Por: Raúl Prada Alcoreza. 21/12/2024
Hay que hablar del momento constitutivo, también, en plural, de los momentos constitutivos. ¿A qué nos referimos? A la composición de fuerzas con las que se nace. Esa es la composición que va a perdurar en el tiempo, definiendo periodos, etapas y hasta eras, todo un ciclo histórico donde esa composición se va a repetir, aunque con sus desplazamientos y sus transformaciones. La conquista, la colonización, la esclavización generalizadas, el etnocidio y el genocidio, además del ecocidio, que empezó temprano, conforman la composición perversa de las repúblicas, que se declaran a sí mismas independientes, además del liberales. Este es el nacimiento de los Estado nación en el continente de Abya Yala, que, después, va a ser nombrado como América. Esta es la marca y la composición de estructuras de poder y de estructuras sociales, además de estructuras culturales, que, a su vez, definen estructuras económicas, que van a perdurar a lo largo de cinco siglos, desde el siglo XVI hasta el siglo XXI.
En el nacimiento de estas repúblicas está el exterminio de las naciones y pueblos indígenas. ¿Cómo se puede constituir una democracia, incluso una república, sobre la base de un crimen? ¿Cómo se puede constituir un Estado de Derecho sobre la base de cementerios indígenas? ¿Cómo se pueden asumir, a su vez, estas repúblicas, a pesar de ser laicas constitucionalmente, consideradas como cristianas, sean católicas sean o sean protestantes, cuando, desde su nacimiento, demuestran el desprecio de sus semejantes, cometiendo el asesinato de los prójimos? Hay demasiadas contradicciones inherentes en el nacimiento de estas repúblicas. Estas contradicciones también van a perdurar a lo largo de los siglos, van a atormentar el alma, si se puede hablar así, de estas sociedades institucionalizadas, que sostienen a sus Estado nación. Las contradicciones no se pueden obviar, no solamente perduran, sino que horadan, no solamente la legitimación, sino a las estructuras de poder, a las estructuras sociales y a las estructuras culturales, sobre las que transcurre la historia de sociedades y Estado nación que conviven con este cúmulo de contradicciones, que es como convivir con una enfermedad congénita.
En la Asamblea Constituyente de Bolivia se ha escuchado decir a los asesores: ¿Si han pasado quinientos años por qué se acuerdan ahora de lo que ha pasado hace cinco siglos? Este argumento ingenuo no tiene idea del tiempo de la hominización, tampoco del tiempo de la humanización, así como no tiene idea del tiempo de la civilización, de la genealogía de la civilización, en distintas formas y perfiles civilizatorios. Mucho menos tiene idea del tiempo de la vida en el planeta, hablando de la vida biológica, sin adentrarnos en lo que dijimos en Potencia de la vida y consideramos una concepción ampliada de la vida, teniendo en cuenta las dinámicas de la energía de la materia. Muchísimo menos idea de lo que significa lo que podemos llamar casi los catorce mil años de la historia planetaria. Obviamente quinientos años no son nada, tanto si se tome en cuenta la historia reciente de la modernidad, así como si se toma en cuenta la genealogía de la civilización. Estos quinientos años son un lapso de tiempo, que ha transcurrido conllevando en la interioridad de las estructuras de poder, de las estructuras sociales, de las estructuras culturales, de las estructuras políticas y de las estructuras económicas, el crimen cometido contra las naciones y pueblos indígenas. Se quiera o no, hay una conciencia culpable, inherente, escondida en los recovecos de la memoria, en las cavernas del alma de estas sociedades y Estado nación. En determinados momentos de crisis esta consciencia culpable que aflora los atormenta. Se trata de la consciencia colectiva de las sociedades modernas, que es consciencia desdichada, en el sentido hegeliano. Una conciencia colectiva desgarrada en de sus propias contradicciones, que no puede resolverlas y que, poco a poco, van arrastrándola a la paranoia o a la esquizofrenia sociales.
Hoy más que nunca, en la tercera década del siglo XXI, las sociedades institucionalizadas y las repúblicas del continente americano, se llamen lo que se llamen, Estados Unitarios, Estados Federales o, incluso Estados Plurinacionales, que es una manera de cambiar el nombre a lo mismo, sin cumplir con las constituciones, se encuentran en una encrucijada. Es ya es evidente y patente el fracaso del proyecto civilizatorio moderno, del sistema mundo moderno, del sistema mundo capitalista, del modelo dominante colonial, industrial y extractivista del capitalismo, en unos casos siendo hegemónicos, en otros casos, siendo dependientes. En el “inconsciente colectivo”, por así decirlo, de manera metafórica, de estos Estado nación y de estas sociedades postcoloniales, que es otra manera de decir que siguen siendo coloniales, en el sentido de la colonialidad, se halla enclavada la estructura de los comportamientos, la pretensión consciente o matizada del supremacismo blanco. Pretensión descarada, desde el comienzo de sus declaraciones constitucionales y de la conformación de sus repúblicas. Obviaron, ignoraron, de manera descarnada, a las naciones y pueblos indígenas del continente de Abya Yala, para decirlo de un modo jurídico-político, poseedores y propietarios de los territorios. Los despojaron de sus territorios, los arrancaron de sus sitios ancestrales, les quitaron todo, inclusive la vida. ¿Cómo puede pasar desapercibido lo que ha ocurrido, cómo pude legitimarse, durante quinientos años, semejante crimen cometido contra la humanidad? Bueno pues esta es la pretensión de la ideología liberal, pero también de la ideología populista, así como también de la ideología marxista. Aunque no los incluimos, en este último caso, a todos, pues hay un marxismo afro, que se constituyó como una interpelación lúcida a las pretensiones de legitimación y a las formas de dominación del sistema mundo capitalista. Así también en los Andes se da solitariamente un marxismo andino, que concibe José Carlos Mariátegui, quien interpela a las estructuras de poder gamonales de las formaciones sociales de Sudamérica. Sin embargo, en el caso de Mariátegui, ha quedado solo el marxista crítico, desde un comienzo. Los seguidores posteriores nunca han sacado las consecuencias de su marxismo crítico y propio, expuesto en Los siete ensayos de interpretación sobre la realidad peruana, han preferido esquematizarlo, convertirlo en un seguidor de Mao Zedung, embarcándose en una lucha dogmática sin perspectiva ni horizontes. Sin rescatar de manera consecuente y radical la lucha descolonizadora, en la búsqueda de la recuperación de los otro caminos históricos, sociales, culturales y ecológicos, abruptamente interrumpidos por la conquista y la colonización y la esclavización generalizada, otras rutas que nos ofrecían las confederaciones de las naciones y pueblos indígenas de Abya Yala.
Nacimiento de los Estados Unidos de Norte América
En lo que respecta al nacimiento de los Estados Unidos de Norteamérica Thomas Bender escribe:
“Los indios se quedaron “de una pieza” cuando se enteraron de los términos del tratado, sobre todo porque en 1783 habían conseguido tener ascendencia militar sobre los colonos de Kentucky, situación que tendría que haberlos dejado en posición de negociar. Little Turkey, un líder cherokee, desorientado y furioso por el resultado, comentó: ‘Los que hicieron la paz y nuestros enemigos decidieron que hacer con nuestras tierras en una ronda de ron’. Las consecuencias se manifestaron poco tiempo después. En un mensaje enviado al gobierno español de St. Luis en 1784, los representantes de las tribus iroqueses, shawnee, cherokee, chickasaw y choctaw declaraban que los norteamericanos se estaban “propagando como una plaga de langostas en los territorios del río Ohio que nosotros habitamos”. Los aborígenes resistieron con sorprendente éxito durante un tiempo, pero con la venta de Luisiana y la evacuación británica de los fuertes que habían erigido en el valle de Ohio después de la guerra de 1812, se quedaron sin ningún aliado; en 1844, menos del veinticinco por ciento de los indios que habían vivido al este del Mississippi en 1783 continuaban en la región.” [1]
Como hemos dicho antes, ningún Estado nación puede considerarse ni república ni democrática después del asesinato de naciones y pueblos indígenas, es decir, del genocidio cometido contra las naciones y puebos indígenas del continente de Abya Yala. Sus constituciones, pretendidamente liberales, su ideología jurídica-politica, montada para ocultar los crímenes cometidos en el nacimiento de sus Estados nación, no son más que un esfuerzo ideológico, un montaje argumentativo insostenible para presentarse a sí mismos como los “buenos” de la película, al estilo de Hollywood, que hace escarnio de la figura y la dignidad de los pueblos indígenas en las conocidas películas sobre el far west.
Hoy nos encontramos en una nueva asonada supremacista, en pleno crepúsculo de esas repúblicas y Estado nación, pretendidas liberales y, peor aún, pretendidas democráticas. En plena crisis del orden mundial y del sistema mundo capitalista, en plena decadencia de la hiperpotencia solitaria, que deambula en sus laberintos delirantes por los océanos del planeta, se ventilan las expresiones más reaccionarias, más ultraconservadoras, más apegadas a los prejuicios vernaculares de la delirante supremacía anglosajona. Estos discursos estridentes y anacrónicos buscan una nueva ofensiva, en plena clausura del ciclo largo del capitalismo vigente, que les permita dilatar su propio crepúsculo. Buscan una nueva ofensiva bélica para lograr retener la jerarquía en el orden mundial de las dominaciones, lograr dilatar el desarrollo y el desenvolvimiento de la hiperpotencia en decadencia, lograr sobre todo detener el avance y desarrollo de la otra hiperpotencia en ascenso, la República Popular de China, que, siendo capitalista está dirigida por el Partido Comunista. Un barroco que sólo puede darse en la modernidad tardía, en lo que se vienen en llamar, de manera equivocada, postmodernidad, que no es otra cosa que la sobremodernidad.
Las naciones y pueblos indígenas han sido exterminadas en Norteamérica y en el extremo sur de Sudamérica, en el medio del continente se ha visto el desenvolvimiento mezclado de una aculturación, de una deculturación y subordinación de las naciones y puebos sobrevivientes, acompañados de un mestizaje expandido y variado, además de la incorporación desigual de las poblaciones afrodescendientes, que han sostenido las plantaciones de caña, de café y de tabaco. A pesar de haber sostenido la acumulación originaria de capital del sistema mundo capitalista, que es la base de la acumulación ampliada de capital, acumulación originaria de capital recurrente para dar lugar a la dialéctica de la acumulación de capital, con el incremento de la acumulación ampliada de capital, las poblaciones afrodescdendientes han sido subordinadas, reconociéndosele la suspensión de la esclavización tarde, matizando la esclavización en distintas formas de marginación, como el relativo de ocultar formas del procedimiento racial del Aparheit. Volviendo a remarcar, como hemos dicho más de una vez, las oleadas de conquista, las oleadas de colonización, las oleadas de esclavización, han continuado con sus desplazamientos variados, sus transformaciones y metamorfosis proliferantes, tratando de ocultar el origen perverso del crimen inicial del sistema mundo capitalista.
En el contexto bélico y de concurrencia de las potencias del orden mundial de las dominaciones, la sociedades y los pueblos tienen que tomar en cuenta el alcance de la crisis múltiple, el peligro señalado por los propios eventos y sucesos, incluyendo las conflagraciones bélicas regionales, las políticas del supuesto antiterrorismo, que no son otra cosa que procedimientos totalitarios para callar las resistencias de los pueblos. En el momento presente se está jugando el destino de la humanidad, la continuidad o no de las consecuencias del crimen cometido en un principio, por parte de los dispositivos de poder, los dispositivos de guerra y los dispositivos de evangelización del sistema mundo capitalista colonial. La continuidad perversa puede darse de una manera diferida, en la medida que la ofensiva de los supremacistas logre imponerse, por lo menos, de una manera transitoria y provisional. Puesto que no van a poder hacerlo, aunque no lo crean los voceros de este ideología racista, de manera permanente, incluso a mediano, mucho menos a largo plazo.
Esta visión supremacista comenzó temprano en el mismo nacimiento de los Estados Unidos de Norteamérica:
“La visión excluyente del futuro, que situaba a los nativos norteamericanos fuera de unos Estados Unidos en permanente expansión, tuvo su origen, como vimos, en la resolución de la guerra de los Siete Años cuando, en lugar de reconocerlos como parte de una nueva sociedad que se estaba creando en América del Norte, fueron dejados de lado, más allá de ciertas línea fronteriza. Refiriéndose a los indios en una carta dirigida al Congreso en 1783, Gerge Washington explicaba: ‘Estableceremos una línea de frontera entre nosotros ellos’. Con el tiempo, esta idea de un lugar o un no lugar para los aborígenes norteamericanos se hizo realidad. En la década de 1780, los indios eran parte de la vida cotidiana para la mayoría de los euronorteamericanos, y en los decenios de 1820 y 1830 todavía ocupaban el centro de la conciencia y las políticas estadounidenses. Pero ya en la siguiente década habían sido desplazados más allá del Mississippi y pasado a ocupar el lugar de figuras exóticas o casi ignoradas en la vida cotidiana de la nación. La lógica de este fenómeno había sido fijada por el presidente Andrew Jackson en el famoso discurso que justificaba la destrucción de los modelos históricos de la vida india:
‘La benévola política del gobierno (…) en relación con el traslado de los indios fuera de los asentamientos blancos está alcanzando su feliz consumación. (…) La humanidad ha lamentado amargamente el cruel destino de los aborígenes de este país y la filantropía se ha consagrado con ahínco durante largo tiempo a idear los mejores medios de evitarlo; sin embargo, su evolución nunca se ha detenido, ni por un momento, y muchas tribus poderosas han desaparecido una por una de la faz de la tierra, (…) Pero la verdadera filantropía reconcilia el espíritu ante estas vicisitudes, como lo hace al extinguirse una generación para dar paso a otra. (…) Tampoco hay en esto, si se adopta una visión amplia de los intereses generales de la raza humana, nada que lamentar. (…) ¿Qué hombres de bien preferirían un país cubierto de bosques custodiados por unos pocos salvajes a nuestra extensa república tachonada de ciudades, poblados y prósperos establecimientos agrícolas, embellecida con todos los adelantos que el arte puede imaginar y la industria ejecutar, habitada por más de doce millones de personas felices y favorecidas con todas las bendiciones de la libertad, la civilización y la religión’.”
El discurso expresa el pensamiento de los fundadores, por lo menos, de algunos de ellos, los que hablan de manera directa y práctica, los que se preocupan de la argumentación, conscientes del dilema en los que se encuentran. Destaca una estructura de pensamiento basada en los prejuicios más recónditos de la época de la conquista y la colonización. No nos olvidemos que podemos decir que se trata también de una concepción fundadora de las repúblicas y los Estado nación en América. Aunque nos encontramos ante distintos contextos, entre norte y sur del continente, aunque nos encontramos ante distintos formas de discursos retóricos, que se refieren sobre todo al contexto, al estado de situación, a la correlación de fuerzas, sobre las que nacen estas repúblicas y sus Estado nación, hay un trasfondo, una concepción racial aceptada, que consiste en la descalificación de los oriundos, de los nativos, de quienes son los habitantes, poseedores y propietarios de las tierras continentales. Por otra parte, estamos ante un enunciado, que se ha venido repitiendo de manera remarcada a lo largo de los tiempos. Ahora, en plena tercera década del siglo XXI, vuelve a aparecer la misma enunciación supremacista, de manera directa y descarnada en los populismos ultraconservadores, tanto en el norte como en el sur de un continente, que atraviesa las rutas accidentadas del cierre del ciclo de sus dominaciones.
¿Qué nos dice el discurso? Que el destino de las naciones y pueblos indígenas es desaparecer en aras mismo del proyecto civilizatorio moderno. Los que llegaron a estas tierras tarde, en el siglo XVI, después de cinco mil años de genealogías de la civilización, después de diez mil años, quince mil años o veinte mil años de los recorridos de las sociedades humanas, de sus asentamientos, de su revolución agrícola, de la caza y recolección, de la invención de instrumentos y técnicas de la caza y recolección, así como de la agricultura, de la invención de las lenguas, de la organización comunitaria, después de estos acontecimientos humanos, los recién llegado dicen que tienen el derecho a estas tierras porque son el pueblo elegido De Dios.
“Este traslado de los indios, uno de los capítulos más trágicos de la historia de los Estados Unidos, fue parte de un modelo de diferenciación social y aislamiento que se instauró entre la revolución y la guerra civil y que redujo la complejidad de la experiencia diaria de muchas maneras. Se hicieron esfuerzos distintos, pero extrañamente similares, para desterrar a los pobres y a los excéntricos en asilos, para enviar a los afroamericanos emancipados al exterior y endurecer la regulación que afectaba a los que aún eran esclavos, como asimismo para restringir el sometimiento de las mujeres a los nuevos términos de la domesticidad suburbana.” [2]
No hay un discurso más claro y evidente sobre el proyecto inicial, que consiste en el exterminio, después de la ocupación, ciertamente ilegal, visto desde el punto de visto del derecho internacional, sino es de la justicia, concebida como tal desde el renacimiento. No hay un discurso más claro respecto a las profundas contradicciones de una disertación que se supone cristiana, en su versión protestante y puritana, además de, en muchos casos, calvinista. En el fondo hay un supuesto, el mismo supuesto hebreo del pueblo elegido por Dios, en este caso ya no es Yahveh sino el Dios de los gentiles, que es para todos los pueblos, sin embargo, los protestantes anglosajones se consideraron, del mismo modo, pueblo elegido por Dios, a pesar que para Dios todos son hijos suyos. En consecuencia, se hace esta delcaración supremacista, dicha en términos religiosos, para asesinar a todo el resto, a todos los otros pueblos, que no son no solamente blancos, sino que no son anglosajones blancos. Ya no sólo se trata de la economía política colonial, que diferencia hombre blanco de hombre de color, valorizando al hombre blanco, como ideal de la civilización, y desvalorizando al hombre de color, como no civilizado o no apto para la civilización. Sabemos que no hay ningún hombre blanco porque todos son hombres de color, en toda la gama cromática; es una construcción ideal de la ideología colonialista, es una ideología exterminadora, racista y esclavista, que no condice con lo que manda el propio cristianismo. En este caso, la religión sirve, como en muchos otros casos, para justificar los crímenes de lesa humanidad.
Thomas Bender concluye:
“Los autores de la Constitución, todos ellos pertenecientes a la más rancia élite, también abrigaban temores con respecto al frente interno. Temían que la política cayera en manos de hombres que respondieran a intereses localistas, organizados en “facciones” de visión limitada. Creían en un gobierno de estadistas, de hombres cultivados y de fortuna como ellos mismos, que podían ser portavoces de los intereses más amplios de la nación. Los hombres que se reunieron en Filadelfia también estaban preocupados por proteger el derecho de propiedad frente a la democracia codiciosa que parecía dominar en las legislaturas de los estados. Madison fue muy directo en este sentido en el famoso Documento Décimo Federalista. Allí explicó que la protección de la propiedad era tanto un objetivo del gobierno como la fuente más importante de la división facciosa y las mayorías injustas. Tal como lo describió Madison, la nueva constitución resolvía el problema interno y, yo agregaría, establecía la base conceptual para la expansión continental.” [3]
Un poco más abajo el historiador escribe:
“El “imperio de la libertad” de Jefferson prometió una expansión ilimitada para los colonos blancos: ellos, y no los norteamericanos nativos, formarían los nuevos estados. Esta decisión política socavó en la práctica toda noción de prioridad o presencia legítima de los aborígenes de Norteamérica. Los representantes militares que pactaron con los indios en la década de 1790 no los trataron como soberanos ni como partícipes igualitarios de la negociación sino, antes bien, como a “gentes sometidas” a quienes los Estados Unidos dictaría los términos de su retirada y del avance de los colonos blancos. Esta estrategia fue devastadora para los indios pero le valió al nuevo gobierno, hasta entonces identificado con el este, la adhesión de los colonos blancos del oeste. La decisión de expandirse y utilizar la fuerza militar para proteger los asentamientos fronterizos eliminó lo que podría haber sido una seria amenaza a la integración de la nación.” [4]
Como se puede ver, esta enunciación discursiva se repite después de tres siglos, como si nada hubiera pasado, como si no hubiera corrido agua bajo el puente, como si no hubieran habido conquistas democráticas, que vienen de las luchas sociales y amplían los derechos, las generaciones de derechos, como si no hubieran habido revoluciones sociales, que trascienden la revolución política acotada norteamericana. Incluso ese discurso, ya siendo banal desde el punto de vista filosófico, político y de la filosofía política, dada en el tiempo de su pronunciación, se repite de manera más trivial todavía. En el norte con el elocuente patriarca otoñal anglosajón, que gana las elecciones en el país de la hiperpotencia solitaria, que deambula con sus misiles de muerte, cargados en acorazados grises, monstruosas máquinas de la exterminación nuclear, navegando en los siete mares embravecidos. El presidente recientemente elegido no es por cierto una muestra de lo que esperaban los padres fundadores de los Estados Unidos de Norteamérica, al contrario que ellos, no tiene formación, es inculto, además de desbordar en comportamientos que harían enrojecerse a los padres fundadores. Al sur, al extremo sur de Sudamérica, un presidente ya elegido, que se reclama de la supremacía blanca, además de ser partidario extrafalario de la religión judía, en realidad es partidario desalineado del proyecto sionista, repite de una manera bochornosa y grotesca la misma enunciación. Aunque lo hace en otro contexto, en el otro extremo del continente, haciendo gala del exterminio de las naciones y puebos indígenas en la cruenta guerra de la “Campaña del Desierto”. Como se puede ver, lo que llamamos decadencia política, cultural y social se expresa en los máximos tonos de la distopia, de las expresiones bizarras de la elocuencia estridente y vacua, en la alocución deshorbitada de prepotentes e histriónicos populistas del ultraconservadurismo.
Notas
[1] Thomas Bender: Historia de los Estados Unidos. Una nación entre naciones. Siglo XXI. Buenos Aires 2023. Pág. 102.
[2] Ibídem. Págs. 102-104.
[3] Ibídem. Pág. 116.
[4] Ibídem. Pág. 117.

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Fotografía: Pradaraul