Por: Subrena E. Smith. Cultura Científica. 08/12/2017
Cada semestre, enseño cursos sobre filosofía de la ciencia a estudiantes de grado en la Universidad de New Hampshire. La mayoría de los estudiantes se matriculan en mis cursos para satisfacer los requisitos de educación general, y la mayoría de ellos nunca antes han asistido a una clase de filosofía.
El primer día del semestre trato de darles una idea de lo que va la filosofía de la ciencia. Comienzo por explicarles que la filosofía aborda cuestiones que no pueden resolverse solo con los hechos, y que la filosofía de la ciencia es la aplicación de este enfoque al campo de la ciencia. Después de esto, explico algunos conceptos que serán centrales para el curso: inducción, pruebas y método en la investigación científica. Les digo que la ciencia procede por inducción, las práctica de recurrir a observaciones pasadas para hacer afirmaciones generales sobre lo que aún no se ha observado, pero que los filósofos consideran que la inducción está inadecuadamente justificada y, por lo tanto, es problemática para la ciencia. Luego me refiero a la dificultad de decidir qué prueba se ajusta a cada hipótesis de manera única, y por qué es vital para cualquier investigación científica tener esto claro. Les hago saber que “el método científico” no es singular y directo, y que existen disputas básicas sobre cómo debería ser la metodología científica. Por último, hago hincapié en que, aunque estos temas son “filosóficos”, sin embargo tienen consecuencias reales sobre cómo se hace ciencia.
En este punto a menudo me hacen preguntas como: “¿Cuáles son sus credenciales?””¿A qué universidad asistió?” y “¿Es usted una científica?”
Tal vez hacen estas preguntas porque, como filósofa de extracción jamaicana, encarno un grupo de identidades poco común, y sienten curiosidad por mí. Estoy segura de que eso es en parte así, pero creo que hay más, porque he observado un patrón similar en un curso de filosofía de la ciencia impartido por un profesor más estereotípico. Como estudiante de posgrado en la Universidad de Cornell en Nueva York, trabajé como profesora asistente en un curso sobre la naturaleza humana y la evolución. El profesor que lo impartía daba una impresión física muy diferente a la mía. Era blanco, varón, barbudo y de unos 60 años: la imagen misma de la autoridad académica. Pero los estudiantes eran escépticos sobre sus puntos de vista sobre la ciencia, porque, como algunos decían, desaprobantes: “No es un científico”.
Creo que estas respuestas tienen que ver con dudas sobre el valor de la filosofía en comparación con el de la ciencia. No es de extrañar que algunos de mis alumnos duden de que los filósofos tengan algo útil que decir acerca de la ciencia. Son conscientes de que científicos prominentes han declarado públicamente que la filosofía es irrelevante para la ciencia, si no completamente inútil y anacrónica. Saben que la educación STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, por sus siglas en inglés) tiene una importancia mucho mayor que cualquier cosa que las humanidades puedan ofrecer.
Muchos de los jóvenes que asisten a mis clases piensan que la filosofía es una disciplina confusa que solo se ocupa de cuestiones de opinión, mientras que la ciencia se dedica al descubrimiento de hechos, a proporcionar pruebas y la difusión de verdades objetivas. Además, muchos de ellos creen que los científicos pueden responder a las preguntas filosóficas, pero los filósofos no tienen nada que aportar a las científicas.
¿Por qué los estudiantes universitarios tratan tan a menudo a la filosofía como completamente distinta y subordinada a la ciencia? En mi experiencia, destacan cuatro razones.
Una tiene que ver con la falta de conciencia histórica. Los estudiantes universitarios tienden a pensar que las divisiones departamentales reflejan divisiones precisas en el mundo, por lo que no pueden darse cuenta de que la filosofía y la ciencia, así como la supuesta división entre ellas, son creaciones dinámicas humanas. Algunos de los temas que ahora se etiquetan como “ciencia” en algún momento estuvieron bajo encabezados diferentes. La física, la más segura de las ciencias, estuvo una vez el ámbito de la “filosofía natural”. Y la música correspondía naturalmente a la facultad de matemáticas. El alcance de la ciencia se ha reducido y ampliado, dependiendo de la época y el lugar y los contextos culturales donde se practicó.
Otra razón tiene que ver con los resultados concretos. La ciencia resuelve problemas del mundo real. Nos da tecnología: cosas que podemos tocar, ver y usar. Nos da vacunas, cultivos transgénicos y analgésicos. La filosofía no parece, para los estudiantes, tener elementos tangibles que mostrar. Pero, por el contrario, los tangibles filosóficos son muchos: los filosóficos experimentos mentales de Albert Einstein hicieron posible la Cassini. La lógica de Aristóteles es la base de la informática, que nos dio ordenadores portátiles y teléfonos inteligentes. Y el trabajo de los filósofos sobre el problema mente-cuerpo preparó el terreno para el surgimiento de la neuropsicología y, por lo tanto, de la tecnología de imagenes del encéfalo. La filosofía siempre ha estado trabajando silenciosamente como trasfondo de la ciencia.
Una tercera razón tiene que ver con las preocupaciones sobre la verdad, la objetividad y el sesgo. La ciencia, insisten los estudiantes, es puramente objetiva, y cualquiera que desafíe esa visión debe estar equivocado. No se considera que una persona sea objetiva si aborda su investigación con un conjunto de supuestos previos. Por contra, sería “ideológica”. Pero todos somos “parciales” y nuestros prejuicios alimentan el trabajo creativo de la ciencia. Este problema puede ser difícil de abordar, ya que la concepción ingenua de la objetividad está muy arraigada en la imagen popular de lo que es la ciencia. Para abordarlo, invito a los estudiantes a mirar algo cercano sin ningún prejuicio. Luego les pido que me digan lo que ven. Se paran … y luego reconocen que no pueden interpretar sus experiencias sin recurrir a ideas anteriores. Una vez que se dan cuenta de esto, la idea de que puede ser apropiado hacer preguntas sobre la objetividad en la ciencia deja de ser tan extraña.
La cuarta fuente de incomodidad para los estudiantes proviene de lo que ellos consideran que es la educación científica. Una tiene la impresión de que piensan que la ciencia consiste principalmente en enumerar las cosas que existen -los “hechos” – y que la educación científica es enseñarles cuáles son estos hechos. Yo no respondo a estas expectativas. Pero como filósofa, me preocupa principalmente cómo se seleccionan e interpretan estos hechos, por qué algunos se consideran más importantes que otros, las formas en que los hechos están empapados de prejuicios, y así sucesivamente.
Los estudiantes a menudo responden a estas cuestiones declarando con impaciencia que los hechos son hechos. Pero decir que una cosa es idéntica a sí misma no es decir nada interesante acerca de ella. Lo que los estudiantes quieren decir con “los hechos son hechos” es que una vez que tenemos “los hechos” no hay lugar para la interpretación o el desacuerdo.
¿Por qué piensan de esta manera? No es porque esta sea la forma en que se practica la ciencia sino, más bien, porque así es como normalmente se enseña la ciencia. Hay una cantidad abrumadora de hechos y procedimientos que los estudiantes deben dominar para llegar a ser competentes científicamente, y solo tienen un tiempo limitado para aprenderlos. Los científicos deben diseñar sus cursos para mantenerse al día con un conocimiento empírico en rápida expansión, y no tienen el placer de dedicar horas de clase a preguntas que probablemente no están capacitados para abordar. La consecuencia involuntaria es que los estudiantes a menudo salen de sus clases sin darse cuenta de que las preguntas filosóficas son relevantes para la teoría y la práctica científica.
Pero las cosas no tienen por qué ser así. Si se establece la plataforma educativa adecuada, los filósofos como yo no tendrán que trabajar a contracorriente para convencer a nuestros estudiantes de que tenemos algo importante que decir acerca de la ciencia. Para esto necesitamos la ayuda de nuestros colegas científicos, a quienes los estudiantes ven como los únicos proveedores legítimos de conocimiento científico. Propongo una división explícita del trabajo. Nuestros colegas científicos deberían continuar enseñando los fundamentos de la ciencia, pero pueden ayudar dejando claro a sus alumnos que la ciencia está repleta de importantes cuestiones conceptuales, interpretativas, metodológicas y éticas que los filósofos están en una posición única para abordar, y que lejos de ser irrelevantes para la ciencia, los asuntos filosóficos se encuentran en su núcleo.
LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ.
Fotografía:JPL/NASA