Por: Fernando Belanzaurán. Mexican Times. 10/01/2016
La errática y titubenate transición mexicana que pudo generar equilibrios a la otrora irrebatible presidencia de la República, empoderó a los gobernadores, de tal suerte que en sus territorios concentraron en los hechos los mismas facultades metaconstitucionales que el viejo régimen deparaba en exclusiva al titular del Ejecutivo Federal. Por ello, aunque en diferentes magnitudes y unos de manera más grosera que otros, muchos ejercen control sobre los otros poderes, órganos que debieran ser autónomos, no pocos medios de comunicación y hasta partidos de oposición; además del manejo discrecional del erario y el uso faccioso de la policía y la procuración de justicia.
Algunos de estos virreyes se han distinguido por su autoritarismo y desprecio por las más elementales formas democráticas, actuando cínicamente con la jactancia propia de quien quiere dejar constancia de que no hay adversario o disidente al que no puedan cooptar con la cartera o doblegar por la fuerza. Debido al manejo exultante de esas malas artes se llegó a pensar que nadie podía ser peor que Ulises Ruiz… hasta que llegó Javier Duarte.

Inició su gobierno encarcelando tuiteros y sorprendido en un pista aérea de aviones privados con maletas de dinero en efectivo que “justificó” alegando compra express de tamales y siguió con el ominoso imperio del crimen organizado y el amedrentamiento de periodistas, al grado de ser la entidad más peligrosa para el gremio periodístico –además de insegura para el conjunto de la población–. Su incapacidad para resolver los problemas por la vía política y el diálogo lo exhibió como un gobernante represivo e ineficiente y la violación de derechos humanos en Veracruz se volvió sistemática. Derroche y garrote; igual que su predecesor, pero de manera más grotesca.
Ningún otro gobernante del país tiene el nivel de desgaste y desaprobación social en el poder que Javier Duarte y el deseo de cambio de los veracruzanos es innegable y contundente. Sin embargo, basados en la experiencia de la elección del año pasado en el que, no obstante la merma de votos del PRIy sus aliados, pudieron mantener la mayoría en el Congreso gracias a la división del voto opositor. Y, en el caso que nos ocupa, Duarte apuesta a pulverizarlo y se entiende, pues es ésa es la única oportunidad que tiene no sólo de mantener la gubernatura sino de tener garantía de impunidad con su sucesor.

Para lograr la atomización del voto opositor, Javier Duarte lo está intentando todo: promueve candidaturas independientes, medios afines dan oxigeno y falsas expectativas a potenciales candidaturas de partidos que sabe no se van a coligar, como MC y Morena, y, lo más importante, mueve influencias y recursos para romper desde dentro la alianza PAN-PRD, lo mismo con dirigentes locales que nacionales. No está escatimando, sabe que se juega el poder y, más aún, la libertad.
Por supuesto, el discurso de la pureza ideológica y la falta de un candidato inmaculado sirve de coartada para sabotear la única opción que dejaría sin oportunidad al PRI y sus aliados, los cuales nadie cuestiona que sean impresentables. Es verdad que los gobiernos aliancistas no resultaron lo que se esperaba, pero sería un error tirar al niño con el agua sucia.

Aprender de la experiencia sería pasar de las alianzas meramente electorales a acuerdos de gobiernos plurales con políticas públicas establecidas de manera explícita. El candidato debe asumir compromisos constatables, entre ellos el de garantizar el ejercicio irrestricto de la libertad de expresión, medidas de protección a periodistas, implementar políticas para cumplir plenamente con laLey General de Transparencia y establecer controles al gasto, abrir canales de participación de la sociedad civil, así como cumplir con protocolos y aceptar medidas de verificación sobre el respeto a los derechos humanos, entre otras. Lo fundamental es ver cómo resolver las dudas legítimas y fortalecer el frente opositor contra Duarte y no, como hacen algunos, justificar el esquirolaje a favor del infame oficialismo por supuestas “razones de principio”, siendo que el interés de la gente es el cambio y sería infame condenar a los veracruzanos a seis años más de duartismo.
En los próximas días se decidirá si se conforma la alianza amplia o Javier Duarte se sale con la suya. Aquí no cabe la ingenuidad, que cada quien asuma su responsabilidad.

Fuente: http://themexicantimes.mx/las-manas-de-duarte/
Fotografía: fogonazosgeffroy