Jorge Salazar García. 04/01/2021
Antes de la invasión española, el pueblo Azteca realizaba múltiples ceremonias para comunicarse con los Dioses y renovar sus votos con ellos. La de mayor trascendencia, relacionada con el principio y fin de una etapa, la del “fuego nuevo”, se efectuaba al final del invierno y principio de la primavera para agradecer los dones recibidos durante el año y solicitar buena fortuna en el próximo. Como buenos astrónomos, los aztecas, sabiendo que el Sol (Tonatiuh) determinaba el tiempo y las estaciones del año, crearon un calendario religioso y otro civil. Los días “primero” respectivos volvían a coincidir cada 52 años. El primero, tonalpohualli se componía de 20 meses con 13 días cada uno (260); y el segundo, xiuhpohualli, de 365 días, estaba conformado por 18 meses de 20 días, mas otros 5 (y 6 horas) llamados nemontemi [1] considerados estériles debido a que, durante ellos, no se desempeñaban actividades extraordinarias y se reducían al mínimo las ordinarias. De estos dos ciclos, en los cuales el fuego (símbolo del Sol) ocupaba el centro de su culto, se derivó el siglo azteca, denominado xiuhmolpilli o atado de 52 años. En el libro, México Antiguo[2], (p.189), Fray Bernardino de Sahagún, registra el significado de xiuhmolpilli como “átense nuestros años” pasados y xiuhtzitzquilo como la nueva “gavilla o atadura”. Los 52 años se dividían en 4 trecenas Técpatl (pedernal), Calli (casa), Tochtli (conejo) o Ácatl (carrizo), representando también los 4 puntos cardinales. Por la corta esperanza de vida de las personas en aquella época, lo común era que esta celebración la vivieran UNA SOLA VEZ. De ahí la fastuosidad y solemnidad con que se asumía. La Historia registra con mejor detalle las celebradas en Tenochtitlán entre los años 1401-1453, 1454-1506 y 1507-1559[3].
Año Nuevo Azteca
La mayoría de los historiadores le atribuye un talante trágico a la celebración del año nuevo azteca, sobre todo refiriéndose a los últimos 5 días. El jesuita Juan de Tovar (Códice en Cruz) los califica “vanos e infortunados”. Fray Bernardino de Sahagún, contemporáneo de la conquista, les llamó DIAS ACIAGOS. Si sólo se tomara en cuenta la celebración correspondiente al penúltimo atado (1454-1506), ambos tendrían razón, pues durante ellos la nación Mexica percibió las señales de la conquista. Sin embargo, fueron la solemnidad y el respeto, no la tragedia, las características más comunes en esos festejos, sobre todo en los correspondientes al año solar de 365 días.
Los 5 días NEMONTEMI
En estos días, todos creían que los Dioses descansaban y por lo tanto, para no perturbarlos ni quedar sin su protección en caso de sufrir algún percance, las actividades las reducían al máximo. La explicación no religiosa de ese recogimiento es que este comportamiento se observaba al final del invierno (febrero) cuando la naturaleza pierde color y energía preparándose el renacer de la primavera (marzo). Fray Bartolomé de las Casas en su obra Historia General de las Cosas de la Nueva España (1552, libro 2, C-1, pág. 202) refiriéndose al penúltimo atado, cita varias señales aparecidas en esa sí, aciaga semana: lluvia de meteoritos, paso de un cometa, incendio de un templo ocasionado por un rayo, un temblor, mareas en el lago, llanto de una mujer, y un eclipse. Los sacerdotes interpretaron esa señales, vistas en la transición de 1506-1507, como negros presagios para el destino del emperador Moctezuma y su imperio. Siendo objetivos, cualquiera en lugar de los aztecas, se hubiera aterrorizado ante la ocurrencia de tales acontecimientos.
Los presagios
El quinto día, por la tarde, fue ensombrecido por el ECLIPSE SOLAR. Siete días después, el cerro Coatepec (Hidalgo), casa de Huitzilopochtli, dios Sol y de la guerra, rugió, ocasionando derrumbe de palacios y templos además de 2000 víctimas. Moctezuma había sido previamente informado por sus astrónomos de la ocurrencia del hecho. Por esa razón, al mediodía del 5º día, desde lo alto de la Gran Pirámide, pronunció un discurso a su pueblo asegurándole que los dioses continuarían dando buen clima, buenas cosechas, etc.—mientras siguieran trabajando duro, las mujeres siendo ahorrativas, peleando las guerras con vigor y haciéndoles las ofrendas y sacrificios apropiados. En esencia, dijo que la vida continuaría como siempre había sido. Mencionó prudentemente el eclipse, como si fuera una casualidad, y así evitar el pánico. Mientras oraba, sus mensajeros partieron hacia todos los puntos del horizonte, portando la noticia del inminente eclipse, enfatizando que los dioses se lo habían comunicado a los astrónomos, por lo tanto no debía ser causa de preocupación. Lamentablemente la calma se perdió con el terremoto, al grado de obligar a Moctezuma dar públicamente garrote al astrónomo (Corazón del Único Mundo) que vaticinó el eclipse. Otro hecho considerado mal augurio fue la muerte de la princesa Papantzin [4], hermana de Moctezuma. Su deceso, aunque de lamentarse, no fue algo extraordinario. Lo siniestro fue que, dos o tres días después de su entierro, algunos ciudadanos afirmaron haberla visto caminando por la noche, lamentándose por sus hijos (¡hay mis hijos!). Se decía que la Señora Papan había dejado su tumba para traer un mensaje, y éste era que desde el mundo del más allá, ella había visto un gran ejército conquistador que avanzaba hacia Tenochtitlán, por el sur. Moctezuma, intentando apaciguar los ánimos ordenó la exhumación del cuerpo de su hermana. Se dice que el sacerdote encargado vio brillar dos luces en los orificios oculares del cadáver. Este se retiró interpretando el hecho como de mal augurio. Sin embargo no fue nada sobrenatural, simplemente dos ciempiés peculiarmente luminosos y brillantes en la oscuridad como las luciérnagas, habitaban en esas oquedades.
En el libro titulado “Azteca” de Gary Jennings, (1980, págs. 387, 388,… formato pdf) se describe la celebración del año nuevo correspondiente a 1506-1507, la cual, por razones de espacio pero respetando la esencia del texto del autor, se ha sintetizado.
Corría la parte final de 1506, los días nemontemi transcurrían y en cuestión de horas llegaría el año 1507 iniciándose el nuevo atado. (…) había tanto temor como obediencia religiosa, eso hacía que la gente adoptara una conducta sumisa y silenciosa… Todos los sonidos eran acallados, todas las conversaciones eran susurradas, toda risa estaba prohibida. Los ladridos de los perros, los gorgoteos de las aves domésticas, los chillidos de los bebés eran silenciados. Todos los fuegos y luces de los hogares eran apagados, incluyendo los de los templos, altares y urnas puestas enfrente de las estatuas de los dioses. Incluso el fuego que estaba sobre la Colina de Huixachi[2], único fuego que se había conservado siempre ardiendo durante los últimos 52 años, aun ese se apagó. Cada familia, noble o humilde, rompía todas sus vasijas; enterraban o tiraban al lago sus metates y otros utensilios de piedra, cobre y metales preciosos; quemaban sus cucharas de madera, platos, batidores para chocólatl y otros utensilios parecidos. Durante esos días no se cocinaba,( ) se comía muy poco usando las hojas del maguey como platos y los dedos como cuchara para comer la comida fría de camotin o atoli que se había preparado con anticipación. No se viajaba, no se comerciaba ni se llevaba a efecto ninguna clase de negocio, no había reuniones sociales, no se utilizaban joyas o plumas, sólo se usaba el traje sencillo. Nadie, desde el Uey-Tlatoani (Autoridad) hasta el más bajo esclavo, hacía nada más que esperar.
¡Encendamos el Fuego Nuevo!
La ceremonia principal tenía lugar en la colina de Huixachi (5) o cerro de la estrella de Ixtapalapa. Un sacerdote colocó sobre el pecho del postrado xochimique (muerto en sacrificio) un madero hueco con yesca, luego cuidadosamente acomodó los pedacitos de ocote. Otro sacerdote, (), se acercó con un palito seco y empezó a darle un movimiento giratorio con las palmas de sus manos. Todos esperaban ansiosos; los dioses todavía podían negar esa chispa de vida. Pero entonces surgió un destello de llama humeante. El sacerdote detuvo con una mano el madero y con la otra alimentó y animó la llamita luminosa con madejas de algodón, aceite, pedacitos de papel seco, produciéndose una pequeña, parpadeante pero definitiva llama. Eso despertó al xochimique, quien abrió sus ojos lo suficiente como para ver el despertar del Fuego Nuevo en su pecho, pero no lo vio por mucho tiempo. Un grito salió de todos los presentes: «¡El Fuego Nuevo se ha encendido!». La multitud inmóvil hasta ese momento, empezó a moverse de un lado a otro. Uno tras otro, por orden de rango, los sacerdotes tomaron antorchas de la pila y tocaron con ellas el pecho del xochimique que se achicharraba rápidamente para encenderlas con el Fuego Nuevo. Luego corrían con ellas para compartirlo. El primero utilizó su antorcha para encender la pila de leña que estaba en la colina Huixachi para que todos al mirar la hoguera supieran que el peligro había pasado, y que todo sería igual en El Único Mundo. Se podía oír los gritos de alegría, las risas y los sollozos de felicidad de la gente. En la base de la colina otros sacerdotes estaban esperando encender sus antorchas para llevar ese precioso fragmento de Fuego hasta los templos de las diferentes ciudades, pueblos y aldeas de donde provenían.
En la mañana siguiente, el gran mercado de Tlatelolco, como todos los mercados del imperio, multitudes compraban utensilios para sus casas y reemplazar los que habían sido destruidos. A pesar de que la gente casi no había dormido, después del alumbramiento del Fuego Nuevo, todos estaban alegres y charlatanes, debido a que estrenaban ropas, joyas y por el hecho de que los dioses estuvieran dispuestos a dejarlos seguir viviendo …
[1] -(Miguel León Portilla: “Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares” p.56, Fondo de Cultura Económica, 1961)
[2] Obra (1938) basada en la “La Historia General de las cosas de la Nueva España” de fray Bernardino de Sahagún (1569).
[3] Códice en Cruz, editado por Charles E. Dibble. México 1942.
[4] Dio origen a la leyenda de la llorona y fue ligada posteriormen a la aparición de la Virgen.
[5] Huxihtlan, cerro localizado entre teocopan e Ixtapalapa.