualmente, no existe más criterio válido que el impuesto por la mayoría, al que hay que acomodarse, no hay verdades objetivas sino endebles criterios subjetivos. Lo deseable en el buen ciudadano es navegar mentalmente sobre una suerte de inestable tabla de surf, aunque no sepa sostenerse y las olas estén embravecidas: el agua lo llevará al común destino de varar en la playa. O se ahogará.
Verde. Es un peculiar caso en el que una cualidad cromática se ha transformado por vía del neolenguaje en adjetivo. Lo de ciudades verdes es una expresión que significa, muy imperfectamente, poblados ajardinados y generosamente arbolados. Pero cosas tan imbéciles (he dicho imbéciles, exactamente) como las energías verdes, resultan consignas manipuladoras contradictorias. En primer lugar, como sabemos (no todos), la energía ni se crea ni se destruye, sino que se transforma. Es una forma de conceptualizar la movilidad de las fuerzas de la naturaleza, que no tiene color, o sabor, pero que da sustento a toda forma de vida y actividad. A eso hay que añadir que los partidarios de las energías verdes hacen gala de la ignorancia más absoluta, porque es justamente la transformación energética la que permite la existencia de una energía verde. Primero, por la energía que se precisa para fabricar los artilugios que captan la coloreada energía. En segundo lugar, porque muchos de los componentes de tales artilugios gastan enormes cantidades de energía en su producción, al tiempo que contaminan con productos generalmente metálicos muy tóxicos, los lugares donde se fabrican; pero como los verdes ojos de los partidarios de tales energías no ven la trastienda, vale lo de ojos que no ven, corazón que no siente. En tercer lugar, el costo de tales energías es muy elevado, lo que altera los equilibrios de consumo y producción, empobreciendo, convenientemente barnizada de verde, la vida de las personas que necesitamos calefacción, electricidad, telefonía y transportes para vivir, es decir, la mayoría de la población.
Al COVID19 se le ve el plumero
Dos palabras para mostrar cómo por la vía del acto fallido freudiano13 la virasis que nos asola ha abierto el camino de procesos normativos muy diversos, que nada tienen que ver con una patología y que revelan parcialmente cómo la pandemia se está utilizando para fines muy distintos de la mera protección de la sociedad. Cuando los dirigentes sociales hablan de diversos aspectos del tratamiento y evolución del padecimiento, se escapan expresiones (¡el lenguaje, una vez más revelador de lo que hay detrás de las apariencias!) absolutamente ajenas a la medicina y prevención sanitaria.
Por ejemplo, la prevención de contagios procurando minimizar los contactos con portadores del virus se favorecería mediante confinamiento de poblaciones, barrios o provincias: en medicina no existe la palabra confinamiento, propia de los campos de concentración soviéticos y nazis, sino aislamiento, una práctica que incluso podía ordenarse por autoridades civiles, por ejemplo para enfermos con enfermedades infectocontagiosas muy activas, como la tuberculosis bacilífera. Otra equivalencia de significado inequívoco es el de reclusión domiciliaria, que tiene su equivalente perfecto en arresto domiciliario por causa penal. Cuando se habla de imponer mayores restricciones a la movilidad, con objeto de disminuir la diseminación de contagios o los viajes de portadores del virus, la expresión más utilizada por las autoridades es endurecer las medidas, lo que recuerda inevitablemente a las tácticas de ejércitos de ocupación a una población insumisa o rebelde a las imposiciones de los dominadores.
Si comienza a advertirse disminución en la morbimortalidad por la enfermedad en la población, la expresión más contradictoria, de substrato claramente violento, es la de doblegar, es decir, iniciar la sumisión del adversario por métodos escasamente pacíficos. Finalmente, cuando la incidencia de la enfermedad en la población mengua, el término más empleado para expresar la progresiva suavización de las medidas higiénicas y preventivas es el de desescalada. «Vencido y desarmado el enemigo», procedemos a desescalar las medidas coercitivas. ¿Cómo se les queda el cuerpo tras leer esto? Cuesta trabajo imaginar al amigo Carlos de Foucauld ejerciendo su labor misionera en Tamanraset, empleando tal terminología, aunque procediese del ejército francés. Las conclusiones son más que evidentes.
Habiendo emoticonos ¿para qué necesito la lengua?
Cierto. Un perro enfadado no precisa decir te voy a morder, porque su actitud habla sin palabras. El problema más importante de tal comunicación radica en que la capacidad expresiva se limita a muy pocos y elementales mensajes y, desde luego, es inasequible a la conceptualización (fig. 4).

Un simple emoticono puede ser una forma de comunicación simple para mensajes simples, en la mayoría de los casos como forma de acuse de recibo, otras de rechazo o aprobación o felicitación (aunque no pocas veces lo que oculta es que no se ha leído tal mensaje enviado electrónicamente y dispensa de hacer comentarios, lo que ocurre con harta frecuencia y se suele notar). Pero en demasiadas ocasiones, un mensaje verbal se acompaña de un emoticono absolutamente innecesario, siguiendo una moda poco razonable, impuesta progresivamente; expresiones de aprobación o rechazo verbalmente explícitas no necesitan la corroboración de un muñequito, una mano o un dibujo estandarizado. No pocas veces se sobreabunda en la corroboración del mensaje escrito con innecesarios emoticonos, que parecen actuar como fedatarios de lo dicho: sobran.
Pero si se pretende enviar un mensaje complejo, no digamos ya una formulación complicada, por vía del WhatsApp, la cosa resulta absolutamente imposible. De ahí que hace alrededor de 300.000 años, el desarrollo hominizador posibilitase la progresión exponencial del Homo a través del perfeccionamiento simultáneo de la habilidad manual y la fonación. Dice Homero tantas veces eso de las gentes de lenguaje articulado que parece que el berrido y cacareo que retorna no estaban muy desarrollados en remotas épocas, cuando la Ilíada y la Odisea se recitaban antes de ponerse por escrito hacia el siglo IX a.C.
Sin lenguaje no hay vida propiamente humana y eso es tan evidente que el primer dominio del que se apoderan los tiranos es la lengua.
1 F. Lázaro Carreter: El dardo en la palabra (2.ª ed.), Barcelona: Galaxia Gutenberg, 1998.
2 B. Pastor Artigues: Las perversiones de la lengua, Barcelona: Planeta, 2001.
3 F. Abad Alegría: Cómo nos controlan, Zaragoza, 2017, pp. 82-88, <https://dialnet.unirioja.es/servlet/libro?codigo=680511>.
4 J. Ortega y Gasset: La rebelión de las masas (15.ª ed.), Madrid: Espasa Calpe, 1961.
5 P. Veyne: La sociedad romana, Madrid: Mondadori España, 1991, p. 262.
6 Ortega y Gasset: o. cit., pp. 39-40.
7 F. Abad Alegría: «Tuteo por decreto», El Cuaderno, 27-12-2019, <https://elcuadernodigital.com/2019/12/27/tuteo-por-decreto/>.
8 Una etiqueta de jamón loncheado de hembra de cerdo (3 Reyes, Teruel) reza «jamón curado hembra», como si el jamón tuviese sexo, en lugar de decir «jamón de cerda curado». En ocasiones se acerca una persona, gentil voluntaria, pidiendo una aportación «para el cáncer», en lugar de aclarar que se trata de luchar contra esa patología, no de hacerla más rica con el dinero que aportan los donantes, con una expresión tan simple como «contra el cáncer».
9 Heraldo de Aragón publica un titular el 17-2-2021 que haría temblar de inseguridad al mismísimo Superman: «La DGA dispuesta a desconfinar este jueves Zaragoza capital», de modo que no sabemos si está en disposición de tomar esa medida, o si proyecta hacerlo o sencillamente lo prevé; un titular de Libertad Digital del 9-2-2021 reza «De la URSS solo queda en pie la memoria de Lenin en su sarcófago», con lo que resulta difícil enterarse sin atragantarse con la poco enjundiosa información que pretende introducir el titular, de si la URSS exhibe la momia de Lenin en pie o ha hecho la heroicidad de mantener en pie una memoria, de suyo inmaterial e intangible, ajena a las leyes de la gravitación universal.
10 Cuando nos escupen a la cara términos que significan exactamente lo contrario de lo que pretenden indicar, como álgido por máximo cuando significa lo contrario, el algor, la caída de un fenómeno agudo, o lívido por pálido, cuando realmente corresponde al amoratamiento, muy patente en las zonas de decúbito de un cadáver acostado en una posición fija, supina generalmente, tenemos la convicción de que la costumbre de hablar impropiamente se ha hecho ley y de que, a poco tardar, además será acatada sumisamente por la Real Academia, como tantas otras violencias lingüísticas. Necedades como enganchado, empleado como sinónimo de adicto, ferviente aficionado a algo, que provienen del mundo de la drogodependencia (estoy enganchado a la serie Zinc y metralla y su familiar coloquial, íntimamente unido, tengo mono de Caca-Kola, expresión de una vehemente dependencia o necesidad) o la elevación a categoría jerárquica de la inclusión de un dato de cualquier tipo en una base de datos o archivo de imágenes, metamorfoseando un puro acto de mecánica informática en subir a…, se entiende muy bien que el escudero Sancho Panza estuviera enganchado a la olla podrida o bajase del salón de Gobierno de la ínsula Barataria, harto de tanta gili…, quería decir majadería. Cierto que la lengua es algo vivo y que evoluciona, pero no resulta fácil asumir que involuciona, aunque sí por qué y quiénes son sus verdugos, aparte la ley de la gravedad: para abajo, siempre hacia el suelo. En fechas recientes se ha generalizado la influencia hinduista en la población de comunicadores (es un decir) y expresiones como mantra, empleado como sinónimo de fórmula breve y repetitiva, originada en un modo de oración litánica de origen hinduista (con su correspondiente gestual en forma de mudra) ha desplazado al tradicional término de consigna, instrucción o, si quieren ir de cosmopolitas, eslogan, y resulta difícil de entender por quienes sufrirían un colapso si alguien les mencionase de pasada a Patañjalí, autor del Yogasutra, muy cercano a la praxis psicológica y religiosa del mantra. También comienza a tomar fuerza la expresión karma, como sinónimo de mérito o valía adquirida, cuando en realidad significa la acumulación de méritos o deméritos por los hechos, pensamientos o deseos, virtuosos o malos, que determinarán la permanencia en el sansara, la rueda inagotable de las reencarnaciones hasta la liberación final nirvánica. No hay muchos ejemplos que buscar, porque saltan a la cara en escritos o tertulias, incluso de presumido buen nivel: «Así intenta engañarnos la izquierda con el mantra de las viviendas vacías», Libertad Digital, 19-2-2021; «Los 6 gráficos que desmontan el mantra del efecto capitalidad madrileño», Libertad Digital, 12-2-2021; «Dos expulsados en una noche trastornan el karma en Maestros de la Costura», Heraldo de Aragón, 16-2-2021.
11 La perla de titular de Heraldo de Aragón de 11-2-2021 que dice «Piden 15 años de cárcel por una violación en un cobertizo de Aínsa» deja en el aire si la sustitución de una posible mullida colchoneta habría menguado la tosquedad del cobertizo, albergue de la desordenada pasión desahogada y la consecuente penalización judicial; cuando un titular de OK Diario de 11-2-2021 dice «Steven Spielberg, premio Génesis por su labor por el antisemitismo y contra toda intolerancia», alguno creería que este cineasta de origen judío lucha a favor y no en contra del antisemitismo; un titular de Heraldo de Aragón de 17-2-2021 reza «Mascarillas solidarias con los afectados por el síndrome de Angelman», asumiendo que unos objetos protectores del contagio por virus SARS-COV2 son capaces de solidarizarse con los afectos de una importante patología neuropsiquiátrica; el mismo periódico titula el 9-2-2021 «El clima errático ralentiza la economía» sumiéndonos en la perplejidad al saber que clima es sinónimo de climatología o tiempo meteorológico y que además puede ir por ahí, dando tumbos de forma errática, cuando creíamos que podía ser cambiante en breves periodos de tiempo, de pluviosidad, temperatura o ventosidad: tenemos mucho que aprender.
12 S. Levitsky y D. Ziblatt: Cómo mueren las democracias, Barcelona: Ariel, 2018, pp. 16.
13 S. Freud: Psicopatología de la vida cotidiana, Madrid: Alianza, 1966, pp. 254-257.

Francisco Abad Alegría (Pamplona, 1950; pero residente en Zaragoza) es especialista en neurología, neurofisiología y psiquiatría. Se doctoró en medicina por la Universidad de Navarra en 1976 y fue jefe de servicio de Neurofisiología del Hospital Clínico de Zaragoza desde 1977 hasta 2015 y profesor asociado de psicología y medicina del sueño en la Facultad de Medicina de Zaragoza desde 1977 a 2013, así como profesor colaborador del Instituto de Teología de Zaragoza entre los años 1996 y 2015. Paralelamente a su especialidad científica, con dos centenares de artículos y una decena de monografías, ha publicado, además de numerosos artículos periodísticos, los siguientes libros sobre gastronomía: Cocinar en Navarra (con R. Ruiz, 1986), Cocinando a lo silvestre (1988), Nuestras verduras (con R. Ruiz, 1990), Microondas y cocina tradicional (1994), Tradiciones en el fogón(1999), Cus-cus, recetas e historias del alcuzcuz magrebí-andalusí (2000), Migas: un clásico popular de remoto origen árabe (2005), Embutidos y curados del Valle del Ebro (2005), Pimientos, guindillas y pimentón: una sinfonía en rojo (2008), Líneas maestras de la gastronomía y culinaria españolas del siglo XX (2009), Nuevas líneas maestras de la gastronomía y culinaria españolas del siglo XX (2011), La cocina cristiana de España de la A a la Z (2014), Cocina tradicional para jóvenes (2017) y En busca de lo auténtico: raíces de nuestra cocina tradicional (2017).
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Fotografía: El cuaderno digital