“No hay nada más antidemocrático que un partido político”*
Jorge Salazar García.
Si usted milita en algún partido y no forma parte de las dirigencias (comité nacional, estatal o municipal) es probable que nunca haya participado en asambleas, no obstante tener ese derecho desde su afiliación. Tal situación pudiese darse porque no le interesa o nunca ha sido convocado. No sería el único, lo común es que las dirigencias, pasada la asamblea de su elección, ya no convoque a ese máximo órgano de gobierno donde se debieran deliberar las decisiones cruciales para el desarrollo de la democracia. Después, si acaso, únicamente realizan asambleas para exigir a los leales militantes cerrar filas en torno suyo. Obviamente esto significa arrogarse el derecho de hacer lo que le venga en gana, principalmente decidir por todos, pues ¡él es el partido!
A partir de esa aprobación tácita o silencio disciplinado, las bases ven a sus dirigentes violar impunemente las normas estatutarias y cualquier ley (incluida la Constitución) que juraron respetar cuando solicitaron el registro del partido, convirtiéndose en verdaderos criminales. Posteriormente los militantes acriticos perciben esa descomposición generalizada pero, por conveniencia o impotencia, callan.
Calificar de “criminales” a los dirigentes parece extremo, sin embargo, atendiendo el concepto legal de “crimen” definido como una “acción contraria a la ley, considerada socialmente nociva, peligrosa o reprobable, que se comete de manera voluntaria” resulta apegado a la realidad objetiva. De aquí se desprende que si un sujeto adecúa su conducta a lo tipificado como crimen puede ser llamado criminal. Probablemente usted no comparta lo anterior y se respeta. Pero antes de rechazar el adjetivo le invito a leer los argumentos que lo fundamentan. Su percepción podría cambiar después de conocer, por ejemplo, las obligaciones legales de los partidos políticos.
Empecemos por exponer algunas de las establecidas en el artículo 25 de Ley General de Partidos Políticos:
a) Conducir sus actividades dentro de los cauces legales y ajustar su conducta (…) a los principios del Estado democrático.
b) Abstenerse de recurrir (…) a cualquier acto que (…) perturb(e) el goce de las garantías o impid(a) el funcionamiento regular de los órganos de gobierno.
e) Observar los procedimientos (…) estatut(arios) para la postulación de candidaturas.
f) Mantener en funcionamiento efectivo a sus órganos estatutarios.
i) Rechazar toda clase de apoyo económico, político o propagandístico proveniente (…) de cualquiera de las personas a las que las leyes prohíban financiar a los partidos políticos.
n) Aplicar el financiamiento exclusivamente para los fines que les hayan sido entregado.
s) Garantizar (…) la participación) (…) en sus órganos internos de dirección y espacios de toma de decisiones (ASAMBLEAS).
Con letra cursivas se pretende facilitar la comparación de lo asentado en la Ley con lo que realmente sucede. Caerá en la cuenta de que las dirigencias no promueven la democracia, ignoran a sus afiliados a la hora de seleccionar candidatos a puestos de representación popular, no permiten funcionar a sus órganos de gobierno y aceptan financiamientos ilegales.
El artículo 94 de la misma ley, entre otras causantes, determina en su inciso “c” que “incumplir de manera grave y sistemática (…) las obligaciones que le señala la normatividad electoral” es causa de pérdida del registro. Entonces, vistos los incisos violentados, ¿Por qué ningún partido pierde su registro?
La respuesta es simple. Primero porque depende exclusivamente del INE calificar si las faltas son “graves y sistemáticas”. La segunda razón es porque así conviene al sistema.
Todos los dirigentes, por cierto, justifican el control antidemocrático de los partidos argumentando que la ausencia física o falta de interés de los militantes impiden la formación de cuadros políticos capacitados para dirigirlos. Dicha justificación es insostenible. Su falsedad es confirmada por militantes honestos que luchan por rescatar su partido de esa delincuencia organizada. Históricamente esa causa, noble y fundamentada, ha sido derrotada en virtud de que, sin importar la ideología asumida, los partidos sirven al sistema como herramientas de control social. La hechura, interpretación y aplicación de las leyes depende de los mismos que la violan sistemáticamente.
Estos criminales convencen a militantes leales con la mentira de que están defendiendo al país del fascismo o del comunismo. Hacen de la manipulación ideológica una normalidad que apesta. Por eso los partidos mexicanos han perdido credibilidad y pocos ciudadanos militan en ellos (6 millones de 100).
Respecto a la cantidad de partidos registrados sólo serían necesarios dos en un Estado realmente democrático. Uno de trabajadores y otro de patrones. O si se quiere sintetizar, de izquierda y de derecha. Ya la derecha tiene en el PAN, fundado en 1939, un partido consolidado. La izquierda, los últimos intentos de constituir un partido de masas los hicieron el Partido Mexicano de los Trabajadores, el PRD y MORENA. Al PMT, le negaron el registro durante 10 años, (1974-84), pues no aceptó los condicionamientos de la clase política en el poder (PRI). Al PRD se lo dieron a cambio de aceptar el fraude de 1988. A MORENA no le costó tanto debido a que desde el principio incorporó en sus cúpulas a priistas antes ubicados en las estructuras del sistema. Por esa razón, su indiscutible líder, jamás habló de un partido de masas (trabajadores, estudiantes, campesinos, pequeños comerciantes, maestros, profesionistas), de nacionalizar o expropiar playas, carreteras, puertos, cárceles, minas en manos de las mafias. Aunque si pregonó que la herramienta de lucha sería un “movimiento” popular.
Visto a distancia, eso no sucedió. La directriz dominante actual del partido es conservar el poder bajo las reglas del sistema. Le cortaron las garras al tigre, reduciendo a los militantes fundadores a objetos, a un número (credencial) útil para negociar candidaturas y engordar prerrogativas. Por pragmatismo, el presidente permitió (apoyó) ese asalto al poder. Pues no se explica por qué desde 2018 sustituyó su petición de “no me dejen sólo” por llamados a la unidad en torno a los truhanes que se apoderaron del partido.
AMLO, al ignorar las advertencias de miles de militantes de MORENA de que el enemigo estaba adentro, contribuyó a la descomunal traición consumada en 2021, cuando MORENA perdió la mayoría calificada en el congreso federal. Hoy hay dos MORENA: la asimilada al modelo antidemocrático de partidos donde pululan parásito disputándose los 3 mil millones de pesos de las prerrogativas, y la otra, que aún cree sea posible rescatarla de la pudrición.
No hay duda de que los programas sociales de la 4T, la contención de impuestos, libros de texto gratuito, bajar tarifas del gas, luz y gasolina benefician a millones de pobres; pero la injusticia, la corrupción y la impunidad se pervierten cada vez más. El trato al ciudadano común generalmente es deplorable y algunas causas sociales son ignoradas y reprimidas. Galopa como “el Cid Campeador” la antidemocracia; el funcionar faccioso de contralorías, auditorías, fiscalías, comisiones de control, órganos de queja, defensoría laboral y del consumidor pocas veces responden como debieran. En los mandos pululan el nepotismo, la corrupción, la impunidad, la exclusión, la arrogancia y la insensibilidad.
Desde luego la derecha (que no es opción) aprovecha la orfandad y desilusión de los agraviados, llevando agua a su molino con el propósito de recuperar la presidencia o al menos la mayoría calificada en el próximo congreso.
Esto último lo logrará si las tribus y corcholatas que se disputan el poder como buitres no logran ponerse de acuerdo en respetar, antes que nada, a los militantes de su partido, diciendo la verdad de lo que ocurre en su interior. También tendrían que reconocer a quienes luchan por sus recursos naturales, sus derechos, contra las injusticias y saqueos. Que aunque no los vean ni oigan, esos son la esperanza de México.