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¿Energía limpia para quién?

por RedaccionA octubre 2, 2023
octubre 2, 2023
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Por: MARÍA PAULA MURCIA HUERTAS. 02/10/2023

La transición energética es mucho más que cambiar energías sucias por energías limpias.

La transición energética ha sido, desde la campaña presidencial, una de las prioridades del actual gobierno. Tras la renuncia de la ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, sobre quien se concentraron durante 11 meses las discusiones por una visión ‘antitécnica’ del sector y basada en el decrecimiento de la economía, y de defensa de la transición energética, Petro le dio una especial relevancia a este tema en su discurso de instalación del Congreso 2023-2024 el pasado jueves 20 de julio. Definió la transición energética como “cambiar la matriz energética de energías fósiles o sucias, basadas en el carbón, el petróleo y el gas, hacia energías limpias basadas en el sol, el viento y el agua”. Justificó la importancia de este asunto explicando que es una de las claves para descarbonizar la economía y así alcanzar la “prosperidad social descarbonizada” —un concepto que propuso en la cumbre de la CELAC el 18 de julio y que pretende transformar el imaginario de que “eres más rico si más carbono consumes”—. Pero, ¿cuál es el objetivo de la transición energética y a quién beneficia?

Hace unas semanas, el domingo 23 de julio, Paola Arias Arévalo, doctora en Ciencia y Tecnología Ambientales y profesora de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad del Valle tuiteó esto: 

Transición energética_tuit

Continuó en sus siguientes tuits: “No se puede olvidar que Colombia es un país megadiverso, y la conservación de la biodiversidad (entendida como la plataforma que sostiene la vida y de paso la economía) debe ser un eje rector en los debates ambientales y de desarrollo, incluida la transición energética. El reporte conjunto de la Plataforma Intergubernamental sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas y el Panel Intergubernamental de Cambio Climático ofrece importantes lineamientos en torno a la relación biodiversidad-cambio climático”. 

El planteamiento de Arias pone sobre la mesa una conversación importante e infrecuente y es el objetivo de la transición energética. Desde el mismo nombre parece ser un asunto técnico y difícilmente comprensible, y es posible que el primer contacto con el tema para muchas personas haya sido durante la campaña presidencial de Petro, pues antes poco o nada se hablaba de él en la discusión pública. Ahora el gobierno ha hecho de este asunto una de sus banderas principales. En este contexto, la conversación sobre la transición energética se ha centrado en comprender qué significa y cuáles son las implicaciones de querer llevarla a cabo a toda costa, pero la pregunta por su objetivo general ha quedado rezagada. 

El discurso de Petro da pistas sobre cómo está pensando el gobierno esta transición y revela también algunos vacíos en su concepción. El presidente centró su discurso en dos grandes pilares que prioriza para lograr el gran objetivo de “prosperidad social descarbonizada”: la justicia social y la justicia ambiental. A la transición energética la ubicó como primer objetivo de la justicia ambiental y junto a esta también la electrificación de la movilidad humana y la producción sin materias primas fósiles. A estas les asignó la meta de la descarbonización de la economía. 

Al ubicar a la transición energética como primer objetivo, el mandatario reforzó su nivel de prioridad. Es claro que es algo que el gobierno quiere sí o sí cumplir, al menos desde el discurso. Sin embargo, el asunto se confunde con las otras dos claves —movilidad electrificada y producción sin combustibles fósiles—, pues se plantean como objetivos distintos cuando en realidad son parte también de la transición energética. 

La definición que ofreció Petro sobre transición energética como un cambio en la matriz energética de energías sucias a energías limpias se queda corta. La transformación en las fuentes de energía es apenas uno de los pilares que ha establecido la Agencia Internacional de Energía (IEA). Los otros son: la electrificación, la eficiencia energética (es decir, hacer que nuestro consumo energético proveniente de combustibles fósiles rinda más), la captura de carbono, la bioenergía, el hidrógeno y los cambios de comportamiento. Dentro de estos pilares caben tanto la electrificación de la movilidad humana como la producción sin materias primas fósiles. ¿Por qué separarlos como tres objetivos diferentes? 

pinceladas_pigmento Algo sobre lo que no he leído que se discuta mucho en este tema de la transición energética es la verdadera fiabilidad de las tecnologías que se pretende utilizar, no solo por los materiales que se requieren para su fabricación, sino por su durabilidad y eficiencia. Hay una engañosa y ciega confianza hacia estas tecnologías por el discurso de las “economías verdes” que puede ser nefasto. Un ecoblanqueo que sólo perpetúa el monopolio, la dependencia energética y el poder económico de las multinacionales. Pienso que una transición energética que beneficie de verdad a las comunidades sólo puede ser local, pequeña y autónoma. El problema es el encargar a empresas la producción masiva de energía. 

Asignarle valores morales (tipo “energías sucias” vistas como malas vs. “energías limpias” vistas como buenas) a las fuentes de energía es conveniente como estrategia política. La idea de una matriz energética limpia, a la que el gobierno ha nombrado una de sus banderas principales, es una imagen que se fortalece del contraste con su némesis: la energía sucia que proviene del petróleo, el carbón, el gas. La sola inclusión de las palabras “limpia” y “sucia” antes de las fuentes de energía iluminan y ensombrecen, respectivamente, a esas palabras. ¿Quién no va a ver de mejor manera las palabras sol, viento y agua, precedidas por la idea de limpieza y comparadas con la viscosidad y el hollín que desprenden las fuentes sucias? Claro que parecen más deseables, sobre todo cuando Petro plantea que con las estrategias de transformación de las fuentes de energía podemos lograr una matriz 100 % limpia. 

Pero las fuentes limpias, ¿son limpias para quién? Aquí empiezan los vacíos del abordaje que Petro hizo de la transición energética en su discurso. Resulta fácil construir un imaginario de limpieza en oposición a los combustibles fósiles. Pero detrás de la idea de limpieza se esconden obstáculos. Por ejemplo, ¿qué pasa con la infraestructura de la transición cuando cumple su vida útil? ¿Cuánto CO2 emite la construcción de una turbina eólica o de un panel solar y cuánta energía alcanzan a generar estos elementos antes de cumplir su vida útil y ser desechados? ¿Cuánta tierra ocupa un parque solar? ¿Y uno eólico? ¿Tener uno de estos parques cerca realmente beneficia a las comunidades vecinas? ¿Qué materiales se necesitan para su fabricación y de dónde salen? ¿Quién fabrica estas tecnologías? ¿A quién se las vamos a comprar? ¿A costa de quién? 

Pero las fuentes limpias, ¿son limpias para quién?

Pero quizás el claroscuro más familiar para la población colombiana es el que envuelve a la energía hidroeléctrica. Hoy la matriz eléctrica de Colombia es una de las más “limpias” del mundo porque cerca del 70 % de esta energía proviene de hidroeléctricas que son consideradas una fuente limpia por ser renovable. Pero tenemos ejemplos de sobra de problemas muy complejos que resultan de las hidroeléctricas. En lo ambiental, está documentadísima la reducción de biodiversidad en las cuencas bajas de los ríos en donde se construyen centrales hidroeléctricas, como en el caso de El Quimbo o Hidrosogamoso. En lo social, hay fracturas comunitarias por factores fisicos como la inundación del territorio y por factores políticos como la resistencia de la comunidad embera que resultó en el asesinato del líder indígena Kimy Pernía. En lo cultural ocurren transformaciones en los oficios y medios de vida de las comunidades que se ven directa o indirectamente impactadas por las hidroeléctricas. Energía limpia, pero ¿a qué costo? 

La transición energética es necesaria, pero es una discusión mucho más amplia de la que Petro planteó. Y más importante que esto es una clave que trasciende su pilar de justicia ambiental: tiene todo que ver con el de justicia social también. Reducir el alcance de una transición tan transversal como la energética a la dimensión ambiental es un abordaje miope. 

Entonces, volviendo a la pregunta inicial de esta columna: ¿para qué la transición energética? Para descarbonizar la economía, por supuesto, pero también para cambiar nuestros hábitos de consumo energético, para hacernos conscientes de ese consumo, para disminuir la dependencia de los combustibles fósiles, para incorporar modelos comunitarios a pequeña escala de generación de energía, para preguntarnos cómo construir una matriz energética que busque la sostenibilidad de la vida, para ponerle el apellido de justicia a ese gran concepto. Una transición energética justa reconoce que no hay tal cosa como una matriz 100 % limpia, pues el proceso de generación de energía —como nuestra misma existencia en este planeta como especie— siempre tendrá alguna veta de mugre. Pero esto no reduce la necesidad de lograrlo. Ampliar la mirada sobre lo que es la transición energética de manera integral y pensar en cómo podemos conseguirla dentro del marco de la justicia ambiental y social, eso sí nos haría una “potencia mundial de la vida”.

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: mutante

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