Por Güris J. Fry. ECO’s Rock. 18 de febrero de 2023
Juegos Prohibidos (René Clément, 1952)
Inscrita en la colección global de ficciones que giran en rededor de la Segunda Guerra Mundial, esta entrega dentro de la obra del multipremiado realizador francés se desahoga fuera de algunos de los causes más habituales del marco citado; se aleja de las cruentas batallas en pos de la acción, de los irracionales hechos que posibilitaron el desmedido conflicto, del heroísmo (ya sea como herramienta de merecimiento póstumo o como vil manejo de mercadotecnia nacionalista), así como también del uso de los pavorosos campos de concentración y la diáspora previa y consecuente. Su enfoque se centra, entonces, en el pleno de la infancia y la inocencia; si bien el uso de estas nociones también ha sido utilizado en diversas tramas a lo largo de las décadas, aquí el trazado no depone -no declara: no somos nosotros los espectadores simples testigos silentes de una tragedia que ha de magullar y asaltar la lozanía de un infante. En los Juegos Prohibidos de Clément todo emerge desde los propios razonamientos, inquietudes, ánimos e ilusiones virginales de quienes incomprenden el mundo, de aquellos que no intentan ni quieren entenderlo sino generar su propio espacio de belleza y equidad, de compañía y de sentencia.
La génesis de este encadenado no puede ser más simple, al tiempo que feroz y desalmada. En la campiña francesa el éxodo parisino se hace presente, los aviones alemanes surcan el cielo atacando las filas de personas y vehículos que han congestionado los caminos rurales. Entre ellas se encuentra la familia de Paulette, nuestra protagonista; una niña de 5 años que cobija entre sus brazos a un pequeño perro y quien en fracciones de segundos habrá de quedarse sin mascota y sin padres: sola y a la deriva; asesinados todos por las balas de las aeronaves… Siguiendo el cauce del rio en el que el cuerpo de su perro deambula se encuentra con Michel, un niñato con pocos más años que ella que le recoge y le lleva al regazo de su familia campesina, quienes le adoptan en una avenencia solidaria con la agudeza de los tiempos y la ininteligible situación que -igualmente solo suponen- pasa en la capital de su país; la bondad abriéndose paso ante el hosco y oscuro horizonte venidero. Teniendo, pues, sus elementos claves sobre la mesa, Clément teje con buena mano una serie de momentos diversos dando pie a un cruce muy sobrio y eficiente de estilos y emociones. Es así como el humor se da paso ante una enemistad vecinal -generada más por orgullo que por razones de peso-, el temor ante la posibilidad de que ciertos secretos sean descubiertos, el amor, el cariño, la decepción, el decaimiento y la sensibilidad. Pero claro, sobre todo, la ternura y la atrocidad en un manejo que las coloca en el mismo lado del papel con que se está escribiendo su existencia.
Tenaz y congruente, el manto cinematográfico presentado no opta por un filo suprarrealista, los propios tiempos de la producción dudaban incluso de la pertinencia de mostrar el dolo y las consecuencias de la guerra en los más pequeños ciudadanos. Claro que el resultado es óptimo, consciente de sus pasos y dejando un espacio medular para una expresividad fílmica que, si bien aporta un índice mayúsculo para la exhortación, también muestra aristas lúdicas sin perder el piso sobre el objetivo último. El ruedo andado aquí denota a un mundo que tuvo que poner en pausa su normativa para encontrarse de lleno con sucesos de una inhumanidad inhabitual. Generaciones que tuvieron que vivir con la causa y la consecuencia al mismo tiempo; con el dolo y la cicatriz desde la piel. Cicatrices, algunas, que, dicho sea de paso, aún nos sobreviven.
Los Juegos Prohibidos de René Clemente son enlaces calamitosos y fatales, bisagras que dejan entrar y salir todo tipo de promesas y pecados, de ilusiones y desdichas. Su atmósfera es ligera y espesa a la vez. Su tacto es maduro en el marco de la candidez infantil y su recorrido nos toma de la mano para hacernos ver como un par de inocentes intentan allanar la violencia con el más hondo y honesto mimo y halago. Ganadora del Oso de Oro de Berlín, este filme es un clásico que nos expone ante la verdad última de que un final feliz, en este mundo, es tan solo un grito que se convierte en un eco que se desvanece entre los pasillos y muros repletos de más y más llamadas de auxilio inescuchado.

Juegos Prohibidos de René Clément
Calificación: 3.5 de 5 (Muy Buena)
Fuente:
Fotografía: Film affinity