Jorge Salazar García. 19/04/24
En medio del estercolero de las campañas electorales e intentando conservar la calma ante la guerra sucia legalizada (lawfare) que polariza a los mexicanos en buenos y malos, parece pertinente reflexionar sobre el asunto. Partiremos de dos premisas: 1) Ningún partido asume una postura ideológica definida 2) Los dualismos Derecha-izquierda, capitalismo-socialismo, explotadores-explotados, conservadores-liberales son expresiones retóricas usadas sólo para descalificar, no para convencer.
La primera nace de la ausencia de debates serios sobre ideas, propuestas, programas de gobierno y, más que nada sobre la tendencia ideológica de cada bando. Prevalece una semántica hueca, diluido por ese pragmatismo de mercado donde el dinero es principio y fin. En todos los partidos desaparecieron las asambleas, únicamente las camarillas autocráticas disponen discrecionalmente del poder y las prerrogativas. Se convirtieron, lamentablemente, en eficientes aliados del poder económico omnímodo, que triturando los ideales en máquinas de dinero, nos impone una partidocracia tutelada. Pues, sin excepción, esos institutos públicos han renunciado a su función primordial de promover la democracia.
Hoy encabeza el gobierno un partido presumiblemente de izquierda, que ha incluido en su proyecto aspectos de ese nacionalismo y soberanía abiertamente traicionados por el PRIAN. También ha destinado más recursos a los que menos tienen, aunque sin resolver de fondo el origen de su condición. Nadie debería sentirse traicionado, el régimen jamás prometió cambiar al sistema capitalista. Tan sólo se ha enfocado en ponerle el disfraz de humano recomendado por la gente de Davos y la Agenda 20-30. El neoliberalismo se queda aunque desde el púlpito se condene. No obstante, mantenerse el contubernio entre el poder económico y político sin cambio, la extrema derecha ha decidido combatir a la 4T calificándola absurdamente de comunista. Siembran la narrativa de que en la próxima elección presidencial la disputa es por el país, argumentando que si gana Claudia Sheinbaum impondrá el Socialismo. Morena, por su lado responde que si el triunfo lo obtiene la botarga de la extrema derecha iremos directamente al fascismo.
Ambos señalamientos son convenientemente exagerados con el objeto de legitimar sus respectivos triunfos ante un electorado creyente de que con su voto decidirá el futuro de esta Nación. Cuando lo real es que vivimos en una democracia simulada por un consorcio integrado por los poderes económicos y políticos que AMLO prometió separar. Lo grave y peligroso de aquellas exageraciones es que son implementadas sin importarles la ley ni la pérdida de credibilidad de los partidos. Gracias a estos institutos, reglamentados con leyes diseñadas por el poder económico, es casi imposible que algún grupo de hombres y mujeres, inclinados por una ideología de izquierda, logre conformar un movimiento de masas autónomo. Sus promotores, si militan en un partido de inmediato son ignorados, marginados o expulsados. Algunos líderes, cuando son cooptados, ya encaramados en las dirigencias, adoptan una narrativa populista, depurándola de cualquier referencia de lucha de clases. Una vez alcanzado un hueso juran defender y representar los intereses del pueblo desgarrándose las vestiduras por los pobres.
Así se conformó la actual casta política parasitaria de derecha y de extrema derecha, cuyos miembros sólo vuelven a tener contacto directo con la población cuando se aproximan votaciones.
Tal vez lo más difícil de aceptar para quienes tienen que salir todos los días a cumplir un horario para devengar un salario, sea la orfandad política en la que quedan después de las elecciones. Desmovilizados y azorados ven cómo sus autoridades y dirigentes inmediatos acumulan riquezas rodeados de ostentosos aparatos de seguridad. La decepción es suprema.
Podría decirse que este trazado promueve el abstencionismo, pero no es así. La decisión de acudir a las urnas o no, es sagrada por tratarse de un derecho legado por hombres y mujeres que derramaron su sangre para conseguir el voto. La pretensión es alertar sobre el peligro real de que los trabajadores otorguen el voto a sus verdugos. Pues, como dijera Ricardo Flores Magón, “Nada es tan desolador como un esclavo satisfecho”.
Dos casos recientes servirán para visualizar ese fenómeno de ver a trabajadores votando por candidatos financiados abiertamente por sus patrones: Daniel Naboa y Javier Milei. Por cierto, es curioso que sus nombres contengan el mismo número de letras. Aparte de eso, también comparten su fanatismo por el mercado y admiración supina a la extrema derecha yanqui. Ambos personajes ganaron la presidencia posicionados por la mercadotecnia como valientes emprendedores dispuestos a acabar con la casta política corrupta que se roba la riqueza producidos por los ciudadanos. Naturalmente, se refiere sólo los “zurdos” culpándoles de la pobreza, inseguridad y desempleo generados por el capitalismo. De esa manera, culpando a otros de sus desastres, recurriendo a la inmediatez y la manipulación social convencieron a los jóvenes votaran por la ultraderecha. Por supuesto, los izquierdistas contribuyeron al abandonar a su suerte a los sindicatos y organizaciones populares, maltratando desde las instituciones y ventanillas gubernamentales al gobernado. Cayeron en el absurdo de unirse, para gobernar, con los verdugos de siempre. De ese modo despojaron a los trabajadores hasta de la esperanza dejándoles la opción de elegir esclavismo moderado o extremo. En Argentina la mayoría lo hizo por la esclavitud plena. ¿Por qué?
De acuerdo a la teoría política, después de un movimiento, presumiblemente emancipador, (izquierda) que defrauda las expectativas del gobernado suele atraer un movimiento reaccionario de derecha. Y he aquí el meollo del asunto. La decepción acumulada (y amplificada con la guerra sucia), el enojo y la rabia acumuladas son efectivos estímulos de emociones destructivas como la venganza contra quienes prometieron equidad mientras se enriquecían morbosamente. Los votantes de Milei y Noboa reaccionaron como la esposa engañada por un marido prepotente que, además de medio proveer, amenaza con golpearla si se rebela o lo interpela. Al inicio, la mujer calla, pero en la menor oportunidad tratará de hacerle al marido el mayor daño posible, como engañarle con su peor enemigo. Bueno, pues eso parece sucedió en Argentina y Ecuador y, parece, la extrema derecha desea suceda en México.
Igual que en Argentina, las dirigencias prianistas, desfachatadamente, desde sus cuevas de Alí Babá, acusan a quienes fueron sus compinches en el pasado de corruptos y ladrones. Cínicamente señalan a Morena de ser peor que ellos. Mientras padecemos esta parafernalia, la oligarquía posiciona la idea de que sólo es productivo el empresariado. Consecuentemente, los únicos capacitados para gobernar son ¡los empresarios!: por buenos y honrados. ¡Pa´ su mecha…!
Poco a poco, sin tregua, van convenciendo a los jóvenes mexicanos de que las políticas de izquierda son las causantes de los males causados por el capitalismo. Que un junior millonario lo crea se comprende, pero no de un joven hijo de trabajadores. Claro que su analfabetismo político ha sido inducido por quienes han administrado la riqueza de México. Por esa razón, en un intento de simplificación máxima, en una pincelada se explica la esencia de las corrientes ideológicas que dividen al mundo en dos.
Capitalismo y Socialismo
Estos son sistemas de gobierno que plantean maneras diferentes de organizar la sociedad. Ambos tienen sus fundamentos en la filosofía griega de la cual derivan sus maneras de interpretar la realidad. El capitalismo parte de una interpretación subjetiva (individualista) inspirada en Dios, llamada idealismo. Ordena a la sociedad conforme lo dicta el espíritu. El socialismo, en cambio, nace de la observación objetiva conjunta (colectivismo) de los fenómenos físicos, (Materialismo) anteponiendo la razón. Los dos sistemas proponen modos de comerciar, producir, relacionarse con los demás y sobretodo cómo deben manejarse la propiedad, la riqueza y los derechos de los gobernados. A La primera se le identifica con la derecha vinculada con los poseedores del capital (clase patronal) y la segunda con la izquierda, vinculada con el trabajo (clase trabajadora).
Para terminar debiera reconocerse que ningún personaje por muy honrado o iluminado que parezca puede cambiar un sistema en el otro y sostenerlo sin el concurso del pueblo organizado. Por lo pronto, en este proceso electoral, la ventaja narrativa parece tenerla la derecha, por las razones siguientes:
a) Se apropió exitosamente del discurso populista de la izquierda.
b) Promueve con efectividad una tensión psicológica social provocando respuestas viscerales.
c) Posee todos los medios digitales y plataformas para posicionar tendencias a su favor.
d) Su discurso es retomado por los jóvenes ansiosos de éxito, riqueza y reconocimiento fáciles.
Frasecita para la Historia: “Cumplí a banqueros”: AMLO.