Por: Adolfo del Ángel Rodríguez. 25/07/2016
Se acomodó en su sillón para retomar un libro que tenía pendiente, lo abrió con aquella impaciencia que solo los buenos lectores pueden comprender, pero cuando estaba listo para sumergirse en la lectura su esposa le llamó para que atendiera el noticiero nocturno de la televisora local en donde, al parecer, transmitían un asunto que le concernía, por lo que acudió de inmediato a pararse frente al televisor. Quedó atónito ante lo visto en la pantalla: uno de sus exalumnos había sido detenido por la policía por posesión de drogas.
Escuchó la nota completa con atención: “un chico de escasos recursos, de familia numerosa. Se le confiscó un reproductor de música en el que sólo había hip-hop y narcocorridos, además de dinero que, al parecer, acababa de cobrar. Sus padres, a pesar de ser notificados de la situación, no habían atendido el llamado para responder por él por ser menor de edad, así que quedaría a disposición de la policía preventiva hasta poder ser llevado a otras instancias…”
Se apartó de la televisión un poco aturdido, no dijo nada y se dirigió a su sillón de nuevo. Recordaba muy bien a ese exalumno: muy bueno para la lógica, por lo que siempre pensó que con una orientación adecuada podría haber logrado muchas cosas. Lamentablemente no ocurrió así. Recordaba también cuando, en la primaria, en su último curso, le hablaba de las infinitas posibilidades de hacer las cosas, de no dejarse llevar por las cosas fáciles y de las ilusiones de éxito que se ofertan en los medios: pero al parecer, éstos habían logrado su cometido y le habían ganado la partida a la escuela. Después de todo, disponen estrategias que son infalibles para que la sociedad se alinee a un estilo de vida que se vende en los aparadores y, para los que, es necesario conseguir dinero de cualquier forma. Misión cumplida.
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Los acontecimientos actuales acerca de las movilizaciones del magisterio debido a la reforma educativa propuesta por el gobierno peñista se abocan solo a un espacio de discusión: la escuela, por lo que, en vista de la coyuntura que se vive, sería menester de los docentes cuestionarse si solo es ese espacio el que debe analizarse para hacer ajustes a la educación pública.
Por lo pronto, desde el gobierno debe asumirse que tiene una responsabilidad social, es decir, el grueso de la población es lo “público”, por lo que debería asumir con total responsabilidad su papel, pues aunque es sabido que debe responder a ciertas exigencias para que sus gobernados puedan enfrentarse al mundo también sería compromiso escuchar a quienes se dedican a guiar el proceso enseñanza-aprendizaje en las aulas, así como a los destinatarios finales de esa actividad.
De esta manera, delegar la educación de la población a una sola institución es una tarea harto confusa, puesto que es solo una pequeña parte del gran espectro social, es cerrar los ojos a todas y cada una de las instituciones involucradas en regular y actuar con y para la sociedad misma, de tal manera que, como dice Eduardo Rodríguez Zidán[1] “la construcción de un proyecto democrático de educación pública debe partir del análisis de las principales contradicciones que implica enseñar valores democráticos en una sociedad caracterizada por una cultura social postmoderna, donde predomina el individualismo exacerbado, la competencia por bienes escasos, la imagen de que la vida se reduce a la búsqueda del placer inmediato, del just do it”, siendo por ello arbitrario pensar que es solamente en la escuela en donde debe gestarse ese cambio, pues si bien nuestra sociedad es una construcción democrática, todas las instituciones deberían estar involucradas, así como los medios masivos, los cuales, a fuerza de repetición de contenidos banales (música en la que se privilegia lo material y se muestra a la mujer como objeto, así como programas con alto contenido sexual y tramas absurdas) destruyen lo que la escuela con creces trata de rescatar en las escasas horas con los pequeños en comparación con el tiempo que pasan frente a un televisor o en la web.
Así las cosas, lo que se crea con esta otra educación pública es una sociedad con expectativas falsas, inmersa en una sociedad consumista en la que ser es sinónimo de poder y de acumular, por lo que de igual manera Rodríguez Zidán[2] menciona que “en la sociedad actual el conformismo social es potenciado por el descreimiento en la participación política de la ciudadanía, desconociéndose la relevancia del análisis histórico, político e ideológico para explicar la naturaleza dialéctica y la interdependencia mutua entre escuela y comunidad”, siendo por ello necesario que la misma sociedad opine al respecto, porque la escuela no es el único espacio que educa, pues dicha educación abarca un discurso más amplio, es decir, somos lo que hay en el ambiente, pues con base en eso construimos nuestra cultura e identidad social.
Sin duda, ese es uno de los puntos que deben atenderse al abordar una reforma en educación pública. ¿Queremos resultados diferentes?, hagamos las cosas diferentes, involucrando no solo a los profesores, sino a toda la población que, sin duda, necesita ser escuchada, atendida, mirada y, sobre todo, incluida en un proyecto de nación que, hasta nuestros días, ha sido diseñada por expertos que la alejan más y más de la gente misma. Al respecto, dice Máriam M. Bascuñán[3] que “La “racionalidad de los sistemas” del Estado y de la economía se extendió legítimamente hacia otros dominios que pertenecían al “mundo de la vida”, donde reside el elemento de la deliberación pública que es característica de lo político. Todos esos aspectos de la organización institucional, de la acción pública, las significaciones culturales, las prácticas y hábitos sociales sujetos a evaluación y discusión colectiva iban quedando en manos de “expertos”, lo que desincentivaba esa deliberación pública sobre las decisiones colectivas”, siendo así como nuestra democracia representativa ha evolucionado a una especie de dictadura en la que nuestros representantes toman decisiones por nosotros y no con base en lo que necesitamos.
Así entonces, alejados de las decisiones, lo público (lo que nos corresponde) seguirá siendo decisión de unos cuantos y más ahora, cuando lo reducen simplemente a la escuela, cuando lo que se amerita es un cambio social general, un cambio en la cultura misma y en las prácticas diarias del actuar de la población, que es donde más acción tienen quienes dominan a las masas, precisamente todo los espacios públicos, educando a la población para el consumismo y la inmediatez. Ya no importan los medios sino los fines, terrenos en los que la escuela queda simplemente relegada.
Referencias
[1] ¿Es la escuela una institución pública democrática?, en Aposta, revista de Ciencias Sociales, http://www.apostadigital.com/revistav3/hemeroteca/zidan.pdf, Nº 24, enero 2006
[2] Ibid
[3] ¿De dónde proceden los nuevos populismos?, en Revista Letras Libres, Junio de 2016