Por: Roberto González Villarreal, Lucía Rivera Ferreiro, Marcelino Guerra Mendoza. Columna: CORTOCIRCUITOS. 21/11/2022
Chairo o fifí; honesto o corrupto; neoliberal, fascista, mentiroso, hijo de Trump y Bolsonaro o aspiracionista vulgar. No hay de otra: con uno o con otra. Con Layda Sansores o con Lilly Téllez; con Bartlett o con Calderón; con Noroña o con Fox; con Vicente Serrano o con Loret de Mola; con Edy Smol o con Chumel Torres. No hay de otra: estar de un lado o de otro.
Para ello se utilizan todos los trucos habidos y por haber de las distorsiones cognitivas: las generalizaciones, las sobredeterminaciones, la personificación; o del neo-lenguaje: la mentira, el engaño y las noticias falsas. Como sea, todo se vale, ¡todo! La cuestión es reducir la realidad a un campo mínimo: a favor o en contra de una decisión, de un hecho, de una ilusión, de una falsedad, de una exageración.
Lo acabamos de ver en la reciente disputa política a propósito de la reforma electoral de AMLO. “El INE no se toca”, dijeron unos; “corruptos, privilegiados, fraudulentos”, dijeron los otros.
Poco importó la Iniciativa de reforma, los argumentos escasearon, no se leyó, menos aún se problematizó: se erigieron consignas, se pintaron escenarios catastróficos, se mintió descaradamente, se engañó para conformar -ahora si de manera relativamente exitosa- una disputa a partir de adjetivos calificativos: Presidente sátrapa, autoritario, antidemocrático, chavista, masón, ateo y mil cosas más.
A la marcha en “Defensa del INE” y la democracia, asistieron decenas de miles, no solo los desplazados, los que han sido cuestionados por sus privilegios y corruptelas; no solo las doñas clasistas y racistas sin vergüenza alguna -y este es un punto central: el racismo y al clasismo se ha convertido en timbre de orgullo, una señal fascista sin duda alguna-, sino también sectores de la clase media desencantada, profesores de derecho y estudiantes de posgrado nostálgicos del IFE de Woldenberg, para conformar una masa que impugna abiertamente al presidente, orientada y dirigida por Claudio X. González, Roberto Madrazo, Elba Esther Gordillo, Vicente Fox, Margarita Zavala, Marko Cortés, Sandra Cuevas, sus intelectuales consabidos y demás impresentables.
La marcha del 13 de noviembre es un desafío a la IV T en todos los niveles: discursivo, corporal, político, electoral y, sobre todo, estratégico. A favor o en contra del Peje. Con Claudio o con el Peje; con el PRIANRD o con MORENA y la IV T. A eso se reduce todo en estos días.
Por supuesto, el desafío fue tomado por AMLO. El 27 de noviembre prepara otra marcha, encabezada por él mismo, para responderle a los conservadores. Con él o con los otros. A favor o en contra del antiguo régimen fraudulento y corrupto.
Y así estamos, atrapadas por los poderes de un discurso polarizante que nos interpela a todas; pero que no es una cuestión de opinión, nada más, sino que refiere actitudes, comportamientos, hechos, violencias, rupturas; y que conforme evoluciona -y no hay que suponer que disminuirá en el corto plazo- seguirá exigiendo definiciones individuales y colectivas cada vez más radicales.
Este es un punto central: la evolución de las polarizaciones dirige siempre a la radicalidad y al compromiso con una de las partes. Ya lo estamos viendo en estos días, ahí está la multiplicación de eventos y las señales de la presencia de la ultraderecha en México.
No es una cuestión de partidos políticos solamente, los microfascismos deambulan libremente y sin vergüenza alguna en las conversaciones y las actitudes de sectores de la población que no solo se identifican con la clase media; también están más abajo y se resguardan en el machismo, la homofobia, la misoginia y todas esas formas de las llamadas “guerras culturales”.
Así, por ejemplo, hay maestros que sin pudor alguno dicen que no “enseñarán feminismo en las escuelas”, “ni dirán que es bueno abortar”, “ni convertirán a los niños en homosexuales”; o señoras que predican la inminente venezuenalización de México; o trabajadoras domésticas que se asumen orgullosamente de derecha. El fascismo ya está aquí, no hay que esperar a que venga Vox; ya está aquí y circula alegremente en las redes y en las calles.
El problema, sin embargo, es que todo ello parece un gran engaño, aunque con derivas peligrosas. Y no, no, no es una cuestión conspiranoica, sino un gran engaño de los poderosos.
En segundo lugar, la distinción de AMLO con otros neoliberales radica en algunos aspectos de la operación estatal: lucha -selectiva- contra las corruptelas y los desmanes en los recursos estatales, en el presupuesto, en las reservas nacionales, en el territorio y las actividades estratégicas, o en los nuevos recursos como el litio, en el cobro de impuestos a las grandes empresas, en algunas cuestiones de política internacional, sin estridencias, nada espectacular, sobre todo con los EUA y Trump.
En cuarto lugar, el autoritarismo de AMLO refiere, más que a las acciones efectivas de terrorismo estatal, en el que los priístas tienen una larga experiencia y los panistas aprendieron rápidamente en tiempos de Calderón, una concentración y centralización de la agenda y el discurso político que resulta inaceptable. Sin embargo, difícilmente encontraríamos en otros sexenios la libertad de prensa, de palabra, asociación y reunión como en éste. Por ahí no hay relación entre lo que se dice y lo que sucede en la realidad.
Por una parte, los intereses de los sectores desplazados del aparato estatal, todos los que han perdido sus privilegios, desde políticos fracasados hasta periodistas, comunicadores, intelectuales y empresarios con grandes deudas al fisco, sin olvidar a los beneficiarios de tantas fugas estatales, como las empresas que recibieron grandes cantidades de recursos de CONACyT bajo el rubro de Innovación, o los funcionarios de organismos autónomos. Por otro lado, una explicación político-ideológica, vinculada al racismo, al clasismo, la pigmentocracia, la homofobia y tantas otras fobias y valores de la derecha.
Sectores desplazados y sectores derechosos encabronados de un lado; del lado moreno, una continuidad neoliberal a toda prueba, con algunos programas sociales y, sobre todo, lucha contra la corrupción, la evasión y la elusión fiscal. Más o menos así está la cosa.
¿Por qué nos fuerzan a elegir?
¿Eso es lo que queremos? ¿Seguir presos de los dictados de los otros, los que se disputan la dirección de un aparato estatal que no renuncia al neoliberalismo, menos aún es capaz de una transformación verdadera? ¿No es tiempo de reivindicar la autonomía política de la ciudadanía y de los movimientos sociales?
¿No es tiempo de ponerle el cascabel al gato y elaborar un programa de transformaciones desde abajo que se proponga, por lo pronto, mandar al neoliberalismo al basurero de la historia?
¿No es tiempo de pensar por nuestra cuenta y denunciar los engaños y los desencantos? Como, por ejemplo, la paradoja de un presidente supuestamente progre que ha militarizado al país y convertido a las fuerzas armadas en agente político y económico, además de militar; una pésima decisión como ha sido observada en la historia de los gobiernos dizque progresistas en otros países.
Y que no se engañen los asistentes o denunciantes de la marcha del 13 de noviembre: la crítica a AMLO y a la IV T no es una labor de derecha, ése es el ENGAÑO; en un cierto nivel, que es el del neoliberalismo y el capital, unos y otros son iguales, por eso no tenemos nada, asolutamente nada que ver con ellos.
[1] La continuidad neoliberal ; AMLO, un progresista remiso
Fotografía; facebook/sinautorvisible