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Mercado, raza y coeficiente de inteligencia: el capitalismo de extrema derecha

por RedaccionA junio 13, 2025
junio 13, 2025
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Por: Bartolomeo Sala. 13/06/2025

La extrema derecha actual logra combinar la reclamación de libertad económica con seudociencia sobre jerarquías naturales de raza y coeficiente de inteligencia (CI). El historiador Quinn Slobodian explica cómo pueden ser compatibles esas ideas.

Quinn Slobodian se ha erigido en uno de los historiadores intelectuales  más agudos del neoliberalismo. En libros como Globalistas: el fin de los imperios y el nacimiento del neoliberalismo y El capitalismo de la fragmentación: el radicalismo de mercado y el sueño de un mundo sin democracia califica el neoliberalismo de ideología cuya característica esencial consiste en proteger el capitalismo de las consecuencias adversas de la democracia.

En su libro más reciente, Hayek’s Bastards: Race, Gold, IQ, and the Capitalism of the Far Right [Los hijos bastardos de Hayek: raza, oro, CI y el capitalismo de extrema derecha], escribe que el ascenso de la derecha contemporánea ‒tanto en su vertiente tecnolibertaria como más autoritaria‒ no puede comprenderse sin concebir el giro de los pensadores neoliberales a la naturaleza y la ciencia como un muro de contención frente a las demandas de justicia social y discriminación positiva de la década de 1990. Explica cómo el “darwinismo social”, a veces propenso a un “apocalipsismo” descarnado, se esconde en distintos miembros de la internacional reaccionaria, desde Javier Milei, discípulo de Murray Rothbard, hasta la Alternative für Deutschland (AfD) alemana.

En una entrevista concedida a Jacobin, Bartolomeo Sala preguntó a Slobodian sobre esta formación ideológica, que él identifica como producto inesperado del fin de la guerra fría, así como sobre el efecto que tiene a la hora de animar la presidencia de Trump y los partidos de extrema derecha a escala internacional.

Quería comenzar pidiendo que describas en dos palabras el concepto del libro. En distintos pasajes destacas su carácter contraintuitivo. Por ejemplo, calificas la relación de la nueva derecha con el neoliberalismo no de “reacción negativa”, sino de “reacción positiva”. Asimismo, en la conclusión del libro describes a Milei y sus acólitos no como “desertores”, sino como “animadores” del neoliberalismo. ¿Hasta qué punto es correcto decir que el libro es una genealogía del presente? ¿Qué tópicos desgastados tratabas de disipar?

Pienso que el libro pretendía corregir esa narrativa que se volvió muy común después de 2016 con Donald Trump y el Brexit, en la que la extrema derecha se veía como respuesta y una crítica a los excesos de la globalización neoliberal. Se partía del supuesto de que esa gente buscaba algún tipo de protección social o blindaje de las poblaciones frente a la dinámica de la competencia. Mi libro demuestra que muchos de los líderes destacados de la extrema derecha eran de hecho capitalistas radicalizados que trataban de acelerar esa misma dinámica de competencia y rivalidad de una nueva manera.

El contexto que analizo es el fin de la guerra fría. Con la muerte del comunismo de Estado, preocupaba que el enemigo hubiera cambiado de forma y de cara, porque neoliberales y conservadores todavía percibían que había allí un Estado grande, que había demandas de justicia social y que la gente progresista no había desaparecido junto con la Unión Soviética. Así que de la década de 1990 en adelante, la gente de derechas, tanto del bando neoliberal como del bando conservador más cultural, comenzó a poner el foco en nuevos enemigos, como las feministas, antirracistas y ecologistas. Por tanto, pienso que buena parte de la rareza del momento actual, en que el ala derecha está obsesionada con el marxismo cultural y lo woke, proviene de aquella transformación después de la caída del muro de Berlín.

¿Por qué, entonces, ese título de Hayek’s Bastards?

Indica el hecho de que algunos de los principales intelectuales que aparecen en el libro fueron miembros del movimiento intelectual neoliberal organizado. Formaban parte de un grupo relativamente selecto de personas que se reunían regularmente en la Sociedad Mont Pelerin para debatir sobre las diferentes vías por las que había que defender el capitalismo contra sus detractores, incluida la democracia. El propio Friedrich Hayek tenía una comprensión de la naturaleza humana y de la naturaleza de los mercados que fue cambiando. Muchas de las personas sobre las que escribo en el libro se limitaron a llevar sus ideas un paso más allá. La evolución cultural se convirtió en evolución biológica: los atributos del mercado en el interior de poblaciones se convirtieron en ideas sobre inteligencia mentalmente programada, deficiencia intelectual y racismo científico. Así que son los “hijos bastardos”, en el sentido de vástagos intelectuales de Hayek, pero pienso que lo malinterpretan y llevan su obra por derroteros que él no habría enfilado.

Creo que tu libro parece mucho de aquí y ahora,  por razones harto evidentes. Al mismo tiempo, aparece como continuación orgánica de tus libros anteriores, Globalistas y El capitalismo de la fragmentación. ¿Hasta qué punto concibes el libro como un elemento singular y hasta qué punto consideras que da continuidad al proyecto de los otros dos?

Lo veo más bien como continuación de los dos libros anteriores e incluso casi como un apéndice cronológico de los mismos.

Globalistas da cuenta del periodo que va del final de la primera guerra mundial ‒concretamente del final del Imperio Austrohúngaro‒ a la década de 1990. En aquella época, este grupo de intelectuales neoliberales creían firmemente que era posible crear instituciones situadas por encima de los Estados y mercados envasados mediante leyes y diseño estatal, todo lo cual culminó en la creación de la Organización Mundial del Comercio, por ejemplo. Es decir, la idea de fijar determinados derechos para el capital que primaban sobre la soberanía nacional.

El capitalismo de la fragmentación trata de la gente que no estaba contenta con ese modelo de ampliación y en su lugar buscó oportunidades de reducir y abandonar acuerdos interestatales existentes. Así comenzó el romance de Hong Kong y el microestado como nueva solución frente a los obstáculos de la política de clase y los movimientos sociales, que despegó a finales de la década de 1970 y después se aceleró realmente en las de 1990 y 2000, con sueños tecnolibertarios de ciudades autónomas y Estados privados.

Hayek Bastards enlaza con el punto en que acaba El capitalismo de la fragmentación. Arranca con esa imagen de Peter Thiel en 2009 especulando sobre la necesidad de escapar de toda política y crear miles de nuevos Estados y formas de gobierno. Luego acaba con Thiel en 2016 subiendo al estrado de la Convención Nacional Republicana y fusionando su proyecto político con el de Trump. La conclusión parece ser que es mucho más fácil hacerse cargo de un Estado existente que poner en marcha uno nuevo.

Diría que el proyecto intelectual consiste en comprender una parte de esta ideología que ha asumido el poder en EE UU y cómo la gente que prioriza la libertad económica por encima de todo lo demás  encontraría aliados útiles en personas que creen en jerarquías naturales como la raza, el género y la inteligencia. Sí, es la trilogía que nos trae al momento presente.

¿De modo que los tres libros son tres capítulos de una historia intelectual del neoliberalismo?

El método ha sido ligeramente inusual en la medida en que me centré de manera muy estrecha en este grupo de pensadores del movimiento neoliberal, que me sirvieron de lentes para observar tendencias más amplias. Nunca he tratado de afirmar que existiera una camarilla de líderes títere en Ginebra que estuviera coordinando las leyes y políticas mundiales, pero pienso que esta visión limitada de los intelectuales orgánicos del movimiento neoliberal puede ser ilustrativa en una dirección. No pienso que debamos esperar una historia intelectual representativa de todas las demás formas de análisis, pero este enfoque puede aportar una perspectiva.

No obstante, cosas como el proyecto actual de destrucción del comercio mundial, el desmantelamiento del Estado federal, el ataque a instituciones y la ecología de investigación y desarrollo en EE UU, o la autorradicalización de las elites de Silicon Valley y su alianza con los nativistas no responden a meros incentivos estructurales. Tampoco es simplemente una encarnación de la locura. Tiene una coherencia intelectual muy extraña, pero podemos topografiarla. Una vez hecho esto, ¿qué hacer con el resultado? No lo sé, pero pienso que puede ser útil para empezar a ver las cosas más claras y ubicarnos.

Veamos más de cerca el contenido del libro. ¿Puedes explicarme qué entiendes por “neofusionismo”, o sea, el giro neoliberal a la naturaleza y la ciencia como vía para neutralizar el impulso igualitario subyacente a los movimientos por la justicia social de la década de 1990? ¿Por qué es este un punto de partida importante para comprender la ideología de la extrema derecha actual?

Bueno, hay una manera constante de interpretar a la derecha estadounidense, que recibe el nombre de fusionismo y que sostiene que fue la reconciliación de los tradicionalistas cristianos con los libertarios del libre mercado en la década de 1950 la que configuró la forma y la apariencia específicas del movimiento conservador de EE UU.

Lo que observé fue que a comienzos de la década de 1970, acelerándose luego realmente en las de 1980 y 1990, la discusión en el seno de los círculos neoliberales estaba recuperando cada vez más ideas de las ciencias naturales, como la biología, pero también de las ciencias sociales e ideas de la psicología cognitiva, la psicología evolutiva y la sociobiología. Esa gente debatía sobre cómo podían utilizar la ciencia para sostener los argumentos neoliberales.

En la década de 1990, la aparición de un libro como The Bell Curve  ‒escrito por un psicólogo de Harvard y un ideólogo libertario, el libro estuvo durante casi un año en la lista de superventas del New York Times‒ me pareció entonces una especie de punto de inflexión. Si querías llevar tus tesis a un público más amplio y tal vez acercar el centro a tu posición, tenía sentido dejar de emplear el lenguaje de Dios y Jesucristo y utilizar el del ADN y la evolución.

Tras el ascenso de la llamada derecha alternativa (alt-right) en 2016, la gente estaba muy confusa ante lo que se interpretaba como el retorno al racismo científico, pues se pensaba que después del Tercer Reich nadie volvería a tomarse en serio la idea de una jerarquía científica de los seres humanos. Sin embargo, lo que demuestra mi libro es que el racismo científico se había mantenido en letargo hasta que volvió a despertar ‒en las décadas de 1990 y 2000 a raíz del prestigio adquirido por la genética, incluido el Proyecto Genoma Humano, y la neurociencia‒, la idea de que la química cerebral determina el comportamiento y de que la verdad de las personas estaba escrita en su cuerpo y sus genes.

El libro gira alrededor de determinadas figuras y motivos. Por supuesto, hablas de Friedrich Hayek y Ludwig von Mises y de cómo los libertarios y conservadores estadounidenses retomaron las diferentes posiciones que mantuvieron para explicar por qué determinadas poblaciones se apañan mejor que otras en el capitalismo de mercado y si eso es cultural o se trata de una diferencia más profunda y tal vez tenga que ver con la constitución genética. Otra figura que yo calificaría de pivote y que casi se sitúa en el punto medio entre los austriacos y sus vástagos bastardos es Murray Rothbard, el padre de anarcocapitalismo. Si esta es una narrativa con personajes y temas, ¿cómo se escenifica esto en el libro? ¿Cuál es la clave de la historia que cuentas?

Pienso que el punto de partida es contraintuitivo y me sorprendió cuando lo descubrí. Fue la sensación que tuvieron los intelectuales neoliberales de que en realidad no habían ganado la guerra fría.

Yo había supuesto que tras el colapso de la Unión Soviética cundió el triunfalismo y una sensación de victoria. Sin embargo, el hecho de que en la misma semana en que cayó el muro de Berlín ya estuvieran hablando de nuevos enemigos ‒enemigos que en cierto modo se habían sumergido en la clandestinidad o transformado de una manera elusiva‒ fue como la entrada en la madriguera del conejo. Porque una vez aceptas la idea de que el marxismo y el socialismo han sobrevivido y han cambiado de cara, entonces cualquier cosa puede ser marxismo y socialismo.

Creo que es así como podemos entender la fijación de la derecha en cosas como lo que llaman marxismo cultural o ideología de género como nuevos enemigos de la humanidad. Dado que el adversario cambia continuamente de forma, hace que sea objeto de interminables reinterpretaciones. El término tiene una dimensión paranoica. Y la paranoia realmente no tiene límites, como demuestro en mi libro.

Así que pienso que la clave narrativa están en la sensación, por parte de los libertarios, y a menudo de los libertarios racistas, de que pueden frenar al enemigo con un arma nueva degradándolo en la jerarquía de la inteligencia o desplegando los últimos hallazgos de la genética. Sin embargo, al final del libro, con un capítulo sobre los compradores de oro y la obsesión de la extrema derecha con el metal precioso, se ve que existe casi un sentimiento de desespero o de rendición a lo inevitable, una incapacidad para frenar a sus enemigos y la idea de un colapso inminente y un apocalipsis inevitable.

Creo que hay mucho de esto tras la energía salvaje y caótica de la política en los últimos dos años, algo que trato de discernir en las conclusiones al hablar de la figura de Javier Milei. Algo parecido podría decirse también de Elon Musk, aunque en realidad él todavía no había perdido los estribos cuando puse punto final a este libro. Lo que detecto es una especie de desespero y una suerte de voluntad desbocada de aplicar remedios radicales en un periodo de grave peligro. Y como describí en el último capítulo, a menudo la técnica retórica del comprador de oro consiste en predecir un apocalipsis inminente y entonces venderte inmediatamente el único medio que existe para protegerte de lo peor.

Pienso que este aceleracionismo es visible en estos momentos en la extrema derecha, claramente en EE UU, de modo que la cuestión de quién viene después de los bastardos es muy significativa.

Más adelante me gustaría volver sobre esta cuestión, pero ahora rebobinemos un poco. Acabas de mencionar uno de los tres bardos que identificas entre las obsesiones o mantras de la nueva extrema derecha, a saber, su obsesión con el oro como valor seguro, por contraposición al dinero volátil, la moneda fiduciaria insustancial. ¿Puedes hablar un poco más de los otros dos elementos de la trinidad que observas, es decir, la “naturaleza humana precableada” y las “fronteras duras”?

Sí, creo que la metáfora que utiliza Murray Rothberg a comienzos de la década de 1970 resulta útil, cuando habla de la “roca biológica” que se erige como obstáculo en el camino de las fantasías igualitarias.

Por tanto, pienso que hemos de entender el libro como la descripción de un contragolpe, no contra la globalización neoliberal, sino contra los movimientos sociales de la década de 1960 y los intentos de corregir las desigualdades enquistadas de raza, género y geografía mundial. La referencia a la biología fue históricamente útil porque sugería que había algo no manipulable por los seres humanos que impedía los esfuerzos de transformación social. Asimismo, la idea de que las distintas capacidades y talentos estaban precableados de distintas maneras en el seno de las poblaciones hacía que los esfuerzos de reforma social que se manifestaron en la década de 1960 resultaran quijotescos e imposibles.

De manera que la idea del precableado condena de inmediato buena parte del reformismo de la segunda mitad del siglo XX. Si observas las actividades del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) y la actual derecha gubernamental estadounidense verás que se trata de atacar y eliminar todas las cosas ideadas para corregir las desigualdades históricas e inscritas en aquel programa político.

El aspecto de las fronteras duras se deriva de esto, porque los debates sobre la inmigración se enmarcan a menudo en una discusión sobre la comunidad y la cohesión social y la amenaza a la estabilidad interior y la seguridad. Y lo que muestro en el libro es que si piensas que las distintas poblaciones tienen diferentes capacidades intrínsecas para la actividad económica, puedes crear un nuevo régimen de extranjería que permite la entrada de determinadas poblaciones porque supones que son sujetos del mercado más eficaces, mientras que rechazas a otras porque consideras que son parásitos inevitables del Estado de bienestar y dependientes.

Ahora estos dos factores pueden interactuar sin creer en los valores seguros o sin la necesidad de eliminar el sistema de moneda fiduciaria y retornas a las monedas respaldadas por el metal precioso. Sin embargo, en los libertarios de derechas más extremistas, los tres van juntos. La creencia de que la ciencia y la naturaleza dictan el orden se extiende también a los medios de acumular valor e intercambiar mercancías, y el dinero también se ve sometido a la cientificación.

Supongo que el pináculo de todo esto es lo que en el libro llamas “CI-centrismo”, la idea de que puedes tener una vara de medir alrededor de la cual puedes organizar el conjunto de la sociedad y encasillar a la gente en un sistema de jerarquías rígidas. En el libro empleas el neologismo “neurocastas” para ilustrar esto.

Creo que es una cosa que ayuda a hallarle sentido a la alianza improbable de tradicionalistas de derechas y tecnolibertarios de Silicon Valley. Puede reforzar la voluntad de segregación o la reproducción del supremacismo blanco. Sin embargo, creo que para Silicon Valley el CI opera de manera un poco distinta y ofrece la perspectiva de ciertas formas de ingeniería social y la selección de poblaciones en función de su mejor uso productivo. Pienso que, como ocurre con muchas cosas estos días en la extrema derecha, esto funciona no porque tenga un objetivo común, sino porque hay ciertos lenguajes y determinadas ideas que pueden amparar muchos objetivos diferentes y distintas imaginaciones del futuro.

Como has dicho antes, tu libro alcanza hasta poco antes de la segunda presidencia de Trump. No obstante, en muchos aspectos esta última se percibe como la vindicación o el punto de llegada de la larga marcha a través de las instituciones de los nuevos fusionistas. Desde el papel desmesurado de Elon Musk como empresario-rey hasta la implementación del DOGE, la eliminación de todo rastro de DEI (diversidad, equidad, inclusión) y toda manifestación del virus woke y del colectivismo en acción, así como la detención y deportación ilegal de estudiantes y migrantes, Trump 2.0 se percibe como la amalgama de libertarismo y autoritarismo extremo  que describes en el libro. ¿Hasta qué punto encuentras que esto es cierto?

Me parece que la manera en que el gobierno de Trump está planteando esta segunda etapa refleja de hecho algunas diferencias muy importantes con respecto a la ideología que describo en el libro. Diría que la aspiración de figuras de Silicon Valley como Thiel y Marc Andreessen y Musk apuntaría más a un régimen neofusionista que todavía trata de preservar imperativos capitalistas de eficiencia y productividad mientras pisotean alegremente cualquier idea de igualdad humana o redistribución.

A finales de 2024 hubo un debate entre Musk y Vivek Ramaswamy con Steve Bannon sobre inmigration, en que Bannon decía que habría que aplicar una política de reservar los puestos de trabajo en EE UU a trabajadores estadounidenses, y Musk y Ramaswamy sostenían que determinados empleos del sector tecnológico requieren personas altamente cualificadas. De este modo podemos deportar masivamente en nuestras fronteras y al mismo tiempo seleccionar esa categoría de personas cualificadas de todo el mundo para conectarlas a las empresas de Silicon Valley. Esto fue desde mi punto de vista un buen ejemplo de neofusionismo operativo.

Eso no era decir simplemente que existe un principio que es válido para todos los seres humanos, sino que deberíamos diferenciar entre individuos más valiosos e individuos menos valiosos. Creo que la política de Trump con respecto a la tarjeta dorada, que permitiría a la gente adquirir la nacionalidad a cambio de dinero, será una expresión perfecta de la clase de cuestiones de la que escribo en el libro: fusión de la nacionalidad con valor monetario de una manera que sería completamente ilegible por los fascistas de viejo estilo. Uno no puede imaginar al Tercer Reich ofreciendo esta opción, ya ves: un millón de Reichsmarks y te conviertes en un ario.

La idea de la nación como un mercado en que compras tu nacionalidad con tu talento innato o, si eso no es suficiente, tu valor neto…

Al mismo tiempo, aunque tal vez este sea el sesgo de apenas la última semana o así, la política comercial desplegada y la actitud sobre la anexión de países y territorios vecinos como  Groenlandia y Canadá y Panamá se aparta fundamentalmente de cualquier genealogía del movimiento neoliberal. Porque si hay una cosa que le sirve de fundamento al movimiento neoliberal es que los Estados deben subordinarse en determinado nivel a los mercados y que el valor económico vale más que el poder político. Los Estados son muy importantes, son esenciales, pero están al servicio del capital, y pienso que saltarse los límites de la soberanía nacional de una manera tan directa es practicar el tipo de política contra el que se organizaron los neoliberales originales en la década de 1930.

Contrariamente a tus libros anteriores, Hayek’s Bastards está bastante centrado en EE UU. Es cierto que en el capítulo sobre los “compradores de oro” y la gente que idolatra el oro como inversión y preconiza el retorno al patrón oro, te explayas sobre cómo la Alternative für Deutschland se originó como una reacción conservadora-libertaria frente a la Unión Europea y el euro. En la conclusión del libro citas a hombres fuertes como Milei, Jair Bolsonaro, Nayib Bukele y Nigel Farage como iteraciones de esta agenda de extrema derecha vagamente definida. Sin embargo, en su mayor parte te centras en un puñado de periodistas, académicos e ideólogos estadounidenses.

¿Observas si esta ideología se extiende a otras partes? ¿A Europa, por ejemplo? Pienso en los Fratelli d’Italia de Giorgia Meloni o el Rassemblement National de Marine Le Pen, partidos posfascistas que, al menos teóricamente, ensalzan de palabra la nación y en su planteamiento ideológico preconizan una pizca de dirigismo y protección social más que mercados libres y la ciencia como fundamento de la desigualdad.

Pienso que Viktor Orbán es, con maneras más suaves, un líder muy importante de esta mutación de la derecha tras el fin de la guerra fría. En la Conferencia Política de Acción Conservadora y desde otras tribunas ha articulado de la manera más clara que nadie esta idea de que el marxismo no ha muerto, sino que solo se ha ocultado en la clandestinidad y se ha transformado, por lo que sigue siendo necesario arrancarlo de raíz, debido a que de alguna manera la guerra fría nunca acabó. Pero digo “maneras más suaves” porque también combina su política antiizquierda con alguna visión de bienestar social. Una política pronatalista muy potente, por ejemplo, y cierta atención a lo que llaman chovinismo de bienestar.

Y creo que esto se da más en las otras facciones de la derecha posfascista, especialmente en Europa. Siempre he considerado que Marine Le Pen, e incluso Matteo Salvini y Meloni, representan una variante ligeramente diferente de la extrema derecha, ya que se prestan a jugar con ideas de pagos directos en efectivo y determinados tipos de protección social mientras también apuestan por la competitividad y la hospitalidad para el capital y las alianzas militares. Por tanto, yo no diría que lo que describo en mi libro es aplicable de la extrema derecha de todos los países.

Pienso que hay una gran diferencia entre los conservadores que lideraron el Brexit y la AfD y la extrema derecha belga. Así que yo lo incluiría en ese espectro, pero el libro no pretende ofrecer una explicación de todo lo que estamos viendo.

En tu reciente ensayo sobre Elon Musk para el New Statesman escribes que “tratar de comprender las reglas caleidoscópicas del juego de Musk… se ha convertido en algo así como un deber cívico”. ¿Así es como ves tu trabajo como “historiador de las malas ideas”? ¿Consideras que tu obra es intrínsecamente política o simplemente intentas trazar las ideas de esos extremistas de derechas como contribución a la labor académica?

Creo que la labor académica necesita un ecosistema que lo sostenga en un nivel básico: universidades, financiación para estudiantes de posgrado, aulas, bibliotecas. Uno de los aspectos realmente aterradores del momento presente es la aceptación de que no está claro que esas cosas persistan más allá del medio plazo. En EE UU se produce ahora mismo un esfuerzo concertado por hacer que la práctica académica, tal como la entendemos, resulte imposible. Es efectivamente un esfuerzo por dejar de financiar la educación superior.

Así, en el pasado, cuando podíamos depender de una financiación relativamente estable de la investigación científica y de cohortes de estudiantes y puestos de trabajo para ellos y ellas una vez se hubieran licenciado, pienso que era posible imaginar una especie de espacio autónomo. Sin embargo, puesto que la extrema derecha ha politizado la existencia de universidades, pienso que ahora todo lo que se hace en una universidad es de hecho político.

Esto es presentarse uno mismo como potencial candidato a la eliminación o como justificación potencial para seguir agotando recursos. Así que me gustaría imaginar que todavía estamos en un espacio en que la investigación autónoma es posible, pero creo que esa libertad ya no existe. Por tanto, no es preciso que optemos por actuar políticamente dentro de la universidad, pues esa opción nos viene impuesta. Pienso que nuestra labor, por definición, forma parte ahora de una política contestada, así que probablemente sea una buena idea empezar a pensar sobre esto de esta manera y aceptar las consecuencias que esto acarree.

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Fotografía: Viento sur

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