Jorge Salazar García. 13/05/2018
El día 9 de mayo, en las redes sociales, se difundió un llamado para participar en la marcha organizada por grupos de madres de desaparecidos. Se informaba que saldrían a las 10:00 horas del panteón Palo Verde rumbo a la plaza Lerdo. Cuando me dirigía al punto de partida señalado, desde el autobús observé en la avenida Xalapa, pasando el Museo de antropología, a personas caminando y portando carteles, en los cuales estaban plasmados los rostros de jóvenes y el nombre de la organización: se trataba del Colectivo por la Paz. Al ver tan pocos, decidí bajarme del transporte para acompañarles. “Seguramente se reunirán en el centro de la ciudad con los otros del panteón”-pensé-. Eran alrededor de 70 personas, en su mayoría mujeres, quienes sostenían las imágenes de sus desparecidos; abajo de sus rostro pude leer los nombres de Oscar, José Luis, Alfredo, Charlie, Sara, Nohemí, Ramón, Luz, Armando, Carlos, Héctor, Eduardo, Jorge, Santiago, Ana, Marina, Diego, Rodrigo, Raphael, Juan José, Emma, Félix, Alejandro, Israel, Pedro, Oscar, Josefa, Edith, Marco y Rubén…; casi todos con edades comprendidas entre 16 y 35 años. No se coreaban consignas. Marchaban en silencio; apenas si algunos dialogaban entre si, lo hacían a murmullos. Ahí iban los papás, hijos, hermanos, tíos, abuelos y madres de los desaparecidos, exigiendo se investigue el paradero de sus seres queridos. Al disminuir el paso en uno de los cruceros, viendo la foto del cartel que sostenía con sus manos una mujer, le pregunté: –¿es su hijo, señora?– “Si”– me contestó; y agregó-“me quitaron al amor de mi vida; mi único hijo”. Los dos callamos; ella, inundada por el dolor que brotaba incontenible de su alma y yo por respeto solidario. Todavía sin reponerse, con mucho esfuerzo, logró decir- “nunca dejaré de buscarlo”. Antes de que su voz se quebrara y las lágrimas incontenibles desbordaran sus ojos, se preguntó a si misma- “dónde estará mi hijo”.
Llegamos al Monumento a la Madre y desde este simbólico lugar los colectivos exigieron, por enésima vez, respuesta a su demanda principal: “vivos se los llevaron, vivos los queremos”. “Hoy estamos peor que antes“, dijeron, al referirse al aumento de secuestros, impunidad y negligencia Estatal. Estando allí (confluencia de Juárez y Ávila Camacho) llegaron otros colectivos procedentes de la Plaza Lerdo e igual que el anterior manifestaron su voluntad de mantener su búsqueda, hasta encontrar a sus hijos. Más nombres, más dolor, más tragedia, más agraviados se encontraron frente a la estatua de aquella madre que levanta a su bebé, orgullosa, amorosa y alegre, como símbolo de impulso vital. Fue en este segundo contingente, donde vi a mis queridos amigos Rosa Elena y a su esposo Antonio Viveros quienes desde marzo de 2014 buscan, siempre angustiados y con el alma en vilo, a su hijo (secuestrado a los 21 años de edad, en Vega de Alatorre) Antonio de Jesús Viveros. Pude percibir que su dolor por la ausencia de Jesús poco o nada a disminuido. Hay en sus rostros, permanentes expresiones de tristeza. Sin embargo, como en las otras madres, conservan en sus ojos esa esperanza que nutre su voluntad inquebrantable para seguir adelante.
Pocos, muy pocos ciudadanos acudieron al llamado; lo cual interpreto, no como ausencia de sensibilidad, sino como efecto del miedo que la “guerra contra el narco” ha implantado en la sociedad mexicana. No obstante, hay que destacar la participación de los medios y de algunos xalapeños identificados con el zapatismo y otras luchas sociales. Indudablemente la infame guerra de odio desatada por el Estado, ha logrado inhibir el sentido de solidaridad. En muchos lugares, el tejido social se ha perdido y la confianza en las autoridades responsables de la seguridad es casi nula. Por esta causa, en las colonias, los vecinos se organizan para protegerse. De algún modo puede decirse que son colectivos de autodefensas cuyo propósito es evitar el robo, extorsión, asalto o secuestro. Ante la incapacidad oficial, colocan cámaras de vigilancia, alarmas, avisos amenazantes (“Si te agarramos te linchamos”) para cuidar sus vidas y patrimonios.
Casi no hay familia que no haya sido lastimada, directa o indirectamente, por la ausencia de Justicia y por los abusos del poder. La inseguridad y secuestros han crecido tan dramáticamente que el mismo Comité contra la Desaparición Forzada de la ONU ha calificado esta situación como TRAGEDIA y Crisis humanitaria. Millones de mexicanos impotentes, como reces al matadero, esperamos azorados y paralizados nuestro turno al cadalso.
Aunque la ausencia de Justicia en nuestro México sea sistémica, los familiares de los desaparecidos o ejecutados tienen el derecho de saber la verdad. Los gobiernos de los tres niveles, sin importar el color partidista, deben aceptar la creación de una comisión ciudadana de la verdad para atender expedita y confiablemente los casos presentados. En Veracruz se debe insistir al gobernador autorice la búsqueda en los 25 puntos del Estado donde se presume la existencia de fosas clandestinas.
Si este diez de mayo, decenas de miles de madres en el país no tuvieron el cálido abrazo de sus hijos, al menos permítanles a ellas abrazar la verdad. Sus heridas jamás serán sanadas del todo, pero la paz, al fin, podría llegar a sus corazones.