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De Lula y Rosa.

por La Redacción abril 19, 2018
abril 19, 2018
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Por: Maciek Wisniewski. La Haine. 19/04/2018

Con la encarcelación de Lula la dictadura brasileña festejó su último triunfo y el fascismo emergente ante nuestros ojos en este país su primero.

El sábado pasado vi a Luiz Inácio Lula da Silva y pensé en Rosa Luxemburgo. O más bien llevaba ya unos días leyendo unos textos de Rosa y me puse a escuchar al épico discurso de 54 minutos que Lula dio en la sede de su antiguo Sindicato de Metalúrgicos en São Bernardo do Campo ante miles de simpatizantes para anunciar su entrega a la policía para cumplir una condena por presunta corrupción (el haber recibido un departamento que… nunca fue suyo). Por un momento ambos personajes se me fundieron en uno.

Cien años de distancia.

Anatomías políticas opuestas (una revolucionaria que odiaba al parlamentarismo y luchaba para abolir el capitalismo y un sindicalista, dos veces presidente y reformista que quería humanizar al sistema).

Mismos tiempos canallas.

Sólo entre 1904 y 1906 Rosa estuvo tres veces en la cárcel: en Berlín por insultar al Kaiser, en Varsovia, dónde creció y volvió por un rato cuando en esta parte de Polonia anexada por Rusia estalló la Revolución de 1905, y de nuevo en Alemania por incitar a la violencia en un discurso público en el que habló de la huelga de masas.

En febrero de 1914 volvió a la cárcel por llamar a los soldados a la desobediencia ante la guerra que se avecinaba. Durante el proceso en Frankfurt pronunció un discurso en que le dijo al juez: “Señor, yo creo que Usted huiría, pero un socialdemócrata, no. Éste es fiel a sus principios y se ríe de sus veredictos. Y ahora, ¡senténcieme!” (P. Frölich, Rosa Luxemburg, 1972, p. 186).

En aquel entonces ser socialdemócrata –unos meses antes de que la SPD votara los créditos de guerra– aún significaba algo. Rosa se creía una. Lenin también.

Fue condenada por un año, pero no fue transferida a la prisión de una vez. De la corte se fue a un multidinario mitin político donde fue recibida con ovaciones –casi la llevaron en andas como a Lula…– y repitió toda la propaganda antiguerra por la que fue sentenciada.

En 1916 fue otra vez encarcelada y pasó el resto de la guerra en las prisiones en Berlín, Posen y Breslau (hoy Poznań y Wrocław en Polonia). Salió en noviembre de 1918. Tres meses más tarde, tras la derrota de la insurrección espartaquista, fue asesinada por los contrarrevolucionarios y protofascistas de los Freikorps, los embriones del nazismo. La orden vino de un gobierno socialdemócrata.

En aquel entonces –y más adelante– ser socialdemócrata ya no significaba nada. Vergüenza, quizás.

En su último escrito se burlaba de la victoria de los guardianes del orden, analizaba las razones de la derrota, pero a la vez subrayaba que la lucha tenía que seguir. Confiaba que las masas –un factor crucial– harían la Revolución otra vez posible.

¡El orden reina en Berlín!, exclamaba irónicamente en alusión a las cínicas palabras ( L’ordre règne à Varsovie) de un canciller francés tras la sangrienta sofocación de la insurrección nacional polaca por las tropas rusas en 1831.

Escuchando a Lula por ratos ya no sabía si aún hablaba él o ya era Rosa y al revés. Tal vez me dejé llevar demasiado cuando dijo: “Podrán matar una, dos o cien rosas [sic], pero jamás conseguirán detener la llegada de la primavera”. Pero no era sólo esto.

Era la misma dignidad que desafiaba al orden pervertido de los jueces (sean guillerministas o temeristas: aquí estoy y no voy a huir); la misma convicción de que hay veces en que hay que aceptar la derrota para luego seguir adelante; la misma insistencia en la importancia de la huelga –por liderar una Lula en 1980 pisó la cárcel de la dictadura– como una escuela; la misma confianza en las masas (Hay millones de Lula para andar por mí…).

De hecho todo lo que ocurre últimamente en Brasil –el golpe policiaco-judicial y destitución de Dilma, la militarización de las favelas, los asesinatos selectivos de los líderes sociales como Marielle Franco por los Freikorps modernos, gatilleros a sueldo de gobiernos y finalmente lo de Lula– tiene que ver con las masas.

Las clases dominantes dicen: ¡Basta!

¡Hasta aquí con su empoderamiento!

¡El orden reina en Brasilia!

¿Será casualidad que –otra vez– en las primeras filas de la reacción están los socialdemócratas (PSDB)?

Lula tal vez facilitó un poco este backlash del odio de clase: para realizar sus grandes reformas sociales fortaleció al capitalismo brasileño, convirtió al PT en su gerente, titubeaba en cuestiones cruciales (la reforma agraria), le dio mano libre al ejército y a la policía para ir reprimiendo a los pobres.

Pero igual que Rosa, que a pesar de sus errores –teóricos, estratégicos– era el águila de la Revolución (Lenin dixit), Lula a pesar de sus errores y limitaciones es el águila de los excluidos.

Hace tiempo a los comentaristas les encantaba comparar –falsamente– a Lula con Lech Wałęsa, el campeón del anticomunismo, sólo por ser los dos antiguos sindicalistas vueltos presidentes (http://bit.ly/2H7Cmzb). Hoy –paradójicamente– un cierto paralelismo vuelve.

La extrema derecha polaca que, igual que la brasileña, basó su poder en la subordinación de los jueces y la judialización de la política, hizo del igualmente derechista antiguo líder de Solidarność uno de sus principales villanos (por razones sectarias).

Recientemente una persona que gritó Wałęsa frente a un mitin de los políticos del partido gobernante –aparentemente para fastidiarlos– fue acusada por la policía de cometer un acto prohibido (art. 52, § 2, pt. 1 del Código de Infracciones).

Gritar Lula también pronto será un delito en Brasil (si ya no lo es…). Pero hasta aquí –otra vez– las comparaciones: contrariamente a Wałęsa, Lula nunca perdió su consciencia de clase. O más bien la tenía, para empezar. El discurso de São Bernardo fue la más reciente y la mejor prueba de esto.

Isaac Deutscher, un destacado marxista polaco-británico que igual tenía sus diferencias con Rosa pero nunca dejó de subrayar su grandeza, escribió en una ocasión: Con su asesinato la Alemania de los Hohenzollern festejó su último triunfo y la Alemania nazi su primero.

Con la encarcelación de Lula –no hay duda de que muchos felizmente lo verían muerto como a la propia Rosa o Marielle (una semana antes su caravana fue baleada y los pilotos del avión que lo trasladaba a la cárcel bromeaban en una clara alusión a las heroicas tradiciones del Plan Cóndor de ir a tirar la basura…)– la dictadura brasileña festejó su último triunfo y el fascismo emergente ante nuestros ojos en este país (https://lahaine.org/aK9n) su primero.

Texto completo en: https://www.lahaine.org/de-lula-y-rosa

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ.

Fotografía: La Haine

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