Por: Luis Armando González. 16/07/2024
Ante todo, debo decir que, en lugar de la palabra “fregar” (y “fregados”), podría usar otras que también harían sentido con lo que anotaré más adelante. No lo hago por dármelas de políticamente correcto, sino porque “fregar” (y otras, como “fregados”, “fregarse”, etc.) es una bonita palabra. Al P. Ignacio Ellacuría, a quien recientemente dediqué un texto, le gustaba mucho; lo sé porque la usaba cuando describía la situación de pobreza del país: “la gente está fregada”, decía. A lo que apuntaba con ello era que la gente estaba en una situación límite en sus capacidades o posibilidades de supervivencia.
No se me escapa que la palabra “fregar” tiene otros significados (tal como los destaca la RAE): a) limpiar algo, restregándolo, b) fastidiar o molestar a alguien y c) causar un daño o perjuicio graves[1]. Este último sentido conecta con el que daba Ellacuría a la palabra “fregados”: quienes están en tal condición (es decir, en una situación límite en sus capacidades o posibilidades de supervivencia) no lo están por causas naturales, sino por causas históricas (sociales, económicas y políticas) que los han “fregado”.
Ahora bien, desde mediados del siglo XX (aunque la preocupación viene del siglo XIX con la llamada, desde el catolicismo, “cuestión social” y con la propuesta socialista-comunista de emancipar a los proletarios), se estableció firmemente en el imaginario socio-político que, cuando menos, a quienes estaban fregados no había que seguirlos fregando; y que, en el mejor escenarios, se les tenía que ayudar desde la esfera pública (o sea, desde los Estados y Gobiernos) para que salieran de los límites vitales en los que encontraban. Este es el espíritu de las necesidades primordiales que Don Alberto Masferrer destacó como vitales y que, por ello, deben ser satisfechas:
“1. Trabajo higiénico, perenne, honesto, y remunerado en justicia;
2. Alimentación suficiente, variada, nutritiva y saludable;
3. Habitación amplia, seca, soleada y aireada;
4. Agua buena y bastante;
5. Vestido limpio, correcto, y buen abrigo;
6. Asistencia médica y sanitaria;
7. Justicia pronta, fácil, e igualmente accesible a todos;
8. Educación primaria y complementaria eficaz, que forme hombres cordiales, trabajadores expertos, y jefes de familia conscientes;
9. Descanso y recreo suficientes y adecuados para restaurar las fuerzas del cuerpo y del ánimo”[2].
Los pobres –o sea, los que estaban fregados de verdad— no tenían porqué nacer y morir en esa condición; era una obligación de las autoridades políticas diseñar estrategias y políticas públicas para que los pobres lo fueran menos o, cuando los propósitos ético-políticos eran de mayor envergadura, no los hubiera. Por su lado, en consonancia con lo anterior, las clases medias se irían expandiendo, mejorando sus niveles de bienestar. Avances en las conquistas de las clases medias eran buena señal para los estratos inferiores de la sociedad, cuyo horizonte de aspiraciones y derechos se inscribía en lo logrado por aquéllas.
Teniendo en la mira a América Latina, a partir de coyunturas en las que a los sectores medios les comenzó a ir mal (cuando las versiones latinoamericanas de Estado de bienestar se hicieron vulnerables a las arremetidas neoliberales) las perspectivas de los sectores populares (los sectores fregados) se volvieron sombrías. Las posibilidades de salir de esa condición se fueron estrechado a lo largo de la década de los años ochenta y, en los años noventa del siglo XX, se hizo claro que se había desembocado en un punto de no retorno. Los sectores medios frenaron su expansión y comenzaron a estrecharse, excluyendo de su seno a segmentos que habían logrado escalar desde los peldaños inferiores de la estructura social. Segmentos de clase media comenzaron a estar (no sólo a sentirse) fregados. Y hay indicios que esta dinámica de afectación a la clase media no sólo no se ha detenido, sino que se sigue profundizando, con pérdida de empleos, derechos y bienestar.
Algo llamativo es que lo que se acaba de anotar se inscribe en un clima cultural distinto al que estaba vigente cuando la cultura de derechos y bienestar era celebrada: en la actualidad, parece haberse impuesto en la cultura popular la tesis de que quienes tienen algún nivel de bienestar deben emparejarse con quienes no tienen ninguno o apenas se rozan un bienestar mínimo. De ahí que abunden los que aplaudan la pérdida de derechos que se vive en el sector público. No alcanzan a darse cuenta de que, al perderse esos derechos, se está cerrando la puerta para que sus hijos y nietos puedan acceder, en algún momento, a ellos. En el clima cultural predominante, se da por bueno que quienes están mejor pasen a estar peor (a engrosar las filas de los fregados), cuando lo sensato sería trabajar y luchar por hacer que quienes están peor pasen a estar mejor. Pero la sensatez no parece ser un bien muy apreciado en los tiempos actuales. Más bien, lo que se ha convertido en digno de admiración es la mueca sarcástica del que disfruta haciendo daño a quienes no pueden defenderse.
Esa forma de pensar y de actuar no augura buenas noticias para el rumbo de la sociedad, por las frustraciones, odios y amargura que genera. Y, por supuesto, para sus clases medias, de las cuales su bienestar, derechos y estabilidad están dejando de importar. Tampoco son buenas noticias para los sectores fregados, pobres y marginados. No hay indicios de que su pobreza preocupe a nadie. Ni que aumenten en número. Y no sólo eso: que estén fregados (esto es, en una situación límite en sus capacidades o posibilidades de supervivencia) no es un impedimento para que se les siga fregando desde distintos flancos institucionales. Al darse este último paso –ciertamente grave— se violenta uno de los principios ético-políticos sin los cuales es difícil hablar de justicia: el principio según el cual no se debe perjudicar a quienes están en los límites de supervivencia o que están en situación de indefensión.
El argumento de que ellos y ellas están de acuerdo en que se les perjudique, en que se les cause daño y perjuicios graves convierte su situación en doble y trágicamente fregada.
San Salvador, 15 de julio de 2024
[1]https://www.rae.es/diccionario-estudiante/fregar
[2] Alberto Masferrer, El mínimum vital. http://biblioteca.utec.edu.sv/siab/virtual/libros_PDF/Minimun_vital.pdf
Fotografía: Luis Armando González