Por: REYNA PAZ AVENDAÑO. Crónica. 07/12/2017
El Premio Crónica presentó ayer La utilidad del deseo, donde explora los anhelos del hombre. “Ante la crisis de impunidad y corrupción del país, hay que concebir zonas de placer”
“El hecho de que uno abra un libro en busca de que se cumpla un deseo, es una de las mejores definiciones del acto de leer, no podemos estar seguros en la vida real de que nuestros anhelos habrán de tener cumplimiento. En cambio, podemos abrir un libro y si las cosas funcionan, la ilusión que le atribuimos a esas páginas y el deseo de que se cumpla algo puede extraordinariamente ser satisfecho”, comentó el escritor Juan Villoro durante la presentación de su reciente libro La utilidad del deseo en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Esta serie de ensayos, explicó el también Premio Crónica 2017, tiene como tema la categoría del deseo, además explicó que ante la crisis de impunidad y corrupción que vive el país, tenemos que encontrar la posibilidad de sentirnos bien y concebir zonas de placer.
“Este libro explora los anhelos que podemos tener. Los hermanos Grimm ampararon sus cuentos completos bajo el lema ‘entonces cuando desear todavía era útil’. Se refieren a una arcadia anterior, a una época pretérita ya desaparecida en la que se concedían deseos, por supuesto es el mundo de las hadas donde una de ellas llega con su barita mágica y nos puede conceder tres deseos sin que hayamos hecho demasiados méritos para merecerlos”, explicó Villoro.
El autor agregó que extendiendo esa idea, le gusta pensar que el abrir un libro es un acto en busca de cumplir deseos. “En una ocasión leí una entrevista con Polasnki y decía que su talento surgió de tanto desearlo. Me pareció una gran definición de la creatividad, es decir, hay cosas que sólo surgen por el enorme anhelo de que eso sea realidad. La lectura tiene que ver con esta actitud, el hecho de suponer que hay una recompensa adentro de un libro”.
Villoro comentó que en su reciente libro editado por Anagrama, hay un capítulo que le interesa porque versa sobre las cartas de los escritores, específicamente, la correspondencias de Manuel Puig, Julio Cortázar y Juan Carlos Onetti.
“El género de las cartas me parecía absolutamente apasionante, yo todavía formé parte de quienes escribimos muchas cartas y las recibimos, además quizá lo mejor del evento epistolar no tanto es escribir cartas, sino recibirlas pero la situación que todo mundo debe de asumir es que para escribir cartas tienes que escribirlas”.
Juan Villoro refirió que el único género en el que verdaderamente conoces al lector, son las cartas y recordó las palabras de Ítalo Calvino en Las ciudades invisibles: que sea el oído, el que guíe la narración.
“En el caso de los ensayos yo las veo como cartas. Me concibo una especie de cartero, tomo a partir de los libros que he leído, mensajes que quiero llevarle a otra gente pero inevitablemente soy un cartero para nadie en particular. Se trata de transmitir un entusiasmo sin saber muy bien cuál es el público”, precisó.
Pero, agregó, para muchas personas en los tiempos de la vertiginosa realidad virtual que vivimos y los tiempos de las redes sociales, ya un libro sobre libros sería una cuestión obsoleta. “Creo que no podemos renunciar a escribir nuestras propias historias sino a tratar de transmitir la pasión por las historias ajenas”.
OTRA VIDA. Uno de los ensayos que incluye Juan Villoro en su libro habla sobre el Hospital de Nutrición y la vida que se da en él, texto con el que confesó durante la plática con el público, que le hubiera gustado ser médico.
“Hay para todos, vidas apócrifa. Una de ellas es mi posible vida como médico. La vida está hecha de cancelación de otras vidas, entonces todos nosotros somos las personas que nos casamos con Lupita pero no nos casamos con Rosa y nos pasamos el resto de la vida pensando que hubiera pasado si nos hubiéramos casado con Rosa”, dijo.
El Premio Herralde 2004, narró que su mejor amigo de la preparatoria, de nombre Javier Cara, dudó al igual que él, entre ser médico o escritor. “Él optó por ser médico y murió en el terremoto de 1985 haciendo guardia en el Hospital General, fue una de las grandes tragedias de mi vida de las cuales no me podré reponer”.
No obstante, añadió, una de las grandes ventajas de la literatura es que te permite llevar vidas posibles. “He tratado de ser médico en distintas novelas como El disparo de argón que se ubica en un hospital de oftalmología, y he tratado de escribir sobre la relación de literatura y enfermedad. Muchos escritores son hipocondriacos y eso les ayuda a acercarse de alguna manera a la medicina, pero yo no lo soy, a mí me gustaría curar a los otros”.
ESPERANZA. El también miembro de El Colegio Nacional destacó que hoy se siente como Monsiváis, con la necesidad de intervenir en las cuestiones públicas.
“Me parece absurdo que nosotros que nos dedicamos a escribir, que tenemos la posibilidad de dominar una forma de la dificultad que es la cultura del alfabeto a la que no todo mundo tiene acceso, no haya un compromiso. La actitud que debe tener uno es tratar de explicar una realidad que parece que no tiene sentido, hacer ejercicio de discernimiento es lógico”, comentó.
Eso, ligado a su reciente obra, dijo, lo mira como darle la posibilidad a las personas de desear algo mejor.
“Es importante concebir una sociedad diferente, la pulsión utópica el deseo de imaginar otro mundo, de pensar que el porvenir no tiene que ser igual a este. Debemos imaginar mundos posibles, ese es uno de los papeles que podemos tener los escritores hoy”.
Y añadió: “En México tenemos una crisis de la realidad y expectativas, tenemos que reinventar formas de desear otro mundo, nada es más difícil en tiempos como el nuestro de corrupción y violencia, que encontrar la posibilidad de sentirnos bien y concebir zonas de placer”.
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Fotografía: Crónica