Por: Santiago Álvarez Cantalapiedra. 14/06/2025
Reseña de La estigmatización de los pobres. Eugenismo y darwinismo social
Michel Husson
Sylone/ viento sur, 2023
315 págs
Las personas excedentarias son aquellas para las que la sociedad no encuentra cabida o una función productiva. Se trata de una población superflua, “inútil para el mundo” en expresión de Robert Castel, o los sobrantes de “la cultura del descarte” que denuncia de forma insistente el Papa Francisco al referirse al capitalismo como sistema biocida y despilfarrador. Este sistema, además de agotar la Tierra y convertirla en un inmenso vertedero, liga íntimamente la suerte de los seres excluidos con la basura. La contaminación y la exclusión son dos problemas que responden a la misma lógica en una cultura del descarte que afecta tanto a las personas sobrantes como a las cosas de las que rápidamente nos deshacemos para convertirlas en residuos.
En nuestras sociedades los excedentarios son básicamente los parados, pero antes que estos eran los pobres. Cuando una sociedad genera personas excedentarias necesita una justificación exculpatoria. La intención de este libro de Michel Husson es mostrar que existe una continuidad entre los fundadores de la economía política y los abogados contemporáneos del capitalismo a la hora de recrear estas justificaciones o, más en concreto, “que las teorías contemporáneas del paro no hacen sino reformular las posiciones de antaño hacia la gente pobre” (p. 20). Una y otra vez nos encontramos con que los viejos discursos sobre las personas pobres y los parados son análogos. Se trata del eterno retorno propio de las disciplinas sociales, y en particular de la economía, donde no se avanza como en otras ciencias: “en lugar de progresar por eliminación o superación de los paradigmas y teorías obsoletas, evoluciona de forma cíclica, reproduciendo constantemente las mismas temáticas, reestructuradas, modernizadas y a veces matematizadas. Muchas teorías contemporáneas son solo la repetición formalizada de teorías antiguas” (p.12). Y a veces más que teorías para desvelar y explicar la realidad son, al trenzarse con las visiones y los valores de quienes las construyen, meras construcciones ideológicas con una función legitimadora.
Desde mediados del siglo XVIII los discursos dominantes sobre los pobres se han dedicado a hacer responsables de su suerte a quienes sufren la pobreza, lo que no es sino una forma de legitimar a las clases privilegiadas racionalizando su estatus y avalando el modo de organización social vigente. No solo sirven para justificar la existencia de gente excedentaria, sino que normalizan privilegios y alimentan los prejuicios que sirven de base para estigmatizar a los pobres. Nos encontramos, en sus sucesivas formas históricas, con reediciones particulares de este mismo argumento de fondo.
Bajo el influjo de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1793, abandonada ya la idea de que la pobreza era fruto de la providencia divina y los pobres voluntad de Dios, empezó a resonar el derecho a la subsistencia. Husson cita literalmente esa parte de la declaración: “la sociedad debe la subsistencia a los ciudadanos desafortunados, ya sea procurándoles trabajo o asegurando los medios de existir a quienes no están en condiciones de trabajar”. Se trataba de una afirmación peligrosa que había que neutralizar diferenciando los buenos de los malos pobres, estableciendo así una condicionalidad para el reconocimiento de ese derecho. Para separar el buen grano de la cizaña, había que seleccionar a los “falsos pobres” de los “verdaderos”, de manera que a través de diferentes mecanismos se pudiera identificar a los pobres válidos que no quieren trabajar y que, por su indolencia, merecen un castigo. En su día esos mecanismos eran las “casas de aprendizaje” regentadas por eclesiásticos, en la actualidad los condicionamientos que se imponen en las políticas públicas de asistencia social. El resultado es el mismo: presentar al pobre como único responsable de su suerte, eximiendo de responsabilidad al orden social que produce la pobreza.
El mismo argumento empieza a cobrar forma tiempo después con el apoyo de las “teorías biologizantes que hacían de los rasgos específicos de pobres y parados la causa de su situación” (p.13) Las leyes de la selección natural, trasladadas al ámbito de lo social en forma de competencia económica, hacen posible la evolución humana y el progreso en la medida en que los menos adaptados fracasan y los que mejor se adaptan triunfan. Un darwinismo social que aún persiste, no solo por la vuelta a la moda de algunas versiones del sociobiologicismo más reciente, como es el caso de la publicación a mediados de los noventa del siglo pasado del libro de Richard Herrnstein y Charles Murray The Bell Intelligence and Class Structure in American Life, sino porque en realidad nunca se ha ido.
El escrutinio minucioso y erudito que lleva a cabo Husson en este libro muestra cómo los prejuicios de renombrados autores del pensamiento moderno occidental terminan por aflorar con demasiada frecuencia en los discursos y en las explicaciones que dan sobre la pobreza y el desempleo. La clase “inferior” de pobres y parados, compuesta por individuos hereditariamente infradotados, se encuentra inevitablemente condenada a su destino por una razón biológica. La extensión del principio de selección natural a la dinámica social conduce a contemplar que el paro o la pobreza no sean vistas como la consecuencia evitable del funcionamiento de unas estructuras e instituciones históricas, perfiladas a partir de relaciones de poder y privilegio, sino como la “consecuencia ineluctable de leyes inmanentes de la economía y/o de características específicas de las personas excedentarias” (p. 14), cuyas dificultades se agravarían por la intervención pública, por muy bien intencionada que fuera.
Así pues, surge como corolario de ese planteamiento lo que Hirschman denominó en su día “retóricas de la intransigencia”, que no son otra cosa que argumentos reaccionarios contra cualquier pretensión de reforma social. Si el orden social tiene una base natural y los pobres y parados son responsables de su condición, cualquier intervención o política pública que quiera cambiar la suerte de los más desfavorecidos no solo resultará perversa por contravenir el orden natural de las cosas, sino también contraproducente al generar males mayores que los que pretende combatir. De ahí a las posiciones eugenésicas no hay más que un paso lógico: si se quiere acabar con la pobreza, fomentemos la meritocracia biológica de aquellos que pueden transmitir a sus descendientes las virtudes codificadas en su herencia genética y, por supuesto, cuidémonos de ayudar a la proliferación de toda aquella gente residual que no ostenta más atributos que la pereza y aversión al trabajo, la imprevisión, la indisciplina y la inclinación a todos los vicios concebibles.
A lo largo del libro, Michel Husson—reputado economista y estadístico marxista— desgrana la forma en que las tesis eugenistas y los postulados darwinistas han impregnado el pensamiento occidental de los últimos doscientos años. Organizado en cuatro partes, el libro es un viaje por los discursos que combinan el darwinismo social con los postulados racistas y nacionalistas. La última sección del libro es además una buena constatación de cómo las disciplinas científicas y, en particular, la economía y la estadística (y para ello repasa en los capítulos 12 y 13 las apreciaciones de importantes autores —conocidos por cualquier estudiante— como Vilfredo Pareto, Karl Pearson, Ronald Fisher, Conrado Gini, Irving Fisher, William Stanley Jevons, Alfred Marshall, Arthur Pigou, Francis Ysidro Edgeworth, George Stigler o James Buchanan) se desvían hacia elucubraciones anti-humanistas con implicaciones profundamente reaccionarias.
La intención inicial de Husson era escribir un libro sobre el paro, reuniendo sus reflexiones sobre el tema para denunciar las falsas explicaciones y presentar las verdaderas alternativas. Sin embargo, el libro derivó hacia el análisis de los discursos de legitimación de los ricos y sobre el papel de disciplinas que, como la economía, siguen presentándose como científicas cuando en no pocas ocasiones desempeñan simplemente una función mixtificadora y encubridora, además de legitimadora del estatus. Michel Husson murió súbitamente en el verano del año 2021. Dejó su manuscrito inacabado. Le habría gustado prolongarlo hasta integrar las teorías contemporáneas del empleo y del paro, sobre las cuales había desarrollado importantes estudios críticos. Le faltó tiempo para cumplir con ese propósito, tal y como se señala en la nota final del libro (p. 315), pero cumplió con creces la intención de desenmascarar los discursos estigmatizadores de las personas pobres, lo cual no es poca cosa si tenemos presente que —como resalta el propio autor en el último párrafo del libro— “desencriptar estos modos de legitimación del orden social es una condición necesaria para la emancipación social” (p. 314).
Santiago Álvarez Cantalapiedra es Director del Área Ecosocial de FUHEM
Reseña publicada en Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, 169, pp.151-153, Primavera 2025
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Fotografía: Viento sur