Por: Lucía Rivera Ferreiro, Roberto González Villarreal, Marcelino Guerra Mendoza. Columna: CORTOCIRCUITOS. 12/0572023
Todo trabajador enfrenta riesgos laborales, es decir, la posibilidad de sufrir daños derivados del trabajo; para prevenirlos, es común que se diseñen planes de prevención. En el caso las escuelas, pareciera que los riesgos procedentes de su interior, crecen día con día; la relación entre riesgos y medios disponibles para enfrentarlos está cada vez más desequilibrada.
Los niños y niñas que asisten a las escuelas pueden sufrir accidentes; entre los más comunes están las caídas, empujones, tropezones o golpes con herramientas contra objetos inmóviles, por ejemplo, mesas; o contra personas que se desplazan, como puede ser un choque con un alumno que va corriendo por un pasillo o con las mesas de servicio en el comedor.
Todo esto es común, incluso normal, pensarán muchos. ¿O habrá que decir era? La cuestión es que la multiplicidad, frecuencia e intensidad de hechos violentos va en aumento. Veamos primero las múltiples violencias que amenazan a los maestros.
Maestros violentados
Otra fuente de violencia dentro de las escuelas es el acoso laboral o mobbing; comprende una variedad de acciones y conductas hacia un compañero de trabajo o un subordinado, que dañan la estabilidad psicológica, la integridad y dignidad del afectado. Y es que cual deporte nacional, no pocos docentes, directores y supervisores acostumbran practicarlo impunemente en forma de señalamientos públicos, ridiculización, hostigamiento verbal, puesta en duda de las capacidades profesionales, etc.
Falta de expectativas, estrés paralizante, estado depresivo intenso, fatiga mental, disminución de capacidades y por ende, de eficiencia funcional, son algunos de los efectos que sufren los trabajadores cuya labor está relacionada con y depende de la relación con otros, como es la educación, sobre la que además, recaen continuamente fuertes demandas sociales.
Escuelas convulsionadas
Lejano parece aquél enero del 2020, cuando la sociedad mexicana se escandalizó con el caso de un estudiante de un colegio particular que, al estilo de las masacres en Estados Unidos, disparó en contra de sus maestros y compañeros. En aquél entonces, advertimos que las respuestas de las autoridades no solucionaban, únicamente administraban la violencia; desde esa lógica, es más importante castigar al eslabón más visible de la cadena jerárquica, silenciar el tema y apostarle al olvido (De Monterrey a Torreón. La administración de las violencias en la escuela).
Recientemente, tres hechos graves nos recuerdan que administrar no es lo mismo que enfrentar la violencia; nos advierten también que no debemos acostumbrarnos, mucho menos normalizar la violencia hacia los maestros en las escuelas.
- 14 de abril: En universidad del Edomex, matan a balazos a maestro en plena clase
- 6 de mayo: Profesor de telesecundaria de Guanajuato fallece a causa de un fuerte golpe en la cabeza con un balón (Denuncian muerte de profesor tras recibir balonazo en la cabeza);
- 8 de mayo: Estudiante ataca a martillazos a un maestro porque lo reprobó. Maestros protestan, colocando pancartas en las rejas de la escuela. Una de ellas dice: “Yo cuido de mis alumnos, ¿quién cuida de mí? (https://profelandia.com/quien-protege-al-maestro-docentes-se-lanzan-contra-derechos-humanos-tras-agresion-de-estudiante-a-maestro/) y arremeten contra los derechos humanos como la causa del problema. Lo que se sabe hasta el momento, es que el alumno fue expulsado definitivamente de la escuela y boletinado en el subsistema de bachillerato donde estaba inscrito. El caso se encuentra en el ámbito penal.
Desenlace incierto.
Por nuestra parte, consideramos que atribuir la situación a lugares comunes como la falta de valores o el desconocimiento de la autoridad del maestro, no resuelven nada per sé, parecen más bien añoranzas de tiempos idos que no volverán. Responsabilizar a otros mirando la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio es un modo de evadir la parte que a cada quien le toca.
Las preguntas son muchas, las respuestas escasean. La problemática es sumamente compleja, amenaza con desbordarnos. Reconocer La violencia nuestra de cada día, como escribimos hace unas semanas, es el primer paso; después habría que distinguir aquello que tendríamos que exigirle a quienes conducen el sistema educativo que cumplan, y lo que depende de nosotros cambiar a ras del suelo.
Por último, no estaría de más voltear a mirar lo que han hecho los directivos, familias, alumnos y docentes de escuelas que han conseguido mantener a raya la violencia en todas sus formas.
Queda claro que las escuelas no son lugares libres de violencia; más vale que vayamos reconociéndolo en lugar de apostarle al olvido.
En las actuales circunstancias, lo hemos dicho y lo repetimos, callar no es opción.