Por: Pradaraul. 31/10/2024
La enajenación llevada a extremo, el fetichismo delirante, lleva a ciertos profesionales, dedicados a análisis económico, partidarios de un paradigma cuantitativo, que supone la división de las disciplinas científicas, como si fuesen reales y no parte de los recortes de análisis, correspondientes a una división del trabajo, dada en un modo de producción, no sólo del capital sino también del conocimiento moderno.
Este paradigma de la división del conocimiento supone un campo económico autónomo, como si funcionara independientemente de los otros campos sociales, el campo cultural, el campo educacional, el campo político, el campo sociológico de las estratificaciones sociales. En realidad, el campo social es integral, articula a todos los campos que lo componen, dando lugar a dinámicas integrales y complementarias, a su vez, da lugar a composiciones complejas en el devenir del campo social.
La economía no puede funcionar sin la gente, sin los sujetos, sin individuos y los grupos singulares y concretos, sin los sujetos sociales, que mueven a los aparatos e instrumentos de la economía. En pocas palabras, sin gente no hay economía. El reducir la economía a una abstracción llevada a extremo, que sirve, por cierto, al análisis operativo, que sirve a la interpretación de los comportamientos cuantitativos de los indicadores económicos, que compone mapas de curvas estadísticas, en el plano de coordenadas cartesiana, es el colmo del economista.
Este economista fundamentalista no solamente cree que la economía funciona sin la gente, sino que, además, la economía se reduce al comportamiento de los indicadores, como si funcionaran solos, de manera autónoma, como si fuesen sujetos, cuya “corporeidad” de reduce a los dibujos hechos a mano por economistas, que una vez que están en el papel o en la pantalla, cobraron vida propia, como arte de magia. Este es un fetichismo elevado a la potencia del delirio.
Del fetichismo de la mercancía hemos pasado al fetichismo del dinero y del fetichismo del dinero hemos pasado al fetichismo de los indicadores. Si antes se suponía, en esta imaginación delirante, que se dan relaciones entre cosas, que las mercancías se mueven por sí mismas, después se derivó en la creencia fundamentalista de que el dinero tiene vida propia. Con sólo tener dinero se hace capital, es decir, se obtiene ganancia y superganancia. Posteriormente se llegó al extremo de creer que los indicadores funcionan por sí solos, que se dan relaciones entre indicadores, que tienen vida propia. Este es el colmo del profesional que cree que el mundo se reduce al aula, después que el mundo se manifiesta en los conceptos y en los indicadores que ha aprendido en el aula. Lo más grave ocurre cuando se profesionaliza, la gravedad consiste en creer que en todo esto se puede contar con la actuación autónoma e independiente de los propios indicadores. Por eso, estos profesionales, convertidos en gobernantes, terminan cometiendo genocidios dilatados. Como la economía funciona sin la gente, funciona por sí sola, con una mano invisible que dirige, como si las mercancías tuvieran vida propia, como sí el dinero funcionará por sí solo, como arte de magia, como si los indicadores tuviesen vida propia, independientemente de los profesionales que los interpretan, entonces, estos magos de la economía creen que pueden dejar hacer y dejar pasar a los indicadores, a las curvas que los representan, modificando sus magnitudes por sí solas. A esto se ha venido a llamar políticas de ajuste económico, que han derivado en conjunto en políticas de ajustes estructural.
La enajenación ha llegado a extremos, el delirio ha cobrado el alcance de la locura, Lo que es un producto de una razón Instrumental, en el marco de la división de las disciplinas científicas, deriva en la creencia religiosa de que el mundo se ha reducido al plano de intensidad de los datos y de los indicadores macroeconómicos. Es así que el análisis económico y su aplicación dogmática se convierte, por esta reducción analítica e instrumental, por esta construcción de los datos, sobre todo por este uso fundamentalista de los datos, en política económica, que asesina, desde los escritorios y los salones de reunión de un grupo singular de sacerdotes del fundamentalismo económico, que han tomado el poder.
Recordando y parafraseando a Pierre Bourdieu podemos decir que el campo escolar no solamente privilegia con títulos nobiliarios, en las ceremonias de unción del capital simbólico de las instituciones académicas, sino también otorga instrumentos de genocidio diferido, que hacen de engranajes en las máquinas de poder de un capitalismo globalizado.
La frustración de estos sacerdotes fundamentalistas de la economía y del ajuste estructural es que sus recetas no funcionan, su cocina aritmética, para decirlo de ese modo, no funciona. Obviamente, en el mundo real, en el mundo efectivo, que supone la integralidad de los planos y espesores de intensidad de la realidad, sinónimo de complejidad, las abstracciones no funcionan porque sólo son representaciones, hechas por los profesionales abocados al caso. Esos hombres que sólo han conocido del mundo la arquitectura de las escuelas y universidades, el espacio de las aulas, las expresiones literarias y estadísticas detenidas en el pizarrón , en su caso, en pantallas de las computadoras individuales, laptop, que se distraen de tiempo en tiempo, en sus vacaciones, en lugares de recreación, que creen también que es una extensión de su mundo abstracto. Entonces cuando se dan cuenta que, por alguna razón, no están funcionando sus disposiciones de política económica de ajuste estructural, sospechan que hay una mano negra que conspira contra la mano invisible del mercado. En consecuencia, mandan a buscar, a perseguir, a capturar y reprimir o anular y aniquilar a esa mano negra, que conspira contra la mano invisible. El recurso de estos gobernantes fundamentalistas de ajuste estructural es insólito, desde el punto de vista de sus creencias economicistas, pues recurren a los aparatos policiales, en otros casos, al ejército, para corregir el curso económico, para hacer desaparecer los obstáculos que obstruyen el funcionamiento limpio y puro de economía.
Esto es lo que ha pasado y está pasando en un mundo dominado por el capital financiero, especulativo y extractivista globalizado. Los que padecen la puesta en escena de esta enajenación y este delirio fetichista son las sociedades y los pueblos que viven, sufren y gozan, en el mundo efectivo, en el mundo mundo real. A los fundamentalistas economicistas no les importa si tienen que morir, en un tiempo diferido, en el corto o mediano plazo, poblaciones consideradas excedentarias. Por ejemplo, los jubilados, que en toda su vida de trabajo han ahorrado su salario diferido. Este salario diferido acumulado, resguardado por el Estado, les es despojado por los sacerdotes fundamentalistas del economicismo más ingenuo, empero cruel, que ha reducido al mundo al cuadro de los comportamientos de las curvas, en el plano cartesiano.
Al final estos nuevos genocidas del capitalismo posmoderno se quedan solos, perdidos en el laberinto de sus representaciones abstractas, reducidas a cifras. Es cuando la locura ha llegado a desbordarse, cuando el mundo real se ha terminado convirtiendo en un infierno, esta vez no por la mano invisible, mucho menos por la mano oscura, que acusan y persiguen los sacerdotes del fundamentalismo economicista, sino por la mano propia de estos economistas monetaristas, que creen que la mercancía, el dinero y los indicadores tienen vida propia.

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ
Fotografía: Pradaraul