Por: Silvia Federici. 13/05/2025
La crueldad de la guerra que Israel ha estado llevando a cabo contra el pueblo palestino y ahora contra la población del Líbano es tan extrema, su intención genocida tan evidente que parecemos perdidos en cuanto a posibles explicaciones. De hecho, no hay palabras para describir el horror y el sufrimiento que las operaciones militares de las Fuerzas de Defensa Israelí (IDF por sus siglas en inglés) han infligido a los palestinos. Lo que estamos presenciando es una campaña de exterminio, asegurándose de que no quede nada sobre el terreno que pueda permitirles vivir en su tierra o simplemente sobrevivir. Más de cincuenta mil personas han sido masacradas, en su mayoría mujeres y niños, y esto no incluye los miles cuyos cuerpos han sido enterrados bajo los escombros de sus casas, para nunca ser recuperados, o los muchos ejecutados, ahora encontrados en fosas comunes, algunos claramente enterrados vivos o mutilados. Se han desmantelado todos los sistemas reproductivos. Casas, carreteras, sistemas de agua y electricidad, hospitales han sido destruidos, las ambulancias también fueron bombardeadas. También lo han sido todos los árboles y cultivos. Y al menos cuatrocientos médicos, enfermeras y otros trabajadores sanitarios han muerto en esta campaña de exterminio que ha durado un año. Muchos han sido ejecutados, tras ser sometidos a prácticas humillantes, y lo mismo ha ocurrido con muchas personas que se habían refugiado en las clínicas después de que sus casas fueran bombardeadas. Lo que está claro es que Israel está librando sistemáticamente una guerra total contra todo lo que los palestinos necesitan para su reproducción. Y ahora esta brutal campaña de muerte se está extendiendo al Líbano y posiblemente en las próximas semanas a Irán, Siria y Yemen.
Las mujeres y los niños, es decir, las mismas personas que garantizan la reproducción de la comunidad y son la esperanza para el futuro, están en el punto de mira de forma deliberada. También se ha hecho todo lo posible por borrar el pasado. Israel teme el poder de la memoria colectiva. Sabe que mantener viva la propia historia, mantener vivos los recuerdos de las heridas y las luchas pasadas es un poderoso medio de resistencia. El recuerdo de la Knakba de 1948, de los pueblos que fueron destruidos y de las comunidades desplazadas, ha servido de inspiración a generaciones de palestinos para luchar hasta el final por no abandonar su tierra. En respuesta, todos los lugares donde se guardan registros -bibliotecas, universidades, archivos públicos o personales- se han convertido en polvo. Y desde hace semanas no se permite la entrada de alimentos en la zona, por lo que la gente se muere de hambre. Y lo que es más triste, cuando ha llegado algo de ayuda alimentaria, las personas que se apresuraban a recogerla han sido tiroteadas, al igual que los cooperantes.
A esta campaña mortífera, que entra en su segundo año, hay que añadir el brutal asalto que los colonos israelíes, fuertemente armados y a menudo vestidos con uniformes militares, han lanzado contra las granjas palestinas de Cisjordania, obligando a los propietarios a abandonarlas, bajo amenaza de muerte, robando y matando a sus animales, destruyendo los lechos para el cultivo de las cosechas. Por último, hay que mencionar a los miles y miles de detenidos, que también son sometidos a torturas y humillaciones constantes, algunos mantenidos encadenados durante tanto tiempo que tuvieron que amputarles las piernas a causa de la gangrena. Lo que hace especialmente horripilante esta operación genocida es que se lleva a cabo abiertamente, ante el mundo entero, y cuenta con el apoyo incondicional de Estados Unidos y la Unión Europea, que proporcionan un flujo incesante de dinero y armas para sostenerla. De hecho, tal es el compromiso de Estados Unidos de apoyar incondicionalmente las decisiones de Israel, por muy asesinas que sean, que más que partidario su posición parece la de un socio, si no la de un instigador.
¿Qué está en juego, pues, en Palestina? ¿Qué hace que gobiernos que se proclaman defensores de los derechos humanos abandonen toda pretensión y se esfuercen por sofocar cualquier protesta contra este genocidio?
Una respuesta es que la expulsión masiva de los palestinos de su tierra natal y la campaña de terror que Israel está llevando a cabo son la culminación de la tarea que se le asignó a Israel desde su formación, que era defender los intereses del capital estadounidense e internacional, y especialmente defender los intereses de las compañías petroleras de la región y mantener a raya las aspiraciones de los pueblos del mundo árabe que quisieran recuperar la tierra y los recursos que les fueron arrebatados por la colonización británica. Como sabemos, desde 1948 Israel se ha asegurado de que los campos petrolíferos de Oriente Próximo estuvieran abiertos a las compañías petrolíferas estadounidenses y de que los regímenes autocráticos que Estados Unidos y Gran Bretaña instalaron en la región para proteger sus intereses no fueran desafiados. Israel ha llevado a cabo tan eficazmente esta tarea represiva que se ha convertido en uno de los principales exportadores de armas del mundo y, lo que es más importante, en el principal exportador de tecnología de vigilancia y métodos represivos para los que Palestina ha sido laboratorio y campo de pruebas[1]. Todos los regímenes autocráticos se han beneficiado de ello. Israel fue el principal apoyo de la Sudáfrica blanca, del régimen de Mobuto en el Congo, ha colaborado con Ríos Mont en la masacre de la población indígena en Guatemala a principios de los años ochenta, y la lista continúa. No es de extrañar, pues, que Joe Biden afirmara ya en 1986 que: «Si Israel no existiera, tendríamos que inventarlo», y, a pesar de algunas condenas leves, la mayoría de los gobiernos de todo el mundo permanecen en silencio mientras se asesina a los palestinos y ahora a los libaneses. La mayoría se beneficia del suministro de tácticas represivas y armas por parte de Israel. Los drones israelíes patrullan hoy las fronteras, se aseguran (por ejemplo) de que ningún barco de migrantes pueda cruzar el Mediterráneo sin ser detectado, su tecnología se utiliza para levantar muros, construir vallas electrificadas, convertir las fronteras en zonas militarizadas. Mantener a los palestinos en estado de sitio, privarles de sus tierras, de sus aguas, de su posibilidad de desplazarse de un lugar a otro, convertir Palestina en un mosaico de zonas separadas, no continuas, intercaladas por un número cada vez mayor de granjas de colonos, hacer de Palestina una «prisión al aire libre», con toda forma de resistencia cruelmente castigada con encarcelamientos, asesinatos, demolición de viviendas, ha sido un elemento clave en la realización de este proyecto. En la actualidad, además, otro acontecimiento está acelerando la guerra de Israel y de EE.UU. y la UE contra los palestinos. Se trata del descubrimiento en 2000 de un gran yacimiento de gas natural frente a las costas de Gaza e Israel, valorado en medio billón de dólares[2]. Como bien demuestra la historia de EEUU, se han organizado golpes de Estado, se han derrocado gobiernos, en homenaje a la extracción de petróleo y no hay duda de que esto ha sido un poderoso factor para acelerar el proyecto de construir un Israel más grande y condenar a los palestinos a la muerte o a la expulsión masiva. Como ha documentado Charlotte Dennett, en 2007 el gobierno israelí se opuso al proyecto de British Gas de explotar los recursos de gas marinos de Gaza, que beneficiarían enormemente a los palestinos, y en 2008 «las fuerzas israelíes lanzaron la Operación Plomo Fundido», que mató a casi 1.400 palestinos, con la intención declarada de enviar a Gaza «décadas al pasado»[3].
Sin embargo, no podemos comprender plenamente lo que está ocurriendo en Palestina a menos que también lo conectemos con la guerra más amplia que Estados Unidos, la Unión Europea y las instituciones capitalistas internacionales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, están llevando a cabo para hacerse con el control de la economía mundial y de la riqueza del mundo. Mediante una «crisis de la deuda» creada artificialmente -el primer paso de un proceso de recolonización de gran parte del llamado «Tercer Mundo», y los «programas de ajuste estructural» impuestos posteriormente, se ha creado un estado de guerra permanente a medida que se abren nuevos territorios a la inversión de capital y se despoja a regiones enteras de sus recursos naturales. En este sentido, «Palestina es el mundo», como escribí en un discurso que pronuncié en 2002[4], en una Conferencia de Académicos Socialistas en Nueva York, con motivo del ataque de Sharon a Gaza. Como escribí entonces
Lo que en Palestina destruyen las FDI, en muchos países africanos lo destruyen el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio. En Palestina son los tanques israelíes los que arrasan escuelas y casas. En África es el ajuste estructural, la desfinanciación del sector público, la devaluación de la moneda, pero los efectos son los mismos. … En ambos casos, los resultados son poblaciones de refugiados, la transferencia de tierras de la población local a las nuevas potencias coloniales, el fomento y la protección de los intereses del capital internacional.
Desde entonces, la evidencia de que el desarrollo capitalista requiere una verdadera guerra contra los medios y actividades que la gente necesita para reproducir sus vidas ha ido en aumento. Ya sea por intervenciones financieras u operaciones militares o, más comúnmente por ambas, millones de personas son desposeídas de sus hogares, sus tierras, sus países, a medida que sus tierras son privatizadas, abiertas a nuevas inversiones y emprendimientos extractivistas, por empresas petroleras, mineras, agroindustriales. Por eso, en todo el mundo, se producen hoy movimientos migratorios masivos. Se calcula que más de treinta mil africanos ya se han ahogado intentando cruzar a Europa en los últimos diez años, tres mil sólo en 2023. Es un genocidio, como el que estamos viendo en Gaza, pero silencioso, invisible. También en América Latina hay actualmente una salida masiva de personas dispuestas a afrontar el viaje más peligroso para llegar a Estados Unidos, donde son tratadas y perseguidas como criminales por las patrullas fronterizas, la propia frontera ahora completamente militarizada.
En una época de creciente crisis capitalista y de competencia intercapitalista, el desarrollo exige desmontes masivos, cercamientos, el saqueo de regiones enteras, así como una política tendente a reducir constantemente la inversión en reproducción social, prestaciones y salarios. Por eso, como hemos visto sobre todo en Irak, también la guerra está cambiando dirigiéndose principalmente contra la población civil, con el objetivo de vaciar zonas enteras de sus habitantes, a los que hay que aterrorizar y privar de sus medios de subsistencia. En Irak, como informa Dan Kovalik, en su No More War (2020) [5], citando las conclusiones de la Comisión de Investigación del Tribunal Internacional de Crímenes de Guerra, el ejército estadounidense dañó:
«hogares, plantas eléctricas, instalaciones de almacenamiento de combustible, fábricas civiles, hospitales, iglesias, aeropuertos civiles, almacenes de alimentos, laboratorios de pruebas, silos de grano, centros de vacunación de animales, escuelas, torres de comunicación, edificios de oficinas del gobierno civil y tiendas…
Y la mayoría de los sitios fueron bombardeados dos o tres veces, «asegurando que no pudieran ser reparados». (ibid). Como resultado, la gente siguió muriendo mucho después de que terminaran los bombardeos, según las estimaciones más de 2 millones perdieron la vida como consecuencia de esta campaña, 500.000 de ellos niños. Esto es, sin duda, lo que ocurrirá en Palestina.
No podemos predecir, en este momento, cuándo terminará la matanza y el hambre de los palestinos. Ahora parece que la carnicería no tiene fin, con el ADIF preparando una invasión masiva de Rafa. Pero, sea cual sea el resultado de esta guerra genocida, los palestinos seguirán muriendo durante mucho tiempo, debido a los efectos de la desnutrición, las enfermedades causadas por la falta de alimentos y agua potable, las consecuencias de las heridas y otras enfermedades que ya no pueden tratarse con seguridad, y los indecibles traumas que ha sufrido la gente.
La guerra que los israelíes llevan a cabo en Palestina es especialmente cruel para las mujeres, que son responsables de la reproducción de sus comunidades y ahora se han quedado sin nada: sin casas, sin comida, sin medios para reproducirse, cuidar y proteger a sus hijos y a sus familias. Muchas han dado a luz sólo para ver a sus hijos asesinados o condenados a morir de hambre. No podemos imaginarnos el dolor de los cientos de mujeres embarazadas que deben dar a luz bajo las bombas, sin atención médica, sabiendo que los niños que llevan en su vientre no tendrán ninguna oportunidad de sobrevivir. La crueldad que se les inflige tiene un significado especial. Las mujeres son las que mantienen unida a la comunidad, las que cuando todo parece perdido aguantan, buscan algo de comida, llevan la vida incluso bajo una tienda de campaña, consuelan a los niños. Junto con el horror ante el comportamiento inhumano de Israel, debemos sentir una inmensa admiración por su valor y su fuerza y por el valor y la fuerza de los médicos y de todo el pueblo palestino, que, bajo los bombardeos, sigue resistiendo, diciendo al mundo que prefiere morir donde está a abandonar su tierra una vez más, porque abandonar su tierra es también una forma de muerte, y porque sabe que bajo la ocupación israelí no hay lugares seguros para él.
Denunciar este genocidio, apoyar su lucha con todos los medios de que disponemos, movilizarnos para exigir no sólo el alto el fuego sino el fin de la dominación israelí de Palestina es lo menos que podemos hacer frente a esta abominación. Además, somos unos ilusos si pensamos que la guerra que Israel está llevando a cabo en Palestina no es de vital importancia para nuestras vidas. El flujo constante de dinero y armas que la Administración Biden está enviando para ayudar en este genocidio se toma de nuestras propias escuelas, de la inversión en nuestras comunidades, de nuestros sistemas sanitarios y hospitales. Y el trato inhumano y bárbaro infligido a los palestinos es una amenaza para todos nosotros. Es una advertencia de lo que se nos puede hacer – recordándonos que vivimos en un sistema social al que no le preocupan las vidas humanas y que no duda en dedicarse a la destrucción masiva de personas para conseguir sus fines.
[1] See Antony Loewenstein, The Palestine Laboratory. How Israel Exports the Technology of Occupation Around the World. London-New York: Verso, 2023.
[2] Charlotte Dennett, ’ Israel, Gaza, and the Struggle for Oil’. Counterpunch, December 11, 2023
[3] Ibid.
[4] Silvia Federici “Palestine is the World” (2002) Counterpunch, March 12, 2024
[5] Dan Kovalik, No More War. How the West Violates International Law by Using ‘Humanitarian’ Intervention to Advance Economic and Strategic Interests. Skyhorse Publishing, 2020, p.86.
Kovalik’s quoted from a report of the Commission of Inquiry of the International War Crimes Tribunal.
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Fotografía: Comunizar. Marcha de solidaridad con Palestina, 7 de octubre de 2024. Bogotá.