Por: Poder popular. 18/02/2025
Germán Bernasconi | El jueves 23 de enero, el presidente Javier Milei utilizó el Foro Económico de Davos para continuar atacando a las disidencias sexuales y al feminismo, vinculándolos con la pedofilia y el abuso. Envalentonado por la victoria de Donald Trump, Milei propuso eliminar la categoría de femicidio y todas las políticas de reparación laboral dirigidas a la comunidad LGBTIQ+. Solo nueve días después, la respuesta fue contundente, masiva e internacional: entre un millón y un millón y medio de personas se movilizaron en Argentina y en el mundo, con epicentro en la ciudad de Buenos Aires, donde más de 300.000 personas inundaron las calles de la capital argentina.
Cronología de una respuesta amplia y contundente
A pocas horas del discurso del presidente, las primeras voces en contra se alzaron en el mundo digital. Sin embargo, la reacción no se detuvo ahí: en poco tiempo encontró eco en el tejido vivo de la organización disidente y feminista, que hace algo más de tres años conquistó el derecho al aborto y que, desde hace una década, es un sujeto político colectivo de primer orden en la política local.
El sábado 25 de febrero, una asamblea de miles de personas se concentró en el Parque Lezama, escenario de cientos de actos de organizaciones sociales y políticas. Allí se decidió marchar el sábado 1 de febrero. La convocatoria tuvo un marcado carácter antifascista y antirracista, con la centralidad de las organizaciones LGBTIQ+, pero construyendo transversalidad en su convocatoria y comunicación.
Se incentivó explícitamente a que las calles fueran tomadas por todas las personas que, de una forma u otra, se oponen al Gobierno, pero también a la avanzada ultraderechista en América Latina y el mundo. «Solo existen dos géneros: fascista y antifascista» fue uno de los carteles que dio un giro eficiente y claro al trumpismo triunfante, que pretende instrumentalizar la pluralidad de identidades para construir enemigos y avanzar en un programa reaccionario en todos los aspectos de la vida económica, social y política de nuestras sociedades.
Cabe destacar que, en tiempos de primacía de las redes sociales digitales, la movilización no fue simplemente una reacción espontánea, sino que estuvo respaldada por un profundo entramado organizativo. Más de 800 organizaciones disidentes, feministas, sindicales, estudiantiles, de derechos humanos y políticas adhirieron a la convocatoria, movilizaron y fueron clave para lo que se configura como la primera derrota política callejera del Gobierno del año, que reanima al activismo y a amplios sectores de la población golpeados por las políticas del primer año de gestión.
El antirracismo no es solo un eslogan
La marcha se destacó por su convocatoria desde las organizaciones de disidencias y feminismos, pero también por un fuerte contenido antirracista que no puede obviarse. En Argentina, esto responde al menos a dos razones: el país ha construido su imaginario nacional sobre un mito de origen blanco y europeo, vinculado a dos genocidios (el de la conquista española y el de la fundación del Estado a finales del siglo XIX), y a la racialización de la clase trabajadora para denostarla como sujeto político masivo y dividirla mediante un discurso xenófobo, especialmente en relación con la histórica migración de los países vecinos.
El discurso gubernamental y sus voceros digitales han utilizado la palabra «marrón» como eje de su retórica racista, retomando una línea histórica del racismo contra el «cabecita negra» de mediados del siglo XX. Además, buscan blanquear al mundo gay y lésbico «aceptable» e integrado, pero subordinado al pinkwashing, una estrategia ya clásica.
Numerosas organizaciones que durante años han visibilizado esta problemática estructural, todavía silenciada, encontraron en las calles un protagonismo más que merecido y un reconocimiento a años de militancia.
La dimensión internacional
La convocatoria tuvo, en pocas horas, repercusión en América Latina y Europa. A los más de 100 puntos de movilización y concentración en Argentina se sumaron más de 20 ciudades en las que la comunidad migrante argentina y latina, junto con organizaciones feministas y disidentes, expresaron su oposición frontal a la ola ultraderechista global. Esta respuesta fuera de las fronteras del país da cuenta, una vez más, de la capacidad organizativa del movimiento feminista, así como de sus lazos de solidaridad sin importar fronteras. También sitúa al orgullo, tantas veces instrumentalizado, en un campo político amplio pero concreto: el orgullo solo es posible si es antifascista y antirracista.
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Fotografía: Poder popular