Por: Luis Armando González. 15/12/2022
En el libro VII de su Metafísica, Aristóteles apunta lo siguiente sobre la sustancia: “sustancia, según la distinta inteligencia que se le da, tiene si no muchos, por lo menos cuatro sentidos principales: la sustancia de un ser es, al parecer, o la esencia, o lo universal, o el género, o el sujeto”. Y después de detenerse en esos aspectos, anota: “hemos hecho una definición figurada de la sustancia, diciendo qué es lo que no es atributo de un sujeto, aquello de lo que todo lo demás es atributo. Pero necesitamos algo mejor que esta definición; es insuficiente y oscura”[1]. Siendo que para él la sustancia es un pilar fundamental de su concepción de la realidad –un pilar ontológico y conceptual (lógico)—, la preocupación por su definición clara no es irrelevante. No lo es porque la sustancia es una de las maneras en la que, por así decirlo, se expresa el Ser, que, a su vez, se dice de muchas maneras: una de ellas es como sustancia[2].
Esta referencia a Aristóteles –el señor de las definiciones— es útil para atender a una palabra de enorme relevancia en el ámbito académico que, precisamente, también se “dice de muchas maneras”: la palabra teoría. Y esas muchas maneras en que se usa pueden dar lugar, si no se precisan o tienen claros los contextos, a implicaciones para el quehacer y legitimidad de un proceso de conocimiento que indaga sobre la realidad y su complejidad. Para comenzar, se tienen los usos comunes y populares de la expresión; esos en los que “teoría” quiere decir especulación o afirmación sin referencia a la realidad, esto es, una invención mental.
Aquí la palabra tiene un sentido descalificador: al escuchar a alguien sostener una idea, se le dice “lo que dices es mera teoría”. Algunas veces, este significado se asocia con ausencia de práctica: “lo tuyo sólo es teoría y nada de práctica”. Esta contraposición, por cierto, ha alcanzado las alturas de la filosofía, en donde con un estilo más elegante se habla de “teoría y praxis”. En estos ambientes –como se verá después—, “teoría” deja de ser una afirmación simple (o una idea aislada) y pasa a convertirse en un sistema de ideas que, si se aleja de la praxis, se convierte en ideología, o sea, en una visión deformada de la realidad.
En buen parte de los círculos académicos filosóficos y humanistas (con una fuerte incidencia en las ciencias sociales) es esa la concepción de “teoría” que ha calado hondo. Se la puede encontrar en los más variados autores, pero en algunos de ellos la formulación es ejemplar. Es el caso de Douglas Kellner quien, en su Cultura mediática, ofrece una síntesis de las tesis que sostienen la referida concepción de “teoría”. Comienza con un planteamiento general, en el que sostiene que:
“las teorías se consideran herramientas que nos ayudan a ver, a operar y a agrupar campos sociales específicos, señalando fenómenos sobresalientes, haciendo conexiones, interpretando, criticando y quizás explicando y prediciendo estados de asuntos específicos. Las teorías proporcionan recursos para hablar de experiencias comunes, discursos, prácticas, instituciones y relaciones sociales. También señalan conflictos y problemas, o proporcionan fuentes para discutirlos y buscar soluciones” [3].
Y, precisando más la concepción de las teorías como visión de la realidad social, el autor añade:
“las teorías, por tanto, iluminan realidades sociales y ayudan a los individuos a que su mundo tenga sentido. Las teorías usan conceptos, imágenes, símbolos, argumentos y narraciones para hacer su trabajo… De hecho, las teorías tienen componentes cognitivos que, a partir de conceptos teóricos, abstraen elementos comunes de su dominio, por ejemplo, cuando las teorías sociales críticas analizan las estructuras del capitalismo, el patriarcado o la clase social. Po tanto, las teorías sociales son mecanismos heurísticos para interpretar y encontrar sentido a la vida social. Iluminan el contexto de la acción social y guían a la gente en sus interacciones sociales de todos los días”[4].
Los dos textos citados recuerdan la concepción de los paradigmas ofrecida por Thomas Kuhn. Y el segundo de esos párrafos recuerda la fórmula que sobre la ideología ofrece Karl Marx en el antes tan afamado Prólogo a la Contribución de la crítica de la economía política y que tanta huella dejó en Antonio Gramsci: la ideología no tanto como “falsa conciencia”, sino como espacio en el cual los individuos toman conciencia de sus conflictos y los resuelven (cito de memoria este fragmento del escrito marxiano). Este empalme con Marx es algo que Kellner hace explícito cuando describe el carácter de las “teorías críticas”, que
“conceptualizan las estructuras de dominación y resistencia. Apuntan a formas de opresión y dominación contrastadas con fuerzas de resistencia que pueden servir como instrumento de cambio. Iluminan las posibilidades de transformación social y progreso, así como los peligros de una dominación social cada vez mayor. La teoría social crítica, de hecho, se desarrolla en torno a la práctica social y puede ayudar a la construcción de sociedades mejores… Las teorías sociales críticas son armas de crítica e instrumentos de práctica, así como mapas cognitivos”[5].
Ahora bien, es presumible que los científicos naturales –y algunos científicos sociales cercanos al proceder de sus colegas del otro lado de las disciplinas científicas— no tengan una visión tan abarcadora y multifacética de la palabra “teoría”. En el ámbito de las ciencias la teoría es una conquista a la que se llega, una vez que se ha realizado un proceso investigativo. ¿En qué consiste esa conquista? Consiste en una explicación de un enigma (o problema) a partir de una argumentación lógica acerca de los factores que lo suscitan (causan, se asocian, relacionan o correlacionan con el mismo), lo cual es sustentado con una base de datos empíricos lo suficientemente sólida como para sostener la explicación que se ofrece. Las explicaciones científicas de la realidad (de sus ámbitos, dinámicas y procesos) se expresan en las teorías científicas, lo cual quiere decir que no cualquier elaboración conceptual tiene, en el mundo científico, ese estatus.
Por su parte, las explicaciones científicas a las que les falta un respaldo empírico reciben el nombre de hipótesis o conjeturas. Para serlo, no obstante, deben ser empíricamente contrastables o refutables. No es inusual que en algunas ciencias (o disciplinas suyas) se use la expresión “teorizar” para referirse al quehacer conceptual, lógico y matemático –la física teórica es ejemplar en este aspecto— orientado a elaborar hipótesis o sistemas de hipótesis que quedan a la espera –a veces durante años o décadas— de la refutación o confirmación empírica correspondientes. Como quiera que sea, y eso es lo que se pretende dejar asentado aquí, desde una visión científica, la palabra “teoría” tiene un sentido más acotado que, por cierto, vale para cualquier ciencia, incluso la ciencia social. Ejemplo de esta parquedad en la definición de “teoría” es éste:
“Teoría: conjunto de conceptos relacionados entre sí, que presentan un punto de vista sistemático sobre nudos problemáticos de la realidad social y especifican una particular relación (…) entre variables, en el intento de comprender y explicar (que no siempre resulta posible) fenómenos”[6].
Y antes de anotar esa idea los autores, también con una capacidad de síntesis extraordinaria, habían apuntado que: “uno de los procedimientos consensuados en torno al carácter metódico de la ciencia resulta de la necesaria presentación pública de las pruebas o argumentos en favor de una determinada teoría. En otras palabras: las evidencias que sostienen una determinada teoría deben ser pasibles de ser revisadas por la comunidad científica, a los fines de ser aceptada o desechada”[7].
¿Es posible encontrar algún eco de lo que se entiende, desde la ciencia, por teoría en la visión amplia de teoría delineada por Douglas Kellner? Sí, un eco lejano y difícil de aterrizar empíricamente, pero que no puede obviarse. Se logra ver en este texto:
“Las teorías sociales también –dice Kellner— pueden iluminar acontecimientos y artefactos específicos, analizando sus constituyentes, relaciones y efectos. La teoría social dialéctica hace conexiones entre las partes aisladas de la sociedad mostrando, por ejemplo, cómo entra la economía en los procesos de la cultura mediática, y cómo estructura el tipo de texto que producen las industrias culturales, o demuestra que escuchar música es un acto mediado por tecnologías específicas, espacios culturales e instituciones (…). La dialéctica es el arte de hacer conexiones y relacionar las partes entre sí, y con el sistema en su conjunto. De hecho, una teoría crítica de la sociedad contiene topografías de cómo está organizada la sociedad en su conjunto, delinea sus estructuras fundamentales y cómo estas encajan en un sistema social”[8].
En el texto, si se lo lee detenidamente, aparece una noción de “teoría” cercana a la que se maneja en la ciencia, pero está inmersa en un marco conceptual filosófico que diluye lo que con propiedad le corresponde a la teoría en un marco científico. Lo que el autor –y no sólo él— adscribe a una “teoría social” corresponde más bien a una filosofía social y política, que debería llamarse “filosofía crítica” y no “teoría social crítica”, lo cual permitiría evitar los usos fuera de control de la palabra “teoría”. Ello contribuiría, además, a que las ciencias sociales, si pretenden ser “ciencias”, enrumben su quehacer a partir una identidad claramente asumida de su carácter científico.
En este plano queda mucho por hacer, dada la poca comprensión que tienen bastantes de los cultivadores de las “ciencias sociales” de lo que hace científico su quehacer. Hay quienes creen erróneamente que lo científico de las ciencias sociales tiene poco que ver con lo científico de las ciencias naturales, y cabe sospechar que, en parte, esa confusión tiene que ver con esa otra que confunde la teoría con la ideología, o la teoría con la filosofía social y política.
En fin, la palabra “teoría” de dice de muchas maneras. Confundirlas no es sano ni prudente. Yo me quedo con la noción que se maneja en el terreno científico. Más directa, más lógica, más potable y menos ambigua, y, también, menos expuesta la volatilidad ideológica.
[1] Aristóteles, Metafísica, libro VII. https://www.filosofia.org/cla/ari/azc10202.htm
[2] Cfr., Di Camilo, Silvana, Tonelli, Malena, Filósofos griegos antiguos. La Plata, Universidad Nacional de La Plata, 2019.
[3] Kellner, Douglas, Cultura mediática. Estudios culturales, identidad y política entre lo moderno y lo postmoderno. Madrid, Akal, 1995, p. 32.
[4] Ibíd.
[5] Ibíd., p. 33.
[6] Carbonelli, Marcos, Cruz Esquivel, Juan, Irrazábal, Gabriela, Introducción al conocimiento científico y a la metodología de la investigación. Buenos Aires, Universidad Nacional Arturo Juretche, s.f., p. 29,
[7] Ibíd.
[8] Kellner, Douglas, Ibíd., pp. 32-33.
Fotografía: Fuente: https://www.lavanguardia.com/vivo/psicologia/20220523/8285900/que-es-la-teoria-del-caos-y-que-nos-dice-nbs.html