Por: Paula Ruiz / Érika Bejerano. 28/11/2024
Detrás de los chistes están los datos, y detrás de los datos, están nuestras vidas. El 67,1% de los votantes del PP y el 83,1% de los de Vox creen que las diferencias entre géneros son pequeñas o casi inexistentes
Hace poco, José Luis Martínez-Almeida, alcalde de Madrid, comentó en tono jocoso y en prime time que, para sorprender a su mujer, había recogido el tendedero. Muchas nos llevamos las manos a la cabeza ante esta afirmación, que no es más que la demostración de la persistencia del machismo, aunque este no sea agresivo o violento. Mientras tanto, otros muchos pensaron que estábamos exagerando y dando “demasiada importancia” a un chiste.
No es de extrañar que piensen que exageramos, pues según los datos de la última encuesta publicada de la European Social Survey (ESS), un 30% de los españoles consideran que las mujeres nos ofendemos con facilidad en la mayoría de las ocasiones, y –por suerte para el alcalde popular– este porcentaje se eleva hasta el 37,6% en el caso de los votantes del PP, aunque son los electores de Vox aquellos que más concuerdan con esta afirmación: casi la mitad creen que las mujeres nos ofendemos fácilmente.
Pero, ¿cómo no van a pensar qué nos ofendemos con facilidad, si, según ellos, ya no existen desigualdades entre hombres y mujeres? De acuerdo con la encuesta del CIS “Percepciones sobre la igualdad entre hombres y mujeres” del 2023, casi la mitad de los hombres creen que las diferencias entre géneros son pequeñas o casi inexistentes. Este porcentaje asciende en el caso de los hombres de derecha, y llega hasta el 67,1% entre los votantes del PP y al 83,1% entre los de Vox.
La realidad es que tenemos todavía razones de sobra para indignarnos frente a situaciones que se han normalizado, o para no reírnos ante chistes que perpetúan desigualdades estructurales.
Desde 2003 más de 1.200 mujeres han sido asesinadas por violencia machista en España
En este 25 de noviembre –Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres– no podemos ignorar la máxima expresión de esta desigualdad: desde 2003 (cuando se empezaron a contabilizar los feminicidios) más de 1.200 mujeres han sido asesinadas por violencia machista en España. En lo que va de 2024, el número supera las 40 víctimas. Sin embargo, la violencia no se detiene ahí: cada día, en nuestro país, se denuncian una media de 14 violaciones y 55 agresiones sexuales sin penetración. Ante estos datos, no sorprende que una de cada cuatro mujeres en España afirme sentirse insegura al caminar por la calle una vez que oscurece (ESS). Esto contrasta enormemente con la percepción de los hombres, sólo un 7% declara sentirse inseguro. Esta es solo la parte más visible y extrema de una realidad mucho más compleja que repasamos en tres ámbitos clave: privado, laboral y político.
En la esfera privada las mujeres no solo somos percibidas, sino que también nos definimos a menudo a través de valores como la empatía, la sensibilidad o la compasión, tradicionalmente asociados a lo femenino. Según los datos de la ESS, el 67% de las mujeres se consideran muy sensibles a las necesidades de los demás, 17 puntos más que los hombres. Además, el 76,7% afirma actuar con compasión hacia otros, superando en 10 puntos a ellos.
Seguimos cargando de manera invisible con la responsabilidad emocional en nuestras relaciones
Esta autoimagen no solo refleja un sesgo cultural que perpetúa la asociación de estos valores con las mujeres, sino que también expone una realidad: seguimos siendo quienes cargamos, de manera invisible y a menudo no reconocida, con la responsabilidad emocional en nuestras relaciones. Ser “las que cuidan” no es solo un rasgo personal, sino una expectativa social que perpetúa desigualdades y refuerza roles de género que limitan nuestra libertad y nuestro tiempo.
En la esfera laboral, casi dos de cada tres mujeres consideran que son tratadas de manera menos justa en cuanto a contratación, aumentos o ascensos en el trabajo. En contraste, este porcentaje disminuye considerablemente entre los hombres, de los cuales casi la mitad cree que esta discriminación no existe. Esta discrepancia se refleja también en sus experiencias personales: mientras un 21,9% de las mujeres afirma haber sido discriminada al solicitar un aumento salarial o un ascenso, solo un 4,3% de los hombres reporta haber vivido una situación similar. Esta realidad no coincide con el imaginario deseado de la ciudadanía, ya que cuando se les pregunta si consideran que la paridad en los puestos directivos de las empresas es positiva para los negocios, la respuesta es rotunda: nueve de cada diez mujeres y ocho de cada diez hombres lo ven como un factor beneficioso para la empresa.
Ser conscientes de estas desigualdades es fundamental para comprender nuestras experiencias y poder denunciarlas, ya sea de una forma u otra, cuando se presenten. De hecho, tomando como referencia un país como Suecia, que lidera el Gender Equality Index, observamos que es una de las naciones donde más se reportan casos de discriminación laboral por motivos de género. Una de cada tres mujeres afirma haber sido discriminada al intentar acceder a un aumento salarial o un ascenso, y siete de cada diez cree que en su país las mujeres ganan menos que sus compañeros por el mismo trabajo. De estos datos podemos intuir que no es que la discriminación sea más prevalente en Suecia (de hecho, ocurre lo contrario), sino que, debido a una mayor información, conciencia y sensibilización, es más sencillo detectar y reconocer estas desigualdades que en España. Esto es profundamente importante, pues no podemos combatir lo que no conocemos.
En la esfera pública y política, las mujeres seguimos luchando por ocupar un espacio que, históricamente, se nos ha negado. Una prueba evidente es que, tras casi 50 años de democracia, ninguna mujer ha sido presidenta del Gobierno en España (ni parece que vaya a serlo pronto). Esto no se debe a que nosotras no queramos, nueve de cada diez mujeres consideran que sería positivo que hubiese igual número de mujeres y hombres en puestos de liderazgo político, casi diez puntos más que sus pares masculinos.
Venimos de una tradición política dominada por hombres donde hasta hace poco las candidatas eran una rareza
Venimos de una tradición política dominada por hombres –incluso en los partidos de izquierda– donde hasta hace relativamente poco las candidatas eran una rareza y los debates electorales estaban copados exclusivamente por hombres. No es de extrañar que en este contexto, el 71,5% de las mujeres declare no confiar en su capacidad para participar en política, 9 puntos por encima de los hombres.
El problema no radica en nuestra falta de interés, sino en un sistema que no nos deja ocupar ese espacio. Durante demasiado tiempo, se nos ha hecho pensar que el poder no es para nosotras. Por este motivo, no sorprende que casi la mitad de las mujeres afirme que no le gustaría ser líder, un porcentaje significativamente mayor al 38,4% de hombres que comparten esta opinión. Esto no refleja una falta de ambición, sino los efectos de años de mensajes que nos han relegado a un papel secundario.
Así vemos cómo este fenómeno se configura como un círculo vicioso que se retroalimenta constantemente. La falta de confianza en nuestra capacidad de liderazgo y participación en el ámbito público y político conduce a una menor implicación, lo que, a su vez, contribuye a que las decisiones sigan siendo mayoritariamente tomadas por hombres. Esta persistente ausencia de mujeres en posiciones de poder y toma de decisiones, refuerza el sistema actual, limitando la posibilidad de transformación del mismo.
La falta de confianza en nuestra capacidad de liderazgo y participación en el ámbito público y político conducen a una menor implicación
Viendo estos datos, podemos afirmar que las desigualdades de género no solo persisten, sino que siguen siendo profundas y multifacéticas; afectan a las mujeres en diversas esferas de la vida, tanto en lo privado como en lo público. Desde la normalización de chistes y actitudes que perpetúan el machismo, hasta la violencia irreparable que representan los feminicidios y las agresiones sexuales, las disparidades son innegables.
Permítenos, entonces, que no te riamos lo del tendedero, porque no es gracioso, es sintomático. Es un recordatorio de que las desigualdades no solo persisten, sino que se disfrazan de “bromas inofensivas” para perpetuarse en el imaginario colectivo. Es un ejemplo de cómo se espera que las mujeres carguemos con las desigualdades, ya sea con una sonrisa, en silencio o con la etiqueta de “exageradas” cuando las señalamos. Detrás de los chistes están los datos, y detrás de los datos, están nuestras vidas. Vidas condicionadas por un sistema que no solo nos discrimina, sino que además nos culpa por resistirnos a esa discriminación.
Así que no, no exageramos, no damos “demasiada importancia” y no pensamos dejar de señalarlo. Porque cada “tendedero” que recogemos nos recuerda que tenemos derecho a un mundo en el que las tareas, los chistes y los derechos no se repartan en función de nuestro género. Y hasta que llegue ese día, seguiremos alzando la voz, con todos los datos y todas las razones que nos respaldan.
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Paula Ruiz es socióloga y Érika Bejerano politóloga.
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Fotografía: CTXT. Manifestación en Madrid en noviembre de 2018. / Manolo Finish