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“Opinamos todo el rato para no tener que leer, para no tener que escuchar”

por RedaccionA septiembre 6, 2021
septiembre 6, 2021
1,3K

Por: Guillem Martínez. 06/09/2021

Amador Fernández-Savater (Madrid, 1974) es ensayista, periodista y usuario de opciones políticas no autoritarias, fundamentadas en el pensamiento crítico, la intensificación de la democracia, y el encuentro. La vida, así a lo tonto, son encuentros, lo quieras o no. Autor de diversos volúmenes, su último libro es La fuerza de los débiles –Akal, 2021–, una descripción, reevaluación y proyección del 15M. En esta entrevista hablamos de todo eso. Y de otro hecho, también notorio. Su incorporación a CTXT, ese gran grupo de comunicación que, una vez que ha dominado la banca mundial y el mercado energético, se propone otros proyectos más ambiciosos. Como contar en sus páginas virtuales y en su Comité de Redacción con Amador y sus escritos. 

‘La visión en el oído’ es el título de tu nueva sección en CTXT. ¿Cuál es la lógica de este título? Descríbenos qué te propones.

Walter Benjamin, hablando de su modo de trabajo, decía: “Pensar por detalles”. ¿Qué significa esto? En cada fragmento del mundo, si lo intensificamos con el pensamiento, podemos desplegar (y comprender) algo del mundo entero. Lo distinguía del “pensar por generalidades”. Las generalidades, al aplicarse a lo real, suelen producir monigotes, clichés: EL ser humano, LA izquierda, LA clase, etc. 

El detalle se percibe con el oído, lateralmente. Mientras que nuestra vista está capturada (por las pantallas, la coyuntura, la agenda de temas del día), el oído queda libre para escuchar detalles: una escena cotidiana, una conversación, un gesto, un rostro, etcétera. 

La visión en el oído implica un desvío de la atención: no ver lo que se nos (im)pone de frente, sino captar los detalles que nos permitan repensar el mundo.      

Hace años que practicas el periodismo. ¿Qué tiene, qué no tiene esa disciplina para seguir en ella?

No, no. Apenas me interesa el periodismo, lo que me importa es el pensamiento. Hay un combate del pensamiento y tiene lugar también en los medios de comunicación. Pensar es un acto de independencia: no depender de las cuestiones de otros, sino plantear las propias cuestiones y proponer algunos elementos de respuesta. No una crítica sino una afirmación: el que sólo sabe criticar depende enteramente de las cuestiones de los demás, a las que responde. Los medios producen subjetividad (modos de ver y valorar), el combate del pensamiento es por la autonomía del sentido. 

¿La actualidad es pensable, o es el muro que impide al periodismo hablar de la actualidad, pensarla?

La tendencia actual más fuerte en el medio digital me parece que es la destrucción de la posición de lector. ¿Qué es leer? Simone Weil dice: meditar una serie de enunciados y hacernos una idea propia al respecto. Leer es escuchar, es poner atención, es una experiencia de transformación. Se sale distinto, habiendo pensado o aprendido algo nuevo. En las redes hoy apenas se lee: se toma posición, a favor o en contra, siempre a priori, es peor que un tribunal. Opinamos todo el rato para no tener que leer, para no tener que escuchar, para no hacer el esfuerzo de pensar, para conjurar preventivamente la posibilidad de transformación.   

Afganistán, Next Generation, repatriaciones de menores a Marruecos, subida del SMI… Es la actualidad. ¿Qué no explican?

El tiempo. La temporalidad mediática –nuestro timeline– es una locura. Ante nuestros ojos pasan a diario una serie de temas y nosotros disparamos nuestra opinión prêt-á-porter como si fuera una caseta de feria. Nada lleva a nada y todo se evapora. 

Hay que agujerear ese tiempo: descolgarse de la actualidad mediática, abrir pasadizos entre diferentes épocas, resucitar el pasado desde el presente y sacudir el presente desde el pasado. 

Existe lo intempestivo: lo siempre-actual. Homero por ejemplo sigue inspirando nuestra imaginación y dándonos qué pensar, es joven y presente, mientras que la última polémica de moda nace ya vieja. Hay que fabricarse un tiempo propio, una temporalidad autónoma. Una historicidad.

En La fuerza de los débiles –Akal–, tu último libro, haces un balance del 15M. Balanceémonos. ¿El 15M se tradujo en política institucional?

No es un libro sobre el 15M, sino sobre el problema de la fuerza. ¿Qué significa (políticamente) tener fuerza? ¿Dónde radica la fuerza de transformación social?

A lo largo de la historia, en contextos de paz o de guerra, los débiles han desafiado (y a veces hasta vencido) a los fuertes. Es decir, a los que tenían armas, dinero, tecnologías. ¿Cómo? Apoyándose en lo más propio: la potencia de los afectos, los vínculos y los territorios. 

El 15M activó esa fuerza de los débiles: el protagonismo de la gente cualquiera, los vínculos de solidaridad y empatía, el arraigo en los territorios de vida (plazas y barrios, escuelas y centros de salud). Así fue capaz de abrir lo posible más allá del marco autorizado, el famoso “consenso” de la Transición, lo que se puede decir y discutir, un marco rígido y estrecho, sostenido sobre una amenaza perpetua (“o esto o el caos”). 

El 15M se tradujo después en política institucional, efectivamente. Pero la pregunta es: ¿qué significa traducir? No es para nada evidente. 

Traducir puede ser prolongar las intensidades de algo: lo que hace el discurso y no sólo lo que dice. Se requiere para ello la creación de nuevo lenguaje. Ese es el verdadero desafío del traductor. 

Traducir puede significar también simplemente transcribir, es decir, asimilar lo escrito al lenguaje que ya existe. Y esto es lo que pasó, desgraciadamente, en el asalto institucional: se tradujo la anomalía 15M al lenguaje de la política convencional (partidos, líderes, publicidad). Se entró en la guerra en espejo, se perdió la fuerza de los débiles y así se cerró lo posible. Es un asunto complejo, imposible de resumir, hay que leer el argumento entero.    

En tu libro muestras una preocupación –muy de la época; incluso, la época– por el lenguaje. ¿El 15M quedó vencido por el/otro lenguaje? ¿Qué está ocurriendo en el lenguaje, ese epicentro de la política? ¿Qué hacer con el lenguaje como motor de la polarización, ese otro epicentro de la política?

“En el lenguaje es la guerra”, dice el poeta y traductor Henri Meschonnic. Por un lado está el lenguaje de las “batallas culturales”: se trata de persuadir, convencer o seducir al otro considerado como target de mi discurso (o relato). Es una racionalidad instrumental, se ponga al servicio de ideas de izquierda o derecha. La política, reducida hoy a estrategias de comunicación, maneja esta teoría convencional del lenguaje como medio o canal.

Pero habitamos el lenguaje, no es un canal, sino un mundo. Entre autor y lector puede establecerse otra relación. Un “pacto de generosidad” decía Sartre: una relación de confianza, de exigencia mutua, de reciprocidad, de igualdad. El autor no dice lo que hay que pensar, sino que da que pensar. El lector, por su parte, insufla nueva vida a lo leído. Se piensa a dos.    

El post15M, el ahora, es un mientras tanto. ¿De qué? 

Uhmmm… Mientras tanto me suena a quedar a la espera. El filósofo Jean-Claude Milner habla de “zenonismo político”: del mismo modo que Aquiles nunca atrapa a la tortuga, la acción y el pensamiento no tienen nunca lugar aquí y ahora. Siempre están en otra parte, a cargo de otros, en otro tiempo. En el pasado, como lloriquea la melancolía de izquierdas (“ay la vieja y buena clase obrera”, etc.). O en el futuro, la esperanza en el acontecimiento salvador (catástrofe, revolución, etc.). En ambos casos, el presente queda humillado. Nosotros, ausentes. Es un síntoma de la actual impotencia política. 

¿Qué aportas, qué propones a ese mientras tanto?

Entre la nada y el todo, el tedio y el apocalipsis, existe algo. Podemos hacer algo, aunque lo que pase no dependa de nosotros. La insurrección no se programa, no se decreta, no se calcula, pero sí depende de una trama que se va tejiendo en el cotidiano. Algo se va tramando, y podemos contribuir. 

El neoliberalismo –como máquina desahuciadora, precarizadora y privatizadora– genera un enorme malestar social. Ese malestar social es ambivalente. Puede elaborarse como energía de transformación social (en clave 15M) o como guerra de todos contra todos (en clave derechista). Y todo eso se juega en el día a día, en nuestras relaciones, en nuestras reacciones a lo que pasa, en nuestras imágenes de lo que ocurre, en lo que hacemos circular como sentidos… Se decide en lo cotidiano. 

Esto, o te lo digo a ti, o no se lo digo a nadie. ¿No percibes un siglo XXI en el que lo libertario, o algunos componentes de esa cultura, no sólo son la oposición a lo que viene, sino también, en cierta medida, un componente de los discursos reaccionarios y, ejem, salvajes de los Estados que vienen –a liberarnos, por lo visto–? ¿Los hombres-bisontes son eso?

¿Te refieres a lo libertario “a la Ayuso”? Se trata, por supuesto, de lo libertario amputado, reapropiado por el liberalismo radical: el individuo sin común, contra los cuidados colectivos, como narcisismo extremo. 

Pero la victoria de Ayuso nos deja en todo caso algo interesante a pensar: ella habló al disfrute, al goce, a la sociabilidad. En tiempos de aislamiento y restricción al encuentro ese mensaje tuvo mucha fuerza. Un mensaje prácticamente sin discurso: en el correo electoral Ayuso prescindió de carta personal o programa, sólo venía su foto y la palabra “libertad”. La propia realidad de las terrazas y los bares le hacía la publicidad, no había nada que añadir. Las opciones de Iglesias y Gabilondo –la pedagogía racional y el discurso ideologizado de izquierdas– mostraron ahí sus límites. El discurso no puede con la realidad, la pulsión es sorda al significante. 

¿Pueden las alternativas de emancipación volver a hablar al deseo, un deseo que engarce lo singular y lo plural-común? Se trata de salir de las posiciones melancólicas o reactivas (disputa de lo identitario, defensa de los restos del Estado del Bienestar, resistencialismo) y volver a crear realidad, a imaginar, a pasar a la ofensiva. 

LEER EL ARTICULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: CTXT

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