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Humanismo e izquierda popular: un aporte a las definiciones de nuestro campo político

por RedaccionA mayo 14, 2025
mayo 14, 2025
9

Por: Ale Kur. 14/05/2025

Cuáles son las definiciones político-ideológicas que necesita el campo popular, qué rol juega allí el humanismo y cuál es la traducción política que hace falta. Un debate sobre la vigencia de la izquierda popular.

Es indudable que el campo popular se encuentra en un momento de redefiniciones en el marco de la derrota electoral de 2023 y la experiencia ultraderechista inaugurada con el gobierno de Javier Milei y fortalecida a nivel global por el ascenso de Trump. En el terreno de las identidades político-ideológicas esta situación se ve atravesada por elementos como el crecimiento de un “anti-progresismo” o neo-conservadurismo de sectores que plantean volver a una “ortodoxia peronista”, o inclusive (sobre todo en las redes sociales) a la seguridad brindada por los valores de la fe religiosa.

Por otro lado, también los polos y reagrupamientos políticos más progresivos de la etapa se referencian mayormente en la identidad peronista, aunque en este caso desde una mística “nacional y popular” (que puede incluir “nuevas canciones” como en el caso del gobernador Axel Kicillof, o rechazarlas de plano como en el de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner). La izquierda tradicional continúa también siendo una de las referencias del campo popular, pero no parece romper el techo de su ubicación minoritaria. 

Por último se encuentran las corrientes que provienen de la experiencia que en algún momento se dio la denominación de “izquierda popular”. De estas, algunas todavía sostienen esa definición, aunque su uso se ve cada vez menos. Otras en los últimos años comenzaron a construir un nuevo perfil: en el caso de Juan Grabois y el Frente Patria Grande lanzaron el movimiento “Argentina Humana” y con ello introdujeron una interesante definición como matriz ideológica: el humanismo.

En ese marco, uno de los múltiples disparadores para esta reflexión fueron las recientes declaraciones de Grabois en relación a docentes y médicos del sector público, que abrieron un importante debate en las redes sociales. Estas declaraciones no son el tema específico de esta nota, pero sí un elemento que redobla la necesidad de pensar cuáles son las definiciones político-ideológicas que necesita el campo popular, qué rol juega allí el humanismo y, sobre todo, qué tipo de humanismo necesitamos.

Y por último pero no menos importante, cuál es la traducción política que hace falta para esa matriz de pensamiento. Es decir, el debate sobre la vigencia de la izquierda popular.

Por un humanismo laico, progresista e interseccional

1. La definición de humanismo es realmente valiosa para el campo popular porque pone el centro en lo que es realmente lo más importante para todos nosotros: los seres humanos, los Derechos Humanos, la vida y dignidad de todas las personas. Esta definición puede parecer obvia o redundante pero no deja de ser la fuente de todo lo que somos y pensamos. En un mundo donde la derecha logró en los últimos años introducir una verdadera militancia de la crueldad, del resentimiento, el odio y la violencia, se vuelve fundamental volver al punto de partida esencial: lo que nos guía son los valores de la empatía, la inclusión, la comunidad, el desarrollo y la felicidad colectiva. 

Más de conjunto, este punto de partida que es ético-moral choca de lleno con la lógica esencial del neoliberalismo instalado en el mundo desde hace ya medio siglo, una máquina de generar exclusión, opresión, desigualdad, abandono y falta de sentido en el mundo.

La visión humanista implica una mirada universal, opuesta a los particularismos nacionales, étnico-raciales, etc., y por lo tanto sirve para unir todo lo que está fragmentado y hasta enfrentado por las condiciones existentes. 

Otra ventaja de la definición humanista es que no se trata de identificarse de antemano con un sistema económico o político específico, sino de intervenir con las herramientas existentes y con las que se puedan crear en función de mejorar la vida de las personas. Esto a la vez introduce la flexibilidad para poder pensar soluciones pragmáticas, y la firmeza ideológica para que esas soluciones siempre estén al servicio de mejorar la vida de los de abajo.

El humanismo que necesitamos es laico y progresista

2. Si bien las religiones pueden otorgar estructuras ético-morales compatibles con el humanismo y en muchos casos existen movimientos humanistas progresivos inspirados en la religión (como fue históricamente la Teología de la Liberación), volver a una visión del mundo construida desde principios irracionales es un paso atrás con respecto a los avances de la modernidad y de una comprensión que por lo menos intente ser científica y materialista. Pero más aún, volver a miradas religiosas deja la puerta abierta a empalmar con los valores históricamente conservadores de esas religiones, y por lo tanto retroceder con respecto a las luchas de diferentes colectivos oprimidos como las mujeres y las personas LGTB.

Por otro lado, para ser realmente emancipador, el humanismo debe ser independiente de las instituciones religiosas como la Iglesia Católica. No se trata tampoco de volver a un infantilismo ultraizquierdista que considere a la religión y la Iglesia como enemigas: es fundamental respetar las creencias populares, e inclusive comprender que en varios terrenos la Iglesia Católica está actualmente a la izquierda de las posiciones neoliberales globalmente dominantes. Pero esto no implica perder de vista que la Iglesia no es una institución emancipadora sino históricamente conservadora (literalmente, la institución más tradicional de toda la historia occidental), y que además muchas veces juega un rol político de contención social contrapuesto al impulso de las luchas necesarias para cambiar las cosas.

3) El humanismo debe tener una mirada interseccional, que pueda reconocer y combatir las opresiones de clase, de género, étnico-raciales, colonialistas-imperialistas y de todo tipo. Es decir, “humanismo” no debe ser una visión contrapuesta a las perspectivas clasistas y feministas, sino una matriz que integra el combate contra todas las formas específicas de opresión. Por ello, no tiene sentido contraponer al pobre con el trabajador, o las peleas por el aborto legal con las necesidades económicas de las grandes mayorías: se trata de unir las necesidades de todos los sectores populares y subalternos para darles una salida en común.

Sigue siendo necesaria la Izquierda Popular

4) Si el humanismo es una matriz de valores y cosmovisión general, todavía resta definir qué forma más concreta debe adquirir en la construcción política: la izquierda popular. 

En nuestro país existen muchas tradiciones-identidades desde las cuales históricamente los sectores populares dieron sus peleas. Todas ellas son parte de nuestro campo político y todas tienen mucho que aportar para elaborar una salida colectiva. Sin embargo, eso no quiere decir que sus premisas y cultura político-ideológica sean las necesarias para avanzar.

En particular, la identidad hegemónica en el campo popular es hoy el peronismo. No se trata aquí de menospreciar el rol histórico del peronismo en expandir el nivel de vida y los derechos de la clase trabajadora y los sectores populares desde 1943, ni negar el mérito de los gobiernos kirchneristas 2003-2015 en la recuperación de las condiciones de vida de los de abajo luego de la gran crisis del modelo neoliberal. Tampoco de negar el hecho objetivo de que los referentes políticos que hoy son una alternativa viable a la derecha pertenecen al peronismo. Pero sí es importante señalar que el peronismo es desde su origen histórico una cultura política con una matriz verticalista-personalista y bonapartista, es decir, que se ubica por encima de la división derecha-izquierda y puede oscilar política e ideológicamente entre esos polos según el momento, lo que también le permite incluir a sectores abiertamente reaccionarios.

5) La cultura política que necesitamos construir es una que sea profundamente democrática, pluralista, que reconozca referencias y liderazgos pero no caudillos. Una cultura política que encuentre su centro de gravedad y su lugar más natural en los movimientos y organizaciones sociales, en las iniciativas y luchas populares que surgen desde abajo, en las formas comunitarias propias de la sociedad civil. 

Esto no quiere decir que debamos despreciar a las instituciones estatales, que tienen un rol absolutamente central en conquistar y consolidar mejoras para los de abajo. Está claro que pelear por el poder político sigue siendo el objetivo más prioritario y el organizador de toda la acumulación militante del campo popular. Está claro que es necesario ser gobierno para desarrollar una amplia batería de políticas públicas progresistas, de inclusión social, de desarrollo con distribución de riqueza. Pero también hay que entender que estas instituciones no pueden ser el único centro de gravedad de cómo se piensa, construye y articula la política, porque eso implica construir una lógica que se aleja de las personas, de sus necesidades y deseos, de su participación, de su fuerza combativa y hasta de su apoyo.

6) La cultura política que debemos construir es también una donde los referentes y especialmente los funcionarios públicos deben ser moralmente intachables, con una trayectoria coherente de compromiso con los de abajo, con una forma de vida que se parezca a la de la gente común y corriente y no a la de la farándula o los grandes empresarios. Una política que le sirva a los sectores populares no puede ser asociada con una “casta” especial porque pierde potencia transformadora, porque se vuelve indistinguible de la política de los de arriba y de esa forma también se vuelve muy poco atractiva en lo electoral e incapaz de proyectar ningún tipo de hegemonía.

7) La cultura política que necesitamos es también una donde esté muy claro dónde está parado cada uno. Si bajo una etiqueta político-ideológica o bajo un mismo sello partidario pueden identificarse tanto sectores que luchan contra la derecha como sectores que le votan todas las leyes y colaboran de todas las formas posibles, si se pueden asociar tanto políticos que fueron partes de gestiones progresivas como funcionarios y dirigentes que fueron neoliberales, conservadores y/o corruptos, entonces claramente esa etiqueta y ese sello partidario no es lo que los sectores populares necesitamos para avanzar. 

8) No se trata por supuesto de caer en miradas sectarias que construyan reductos “puros” pero totalmente impotentes para incidir en la realidad. Cualquier orientación política que no sea infantil parte de comprender la necesidad de alianzas tácticas con sectores peronistas, y que la principal hipótesis de gobiernos populares en este período sigue siendo con dirigentes peronistas a la cabeza (y hoy especialmente bajo la figura del gobernador Axel Kicillof). Pero esto no implica perder una mirada más estratégica de que a largo plazo, la construcción que acumula elementos más valiosos y duraderos es la que construye un nuevo tipo de cultura política, lo que también implica construir y fortalecer organizaciones específicas de la izquierda popular.

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