Por: Leonardo Boff. 05/11/2024
La conciencia de que la Tierra es viva viene de la más lejana antigüedad. Se la llamaba Magna Mater, Nana, Pachamama, Tonanzin y actualmente Gaia, un Superorganismo que de forma sistémica articula todos los elementos físico-químicos y energéticos que permiten y sostienen la vida. El 22 de abril de 2009, la ONU, unánimemente, hizo oficial el nombre Madre Tierra, reconociendo que se trataba de una Entidad viva, portadora de derechos, a la cual debemos tratar con los mismos predicados con los que tratamos a nuestras madres: con respeto, con cuidado y con veneración. Después se oficializó la expresión Casa Común, que incluye a los seres humanos y a toda la naturaleza. Esto quedó claro en la Carta de la Tierra del año 2000en la cual se afirma: «la Tierra, nuestro hogar, está viva con una comunidad de vida única» (Preámbulo). El Papa Francisco en la encíclica Laudato Sì: sobre el cuidado de la Casa Común (2015), al asumir esta expresión -Casa Común- contribuyó a su universalización.
Por tratarse de una realidad viva, la Tierra está continuamente en acción y re-acción. Nos manda eventos que son mensajes a ser oídos y descifrados. El ser humano al sentirse parte de la naturaleza y, más aún, la parte de la Tierra que alcanzó un alto grado de complejidad hasta el punto de comenzar a sentir, a pensar, a querer, a cuidar y a venerar, disponía de todas las condiciones para captar los mensajes y de la capacidad para descifrarlos. En palabras más pedestres: el ser humano entendía las señales de la atmósfera y sabía si iba a llover o a hacer buen tiempo; al mirar los árboles, sus hojas y flores sabía qué frutos podían producir. Y así en tantos otros casos. Esta escucha de la Tierra y de la naturaleza y cómo descifrar sus señales sigue presente todavía hoy en los pueblos originarios que dominan el código de lectura del mundo circundante y cósmico.
Pero sucede que en los tiempos modernos ha habido un viraje, especialmente con los padres fundadores de nuestro paradigma vigente, fundado en la voluntad de poder y de dominio. Ellos trataron a la Tierra como mera res extensa, una realidad sin propósito, una especie de baúl de recursos naturales a disposición del disfrute humano. Escuchar las voces de la Tierra, sus gemidos y sus susurros, “oír estrellas”, se decía, es cosa de poetas o ser tributario de lo antiguo, del animismo.
La manera moderna de ver la Tierra transformó el saber científico en una operación técnica (el saber es poder según Francis Bacon), un proceso de dominación de todas las esferas de la natureza y de la vida. Y se realizó sin el debido cuidado, próprio de quien escucha atento los mensajes. Al contrario, hizo oídos sordos, explotando prácticamente todas las virtualidades de los biomas, degradándolos. Los reclamos de la Magna Mater se hicieron imperceptibles, ¿por qué escucharlos? ¿no es el ser humano su dueño y señor (maître et possesseur de René Descartes)? Así se perdió el código de lectura del mundo.
Esta es la situación predominante en nuestro mundo transformado por la tecno-ciencia. Oímos mil voces y ruidos producidos por nuestra cultura científico-técnica. No prestamos atención a las voces de la naturaleza y de la Tierra. Estas voces actuales son gemidos y gritos de una vida herida y crucificada. A nuestras agresiones, ya seculares, arrancando todo de ella sin observar los efectos secundarios, peligrosos e incluso nocivos, ella ha replicado con mensajes en forma de tsunamis, terremotos, huracanes, tornados, inundaciones devastadoras, nevadas nunca antes vistas, en una palabra, con eventos extremos. Como no escuchamos los mensajes contenidos en tales eventos, nos mandó otras señales potentes que tocaron directamente nuestras vidas: la inmensa gama de bacterias y virus, desde la simple gripe, el VIH, el ébola hasta culminar en el coronavirus. Este afectó solo a los seres humanos y perdonó a los demás organismos vivos. Todos se movilizaron para encontrar un antídoto, las diferentes vacunas. Pocos se preguntaron de dónde venía. Vino de la naturaleza, en la cual nuestra intervención utilitarista destruye el hábitat de esos micro-organismos. Así que buscaron otro hábitat, viniendo a instalarse en nuestras células. Invisible, puso a todos los poderes militaristas, sus bombas nucleares y químicas, de rodillas e impotentes.
¿Por qué afirmo esto? Porque no hemos aprendido nada de la lección que la Tierra y la naturaleza quisieron darnos con la Covid-19. El aislamiento social que imponía, nos daba la ocasión de pensar sobre lo que hemos hecho hasta ahora con el sistema-vida y sobre qué tipo de mundo queremos habitar. El hecho es que pasada la gran amenaza colectiva, volvimos furiosamente a lo anterior normal, continuando con la depredación de la naturaleza y así con la destrucción de los hábitats de los microorganismos. Inauguramos una nueva era, el antropoceno.
Los eventos ocurridos en 2023 y 2024, tales como las grandes inundaciones en el mundo entero y en el sur de nuestro país, los devastadores incendios de muchos países, las guerras de gran letalidad (pues Tierra y humanidad formamos una única y compleja Entidad, observada por los astronautas, el Overview Effect), las perversas desigualdades sociales a nivel mundial y la gran alarma, verdadero meteoro rasante, el calentamiento global imparable, entre muchas otras señales, son mensajes que la Tierra y la naturaleza nos están enviando. Son poquísimos quienes los escuchan y los interpretan. Predominan el negacionismo, la sordera colectiva y el ignorar consciente, porque obstaculiza la acumulación desenfrenada a costa de vidas humanas y de la naturaleza.
Si no paramos y nos ponemos humildemente a la escucha y la lectura de las señales enviadas por la naturaleza y por la Madre Tierra y no cambiamos colectivamente de ruta, se realizará lo que el Papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti (2020) proféticamente advirtió: “estamos en el mismo barco, o nos salvamos todos o no se salva nadie”. Esta vez no hay un Arca de Noé que preserve a representantes del mundo vivo y deje perecer a los demás. Todos podemos estar, inconsciente e irresponsablemente, acercándonos al abismo en el cual podemos precipitarnos.
Será el desenlace siniestro por no haber abierto nuestros oídos y haber descuidado la interpretación de las señales que la naturaleza y la Madre Tierra nos han gritado, suplicando una radical conversión ecológica y la definición de otro camino civilizatorio. El actual nos lleva irremediablemente a un fin trágico. Y así nos sumaríamos a los millares de organismos vivos que, no pudiendo adaptarse a los cambios, acabaron desapareciendo. La Tierra, sin embargo, continuaría, pero sin nosotros.
Como lo impensable y lo inesperado pertenecen a la historia, todo podrá ser diferente. Como decía un filósofo presocrático: si no esperamos lo inesperado, y puede suceder, todos nos perderemos. Entonces, estemos atentos a lo inesperado. En nuestro esperanzar, puede suceder.
*Leonardo Boff ha escrito: Cuidar de la Casa Común: pistas para evitar el fin del mundo, Dabar 2024.
Traducción de MªJosé Gavito Milano
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Fotografía: Leonardo boff