Por: Berenice Chavarría Tenorio. 28/08/2022
Ciudad de México.- Chihuahua, al igual que otras entidades al norte del país, ha visto recrudecer los índices de violencia criminal perpetrada principalmente por hombres; ante ella, mujeres, niñas y niños se convierten en víctimas colaterales. Esta estructura delictiva tiene bases sólidas en la masculinidad hegemónica, construida a través de un pacto que es violento por definición.
Recientemente se dio a conocer el asesinato de cuatro trabajadores de la radiodifusora Switch 105.9 FM a manos del crimen organizado en Ciudad Juárez. Esta escena no es única ni exclusiva de dicha ciudad, ya que los homicidios se reproducen de forma constante en varios puntos del país.
Desde los cuerpos militares y policiacos hasta los criminales, se observa que en su mayoría los grupos se encuentran configurados por hombres, muestra de una concepción de masculinidad hegemónica –un modelo de comportamiento masculino que reproduce esquemas violentos y de poder, a la vez que enfatiza la desigualdad basada en el género–.
Entonces, ¿cuál es la base de esta violencia y por qué persiste?
Violencia y dominio: conductas aprendidas desde la infancia
La antropóloga feminista María Marcela Lagarde y de los Ríos ha explicado que los hombres experimentan la necesidad de mostrarse como seres violentos desde su infancia, pues de no hacerlo se les consideraría “poco hombres”. Así, paulatinamente se van reproduciendo en el ideario social conceptos como dominio, opresión y supremacía que se relacionan estrechamente con lo masculino y acciones agresivas que sustentan dichos preceptos.
En ese sentido, el Informe sobre Violencia, Niñez y Crimen Organizado publicado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en 2015 refiere que las normas de socialización vinculadas al poder tienden a ser ejecutadas y propagadas por niños, adolescentes y posteriormente, hombres adultos.
“El recurso a la violencia en la sociedad como forma de resolución de conflictos y como instrumento de poder en las relaciones interpersonales es aprendido por los niños y los adolescentes, lo cual incrementa las probabilidades de que ellos reproduzcan las mismas lógicas. Se observa, por ejemplo, que la violencia es mayor cuando se alienta a los niños varones a desarrollar una masculinidad agresiva, relaciones interpersonales de poder y sumisión, y a desarrollar habilidades con armas, en especial en contextos en los cuales éstas son fácilmente accesibles”, explica la CIDH.
La lucha por el poder
“El mandato de masculinidad le dice al hombre que espectacularice su potencia ante los niños, ante los compañeros, ante los primos, ante los hermanos, delante de los ojos del padre, en sociedad”, afirma la antropóloga feminista argentina Rita Laura Segato.
En Las estructuras elementales de la violencia, la investigadora asegura que el sistema patriarcal ha instaurado socialmente que el lenguaje de la feminidad es “performativo y dramático”, mientras el de los hombres es “violento, de conquista y preservación activa de un valor”.
Ser hombre, a la manera en que estos procesos y procedimientos de producción de masculinidad lo narran, es siempre un poco ser soldado: duro ante el dolor propio o ajeno, poco sensible ante la pérdida.
RITA LAURA SEGATO
Por ello, resulta común observar que los grupos delictivos en México y las Fuerzas Armadas que buscan contrarrestarlos evocan una lucha por el poder, más que la instauración de un Estado de derecho que proteja los derechos de ciudadanas y ciudadanos: ambos grupos están sujetos a consolidar su potencia y espectacularizarla ante los ojos de las y los demás.
Incluso puede considerarse que la violencia pública surge entre las células criminales a raíz de desafíos de la “masculinidad” para mostrar el supuesto control que se tiene en un territorio determinado. A esto se suma la permisividad institucional que contribuye a la perpetuación de una estructura violenta sustentada por la masculinización.
En este sentido, Rita Segato concluye que “la estructura de la masculinidad, la estructura de género y la estructura del patriarcado son análogas a la estructura machista” que existe y ha existido por siglos.
La violencia masculinizada que alcanza a las mujeres
En su obra Cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas, Marcela Lagarde destaca que la raíz de la violencia contra las mujeres se encuentra en las cargas sociales que se han impuesto sobre lo masculino y femenino.
Las relaciones entre hombres y mujeres tienen una enorme carga de agresividad que se manifiesta y se expresa de formas diferentes por ambos. Los hombres tienen derecho y permiso de ejercer la violencia contra las mujeres y ellas deben padecerla con obediencia y resignación.
MARCELA LAGARDE Y DE LOS RÍOS
Es así como en una variedad de acciones violentas se refuerza la afirmación patriarcal de los hombres contra las mujeres.
De esta manera, el patriarcado perpetúa la masculinización de la violencia para que los hombres se apoderen de armas, economías, cuerpos y libertades en total impunidad, pues las instituciones encargadas del orden público mantienen arraigada la misma estructura de carácter hegemónico donde los hombres buscan el dominio a través de la agresión.
“Desde que nos levantamos, hasta que nos acostamos estamos bajo un ojo juzgador:
para las mujeres es la sospecha moral, para los hombres es la sospecha
de no ser suficientemente hombre. Y esto es una bomba de tiempo constante”. –Rita Segato
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Fotografía: Cimacnoticias