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La dimensión de la política anticapitalista: producir milagros

por RedaccionEM septiembre 14, 2024
septiembre 14, 2024
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Por: Iván Alonso Cuevas. Perspectivas comunistas. 14/09/2024.

Adaptación de los apuntes para la conferencia “Una educación política para el siglo XXI” presentada el 3 de septiembre de 2024 en el auditorio de la biblioteca pública Jaime Torres Bodet, en el centro de la ciudad de Aguascalientes.

Dedicado al Colectivo de El Malacate “Guardianes del monte”, a Abril Vera, Yoshiro Cruz y Jafet Mezo

¿Qué hace la juventud rusa, o parte de ella, por lo menos? Se mete en una inmunda taberna, como esta, por ejemplo; en ella se juntan unos cuarenta hombres, que no se conocen, y que tardarán, quizás, cuarenta años en volverse a ver; y durante esos minutos, ¿qué discuten? Sólo las cuestiones fundamentales: si Dios existe, si es inmortal el alma. Los que no creen en Dios discurren sobre el socialismo o la anarquía, sobre la renovación de la humanidad; cuestiones que vienen a ser una y la misma, aunque mirada por lados distintos.[1]

F. Dostoievski

En estos tiempos de desprestigio de la política valdría la pena preguntarnos por la esencia de lo político: ¿es el poder? ¿El gobierno?

Creo que la necesidad de lo político responde a algo más original. Como en el arte, subyace a la política un profundo deseo de comunicación. Siendo seres gregarios, los hombres experimentan la angustia de su disgregación, de su desintegración histórica, con el desarrollo del individuo. Este alejamiento entre seres que evolucionaron en comunidad genera la necesidad de rehacer los vínculos. Para este reencuentro se desarrolla, en el proceso de evolución del individuo, un potente mediador: la palabra. Con ella la religión y la política intentan rehacer la unidad, el acuerdo, la comprensión.

Esa disgregación ha mostrado un constante proceso de escisión en la humanidad. A lo largo de la historia, a medida que va desarrollándose el individuo, se va apagando la comunidad; tal vez porque las estructuras sociales tienden a oprimir al individuo; entonces los individuos, en pos de su libertad, van restando fuerza a la comunidad. La gran pregunta de la política es cómo, siendo individuos plenos, racionales, libres, podemos formar una entidad política que nos integre sin anularnos.

1

Entonces, un primer aspecto de la educación política que necesitamos es la de recuperar el poder de la palabra y tener como fin una integración auténtica.

“La renovación de la humanidad”; la Integración, comunidad, perfeccionamiento, búsqueda interior, de que habla Dostoievski son, como bien señala, temas comunes entre religión y política. Hay momentos en que estos temas están en la mente de amplios sectores. ¿Cómo llegar a un estado de cosas similar? Donde los jóvenes espontáneamente discutan entre sí, escuchen puntos de vista acerca del cambio político, de la renovación, de la vigorización de la vida social.

Integración, comunidad, perfeccionamiento, búsqueda interior, son aspectos constituyentes de la vida humana, que es, ante todo, vida social. En momentos de crisis civilizatoria, una sociedad se enfrenta a una crisis generalizada de estas dimensiones de la vida humana: las instituciones encargadas de estos rubros se debilitan y se ponen en entredicho. Surgen, como una plaga en la sociedad, las tendencias a la desintegración, al individualismo, a la decadencia y a la superfluidad de la vida.

Superfluidad de la vida es que se implanten en la sociedad horizontes estrechos donde no es necesario pensar. Superfluidad de la vida es que se masacre a sectores de la población y la carnicería no produzca un colapso moral y una reacción política de las masas. Superfluidad de la vida es que haya desplazados por hambre y por violencia; multitudes desterradas y deshumanizadas. Superfluidad de la vida es también que se destruya el entorno ecológico ante la indiferencia de unos y la impotencia de otros. Siguiendo a Hannah Arendt, podemos decir que la banalización de la vida, de nuestras vidas, es una cuestión radicalmente política.

Entonces, sin atrevernos todavía a proponer alguna solución a los graves problemas que la humanidad se enfrenta, podemos decir, por lo menos, que asumir un compromiso por nuestra educación y la de otros —por distanciarnos de la superfluidad de una vida de consumo y de desprecio por el saber— son ya actos políticos de resistencia.

2

Una sociedad que piensa, que discute, que genera espacios de diálogo, es una sociedad que se renueva, que está viva. Lo mismo ocurre con una persona: vivir y estar lúcida, o activa intelectualmente, son la misma cosa.

Existe siempre una brecha entre los problemas sociales y la cantidad de personas preocupadas por resolverlos. Esta brecha se corresponde con otra: la que existe entre las personas que tienen acceso a una educación humana y democrática, a un desarrollo de sus capacidades intelectuales, y las que no; Muy pocas personas en nuestra sociedad tienen acceso a una forma de vida donde el conocimiento, el arte, el diálogo, la búsqueda de sentido a partir de la reflexión, el anhelo de igualdad y de justicia, sean pilares fundamentales de su existencia. Esto genera una enorme asimetría entre el tipo de ciudadano necesario para una sociedad tecnificada y en crisis, como la nuestra, y el ciudadano que realmente se produce: “ciudadano” indiferente y adicto al entretenimiento de masas.

Llamemos, a falta de mejores términos, a esta asimetría entre el tipo de ciudadano que se requiere para construir una sociedad democrática y el que produce nuestra sociedad del espectáculo, la brecha cultural catastrófica (BCC).

3

Ahora bien. Si las personas comunes se preocupan por el tema del mejoramiento de su sociedad, si contribuyen a elevar el nivel cultural y la comprensión de los problemas, como ocurría en Rusia a finales del siglo XIX, valiéndonos del concepto introducido más arriba, si la BCC es controlada, podemos decir que se prepara una época de florecimiento social, de desarrollo político, como en efecto se reveló en la Rusia de las primeras dos décadas del siglo XX. Si lo que reina es la indiferencia ante los problemas, la política como espectáculo, el privilegio de los intereses económicos y, en fin, una BCC descontrolada, nos encaminamos hacia el abismo.

Tenemos urgencia de producir una generación de jóvenes abocados a explorar sus capacidades morales e intelectuales en busca de la fuerza para transformar el mundo. Necesitamos un resurgimiento de los valores modernos: igualdad, libertad, fraternidad, justicia y por encima de todos, amor al conocimiento y a la humanidad. Hay que luchar contra la BCC.

4

La sociedad del espectáculo[2], o capitalismo de la información, produce, junto a la superabundancia de bienes, seres humanos cansados y frustrados a los que, fuera del ámbito laboral, les está prohibido crear, producir, externar su visión o sentido de vida. No se les permite siquiera buscar un sentido de vida; se les permite, sí, consumir, pero sólo dentro de ciertos parámetros. Junto a este proletario impotente, la sociedad del espectáculo produce también, por un lado, una burocracia estatal e industrial hedonista y desconectada de la realidad, por otro, y como complemento o subproducto de ella, una intelectualidad burocratizada, inmersa en cuestiones irrelevantes, en temas de lenguaje llevados al absurdo de la corrección política y de la producción de un lenguaje de élites. Intelectuales enfrascados en investigaciones estériles y en la publicación de textos escolásticos de autoconsumo. De una u otra forma el modo de vida que se nos ha impuesto nos empuja a la insignificancia, a la superfluidad. A nosotros, los proletarios, se nos vuelve superfluos por el cansancio, y porque somos cada vez más reemplazables; a la clase media, por la comodidad y por su vanidad intelectual. A todos se nos mantiene aislados, entretenidos u ocupados. Se nos condena a un modo de vida preestablecido y hasta predigerido. La sociedad de castas pervive en estos condicionamientos.

Y mientras se nos mantiene conectados a un modo de vida absorbente y absurdo, el mundo natural y humano se va destruyendo cada día más. Se extinguen especies, desaparecen bosques, se secan o desvían ríos. Se declaran guerras, se producen criminales de forma industrial para aterrorizar a la sociedad. Se vuelve adictos a los jóvenes, se les niega el acceso a la literatura o a cualquier forma de espiritualidad.

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¿Qué pasa con una sociedad donde ocurren estas cosas y nadie se da por enterado? Cientos de madres buscan a sus hijos desaparecidos pero otras miles planean vacaciones y fiestas. Miles de jóvenes son asesinados, pero millones piensan sólo en divertirse. El espíritu humano languidece de cansancio, se esconde por el miedo, pero el primer imperativo social es entretenerse. A estas paradojas los marxistas solemos llamarlas “contradicciones internas del capitalismo”: unos trabajan, pero otros viven; alto ingreso per cápita con miles de personas pasando hambre, alta productividad en sociedades empobrecidas, abundancia de recursos con sociedades miserables, sociedades tecnológicas con poblaciones sumidas en la ignorancia, etc., etc. La acumulación de contradicciones en un modo de producción suele llevar a su decadencia y eventual superación. Para esto, de nuevo, igual que en nuestras vidas, el primer paso para resolver los problemas es tener conciencia de ellos.

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Problemas complejos, callejones sin salida, deterioro inminente de las condiciones que hacen posible la vida en el planeta y de aquellas que hacen posible el desarrollo humano. ¿Qué hacer?

Un segundo aspecto de esta educación que buscamos es que necesitamos recuperar la imaginación: ser capaces de imaginar nuevos escenarios, futuros alternativos. Ser capaces de alumbrar lo posible; creer en milagros. Dice Hannah Arendt:

Por lo tanto, si esperar milagros es un rasgo del callejón sin salida a que ha ido a parar nuestro mundo, de ninguna manera esta esperanza nos saca del ámbito político originario. Si el sentido de la política es la libertad, es en este espacio -y no en ningún otro- donde tenemos el derecho a esperar milagros. No porque creamos en ellos sino porque los hombres, en la medida en que pueden actuar, son capaces de llevar a cabo lo improbable e imprevisible y de llevarlo a cabo continuamente, lo sepan o no. La pregunta de si la política tiene todavía algún sentido, aun cuando acabe en la fe en milagros -y ¿dónde debería acabar, si no?-, nos conduce inevitablemente de nuevo a la pregunta por el sentido de la política. [3]

La persona humana, en su dimensión política, no es más que un animal que produce milagros.

Entonces, otro elemento común entre religión y política es la fe en milagros. Religión y política se desarrollaron juntas en la historia; contuvieron una promesa de armonía, de reconciliación: de justicia. Igual que la mejor religión es aquella que busca a Dios en el corazón del hombre, la mejor política es aquella que se hace al interior de la comunidad, que involucra al arte y un vigoroso ejercicio del diálogo: la que está en los hombres, y no osificada en instituciones ajenas al interés social.

Una educación política para el siglo XXI tendría que partir de una concepción tal de la política. Una política que pueda ser nuestra y que sirva de base para obrar milagros.

Fotografía: Yoshiro Cruz


[1]Dostoievski, Fedor. Los Hermanos Karamasov. México. Porrúa. 1968. p. 152.

[2]En el sentido que emplea Guy Debord este término en su La sociedad del espectáculo. Santiago de Chile. Ediciones Naufragio. 1995.

[3]Arendt, Hannah. ¿Qué es la política? Trad. Rosa Sala Carbó. Barcelona. Paidós. 1997. P.66.

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