Por: Adrián Salcedo Toca. El Cuaderno Digital. 15/10/2020
En Internet, las artes, las ciencias y el resto de los elementos culturales ven posible, tal vez como irreversible, formar parte verdaderamente integradora del ser humano; la Red el mayor experimento vanguardista desde el futurismo de Marinetti o de Maiakovski, pero su revolución, ¿está siendo una revolución frustrada? Un artículo ensayístico de Adrián Salcedo.
Introducción
En este artículo ensayístico trataremos de entender la fase en la que se encuentra actualmente la llamada democratización de la cultura, esto es, el acceso ordenado y libre a los elementos de conocimiento y de desarrollo de las ideas, las artes y las ciencias humanas, y asumiéndola también como la posibilidad, si existe, de que nuestras creaciones artísticas o intelectuales (si bien en determinadas ocasiones pueden ser el mismo) formen parte del ecosistema cultural disponible y accesible.
Desde hace algún tiempo hemos presenciado, tanto en un sentido tecnológico como de ideas, un gran cambio en la producción y el acceso a la cultura. El impulsor es, casi en su totalidad, Internet como concepto. Esta forma peculiar de nuevo tipo para la comunicación entre humanos, que es la que vivimos día a día irremediablemente, tiene como característica principal la inmediatez, tanto con respecto a la publicación del contenido cultural como en su consumo o recepción; cuestión que es primordial en el análisis que nos concierne, ya que se prevé (y así está sucediendo) que este fenómeno transforme completamente al sujeto que emite y recibe cultura, así como también cambie la cultura en sí misma, convirtiéndola a su vez en objeto mediato de los cambios.
Cualquiera podría pensar, en calidad de espectador, que Internet, tecnológicamente hablando, ha desplazado, está desplazando o acabará por desplazar todos los hasta ahora canales de comunicación culturales entendidos como clásicos (libros, cuadros de pintura, espectáculos, etcétera) a medida que avanza y se desarrolla cada vez más, pasa el tiempo y los ordenadores mutan y se amplían a sí mismos. Y, en cierto modo, esto podría ser cierto (Sassoon, 2006). Pero los cambios no sólo han llegado en forma física, sino que también se han producido en el campo de las ideas. Desde las ciencias sociales, se han categorizado y conceptualizado nuevos términos con la intención de extraer de la realidad la máxima información. Contrariamente, el estudio de Internet como fenómeno cultural todavía es, de alguna manera, superficial.
Como digo, los cambios se han articulado en varias dimensiones, afectando el sujeto, al objeto, y, por supuesto, a la relación mediata con la que estos dos factores interactúan. Asimismo, el debate sobre la cultura y su democratización rompe con la tendencia homogeneizadora de la opinión que se arrastra desde tiempo atrás. Por supuesto, este tiempo atrás se sitúa no muchos años antes de la caída del Muro de Berlín y de los regímenes del Este. Todos ellos, socialistas o populares, abogados defensores del materialismo dialéctico, cayeron por sus propias contradicciones internas, sin necesidad de que sus enemigos externos ejercieran una acción decisiva. Esto no quiere decir que, evidentemente, aquellos elementos y factores internos que provocaron el deceso de los Estados populares y socialistas no estuvieran, de alguna manera, ligados a los elementos y factores externos. Sencillamente, los regímenes comunistas se derrumbaron por su propio pie, con el protagonismo de agentes nacidos, crecidos y culturizados en sus países de origen.
Si hoy hablamos de lo que significó para las ciencias sociales la derrota del materialismo dialéctico, estaremos hablando realmente de la victoria sutil de aquellos autores, pensamientos y acciones que habían sido derrotados antaño por la teoría y la práctica socialistas. La caída del Muro de Berlín fue una victoria política del capitalismo, pero también una victoria teórica tácita; no le hizo falta justificarse, explicarse a sí mismo o autocriticarse. Para él, se dieron las circunstancias idóneas que le permitían ocupar todas las posiciones que había dejado vacías la derrota (más bien el hundimiento) total del comunismo.
De forma previa y también coetánea, sucedían por el mundo varias revoluciones que llamaban a cambios profundos en las sociedades. A los avances tecnológicos se les sumaban también tiempos convulsos (Fontana y Làzaro, 2013). De hecho, si hablamos de las revueltas que se dieron en los países capitalistas, figuras relacionadas con el comunismo acabaron, para mantener posiciones de reforma y de freno a la radicalidad, manteniendo a su vez posturas y opiniones de apertura de mercado en el caso de los países socialistas (Fontana y Làzaro, 2013). Todas estas revueltas, en la práctica, terminaron reforzando los regímenes de mercado y también la caída de los que hasta ese momento se decían revolucionarios. Todas, pues, fueron revoluciones fallidas.
La intención de este artículo es la de averiguar hasta qué punto el novedoso canal de cultura y comunicación llamado Internet, junto con las teorías sociales aparejadas y sus resultados, han desembocado en otra revolución fallida más.
Cultura es Internet
Internet es la fase cualitativamente superior de la cultura, en primera instancia, porque emula su misma estructura (Sassoon, 2006). Basada en redes a escala cibernética con interacción inmediata entre los actores que agitan y accionan sus propios mecanismos, es el proceso de asimilación del conocimiento no adquirido por la propia práctica individual a un nivel de sistematización muy superior a la que aspiraba el ser humano en el momento histórico previo a la aparición de este fenómeno tecnológico.
Es por eso por lo que la red conocida como Internet pretende llenar el vacío que la antigua forma de cultura dejaba siempre vacío, es decir, que es posible que acabe por destruir al individuo como agente pasivo receptor del conocimiento general, estando con ello llamado a ser el Prometeo que convierta al ser humano en un elemento activo dentro de la producción y el consumo de cultura. Las redes tienen el potencial para generalizar la cultura a toda la humanidad, dando libre acceso y sin restricciones a las personas, al tiempo que la convierte en un ejercicio colectivo en el que toman parte activa todos los individuos pertenecientes a la sociedad.
Hasta ahora, sólo en los momentos en que tal cosa ha sucedido o se ha visto en conato de suceder es cuando lo que ha cambiado, en términos artísticos, ha sido el contenido y no simplemente la forma. Los pueblos, participando plenamente en la producción literaria, estética o científica, han hecho suya esta actividad y la han dotado de contenidos novísimos, retroalimentándola al tiempo que se han creado obras hasta ahora no vistas desembocando en la culturización total del pueblo. En momentos así parecería que ya no sólo los medios de producción material, sino también los espirituales, podrían ser de propiedad universal.
Los artistas más avanzados en el terreno artístico y literario han empeñado sus fuerzas en un intento constante por transformar las costuras de la vida cultural, pensando que ésta sería la auténtica vía que nos acercaría a la riqueza estética de las cosas (Molas, 1995). Así pues, el futurismo, que fue italiano, pero también fue catalán (véase Salvat-Papasseit), y luego sus sucesores (dadaísmo, cubismo, surrealismo, situacionismo, etcétera), dieron pasos agigantados en la tarea de resituar el foco, llevándolo así a los lugares más profundos para poder continuar la labor creadora de forma original y sin repeticiones vulgares o copias de otras obras. El collage, por muy ejemplo tonto que sea, es una muestra más de las técnicas estéticas que antes existían como blasfemia y ahora sólo son una más y de las más usadas.
Pues bien, Internet es, únicamente, un grado más en la misma dirección tomada por el vanguardismo. No es un epifenómeno o un mero escenario donde pasan cosas. Internet es, en sí mismo, un elemento cualitativo diferenciado. Las artes, las ciencias y el resto de los elementos culturales ven posible, tal vez como irreversible, formar parte verdaderamente integradora del ser humano. Para conseguirlo, se han superado las limitaciones de otras reacciones vanguardistas en materia de escala de producción y consumo. Éste es, pues, el mayor experimento vanguardista desde el futurismo de Marinetti, Maiakovski o Salvat-Papasseit, cubriendo mucho más de lo que aquél pudo teorizar (Molas, 1995).
El límite de las corrientes vanguardistas en la cultura no era sólo la imposibilidad de ser creativo bajo términos originales en los tiempos en que estamos, sino, sencillamente, que esta tarea, para lograr su objetivo, pertenecía a una maquinaria social de mucha mayor magnitud, más que a una corriente o un movimiento social. Ahora bien, es cierto que internet emergió dentro del desarrollo intrínseco de las fuerzas productivas del capitalismo internacional y no por voluntad concreta de un grupo de personas, lo cual es un hecho diferencial de importancia. Como sabemos, el capitalismo, en su seno, lleva gérmenes muertos de sistemas pasados, pero también organismos vivos de organizaciones sociales del futuro.
Las redes, en su desarrollo, han partido de estas limitaciones que ya emergieron durante la práctica vanguardista, desarrollada siempre por grupos minoritarios y sin posibilidad de masificación. Internet, como hecho cualitativo especial y como base de posibilidad para la verdadera integración de la cultura en la vida humana, no fue, lógicamente, concebido como vía de expresión estética o científica. De hecho, ni siquiera se pensó para tal cosa (Sassoon, 2006), aunque haya acabado por ser el elemento que englobaba (y así sigue siendo) todas las formas de expresión del comportamiento y el pensamiento social.
Hoy por hoy, Internet es sólo entendido como un canal de comunicación, pero aún están por explotar sus potencialidades, a la vez como código, dependiendo del uso a que sea sometido. En este sentido, Internet cumple la máxima cubista de la aceleración de la realidad en el espíritu (Molas, 1995). Es más, esta definición se avendría a ella con más estrechez que con el propio cubismo.
El desarrollo de Internet se ve afectado actualmente por dos factores de importancia: primero, por la nueva forma de comunicar que empieza a imperar en nuestros días, con la metodología storytelling por delante; segundo, por el esfuerzo de Internet para expresarse en términos reales, para buscar la realidad allí donde ésta se encuentra, en vez de transformar su contenido. Toda la obsesión de los agentes activos en Internet, hasta ahora, ha sido la de llenar de información todas las plataformas y expresar la realidad a través de los múltiples canales transmedia que se van creando, con productos audiovisuales, portales de noticias, redes sociales, etcétera. Es, de nuevo, una forma más de contar algo, que supera con mucho al resto, pero que sigue siendo simplemente y sólo una forma.
La avenencia clara entre Internet y la cultura acaba cristalizando. Todo lo que ha sentido y sufrido la cultura desde que existe lo ha sentido y sufrido Internet en un lapso de tiempo mucho más corto y con mucha más intensidad. Además, Internet es hoy un almacén de cultura mucho más eficiente y ordenado que la existencia per se de millones de libros, películas, estudios, catalogados y descatalogados, vagando por el mundo sin posibilidad de ser alcanzados ni por azar ni por búsqueda intencionada.

Sociedad del conocimiento
Internet es como un gran conjunto de almacenes. Sin embargo, estos han generado además una forma física real. Como decía, están los muchos paquetes de información que se cruzan a cada milisegundo transportando datos en la red y, más allá de eso, existen también almacenes como los de Amazon en los que hace tiempo que ocurren particularidades dignas de mención.
En el caso de la producción de libros, por ejemplo, ya no existe la necesidad de hacer tiradas y luego venderlas sin conocer cuál será su recepción en el mercado (Sassoon, 2006). Ahora, el hecho de producir libros por pedido, a gran escala, abarata costes. Con las facilidades a tiempo real que reporta Internet es mucho más eficiente hacer realidad los sueños toyotistas (Sassoon, 2006).
Por lo pronto, esto es algo a lo que las pequeñas empresas, en el mismo caso de los libros, no pueden aspirar. A ellas, que producen a pequeña escala, la curva de costes y beneficios no les funciona tan bien. Este sistema de stock usado para Amazon sirve estrictamente bajo demanda, ofreciendo al productor la posibilidad de usar este mecanismo sin que se produzcan pérdidas; mecanismo que, dicho sea de paso, no estaba presente desde un buen inicio con la instauración de Internet, pero que sí que ha ido desarrollándose por los mismos factores intrínsecos que se dan de la misma manera que ya habíamos mencionado y que tienen que ver con la inmediatez.
Respecto a las teorías surgidas a la luz del advenimiento de las redes, es imposible no ponerse a analizar aquella famosa consigna de la sociedad del conocimiento. Este concepto es descriptivo de la noción de que, en los tiempos que corren, el conocimiento y su transmisión mediante la tecnología ha adquirido una posición tan relevante en las sociedades que es incluso superior a la que puedan tener los diferentes niveles de la industria (primaria, secundaria, etcétera). Esta teoría transforma el significado del conocimiento reduciéndolo a información, es decir, a un acto pasivo de recepción de datos (Vega Cantor, 2012). La denominada sociedad del conocimiento enviaría al traste aquellos avances más importantes y esenciales de Internet desde Internet mismo, devolviendo al productor y al consumidor a su estado más primitivo.
La importancia de la participación activa de los individuos en la vida cultural radica en el hecho de que no parece que el tipo pasivo implique poder de gestión o de decisión, sino únicamente de influencia, reduciendo la capacidad humana a la animal (Vega Cantor, 2012). Además, el conocimiento es una actividad consciente de transformación de la realidad. Sólo modificando las cosas se conocen sus atributos, sus propiedades y la forma en que estos factores interactúan con el resto de fenómenos y objetos (Politzer, 2004). La cultura no está conformada únicamente por datos, sino que también parte de la creación. Sólo con el intercambio de información esta cultura queda coja, ya que le falta un motor. La pregunta es: ¿quién crea, ahora, la información? Aquellos elementos carentes de estructura y sometidos a la pasividad serán dominados por los que tengan hoy iniciativa.
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Fotografía: El Cuaderno Digital.