Por: Egbert Méndez Serrano. 07/12/2024.
Más conocido por la realización de El planeta salvaje (1973), el director y animador de cine francés, René Laloux, plasmó en Gandahar, los años luz (1988) profundas críticas filosófico-políticas a la sociedad moderna.
Utópica civilización es Gandahar, con un fuerte componente rural; su vida cotidiana ha superado los diversos males de la modernidad, es un sueño, el sueño gandahariano, al menos así se presenta en un inicio.
No obstante, la amistosa utopía esconde un reverso, contenido en su oscuro pasado. Esto lo descubre Sylvain (Syl), el agente del concejo de gobierno (dirigido por Ambisextra), que tras una serie de terribles sucesos, es enviado a investigar la naturaleza de los mismos.
Resulta que hombres de metal están convirtiendo a los pobladores en piedra, que luego transportan en huevos gigantes con rumbo a una puerta misteriosa que los desaparece al ingresar. Syl persigue a esos hombres de metal y da con quien aparentemente es el responsable intelectual de semejantes acciones. Se trata de un cerebro, producto de un experimento fallido que científicos gandaharianos llevaron a cabo en el pasado, y que fue abandonado en un rincón de la civilización, el océano circundante, lugar donde mató a sus creadores.
Ese cerebro, de nombre Metamorpho, creció y desarrolló habilidades inigualables, llegando a su plenitud. Es a él a quien rinden pleitesía los hombres de metal. Syl, que ha seguido el rastro de estas “máquinas”, al llegar al océano circundante, es capturado sin dificultad por el gran cerebro y la intriga se vuelve mayúscula. Metamorpho, lúcido, confiesa no haber dado la orden para convertir en piedra a los habitantes de Gandahar y luego capturarlos, por lo que deja en libertad al agente. Más adelante, lo pone en hibernación por mil años pues ha descubierto que el problema proviene del futuro y quiere saber el porqué de semejante aberración donde aparentemente él es responsable. El secreto ahora se encuentra en el futuro.
No solo el gran Metamorpho ha sido una obra negada por la utopía, sino también otros personajes, productos errados de experimentos genéticos, en su caso son los desechos de Jasper, la principal ciudad de Gandahar. Yacen en el subsuelo, escondidos en cuevas, viven en las sombras. No figuran en el rostro helénico de la ciudad, no son la voz oficial, son creaturas deformes, mutantes.
Sin embargo, los mutantes, con poderes sobrenaturales, se unirán con Syl para defender la civilización bajo el enigmático lema: “Dentro de mil años, Gandahar fue destruida y toda su gente asesinada. Hace mil años, Gandahar será salvada y lo inevitable, evitado”.
Después de mil años, cuando por fin despierta Sylvain, encuentra Gandahar hecha ruinas, en su lugar hay una distopía dominada por Metamorpho, decadente y aferrado a la vida, indispuesto a perecer. Ahí, los misterios se van develando.
Los hombres de metal son creaturas suyas, están hechos de sus células “secas”, muertas. No son de metal, son Metamorpho vuelto cosa, cosificado; seres carentes de humanidad, enviados al pasado para capturar gandaharianos extrayéndoles su vitalidad y así alargar la existencia del amo. Se revela que la puerta —arriba mencionada— permite conectar el pasado con el futuro. Los deformes, que han sobrevivido a la masacre, unen fuerzas con Syl para luchar contra Metamorpho.
Crítica al proyecto utópico
Vemos en el filme, que Laloux adaptó de la novela Los hombres maquina contra Gandahar de Jean-Pierre Andrevon, una notable crítica social.
Varios proyectos que no lograron superar la modernidad capitalista, se presentaron cuasi utópicos, ensoñaciones, pero al final (o desde el principio) son incapaces de efectivizar el reconocimiento del otro. Ponen por fuera, como excepciones, problemas que les son congénitos internamente. Metamorpho no es externo a ellos, es su obra y esta obra se revierte contra el proyecto mismo; con los años se va volviendo perverso, se hace de un sequito —que lo idolatra— del cual se vale para perpetuar su dominio, con su respectiva pizca de ideología totalitaria.
¡El “yo” no existe!
Yo soy tú, tu eres nosotros, nosotros somos Él
Asimismo, los mutantes son otros productos suyos, pero se rehúsan darles reconocimiento, los desechan porque descomponen el paisaje utópico que han creado, su simple aparecer rasga la burbuja idílica en la que se mantienen los habitantes de Jasper. Lo mejor es esconderlos debajo del tapete.
Vista en su conjunto, la crítica no se puede focalizar sólo en Metamorpho —que ha devenido maquiavélico—, pues este ha sido creado por el proyecto utópico. La dura crítica recae en la misma utopía, que produce deshumanización por detrás de sus mejores intenciones, Metamorpho cosificado-deshumanizado es los hombres de metal.
Llegamos al problema central. Las consecuencias del actuar de todos y de cada uno, en nuestro caso, es la obra en la que nadie se quiere reconocer (ni el mismo Metamorpho, que ha orquestado la masacre) o en la que no todos son reconocidos (los mutantes), eso implica procesos denominados enajenantes, término usado para referirse a una obra social que objetivamente va escondiendo la humanidad que contiene —sin tratarse de un engaño subjetivo—, porque se vuelve ajena y opuesta a sus artífices. Gandahar se salva por el heroísmo de Syl y los mutantes, pero ¿será capaz de superar la modernidad capitalista después de todo lo sucedido?