Por: Perspectivas comunistas. 12/06/2025.
En la primera hipótesis provisional que hicimos, decíamos que las redadas migratorias tenían como fundamento abaratar la fuerza de trabajo, pero no porque se abarate su reproducción (esto es, bajando el precio de las mercancías que necesita la clase trabajadora para vivir), sino por el aumento de la jornada laboral y/o la mayor intensidad, es decir, la superexplotación.
En esta segunda hipótesis de trabajo, hacemos una precisión: la superexplotación ꟷun fundamento estructural del periodo globalizadorꟷ es una tendencia colateral a partir de las redadas migratorias que se reactualizaron en Los Ángeles y ahora se extienden a Dallas, Chicago y Nueva York.
Lo que impulsa estas políticas es el nacionalismo del Gobierno Trump, enfrentado al globalismo que deslocalizó la industria estadounidense buscando la fuerza de trabajo superexplotada hacia países de Asia y, en este caso, a México. Sin embargo, el trumpismo no puede llegar lejos, pues va a contracorriente del poder del deep state, de las fracciones de clases que se han beneficiado con la actual fase de mundialización del capital (el globalismo neoliberal).
De modo estructural, la economía mundial y norteamericana en particular, no puede eludir el eje de la superexplotación del trabajo. Estados Unidos mudó su industria a países con bajos salarios y superexplotación del trabajo (nota: no es lo mismo bajos salarios que superexplotación del trabajo). Regresarla a EEUU, implicaría el incremento del capital variable en la formación de valor y por lo tanto en el precio de las mercancías (que fluctúan en torno a este). A una aguda pregunta de Barack Obama a Steve Jobs (2011), respecto a cómo hacer para que retornen los empleos de Asia a Estados Unidos, el ícono de Apple sentenció: “Esos trabajos no van a volver”.
Trump no es ningún paladín del proletariado, la elección de su gobierno responde a la añoranza del nacionalismo del pasado, lo que se corresponde con sectores de trabajadores y populares cuyos impactos de la desindustrialización y reestructuración económica estadounidense han experimentado hasta hoy; buena parte de ello explica la base electoral de Trump y su núcleo WASP (White Anglo-Saxon Protestant).
Por otra parte, las coordenadas e intereses del deep state y sus bloques globalistas y neoliberales rechazan políticas nacionalistas de Trump: es una contradicción que atraviesa todo el orden de la política en Estados Unidos que impacta igualmente al orden económico neoliberal europeo anti-Trump.
Dentro del proyecto de nacionalismo de Trump, la tendencia es clara: atacar al migrante, condenarlo y criminalizarlo en tanto parte “responsable” del actual orden económico y social de Estados Unidos. Con su condena al “enemigo extranjero”, el nacionalismo de Trump pretende reivindicar a sus bases de origen estadounidense (WASP); deportaciones masivas de migrantes y con ello, un pretendido “fortalecimiento” de las condiciones laborales de sus bases: apertura y “retorno” de empleos para los WASP.
En el fondo, esta tendencia del nacionalismo del gobierno estadounidense no puede conducir a la mejora de las condiciones de vida de los WASP, y sí, de modo colateral, a abaratar la fuerza de trabajo de migrantes que se integren o trabajan actualmente dentro de Estados Unidos. En China, el salto cualitativo apunta hacia un incremento en la composición orgánica del capital (más capital constante en relación al capital variable), en el capitalismo estadounidense se viene jugando la relación de esa composición, que durante el siglo XX fue uno de los componentes que permitieron apuntalar su economía a potencia mundial.
Leer los procesos del nacionalismo Trump se vuelve más relevante que nunca, ya que tiene sus impactos en todas las economías y en todos los órdenes. Podemos pensar, incluso, en una posibilidad de generarse insospechadas formas de respuesta y organización en los barrios hispanos.
Fotografía: tomada de la página de Facebook de la Casa Blanca