Por: Iván Alonso Cuevas. 03/12/2025.
Yo pienso que nuestro despertar a la conciencia de clase comienza con la constatación de nuestra carencia ontológica. En el mundo de posibilidades infinitas que el mercado pone ante nuestros ojos, nuestra vida parece estar marcada por la impotencia, por el fracaso y por la pérdida de oportunidades: por la falta. Frente a un espectáculo donde todo parece posible, para nosotros nada lo es. Primera contradicción del sistema. Uno debe empezar por entender que la mayor parte de estas oportunidades no eran tales; no para nosotros. Me refiero a quienes no provenimos de la clase media, quienes transitamos por la vida sin descanso y con la educación más precaria posible.
Entonces, al principio, es la insignificancia. Hacernos conscientes de nuestra insignificancia. Somos los proletarios más puros de la historia en la medida en que nuestra humanidad ha terminado de ser vaciada. Nada tenemos que no sea la fuerza de nuestros brazos y de nuestros cerebros. Nuestra carencia ontológica nos enfrenta a la no vida, nos patentiza el absurdo de esta vida en el vacío. Asumir nuestra no vida y nuestro sobrevivir absurdo es ya un acto político.
Frente al absurdo te rebelas o mueres; cuestionas el orden de la supervivencia absurda o te integras al vacío. El segundo paso es la rebelión contra nuestra insignificancia: buscar significado, aspirar a la belleza, creer unilateralmente (al principio) en la justicia, en la libertad, en la posibilidad de ser. Dado que se carece de estas cosas, sólo pueden verse, experimentarse, buscarse, como conquistas de la voluntad; no como cosas dadas. Entonces un camino de lucha se abre: se lucha para vivir, para ser. Y se es en la medida en que se lucha.
No sabemos en qué forma se presentará la libertad a los hombres del futuro, pero a nosotros se nos presenta como lucha anticapitalista. En un sistema que nos anula, nos reafirmamos en rebeldía contra el sistema. Aspirar a la belleza, a la justicia, al sentido, son actos de rebeldía.
Ahora bien. La rebeldía individual no produce resultados, porque se lucha contra un sistema organizado. La rebeldía ha de organizarse también. Sólo la lucha colectiva es verdadera; la lucha individual parte de la mentira de que podemos llegar a ser en lo individual, de manera aislada. El aislamiento está impuesto por el sistema y debe combatirse en colectivo.
Una lucha colectiva debe llegar a la conciencia colectiva de que el proletariado sólo vivirá políticamente si puede oponer su poder al poder que le oprime. La rebeldía de cada uno debe integrarse a otras; debe animar una herramienta de concentración de poder político; un arma para esgrimirse contra la clase antagónica. Un organizador de la solidaridad, de la fuerza y de la palabra: un partido.
El proletario con verdadera conciencia de clase siente la necesidad de su partido. Ha sido desintegrado de la vida por el proceso histórico, ha sido aislado, explotado, sometido. Su integración, su fuerza, su justicia sólo pueden alcanzarse por medio de su integración al Partido Comunista.
Conciencia de clase es la comprensión de la necesidad:
1. De rebelarse.
2. De organizarse.
3. De conquistar poder político.
Entender el lugar de uno en la sociedad es parte importante del descubrimiento de lo que se es. La conciencia de clase es una necesidad existencial.
Lo político comienza en la comunicación. Un militante comunista, o proletario con conciencia de clase es, ante todo, alguien que se entrena para comunicar ideas y para dialogar.
En este proceso de educación y diálogo es posible encontrarnos, como con un tesoro, con nuestra verdadera capacidad de crear y de transformar el mundo. Nuestro trabajo como marxistas es activar esa potencia latente en nosotros mismos y en los demás explotados.
Así, el despertar de la conciencia de clase es un proceso individual y colectivo; no es algo que se conquista de una vez, sino que se va desarrollando y, más importante, se va manifestando en nuestro actuar y en la historia.