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Hardt y Negri: ‘Asamblea’, o cómo cartografiar los últimos ciclos de luchas (I)

por RedaccionA enero 10, 2022
enero 10, 2022
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Por: Miquel Martínez, Josep Artés. 10/01/2022

Ahora que se cumplen dos décadas desde la publicación de Imperio (2000), Michael Hardt y Antonio Negri completan con su última obra, Asamblea (2017), el análisis que durante estos últimos años han llevado a cabo sobre las resistencias y los contrapoderes capaces de poner en cuestión los intentos del capitalismo por monopolizar las relaciones políticas, sociales y económicas.

El recorrido de los autores comienza así con la entrada del nuevo milenio, no solo analizando sino también acompañando el ciclo de luchas surgido alrededor del movimiento por una globalización alternativa, en el marco del capitalismo en fase avanzada y en plena ofensiva e intento de expansión del modelo neoliberal. Unos años más tarde, y ante la necesidad de poner el foco sobre las alternativas que se pueden dibujar ante un poder que se pretende imperial, los autores saludarán en Multitud (2004) la formación de una nueva subjetividad colectiva atravesada por la heterogeneidad y con un potencial creativo capaz de descentrar las formas de atribución de valor propias de la extracción capitalista. De la misma manera, siguiendo en esta línea de destituir las relaciones propias del capitalismo para constituir un nuevo orden de relaciones a todos los niveles, en Commonwealth (2009) los autores trabajarán sobre el concepto del común como espacio ontológico propio de la multitud y en el que esta subjetividad, esta inteligencia colectiva, es capaz de dar lugar a nuevas formas de riqueza encarnadas en el ámbito de la producción material y, en general, en la creación de formas de vida.

‘Asamblea’ […] nos permite recorrer las revueltas que durante las últimas décadas han puesto en duda la estabilidad sistémica neoliberal.

De esta manera, y después de elaborar en Declaración (2012) una crónica urgente sobre la ola de revueltas que emerge en 2011 en distintas partes del mundo ―de las primaveras árabes al 15M, pasando por Occupy Wall Street―, en Asamblea los autores llaman la atención sobre la necesidad de analizar los problemas de organización que surgen alrededor de los movimientos sociales y políticos, así como de encontrar formas de articulación para las nuevas relaciones que, en cada nuevo ciclo de luchas, desde principios del siglo XX ―y aun antes, si orientamos el punto de referencia hacia acontecimientos como el alzamiento zapatista― se han dado como alternativa al orden impuesto, a escala global, por el sistema capitalista.

En este sentido, con Asamblea se trata de poner a trabajar la producción conceptual a la que han dado lugar Hardt y Negri a lo largo de la serie de textos precedentes, cerrando así un ciclo de análisis que nos permite recorrer la línea roja ―en ocasiones latente y subterránea― de las revueltas que durante las últimas décadas han puesto en duda la estabilidad sistémica neoliberal. De esta manera, poniendo el foco en las experiencias concretas de los movimientos sociales, así como en las nuevas formas de actividad orientada a la producción de valor, Asamblea sistematiza un conjunto de respuestas a la principal cuestión que atraviesa tanto la obra conjunta de los autores como la importante producción anterior de Negri, y que se puede analizar a través de dos ejes entrelazados: el problema de la organización de las luchas, si miramos hacia el interior de los movimientos políticos y sociales; y el problema de la institución, si miramos hacia el exterior, hacia la conformación de las relaciones en el campo social.

Abordamos, en este texto, el marco en el que los autores desarrollan su obra, con el fin de explicitar desde qué posición tratan Hardt y Negri de pensar el presente. Para una segunda entrega, reservamos el análisis de los dos ejes que acabamos de mencionar: el relativo a las líneas de organización, con las que dotar de mayor fortaleza a las luchas, y el relativo a la creación institucional bajo premisas disimétricas a las del poder capitalista.

Nuevos ciclos de luchas, nuevos instrumentos para el análisis

Los elementos que acabamos de apuntar aparecen como resultado de un proceso de renovación del cuerpo teórico y de los mecanismos de intervención del marxismo. Por esta parte, Asamblea se expresa de manera explícita en los apartados titulados “Debates marxistas”, aunque la cuestión está igualmente presente, de manera más o menos clara, en los demás capítulos. Los autores inciden, con este trabajo de actualización del análisis y de las prácticas marxistas, en lo que constituye una constante en su producción. Asimismo, en la obra de Negri, con títulos como Los libros de la autonomía obrera (1970-1978) o Marx más allá de Marx (1979) ―así como en la trayectoria militante del autor, cuya experiencia se puede seguir en grupos como Potere operaio o Autonomia―, se encuentra también presente la necesidad de recuperar, desde una lectura abierta y crítica, los principales elementos con los que el marxismo ha analizado las relaciones de producción y de poder dentro del sistema capitalista.

Por este lado, si bien en las últimas décadas las condiciones en que se dan los procesos de producción han mutado, al mismo tiempo que lo han hecho los medios necesarios para la creación de riqueza, la explotación sigue presente como signo ineludible de la expropiación que el poder capitalista lleva a cabo sobre la sociedad en su conjunto. Como señalan los autores de manera clara en Asamblea, este proceso de privatización de los beneficios que lleva a cabo el capitalismo tiene en la actualidad un carácter abiertamente parasitario, en la medida en que el tipo de actividades que se realizan ya no necesitan, en muchas ocasiones, ni de la organización ni de los medios que antes disponía el capitalista.

El poder de mando global se ejerce ahora sobre procesos de producción de tipo intelectual, afectivo ―en un sentido amplio― con capacidad para funcionar de manera cooperativa y autónoma. A esto se refieren Hardt y Negri cuando recuerdan los cambios que han llevado, a partir del año 68, a la constitución de una nueva fuerza de trabajo cuya producción solo se puede entender en términos sociales y desde la cooperación colectiva, y que surge como resultado del declive progresivo del obrero masa propio de la producción fordista y del obrero especializado propio de la gran industria. Asimismo, el avance de las nuevas tecnologías y su aplicación a los procesos productivos ―cuyo ejemplo más destacado se encuentra en la robotización o la toyotización de las actividades― ha provocado un cambio sustancial en las luchas: si las posibilidades de éxito por parte del movimiento obrero se encontraban en un principio en la capacidad por hacerse con los medios de producción, el tipo de trabajo que se desarrolla en la actualidad implica que en muchas ocasiones la fuerza de trabajo disponga de los medios necesarios, no solo para llevar a cabo su actividad sino, además, para hacerlo sin necesidad de intermediación alguna. Hardt y Negri toman como punto de partida el análisis que expone Marx en los Grundrisse sobre la mecanización de la producción, alertando del peligro de caer en planteamientos ingenuos respecto de la tecnología. Dicho de otro modo, la liberación del proletariado no depende tanto de los avances tecnológicos como de la capacidad de apropiación que muestre sobre estos avances y sus potencialidades productivas.

La liberación del proletariado no depende tanto de los avances tecnológicos como de la capacidad de apropiación que muestre sobre estos avances y sus potencialidades productivas.

De hecho, las posibilidades de supervivencia por parte del sistema se encuentran en buena medida ligadas a su capacidad de conformar, de manera estructural, un modelo de subjetividad compatible con las exigencias del gobierno neoliberal. Siguiendo las huellas del análisis que lleva a cabo Foucault sobre el poder, Hardt y Negri parten así desde una concepción de carácter biopolítico. El poder se cierne sobre la vida en su conjunto en la medida en que no trata solo de incidir en sentido extensivo, ocupando la totalidad del territorio, sino también en sentido intensivo, es decir, mediante la conformación del medio y de las subjetividades que lo han de habitar. El poder capitalista, si bien necesita mantener centros de mando e instaurar ciertas jerarquías, se distribuye así de forma inmanente. Con esto el sistema no solo trata de determinar las relaciones de producción ―lo que el marxismo clásico entiende por el ámbito de la infraestructura― sino también, y de manera acompasada, las relaciones de reproducción ―lo que desde la perspectiva marxista clásica se inserta en el ámbito de la superestructura―.

En este contexto, la ley del valor ya no solo debe captar las relaciones que se dan entre los muros de la fábrica, en espacios de tiempo delimitados y sobre unidades simples de producción de carácter objetivo y susceptibles, por tanto, de ser contabilizadas en términos de valor de cambio. La huella de la explotación sobre la actividad de la fuerza de trabajo, tal y como quedaba albergada en la mercancía, resulta, así, cada vez más tenue para el análisis. De esta manera, un análisis sobre la ley del valor que trate de responder a las condiciones del contexto actual debe captar el resultado de la extracción de beneficios que el capitalismo lleva a cabo a gran escala, sobre el conjunto de las relaciones que constituyen el campo social, sin límites en el tiempo y en un espacio abierto para la acción. Por decirlo con el “Post-scriptum sobre las sociedades de control” de Deleuze, que los autores citan en más de una ocasión, el análisis sobre el valor producido y su alienación se debe dar en un contexto en el que la vieja fábrica deviene al fin alma empresarial, capaz de propagarse por la sociedad en su conjunto. Esto es, en definitiva, lo que Hardt y Negri definen como la subsunción ―por absorción, colonización, captura― real de las formas de vida por el capital.

Nuevos ciclos de luchas, nuevos objetivos

En todo caso, los autores rechazan la determinación teleológica, finalista que la dialéctica clásica reserva para los cambios en la sociedad. En términos eminentemente materialistas, para Hardt y Negri solo las relaciones que se dan en el campo social, así como la capacidad de orientación y organización de las rupturas y los acontecimientos que se liberan con cada nuevo ciclo de luchas, pueden decidir el alcance de los procesos de cambio. De la misma manera, teniendo en cuenta el contexto biopolítico y la necesidad por parte del sistema capitalista de eliminar todo espacio de exterioridad, los autores rechazan que sea la confrontación directa con el poder de mando el único motor de las transformaciones sociales. Esto no implica abandonar el antagonismo como elemento alrededor del cual explicar las relaciones de fuerza en el seno de la sociedad. De lo que se trata es de entender tal antagonismo en términos positivos, de creación de alternativas, y no solo desde la necesidad de combatir de manera frontal los embates del poder.

En este sentido, si bien en muchas ocasiones es necesario crear diques de contención frente a la violencia que se genera desde los poderes establecidos, o que segregan los grupos de extrema derecha, a medio y largo plazo se trata de abrir espacios que escapen de la influencia del sistema; espacios que, en todo caso, no se deben configurar desde la pureza de las identidades políticas, como reductos para una minoría militante, sino como territorios amplios en los que articular las distintas singularidades que caen bajo las exigencias del sistema y que, al mismo tiempo, pueden vivir bajo parámetros de relación y de producción que dejen atrás la explotación neoliberal.

Hardt y Negri reivindican en su última obra la prioridad ontológica de las luchas y la producción de los movimientos sociales y políticos sobre los intentos de control y extracción de beneficios del poder capitalista.

Es de esta manera que cabe entender nociones como la de éxodo, en este caso por el lado de la construcción de subjetividades subversivas y, pues, desde la posibilidad de conjugar las resistencias con la creación de alternativas. De manera más exacta todavía, se trata de hacer que las resistencias constituyan en sí mismas, al menos de forma germinal, un indicio sobre las relaciones que se pueden articular más allá del radio de acción del modelo neoliberal. Como se puede leer en distintas partes de su obra, los autores recuerdan la afirmación de George Jackson, miembro del partido Black Panther, que exhortaba a no olvidar tomar un arma antes de emprender cada nueva huida. Este elemento supone, de hecho, una de las líneas que Hardt y Negri no han dejado de explorar a lo largo de su producción: la utilización de la fuerza en sentido democrático y, así, como una forma de combatir los efectos negativos que el modelo neoliberal inocula, de manera estructural, sobre la población en su conjunto. Pero sobre todo, así se puede entender la importancia que conceden los autores a las acampadas que surgieron alrededor de las protestas de 2011 y que sirvieron para poner en duda las bases del sujeto que el neoliberalismo ha construido los últimos tiempos, contando con los materiales que disponen los medios de comunicación de masas, los instrumentos de control avanzado, la deuda como mecanismo de alienación de la riqueza o el modelo representativo en el ámbito de la decisión política.

Hardt y Negri recuperan, pues, para su última obra uno de los aspectos principales de su pensamiento: la prioridad ontológica de las luchas y la producción de los movimientos sociales y políticos sobre los intentos de control y extracción de beneficios que pone en juego el poder capitalista. Esto coincide con la afirmación radical de la inmanencia que los autores reivindican en el conjunto de su producción. Siguiendo en este caso los pasos de Spinoza ―y de la lectura que lleva a cabo Negri sobre la obra del autor de la Ética en La anomalía salvaje (1981)―, la constitución ontológica del ámbito de lo social depende de unas composiciones de cuerpos determinadas ―atravesadas por un conjunto de discursos―, entre las cuales circulan una serie de afectos de distinto tipo. En definitiva, la acción de la multitud tiene la capacidad de dar lugar a la vida en su totalidad; de la misma manera que el capitalismo, en la medida en que incide sobre la vida extrayendo y privatizando la potencia creativa de la multitud, se define en última instancia como un poder de muerte. La distinción propia del marxismo entre el trabajo vivo ―por el que el proletariado crea un conjunto de relaciones capaces de transformar la realidad― y el trabajo muerto ―por el que el capitalista extrae la plusvalía―, resuena así en el análisis que llevan a cabo los autores. Al fin y al cabo, como recuerda Negri en una de las entrevistas que ha concedido con motivo de la publicación de Asamblea, “ya no podemos seguir moviéndonos sobre la base de una crítica que no sea colorida, que no esté cargada de los sabores de la vida”.

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Fotografía: El salto diario

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