Por: M. Elena Méndez. Iberoamerica Social. 20/08/2019
“Gente sacando fotos a la persona que no aguantó más y se tiró en el Costanera Center. Esas no son personas, son zombies, están muertos hace rato, sólo que no se han dado cuenta porque producen y consumen, y creen que eso es vida.”
Comentario en redes sociales ante un nuevo suicidio en un centro comercial.
Hoy en día existe la percepción de que Chile vive una crisis que se expresa en un malestar, que ha ido tomando formas psicopatológicas en la medida que se prolongan las condiciones sociales adversas. El malestar psicológico se muestra públicamente, y ya no se trata de casos aislados o identificados dentro del porcentaje esperado para una población. Ocupando un lugar tan evidente en la vida social, este malestar parece dar cuenta de un conjunto mayor de problemas. Aún así, existe en el ámbito profesional el impulso de individualizarlo para su abordaje, pero la escucha a las personas que lo manifiestan, muestra que la comprensión del malestar requiere indagar en una relación con el tipo de vida, y el tipo de relaciones que se establecen en la actual sociedad, nacida de los cambios en la doctrina económica y las relaciones que de esto derivan.
Los orígenes del malestar
Desde los años 80 la vida de los chilenos ha ido cambiando con la introducción de las políticas neoliberales. El proyecto político-económico neoliberal hizo transformaciones en la sociedad y éstas cambiaron al sujeto, que se siente atrapado en ella, y que tiene la sensación de estar luchando permanentemente por la supervivencia, en especial, si se encuentra dentro de la población más desfavorecida económicamente.
El neoliberalismo, tal como se experimenta en Chile, ha extendido la lógica de mercado hacia otras actividades y áreas de la vida humana, originando una subjetividad basada en la competencia entre las personas. Como un credo sitúa un ideal de vida centrado en el éxito, al que se llega si se tiene un alto rendimiento. Basta ver, como ejemplo, las páginas de contactos profesionales, que exhiben trofeos y autodescripciones donde abundan los triunfos personales.
Inestabilidad y crisis permanente:
Constantemente se están viviendo crisis en lo económico, una enfermedad es signo de ruina, y producto de la privatización de las jubilaciones, la población comienza a sentir que ha perdido todos los esfuerzos de su vida, puesto que una historia de trabajo y ahorro para la vejez, ya no es una seguridad para el futuro.
Las trayectorias de trabajo son cambiantes, inestables, y esto implica tener que enfrentar la ruptura con la elección vocacional y la historia laboral pasada. Éste es un momento clave para la comprensión del malestar: el reconocer las pérdidas, y luego poder elaborarlas. Una pérdida de trabajo puede ser identificada, pero se hace más difícil reconocer qué es lo que se ha perdido con ello: un lugar específico en la sociedad, la libertad, la seguridad o un aspecto de la identidad. Por eso se deambula en la angustia y la confusión, con la farsa de las distracciones que provee el consumo.
El sujeto neoliberal
Las lógicas capitalistas, se han traspasado a los ideales de sujeto, la acumulación ahora es un propósito de vida y es común la utilización de conceptos del registro de la economía para la explicación de la subjetividad: el asumir su nombre, y oficio “como una marca”, el pensarse “como empresa”, “gestionar o administrar las emociones” o “comprar una idea”.
El neoliberalismo ha ido creando un nuevo tipo de sociedad, con otras formas de relación social, y con ello ha emergido un nuevo ideal de sujeto, que asume su vida como un riesgo y no tiene descanso para superar sus marcas de triunfo: en ganancias, títulos, rendimiento. El sujeto de la sociedad neoliberal es un triunfador, capaz de lograr lo que desee. Es el único responsable de su destino, concibiéndose como un ser ajeno a las influencias de otros factores más que de su propia individualidad y capacidad.
A lo largo de su vida una persona en esta sociedad neoliberal debe enfrentar la inestabilidad muchas veces. Los cambios de trabajo son más frecuentes, y esto trae la necesidad de reinventarse, y el llamado permanente es a “reciclarse” para seguir siendo “competente”. El valor de las personas está, en gran parte, puesto en lo externo, dependiendo de la “capacidad de venderse” y de tener éxito. De esta forma también podrá acceder a señales de reconocimiento de esta valía personal, en la capacidad de compra y de acumulación.
Para lograr ser un triunfador el sujeto producido en la sociedad neoliberal es inhumano y agresivo: no es ético. El mandato a ser ganadores es también experimentado con ideas de culpa y persecución, en tanto que la dificultad para cumplir todas estas expectativas se internalizan en una autoimagen de inutilidad y fracaso.
El malestar como depresión, pérdida, desesperanza
El malestar no es pensado, no tiene espacio en la vida social para ser significado. La sociedad neoliberal promueve el aislamiento para el logro de metas de ganancia y éxito, lo que hace más difícil comunicar y enfrentar los momentos más críticos. Apenas encuentra un lugar en unos pocos caracteres en alguna red social para tener un desahogo momentáneo, el que se perderá entre miles de otros, de quienes pueden escribir sobre su hastío del sistema, para luego volver a una rutina de trabajo.
El no poder cumplir con los ideales de éxito y competitividad llevan a las personas a experimentar una sensación de pérdida y minusvalía personal. Y al contrario de una respuesta acorde con la exigencia de rendimiento y competitividad, aparece la respuesta depresiva: la anergia, el cansancio, la falta de motivación para el trabajo. La exigencia de sobresalir, ser ganador es reemplazada por un deseo de ocultarse y evitar enfrentarse en público con esa autoimagen desvalorizada.
El ejercicio de la clínica y el trabajo expresivo va mostrando el contenido de los síntomas depresivos, y éstos se relacionan con la diferencia entre los ideales de éxito y la realidad personal, que es experimentada como fracaso. Y esos ideales de éxito son impuestos externamente por esta nueva cultura de competencia, con metas que tampoco han sido significadas o cuestionadas en su totalidad desde el propio sujeto.
Cuando la elaboración intrapsíquica de los sentimientos de minusvalía y pérdida se ve imposibilitada -como suele ocurrir en la actual sociedad de aislamiento e inmediatez- se sientan las bases para la sensación de malestar crónico. Finalmente, las personas sienten que no tienen control sobre sus vidas, cayendo en un sentimiento de desesperanza e impotencia, pues se perciben ensayando sin descanso, nuevos intentos, formas de trabajo, nuevos caminos, para un bienestar que no llega.
La desvalorización y el miedo al fracaso, pueden llevar a un trabajador a aceptar condiciones y ambientes laborales dañinos, poniendo en riesgo su salud, pero con un mayor peligro para quienes presentan algún grado de vulnerabilidad biológica, social o psicológica, cuya compleja interacción se relaciona con un sufrimiento psíquico profundo y de alta gravedad.
La respuesta al malestar desde los espacios del poder
El esquema neoliberal trae consigo una particular forma de concebir las políticas de salud mental. La respuesta al malestar, expresado como patología mental, está mediada por este nuevo ordenamiento: creando intentos de subjetivación a partir de manuales y protocolos cuya lógica es la optimización de los recursos (humanos, materiales) para volver rápidamente al funcionamiento en el sistema.
Las propuestas actuales intentan otorgar atención a través de “dispositivos” asistenciales para la atención del problema que se denomina “mental”, con escasa reflexión acerca de las características y dimensiones del malestar psicológico, sus múltiples causas y sus ramificaciones en diferentes aspectos de la vida humana. Es cierto que la capacidad de atención de salud mental es aún muy baja, pero no basta con aumentar la cobertura de atención psicológica y psiquiátrica en los servicios de salud si nada cambia a nivel de la estructura económico- social del país.
Las normas, manuales de tratamiento, también ordenan las expectativas y van formando idealizaciones de lo que un individuo – el paciente- debe ser en este ordenamiento de la sociedad. Y llegan a controlar las prácticas de quienes operan como trabajadores y profesionales de la salud mental, los que pueden caer en un ejercicio laboral despersonalizado, planificado incluso antes de escuchar desde el propio sujeto o paciente de qué trata su malestar, su sufrimiento psíquico. El profesional de salud de esta sociedad neoliberal aún no comprende que en la medida que no exista una crítica y cuestionamiento a los modelos de intervención impuestos, se llega a ser un aliado de esa forma de poder.
Abordar el problema del malestar psicológico a nivel colectivo requiere de una reflexión que reconozca su relación con fenómenos y factores sociales e históricos. Siendo tan frecuentes las quejas por incapacidad de vivir al ritmo y en las condiciones que hoy exige este sistema, parece increíble que aún no se haya planteado con seriedad la posibilidad de generar cambios.
La respuesta institucional, intenta homogeneizar todo malestar psicológico, y lo lleva a la individualización, situándolo en el mismo sujeto, en su propio mundo psíquico (en la voluntad de mejorar, o en la sola hipotetización biológica). El malestar es concebido, como una condición en el propio sujeto, en su irresponsabilidad o falta de competencia. De esta forma las estructuras de poder se desdicen de posibles cambios estructurales.
La vida enmarcada en actividades para producir, consumir y acumular es una vida sin sentido. Y en esta sociedad neoliberal sí hay espacio para quienes se alejaron de los rasgos de humanidad, eso que hace a las personas empáticas, comprensivas, compasivas. Hoy hay espacio para pensar que un intento de suicido es una molestia, una interrupción en la rutina para quienes son los buenos sujetos del neoliberalismo, y que priorizan seguir su trayecto para no llegar tarde al trabajo.
Para éstos, un suicidio ya no es el acto de una persona desesperada porque no logró la cura a su malestar, porque la atención profesional no alcanzaba o porque se rindió ante el sin sentido. El malestar y la comunicación de sufrimiento son vistos como actos para “molestar”, “llamar la atención”. Y fotografiar a aquél que ha caído, porque fue “incapaz” de vivir y competir en el sistema, le da por un momento la ilusión de superioridad, un goce momentáneo, todo en una muestra de lo que es capaz de producir la inhumanidad de un sistema.
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Fotografía: Iberoamerica Social