Por Güris J. Fry. ECO’s Rock. 6 de julio de 2024
Kaibutsu/Monster (Hirokazu Kore-eda, 2023)
Es al inicio del último acto, en un diálogo matizado pero portentoso entre uno de los personajes principales y uno de los de apoyo -en un momento lógicamente catártico- que el quid se despoja de su misterio y el entresijo de este entramado que laberínticamente nos fue develando los diferentes polos de su situación central; las complejas aristas de la formación: la educación institucional por parte de las escuelas frente al horizonte contemporáneo del abuso y la sobreprotección parental, el desenvolvimiento emocional (la comprensión personal de incipientes cariños y anhelos cuasi pasionales), así como la unión familiar; tópico pasmosamente manejado por el mismo realizador en su lúcida y suntuosa “Manbiki Kazoku” (Shoplifters, 2018). Y ese quid es claramente la culpa, una carga detonada y detonante de la mentira, la simulación sujeta a la expectativa de terceros: mayores, autoridades, ascendientes y allegados. Una presión naciente y virginal en este caso que no hace más que desbordar afonía al infortunio, rebeldía ante la calma.
Expuestas quedan las nociones con que jugará el director desde el inicio; la propagación de siniestros (climáticos o humanos), la dispersión de rumores sin evidencia (o bien manipulada), así como la falta de total claridad ante los factos que circundan al núcleo protagónico. El problema, suscitado de la duda -vaguedad- es tan sólo un brote que irá desmenuzando capa tras capa de complejidad en el resquebrajado tejido social, en su mayoría, pero en menor medida también en el laboral, mediático y racional. El esquema periférico del encadenado nos regresa con soltura y toda claridad a puntos de común origen, es un vaivén de posturas que reinterpretan todo lo anteriormente expuesto; las emociones emanadas y exaltadas por una de las circunstancias, entonces, han de reiniciarse, declamarse desde una óptica distinta, y no para darle la razón o culpar a alguna de las partes sino tan sólo en el pleno ejercicio de que nadie puede llegar a poseer la verdad total de los hechos, ni siquiera quienes lo han vivido y/o perpretado. Las incidencias son tan sólo un fragmento que obtura las causales y reniegan los nudos de cada individuo que ve tan sólo por sí mismo, y no por conveniencia sino por ignorancia y necesidad.
Los que el ya experimentado y multipremiado director nipón logra con su “Monstruo” no es más que enmarcar la ventana de los tiempos actuales; cristalinas edificaciones ofuscas y opacas cubiertas de supuestos y condicionantes; verdades a media y aparentes comodidades sin abrirse a una inspección mayor, a una observación profunda de los hechos y las posibles afectaciones a quienes circundan nuestras acciones. Los círculos que proyecta terminan por ser concéntricos, ciclos de la misma fase; lapsos donde se concentran las ligaduras que han apremiado, que se han estrechado y coercitivamente han empujado desde todas las direcciones, sin siquiera poder reconocerlas o definirlas a cabalidad.
Hirokazu Kore-eda entrega, pues, una briosa e interesante disertación sobre el delicado y doloroso proceso de crecer; no sólo como infante o adolescente sino como madre, profesor y líder por igual. Es en su lienzo que nos expone con total claridad; nunca dejamos de avanzar y nunca dejamos de temer por dicho avance;- Dicho de otra forma, no se deja nunca de aprender y de dudar, el camino cual oscilante prado de tanteos y preocupaciones que tienen que ser valoradas desde diversos puntos de vista. Y ante el señalamiento profano y expreso de nuestros días tan sólo cabe la paciencia, el juicio y la reflexión. Nunca sabremos si el tiempo lo cura todo; irónicamente nos faltaría tiempo para saberlo. Lo que podemos preconcebir, en todo caso, es que después de la tormenta no viene la calma, pero sí un momento de luz donde podemos creer que todo puede ser posible. Tan sólo hace falta correr, reír y ser feliz mientras el sol ilumina.
Monster de Hirokazu Kore-eda.
Calificación: 3 de 5 (Muy Buena)

Fuente:
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Fotografía: Pinterest