Por: Lucas Agustín Pérez Picasso. 12/12/2023
No es novedad que el discurso de Libertad avanza viene adoptando caracteres premonitorios que vaticinan, a partir de los rasgos más catastróficos de la macroeconomía actual, una “explosión”.
“Los titulares de hace diez días ya no me interesan
Los tapices tejidos con amor terminan en cajas de garaje
La paloma blanca profanada en desuso
Y, ¿quién desea sabiduría?
El mundo es un borrador para estas palabras”.
Kerouac, J. – Poems All Sizes
Como si la realidad argentina se dejara entrever solo en la ínfima hendidura que hay entre el botín militar y la mina que ha activado. Y, persuadidos por sus propuestas, instan a la población a quitar el pie que, como un Proteo moderno, dicen ser transformadoras, más su núcleo conserva un detonador que tienen más de cuarenta años activado y listo para nuestra democracia.
“Puede hacer explosión” se dice a modo de advertencia, como si la fuerza desmedida del estallido estuviera calculada siempre por una incipiente libertad en la detonación. Pues bien, una vez estalle, hasta que no acabe el fragor y el silencio se haga ritmo de la sordera, todo efecto, toda causa será fruto de lo contingente, de un accidente, como parte de lo que ha sabido ocurrir por azar o una “bondad del destino”. Sin embargo, cuando el polvo caiga y un sofocante dolor arremeta e involucre a la intención, el propósito y la bronca, una impávida violencia emergerá y será su principal fundamento.
Como quien dice “una reacción violenta que se desencadena”, es decir, cuya condición preliminar es que esté latente o aprisionada, como aquella ilusión de armonía que recubre todo objeto en tensión, como una pelota inflada con tanta presión parece calma, serena, pero que a la mínima alteración estalla. Entonces que la “violencia engendre violencia”, como nos ha tratado de enseñar Mateo en su evangelio, no significa nada. El santo sobre la violencia no ha dicho nada porque ha entendido violenta a la fuerza y no aquello que la contiene, o mejor, lo que la mantiene oculta.
Desde meses antes a las elecciones PASO hasta el provenir del balotaje, el concepto de explosión se ha mostrado en su retórica prácticamente como una “promesa”, promesa que a algunos recuerda épocas peores de una Nación que ha forzado hasta sus últimas consecuencias el recurso de la tolerancia. A su vez, dentro de lo dantesca que ha devenido la discusión intrapartidaria a raíz de trastocar la “pureza” libertaria con la reciente adquisición macrista, los acuerdos políticos ahora parecen provenir solo de promesas que enuncian otras promesas viejas, promesas que se han hecho con antelación al pueblo-nación y que ahora su cumplimiento requiere de una explosión. No hay ninguna razón sustentable que pueda emerger de la figuración de un acuerdo semejante más que pensar que se tratan de las promesas incumplidas del macrismo.
Como ha señalado Friedrich Nietzsche, el hombre es también constitutivamente “un animal que hace promesas”, casi un axioma para entender las dos realidades en la que se mueve políticamente el hombre. Por un lado, en el de la mentira, pues, hasta que una promesa no se realice ella no es más que “nada” y, por otro, aquello que sustenta esa “nada” que es el lenguaje, el habla, el discurso, en tanto que las palabras siempre encierran un significado, algo por lo cual prometer; cerrando el círculo, porque una promesa solo puede ser inferida de su cumplimiento, cuyo motivo pueda consumar o dar paso al siguiente. Sin embargo, Javier Milei tiene propuestas que precisamente no poseen continuidad, solo disrupción, finalización o acabamiento. Es por eso que la población ha entendido el estallido de Javier Milei como “renovación”, como una promesa incumplida que la Argentina merece y que encarna esa destrucción del estado que oprime y violenta al individuo.
Como hemos dado a entender, parece ser que “nuevamente” la violencia se ha apoderado de la discusión política. Sin embargo, la praxis política tiene esencialmente algo de este rasgo de “necedad” del pensamiento, es decir, en aquel retorno a los mecanismos o fórmulas que les ha “funcionado” alguna vez o, como ha señalado alguna vez el gran arquitecto de la modernidad, Immanuel Kant, la “insociable sociabilidad del hombre” es la que provoca estar rupturas sociales. Un efecto que no necesariamente es un defecto de las sociedades, por ejemplo, los griegos tenían un sistema pedagógico y político con menos falencias que el de la actualidad y, sin embargo, defendían con una encarnizada violencia lo suyo, los mayas tenían una cosmovisión mucho más inmensa, un sistema dietario, económico y gregario totalmente eficiente, y también tenían violencia, etcétera. Efectivamente, la violencia no es una cuestión primitiva cuando se la piensa políticamente. Ahora, la pregunta que debemos hacernos es cómo hacemos uso de esa violencia. Hay en la violencia algo de inicial y constitutivo, algo que está ligado a la alteridad, a la relación con el otro o con lo que es diferente. Este tipo de violencia, que tiene su dimensión en lo político, no se relaciona con el origen de la agresividad natural de cualquier ser viviente. “Bellum omnium contra omnes” (“guerra de todos contra todos”), con estas palabras Thomas Hobbes proclamó que la “naturaleza humana” era “violenta”.
Ahora bien, como ha dicho también el mismo Hobbes que el hombre sea lobo del hombre (homo hominis lupus), confiere una lucha en la que todos somos primero “lobos de nosotros mismos” antes que para los demás. Es decir, que la violencia sea algo constitutivo para la naturaleza humana poca relevancia tiene en asuntos de la voluntad, porque hemos sabido gobernarnos por las leyes que la mantienen a raya, más nuestra razón no. Somos capaces de idear, construir y fundamentar la violencia desde el pensamiento. A su vez, la manera en que se piensa y se hace política con la violencia remite directamente a lo que entendemos éticamente por alteridad, lo diferente, a aquello que se le debe declara la guerra. En este sentido se parece mucho a la “promesa” en la medida en que nunca se puede ejercer en soledad, requiere de un otro y la moviliza la conquista de un “cumplimiento”.
Es a todas luces evidente que este modo de hacer y entender la política lo ha encarnado muy bien Milei a partir de que su ideología o, peor aún, que la teoría en la que se basa o basara su praxis política tiene un enemigo real, lo que él ha llamado “zurdos de mierda” y también “la casta política”. Ahora, si se atraviesa esta lógica del enemigo interno con la fuerza intencionada de una explosión que finalmente detone sobre toda la argentina, hemos logrado transformar una promesa en una mentira.
Javier Milei ha desarrollado desde sus propuestas germinales una “política de la explosión”, una política del estallido que debe reunir las invariancias político-económicas que han sepultado a la Argentina sin estimar en daños colaterales. Dinamitar el Banco Central, que la bomba inflacionaria estalle, demoler ministerios, hacerle la guerra al estado, etcétera, todos dichos que en la actualidad rozan la irresponsabilidad civil, y que en la antigüedad serian tomadas como una declaración de guerra al “soberano”.
Ahora bien, prometer un estallido o asegurar que sucederá requiere de una comprensión más profunda del problema. Entre los estallidos, los más interesantes están los que son “imperceptibles”. Visto a media luz, este fenómeno se muestra como un oxímoron, pareciera que una explosión tiene como condición necesaria el estupor para el cuerpo que la sufre como también el miedo y la admiración para el ojo que presencia su poder destructivo. Porque debe ser estruendosa, insubordinada e impiadosa su aparición, tener algo del orden de lo imprevisible pero también de lo planificado. También, debe reunir una serie de condiciones para que se dé y mientras más involucre a la inteligencia del hombre en sus bagatelas, más potente y descomunal es. Sin embargo, los primeros curiosamente son los que dan luz a creación y a la inspiración, pero que tienen el mismo o mayor poder destructivo que cualquier bomba atómica. Pienso en las ideas contemporáneas que se han expresado en tratados como la Historia de la locura e Historia de la sexualidad de Michel Foucault, El existencialismo es un humanismo de Jean Paul Sartre, El segundo sexo de Simone De Beauvoir y en dos o tres más que introdujeron al tejido del pensamiento social y a la percepción política cambios descomunales, como explosiones silenciosas pero que su onda expansiva ha alcanzado a toda la humanidad.
En cambio, la propuesta de Milei vistiéndose con estos motivos cuasi revolucionarios, requiere de un estallido que siembre la posibilidad de lo “irreparable”. Lo que hace a lo irreparable no es que aquello no logre verse o tome la forma como lo era originalmente, sino que recobre su “funcionalidad”, el fin para lo que está hecho. Un fin catastrófico para la sostenibilidad civil de la Argentina si el objetivo es, no como todos piensan el estado y sus extremidades, sino la “politicidad” de los argentinos, la condición política que sostiene las ideas, las prácticas y las emotividades construidas alrededor de cuarenta años de democracia. Esto es, en definitiva, como hemos logrado reparar el “nosotros” sobre el cual se ha fundado la Nación. Su desintegración significa desconocernos, erradicar la matriz identitaria que contiene aquella violencia política que entiende al otro como enemigo, cuya traducción en políticas reales se comprende como aquella celebración de que los recursos estatales no se destinen a la cooperación social, la integración personal al grueso social, al apoyo económico, a decir, todo aquello que Milei ha llamado como “superioridad moral” desde la base de su concepción libertaria. A su vez, también ha resuelto, junto con su candidata a vicepresidente Victoria Villarruel, el atentar contra la primera acción que los argentinos decidieron ejercer casi como primer acto de justicia o acuerdo colectivo, como aquella primera manifestación del “nosotros” desde el retorno a la democracia, el “nunca más” a la dictadura cívico-militar.
Como hemos dicho, este tipo de política no libera al individuo por dejarlo solo con su mismidad, sino que lo oprime hasta hacerlo estallar, porque sitúa una individualidad frente a problemas que son colectivos, engendrados desde el mismo seno social y las imperfecciones que posee la política. Por lo tanto, deben afrontarse en compañía, socialmente, frente a las explosiones que se desatan diariamente, de otra manera como ha señalado T.S. Eliot en su poema Los hombres huecos: “Así es cómo se acaba el mundo, no con un estallido sino con un último lamento”.
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Fotografía: Realpolitik