Por: Tlachinollan. 14/05/2018
Centro de derechos humanos de la Montaña Tlachinollan
Ana Elí de 7 años de edad, jugaba con su sobrinito en el cafetal. A pesar de la distancia escuchó cómo su papá le gritaba a su mamá. La culpaba de la pérdida de unos clavos. Anita cargó con el bebé y caminó hacia donde su mamá lavaba la ropa. Sabía que su padre alcoholizado era capaz de todo.
Lo siguió con su mirada temerosa. Vió como tomó el machete y lo escondió bajo su playera. Bajó furioso del único cuarto donde viven y se avalanzó contra su esposa. Le soltó el primer puñetazo en la nuca. Su mamá pudo reaccionar y correr sobre el camino de terracería. A pocos metros la alcanzó y la tiró.
Le asestó el primer machetazo con toda su rabia. Le cortó de tajo el brazo izquierdo. Ana Elí al ver a su madre ensangrentada y sin poder defenderse, gritó desesperadamente a su padre que sin parar se ensañaba contra el cuerpo de su esposa. Ni el llanto de su pequeña hija lo contuvo. Cuando descargó toda su ira, tiró el machete y corrió hacia la barranca. Su madre aún alcanzó a decirle que avisara a sus hermanos. Anita corrió a la escuela y a la milpa, con toda la fuerza que había en su diminuto cuerpo, para avisarle a sus hermanos.
Noé el hermano mayor salió del salón y cortó camino para auxiliar a su mamá. Tomó su brazo izquierdo tirado sobre la tierra y lo junto con el antebrazo. Sintió que su corazón aún palpitaba. Con el apoyo de los vecinos la levantaron para llevarla cargando a Tapayoltepec, Municipio de Malinaltepec, que se ubica a una hora y media de la Taberna, lugar en el que estaba.
Ya no había nada que hacer, su mamá se desangró. Noé volvió a rememorar el dolor que de pequeño sintió cuando cayó en el fogón y se quemó la mano derecha. Desde entonces quedaron sus cinco dedos unidos uno del otro. Para el fue la muerte, y así lo sintió su mamá. Hoy al ver postrada a su madre cubierta de sangre, experimentó nuevamente su muerte con la muerte de su madre por las manos asesinas de su padre.
En la Montaña, y ahora en todo el estado los niños y las niñas tienen que convivir con la violencia. La sangre forma parte de su trágica realidad en la casa y en la calle son testigos de los cuerpos asesinados, de la barbarie impuesta por la criminalidad cobijada por los aparatos represivos del Estado. Los niños y las niñas no sólo juegan a la guerra con los juguetes bélicos que más se venden en los Días de Reyes, sino que también son víctimas de esta guerra cruel, que no sólo asesina a sus padres y madres sino que también son parte de esta avasallante realidad.
A nivel nacional Guerrero es uno de los estados cuya pobreza ha colocado a la niñez en los últimos lugares que muestran el proceso de deshumanización que vivimos en nuestra sociedad. De acuerdo al Informe de Evaluación de la Política de Desarrollo Social 2018 del CONEVAL, en 2016 el 47.3% de niñas, niños y adolescentes indígenas de 0-17 años de edad, vivió en situación de pobreza moderada, mientras que 31.1% vivió en pobreza extrema. Estos datos oficiales son indicadores precisos sobre la implementación de políticas que promueven la desigualdad y profundizan la exclusión social y la discriminación étnica.
En la Montaña de Guerrero el panorama es desolador porque las niñas y niños carecen de una alimentación adecuada desde el vientre materno, sus mamás que se embarazan a temprana edad arrastran las secuelas de la desnutrición y desempeñan trabajos extenuantes que desde los seis años realizan a lado de sus padres cuando van a la milpa. Una familia de seis hijos cosecha regularmente 300 kilos de maíz en la temporadas de lluvias. Este alimento básico resulta insuficiente porque con seis costales sólo les alcanza para comer durante dos meses. Sin maíz, las familias padecen todos los males: enfermedades, hambre, desnutrición y riesgos inminentes de toparse con las muerte.
La educación es el derecho que más pelean las madres y padres de familia de forma más organizadas, aún así, las autoridades educativas se empeñan en multiplicar obstáculos para que los maestros y maestras no lleguen a sus comunidades. No hay comunidad en la Montaña y también en las principales comunidades del estado que deje de levantar la voz y tomar acciones de fuerza para hacer pública su exigencia de que envían suficientes maestros y maestras a las escuelas de nivel básico.
En esta administración se han acrecentado más las acciones de protesta que muestran la inoperancia de la reforma educativa, porque el rezago educativo es mayor y los índices de analfabetismo están a la alza.
Los niños y las niñas han tenido que enrolarse como mano de obra barata. Las ciudades son cada vez más niños y niñas quienes aparecen en los cruceros, realizando alguna actividad para cubrir sus necesidades básicas. En el campo los niños y las niñas viajan con sus padres a los campos agrícolas de Sinaloa. Las instituciones federales se han desentendido de más de dos millones de familias que deambulan por el norte del país, sin trabajo seguro, sin atención médica para las madres, sin posibilidades de recibir el apoyo de prospera y sin que los niños y las niñas puedan continuar con sus estudios. Los pequeños que se quedan en la comunidad asisten a las escuelas donde no hay maestros ni maestras, mucho menos condiciones óptimas para que puedan tener un ambiente que favorezca el desarrollo de sus habilidades y capacidades intelectuales y artísticas. Además la escuela pública funciona como una institución privada. Las madres y padres tienen que dar cooperaciones para todo. Suplantan las responsabilidades que tienen las autoridades, por lo mismo la escuela se transforma en una carga económica para las familias sumidas en la extrema pobreza.
Este abandono de la infancia ha dejado el campo libre para que las niñas y niños se involucren en actividades ilícitas. Con mucho pesar vemos cómo la niñez en la Montaña se ha especializado en el rayado de la amapola en lugar de poder adquirir destrezas como lo han hecho en otros tiempos para dominar varios instrumentos musicales o cultivar las danzas tradicionales y alentar la competencia deportiva que ha formado parte de la buena fama que tienen los equipos de cada escuela y de cada comunidad. Ese espíritu de colaboración, de entusiasmo por concursar en los diferentes campos del conocimiento ha perdido el estímulo de las autoridades. En las ciudades los niños y las niñas en lugar de ver a la escuela como un espacio lúdico para desarrollar todas sus potencialidades se ha transformado en un lugar donde predomina el bullyng y la violencia. Para los mismos padres y madres, la educación se ha transformado no en un derecho sino en una mercancía porque es una carga muy onerosa que ha sido factor para la deserción escolar. No es casual que muchos niños y niñas, sean atrapados por los diferentes giros de la economía criminal.
En Guerrero, la infancia es una etapa que han truncado los mismos gobiernos municipales y estatales porque violentan sistemáticamente los derechos de las niñas y los niños. No son considerados como personas que tienen el derecho a jugar, a convivir, a estudiar, a tener alimentos suficientes y adecuados y a vivir sanamente. Las niñas y los niños que tienen el privilegio de asistir a la escuela, un buen número tiene que trabajar para completar el ingreso familiar. Son niños y niñas adultas que desde temprana edad luchan por la sobrevivencia. Se preparan contra una sociedad que violenta sus derechos, contra autoridades que los ignoran y los maltratan y contra padres y madres que en muchas ocasiones que usan la violencia como el recurso “más efectivo” para corregirlos. Los adultos se empeñan en hacer sufrir a los infantes, en hacer sentir su poder, en infringirles daños físicos y psicológicos y en violentarlos física y sexualmente. Los avasallan, los despersonalizan y les interiorizan el complejo de inferioridad y de sumisión.
Somos testigos de que hemos sido cómplices de una violencia institucionalizada que ha carcomido el tejido social y familia, que ha trastocado nuestras formas de convivencia basado en el respeto y la tolerancia y que se ha metido en la vida familiar para atrofiar el desarrollo mental y psicológico de las niñas y los niños. La población infantil está sumamente inerme, no hay un Estado que los proteja, las instituciones no los atienden, más bien son seres invisibles que están bajo acecho de muchas fuerzas del mal. Muchos de ellas/os, son huérfanos víctimas del feminicidio que sobreviven con el corazón destrozado. Su vida es un tormento lleno de dolor y de tristeza. Desde los primeros años, enfrentan la crisis más grande de su vida, no hay razón ni sentido para vivir, porque se ha perdido el valor por la vida. ¿Qué autoridades enfrentan esta trágica realidad que asumen las niñas y niños guerrerenses? ¿Dónde están esas instituciones creadas expresamente para proteger a la niñez? ¿Qué políticas se tienen que implementar para ya no permitir que se trunque un desarrollo sano de las niñas y los niños de Guerrero? ¿Cómo curar sus heridas? ¿Cómo sanar sus dolores? ¿Cómo devolverles su alegría? ¿Cómo reparar los graves daños que han sufrido?¿Qué le podemos decir a la niña Ana Eli y sus hermanitos Noé y María para que vuelvan a jugar con su sobrinita en el cafetal? Que encontrarán en otras personas el cariño y el amor que perdieron de su madre. Que el futuro no es la muerte sino la vida. ¿Será posible reparar estos daños que destrozaron su corazón?
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Fotografía: Desinformémonos