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Esta noche sagrada es mejor que mil meses.

por La Redacción agosto 7, 2020
agosto 7, 2020
1,2K

Por: María Luz Espiro, Arte: Santi Pozzi. Crónicas-Migrantes. 07/08/2020

Abdoul y Ousmane pasan la cuarentena igual que la mayoría de los 5000 senegaleses que viven en el país: encerrados en sus casas, sin ingresos y sin asistencia estatal. No se conocen y viven a 1735 kilómetros de distancia. Pero ambos celebraron el Ramadán, mientras el mundo estaba detenido casi por completo, con una certeza: gracias a Dios, el mejor mes para los musulmanes les tocó en el peor momento del Siglo XXI. Entre Comodoro Rivadavia y Florencio Varela, Luz Espiro narra una historia sobre islam, migración y redes de ayuda.

Cada vez que la aplicación Muslim Pro suena en su celular, Abdoul Aziz sabe que llegó el momento de comunicarse con Dios. Desactiva la notificación del adhan, el llamado a la oración, y se prepara para cumplir con el segundo pilar del islam.

—La hago justo, sin fallar ni un minuto.

Son las cinco de la tarde de un viernes de mayo, 2020, y Abdoul Aziz está en su casa. Hasta hace dos meses trabajaba sin descanso. Así que ahora aprovecha y realiza el ritual del rezo completo, que inicia en el baño con la ablución.

—Primero tenés que tenerlo en tu mente. Por ejemplo, tengo que tener la intención de purificarme. Ahí primero lavás tus manos: la mano derecha, tres veces, la mano izquierda también, lo mismo.

Luego Abdoul Aziz sigue por la boca; la nariz; la cara; el antebrazo; la cabeza, desde la frente hasta la nuca, ida y vuelta; la oreja, adentro y afuera; y la planta del pie, hasta el tobillo. Lava cada parte de su cuerpo, derecha e izquierda, tres veces, con agua de la canilla. Así completa la ablución menor.

La ropa puede ser cualquiera, pero, eso sí, tiene que estar limpia. Manchas de trabajo, no hay problema, otras, indecentes, no se admiten. La de Abdoul pasa la prueba. Entonces se ubica en dirección a la Meca y extiende en el piso su alfombra de arabescos amarillos y verdes, que recortan un fondo azul de noche clara. Un lavado corto, días atrás, le sacó brillo al tejido afelpado.

—Así tiene que ser: tu ropa, tu cuerpo y el lugar mismo.

En la habitación de una casa de alquiler de Comodoro Rivadavia, una tarde en la que el viento y el frío no asoman aún, Abdoul Aziz se descalza las chinelas de plástico, se para solemne a los pies de la alfombra, mira un punto fijo en la cajonera y siente que vivir el Ramadán así es mucho mejor, más espiritual. Entonces se inclina hacia el suelo, hunde las manos, rodillas y frente en la alfombra y llama cuatro veces en silencio a Dios.


El Baol es una región central de la República del Senegal, conocida también como Cuenca del Maní. Antaño fue el epicentro del lucro agrícola de Francia, pero desde 1970 se abandonó por la crisis del sector y los planes de ajuste estructural del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. Esta es la principal zona de origen del 21,7% de las y los migrantes que salen del país y de la mayoría que llega a la Argentina.

Abdoul Aziz significa “criatura poderosa”. A los 16 años, cuando promediaba la década del 90′, dejó la escuela en la ciudad de Diourbel, en el Baol, para trabajar y aportar a la familia. Entonces su padre lo mandó a vivir con sus parientes maternos a Medina, un barrio antiguo y bullicioso de Dakar, donde su tío le enseñó a soldar máquinas de panadería y su abuelo a ser un buen musulmán. El abuelo Musa era el imán que dirigía la oración de los viernes en algunas mezquitas locales, y también un respetado mukadam tidjane, un educador de fieles de la tariqa Tijaniyya, el camino sufí para llegar al islam que siguen millones de personas en África Occidental, y otras tantas alrededor del mundo.

En Bambilor, la periferia de Dakar camino al Lago Rosa, Abdoul Aziz salió de su casa, abrazó fuerte a su esposa y a sus dos primeros hijos, y vino a la Argentina a “hacerse más hombre”: la migración de los varones para asumir el rol de proveedores del hogar es un ritual de pasaje a la adultez. Quien mantiene a la familia empieza a ganar respeto y, si es soltero, se posiciona como buen candidato a tener una esposa. Cuando Abdoul llegó a Buenos Aires, en 2010, lo esperaba su hermano mayor, quien vivía en Comodoro Rivadavia. Juntos emprendieron el rumbo directo a la Patagonia.

Abdoul Aziz pasó a ser uno de los diez migrantes senegaleses que viven en esa ciudad, donde hoy es el representante local de la Asociación de Senegaleses Residentes en Argentina. Como su hermano, y la mayoría de sus compatriotas en el país, empezó a trabajar en el comercio callejero. Tramitó el permiso municipal y, en una esquina de la Avenida San Martín, pleno centro de Comodoro Rivadavia, montó su puesto con varillas de hierro y cuerdas donde ofrece de todo un poco: carteras, mochilas, gorras, pulseras.


Hace dos meses que Abdoul Aziz no trabaja, desde el 20 de marzo de 2020 cuando el gobierno argentino decretó el aislamiento obligatorio por la pandemia de COVID-19. Ya no pudo salir a vender. Admite que le costó anotarse en la página web de ANSES para cobrar el Ingreso Familiar de Emergencia, un bono de 10 mil pesos que emitió el gobierno nacional. Con DNI, monotributo, 40 años de edad y más de dos de residencia en el país, igual le rechazaron la solicitud.

—Bueno, todo bien, capaz no tengo suerte.

Pero no fue el único. De los 5000 compatriotas que viven en el país, una población que creció desde mediados de 1990 en base a vínculos de paisanazgo, amistad y parentesco, el 98% que cumplía con todos los requisitos tampoco cobró el bono, según el informe del Espacio Agenda Migrante 2020, que integran organizaciones de migrantes, de derechos humanos e instituciones académicas.

En el bolsón que le entregó la Municipalidad de Comodoro Rivadavia había un kilo de arroz, dos kilos de harina, un litro de aceite, una caja de yerba, un paquete de fideos, un cartón de leche, dos latas de paté, un kilo de azúcar y levadura. Él estaba muy agradecido por esta asistencia, pero supo que no iba a durar mucho y que igual tendría que comprar un poco de carne, verduras y algo para acompañar.

—Por la ayuda de Dios justo estaba juntando plata, quería viajar a Buenos Aires para comprar mercadería. Y justo yo tengo que viajar normalmente el 30 pasado. Entonces justo llegó la cuarentena, y con esa plata con que tenía que comprar mercadería estoy comiendo.

El aislamiento obligatorio y los controles sobre el espacio público, donde trabaja la mayoría de senegaleses y senegalesas, generaron la interrupción total de sus ingresos. Para paliar lo inmediato, la Federación Argentina de Dahiras Mourides, que nuclea asociaciones religiosas de la tariqa Muridiyya, otro camino sufí para llegar al islam, hizo una colecta de plata entre sus miembros para comprar verduras y otros alimentos. Se lograron repartir 450 bolsones, entre compatriotas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el Conurbano Bonaerense. Un ejemplo de las redes de ayuda mutua que tiene este colectivo migratorio, a las cuales el aislamiento impuso límites para alcanzar otras ciudades.


El cuarto pilar del islam es ayunar durante el mes de Ramadán, una etapa del calendario islámico que implica sacrificios, pero también recompensas. Por eso Ousmane insiste en que es el mejor mes para los musulmanes porque te sentís más creyente, más seguro y se arreglan un montón de cosas. Sobre todo a la noche, el momento de entrenar el espíritu, como dice él, o de aceptar el rezo, como dice él que dice el Profeta Mohammed.

—Es un mes bendito que también sus rezos y todo está multiplicado. O sea, si empezás algo en el Ramadán por ahí tenés suerte de que podés terminarlo.

Este mes se divide en tres momentos de diez días cada uno, en los que el ayuno y los rezos se intercambian por misericordia, los primeros; perdón, los siguientes; y la entrada al paraíso, los últimos. Estos son los mejores, porque guardan la gran recompensa de Laylatu l-Qadr, la noche del destino, cuando bajó el Corán y se perdonan todos los pecados. Aunque nadie sabe a ciencia cierta cuál es, si no, todos rezarían sólo esa noche, cree Ousmane.


Otra alarma suena en Florencio Varela. El sueño y la noche se interrumpen a las tres de la mañana en un departamento de la zona sur del Gran Buenos Aires, donde cajas con perfumes esperan clientes mientras siga el aislamiento. Ousmane escucha dos voces en su mente:

-Dale Ousmane, quédate, no ves que hace frío ¿Vos sos loco? Cómo te vas a levantar con este frío, le susurra Satán a un oído.

-¿Quién se va a levantar para pedirme? ¡Miren lo que tengo! ¡Es para ustedes! Todos están durmiendo… ¿Quién se levanta para pedirme algo?, le susurra Allah al otro oído.

Ousmane dirime rápido esas voces, sabe que en Ramadán Satán no circula y que la oración a Allah es mejor que dormir. Se da unos minutos y se levanta, va al baño, abre la canilla y deja correr el agua. Toma coraje y sumerge su mano derecha, el escalofrío pasa y completa la ablución menor. Luego se pone un boubou, su túnica especial para rezar, y se perfuma con la fragancia sin alcohol que le mandaron de Senegal. Cree que hoy puede ser la noche del destino y lo que más quiere es estar a la altura.

Ubica el cuerpo y extiende su alfombra marrón con flores. Sobre las baldosas frías apoya el Corán y el curus, una especie de rosario, y apaga la luz para hablar con Dios. Recita la sura 114, el capítulo obligatorio del Corán, y lo completa con otros. Esta oración dura cinco minutos, pero Ousmane se entrega por completo al rezo silencioso, en esta noche sagrada que es mejor que mil meses. Recita en penumbras los suras que aprendió desde chico con su maestro, muchos los sabe de memoria, otros los lee. Pide perdón a Dios y lee el Corán hasta que despunta el alba, cuando suena el pitido automático y el celular le avisa que toca la primera oración del día. Ousmane recita de nuevo la sura 114, elige otra sura cortita, y curus en mano agrega su rezo de tidjane, como miembro de la tariqa Tijaniyya: ‘astagfirullah’, ‘perdóname Dios’, pronuncia una vez y pasa una cuenta de madera con apliques en metal, lo dice otra vez y pasa otra cuenta, así cien veces. Para limpiar su corazón repite luego, treinta veces, ‘la ilaha illa Allah’, ‘no hay otra divinidad salvo Dios’, el curus le ayuda a no perderse.

A las cinco y media de la mañana, llama por WhatsApp a Eve, su futura esposa, que vive en la localidad de Bolívar y la ayuda a rezar. Ambos coinciden en que Ramadán es un buen momento para que ella se convierta al islam.


Es viernes 22 de mayo, el día 29 del mes sagrado y puede que sea el último, todo depende si más tarde asoma la luna nueva. Abdoul Aziz prefiere mirar el cielo para enterarse, como enseñó el Profeta, pero en Comodoro Rivadavia está cubierto de nubes, así que espera ansioso las noticias que llegan de parientes y amistades en Europa y África. En Florencio Varela también está nublado, aunque Ousmane recurre de entrada a las comisiones de expertos y a la tecnología.

Todas las fuentes anuncian que este año Ramadán se alarga un día más. El domingo 24 de mayo el mundo musulmán amanece con el inicio de una nueva fase lunar. Por la pandemia la fiesta de Korité que sella el pasaje del calendario no tiene, ni en Argentina ni en Senegal, las continuas visitas donde estrenan ropa nueva, o los almuerzos numerosos en torno a una fuente de chiebouiap, un plato a base arroz, verduras, carne vacuna, bastante aceite y mucho picante. Abdoul Aziz reza dentro de casa, Ousmane come un pollo con papas fritas y ensalada que cocinó su compañero de departamento, y todos pasan la tarde entera prendidos al WhatsApp con su gente de Senegal.

—Para darle gracias a todos y también pedirnos disculpas entre nosotros, por algo que sepas o algo que no sepas. Este día es un lindo día para pedirle disculpas a toda tu gente. Muchos te mandan mensajes de ‘feliz fiesta’, ‘perdoname’, ‘que dios te de una larga vida’, ‘que el año que viene estemos mejor’.


Este año Ramadán se celebró entre el 24 de abril y el 23 de mayo, cuando el mundo estaba detenido casi por completo y las y los migrantes se preocupaban más por el sustento diario que por el contagio del virus. La pandemia acentuó desigualdades laborales, jurídicas y sanitarias previas, que se profundizaron aún más con los vericuetos de las medidas de emergencia.

—Todos queremos salir de esto, estamos preocupados. Pero yo, por lo menos, el Ramadán lo pasaba trabajando.

En los cuatro Ramadán anteriores que Ousmane celebró en Argentina, él llegaba a su casa agotado tras 10 horas en su puesto de perfumes de la feria de Varela. Dejaba la olla con arroz, verduras y caldo al fuego, cumplía el rezo como podía, y se quedaba dormido mientras leía el Corán.


Abdoul Aziz conoce más el sur que el norte, dijo la tarde de febrero en que nos conocimos, en su puesto de Comodoro Rivadavia. Sentados en la ochava céntrica, contó también que Mohammed, antes que Profeta, fue vendedor como él.

Ousmane nunca viajó más al sur que La Plata, donde llegaba en el T. A. L. P. todos los lunes, para enseñarme su idioma, el wolof, desde que nos conocimos en una feria una tarde de abril, y dijo que él no quería perder la cabeza en el comercio.

Ellos no se conocen, pero los 1735 kilómetros de estepa y pampa que los distancian quedaron cortos, cuando ambos me aseguraron que, gracias a Dios, el mejor mes para los musulmanes les tocó en el peor momento del Siglo XXI; alhamdulillah.

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: Crónicas-Migrantes.

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