Por: Hipermediaciones. 27/04/2025
Los indicios se van sumando. En mi familia todos -menos los felinos, por ahora- usamos ChatGPT ya sea por motivos profesionales o de estudio. Desde hace un par de años pagamos una suscripción mensual similar a la de Spotify. Pero algunos se preguntarán: ¿acaso no es gratis el ChatGPT? OpenAI apostó por un modelo freemium ofreciendo servicios básicos gratuitos, mientras cobra por otras prestaciones más avanzadas o especiales. Pagando una suscripción mensual se accede a Deep Research y otros modelos con capacidad de razonamiento superior o a una mayor capacidad de procesamiento textual. Infinidad de empresas ofrecen servicios basados en el modelo freemium, desde Dropbox hasta Canva, YouTube, LinkedIn o WordPress. En este contexto, no sorprende que los servicios de IA vayan en la misma dirección.
Plataformización
Desde hace una década el concepto de plataformización circula entre los investigadores que analizamos la evolución del ecosistema mediático. Artículos ya clásicos como «The Platformization of the Web: Making Web Data Platform Ready» de Anne Helmond (2015) -donde analiza la transformación de Facebook («from social network site to social media platform») – o «Platformisation» de Thomas Poell, David Nieborg y José van Dijck (2019) –«Platformisation is defined as the penetration of infrastructures, economic processes and governmental frameworks of digital platforms in different economic sectors and spheres of life, as well as the reorganisation of cultural practices and imaginations around these platforms»– han marcado la discusión académica sobre estos procesos.
«The different perspectives on platformisation (…) suggest that this process unfolds along three institutional dimensions: data infrastructures, markets, and governance. And we observed that, from a cultural studies perspective, platformisation leads to the (re-)organization of cultural practices around platforms, while these practices simultaneously shape a platform’s institutional dimensions. Ultimately, the collective activities of both end-users and complementors, and the response of platform operators to these activities, determine a platform’s continued growth or its demise» (Poell, Nieborg y van Dijck, 2019).
La plataformización no es un proceso exclusivo de la esfera mediática. Una buena parte de la economía se ha ido plataformizando, desde el transporte hasta la distribución de alimentos, pasando por los cuidados de ancianos, mascotas o viajes. El proyecto PLATCOM que coordiné entre 2019-24 estuvo destinado a investigar a la fuerza de trabajo que se desempeña en las plataformas, sobre todo en la llamada «última milla».
«En el nivel más general las plataformas son infraestructuras digitales que permiten que dos o más grupos interactúen. De esta manera se posicionan como intermediarias que reúnen a diferentes usuarios: clientes, anunciantes, proveedores de servicios, productores, distribuidores e incluso objetos físicos (…) En su posición de intermediarias, las plataformas ganan no solo acceso a más datos, sino además control y gobierno sobre las reglas del juego. La arquitectura central de reglas fijas, sin embargo, es también generativa, permitiendo a otros construir sobre ellas de maneras inesperadas» (Nick Srnicek, Capitalismo de plataformas, 2018).
No todas las plataformas son iguales. Por ejemplo, solo algunas apuestan por el modelo freemium o promueven la conexión horizontal entre usuarios. Estos dos aspectos diferencian a dos plataformas audiovisuales: YouTube y Netflix. Estas diferencias potencian la creación de taxonomías e incluso las exclusiones; sin ir muy lejos, nuestros colegas de la University of Amsterdam, aI privilegiar las relaciones entre usuarios, no consideran a Netflix una plataforma. Más allá de los debates semánticos, la plataformización de numerosas actividades económicas es un hecho.
OpenAI is building a social network
En los últimos días se han producido nuevas señales de plataformización de las IA. Un artículo de The Verge resume la situación: ‘OpenAI is building a social network‘. Según este texto de Kylie Robison y Alex Heath, OpenAI estaría desarrollando un prototipo interno de red social enfocado en la generación de imágenes mediante IA. Aunque se encuentra en una fase inicial, la plataforma incluiría un “feed” social donde los usuarios podrían compartir contenido creado con herramientas de IA. El CEO de OpenAI, Sam Altman, ha recabado opiniones externas sobre esta nueva propuesta, que podría lanzarse como una aplicación independiente o integrarse directamente en ChatGPT, la app más descargada del mundo el mes pasado.

«After Facebook’s success, it felt like there was this stagnation. Meta executives came up with new products that mimicked things that existed, or they brute-forced trends into their products. After OpenAI put out an update to ChatGPT that led to the Studio Ghibli meme craze, I imagine somebody there saw how it took over certain corners of the internet—especially on X—and they said, Wait a minute, everyone’s using our tool; what if we actually owned the rails, too? Here’s this emergent behavior of social media built around AI art or memes, and someone thought, Oh, maybe this is the gateway. I think that’s always a doomed idea, to take something that’s happening organically and try to retrofit a community around it» (Charlie Warzel, entrevista de Damon Beres para The Atlantic).
Este movimiento podría intensificar la rivalidad entre Sam Altman y Elon Musk. En febrero, Musk ofreció comprar OpenAI por 97.400 M de dólares, a lo que Altman respondió irónicamente: “No, gracias, pero podemos comprar Twitter por 9.740 M si quieres”. Típica puja para ver quién tiene la app más grande. La entrada de OpenAI en el sector de las «social media platforms» también la enfrentaría directamente con Meta, que planea lanzar una app independiente con funciones sociales para su asistente de IA. En el fondo, todas estas corporaciones compiten por obtener datos en tiempo real, vitales para entrenar sus modelos. Musk ya integra contenido de Twitter-X en su IA Grok, mientras Meta utiliza la información de sus usuarios para alimentar a Llama.
Las hipótesis sobre el movimiento de OpenAI se suceden. Para algunos, se trata de conseguir más datos de usuarios para perfeccionar sus modelos. Otros piensan que es parte del discurso corporativo que apunta a desarrollar una IA fuerte o AGI (Artificial General Intelligence), un tipo de IA por ahora hipotética que igualaría o superaría la inteligencia humana. OpenAI necesita moverse rápido, generar nuevas iniciativas –como en su momento Facebook/Meta con el «metaverso»– para seguir captando inversiones y mantenerse en la cresta de la ola. Incluso no se descarta que OpenAI quiera convertir al ChatGPT en una especie de browser universal para acceder a la información.
«I think OpenAI wants to be the browser for the internet going forward—the interface to rule over all of it—and maybe they feel like this is a way in. If they can bring people in and get real-time discussion of news and culture, and not only have that information but use it because there’s a vibrant ecosystem there, that helps it be that wrapper layer for the internet» (Charlie Warzel, entrevista de Damon Beres para The Atlantic).
Estamos frente a un doble movimiento: por un lado, las plataformas -desde Twitter/X hasta Meta- incorporan a las IA en sus interfaces o procesos internos de gestión de datos o generación de contenido; por otra parte, una IA nacida en las últimos años -ChatGPT- aspira a convertirse en plataforma. Las IA, de esta manera, se insertan y camuflan dentro de los entornos digitales de interacción ya existentes. Como muchas otras tecnologías, no tardarán en volverse invisibles. Pero hasta que llegue ese momento, la competencia entre viejos y nuevos actores será despiadada. Hay mucho dinero y poder en juego. Las IA, en otras palabras, ya entraron en la guerra de las plataformas.

«Si bien hoy nos sorprende la streaming war que enfrenta a Netflix, HBO, Amazon, Disney, Apple y otras corporaciones por la hegemonía del mercado audiovisual, el fenómeno no es precisamente nuevo. Desde hace al menos seis mil años, cuando nacieron las primeras formas de escritura, diferentes tecnologías, formatos y soportes materiales han competido entre sí por ocupar un lugar dominante en el espacio comunicativo. Estas guerras mediáticas han asumido formas muy variadas, desde la disputa entre soportes de la escritura (papiro contra pergamino) hasta los desencuentros entre modos de producción radicalmente opuestos (copistas y tipógrafos), pasando por las luchas por imponer un estándar tecnológico (Betamax contra VHS, NTSC contra PAL), un sistema operativo (Macintosh contra Windows, iOS contra Android), una consola de videojuegos (Sega contra Nintendo) o un software de navegación en la web (Netscape contra Internet Explorer). A medida que transcurrieron los siglos, estos conflictos fueron adquiriendo una dimensión geopolítica cada vez mayor y terminaron involucrando a diseñadores, creadores de contenido, usuarios, Estados, iglesias, empresas, laboratorios, trabajadores, sindicatos, militares, universidades y organizaciones internacionales. Nadie quedó fuera de las guerras mediáticas» (Carlos A. Scolari, La guerra de las plataformas, 2022).
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Fotografía: Hipermediaciones