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Crítica al artículo de J.Butler en The Guardian.

por RedaccionA enero 19, 2022
enero 19, 2022
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Por: Eva Lopez. 19/01/2022

El género como epicentro de manifestación de las desigualdades. Crítica al discurso butleriano y a la vinculación de los autoritarismos con el movimiento feminista.

Que el sábado 23 de octubre fue un día importante para el movimiento feminista de este país es un hecho que pocas activistas desconocen. Miles de mujeres provenientes de diferentes puntos de la geografía española, se reunieron en Madrid para llevar a cabo la ya conocida como manifestación histórica, haciendo constar el desacuerdo del movimiento con esa deriva ideológica, que se dice feminista, aceptada y promovida por la política que rige este país. Las proclamas sobre la abolición de la prostitución y la pornografía, contra la explotación reproductiva, las desigualdades en salud y contra la aprobación de la llamada “Ley Trans”, que ampara el género como identidad y que se pretende aprobar con la mayor brevedad posible, resonaron con fuerza desde Neptuno hasta la plaza del Sol. Al mismo tiempo, en un punto geográfico alejado, Judith Butler, madre de la teoría sobre la performatividad del género y referencia inapelable para los adeptos queer, publicaba un artículo sobre este tema en The Guardian.

Con la entropía argumentativa que caracteriza sus intervenciones, Butler acusaba de los ataques que la “ideología de género” ha sufrido en los últimos años, a una amalgama de responsables de diferentes índoles, desde el debate generado en redes sociales, hasta las asociaciones católicas y evangélicas de derechas, las cuales ven el avance del generismo como un atentado contra el modelo de familia tradicional. En un alarde retórico carente de total casualidad unificaba y otorgaba los avances de la lucha en favor del género tanto a los colectivos LGTBQI como al movimiento feminista.

No es minucia el querer ubicar ambos movimientos bajo un mismo estandarte, pues en la actualidad su intento de fusión, como estrategia llevaba a cabo por el movimiento progénero es un hecho contrastable.

No es minucia el querer ubicar ambos movimientos bajo un mismo estandarte, pues en la actualidad su intento de fusión, como estrategia llevaba a cabo por el movimiento progénero es un hecho contrastable. Un ejemplo claro lo podemos observar si analizamos la historia que versa sobre el auge y caída del Ministerio de Igualdad. Este órgano creado en el año 2008 durante la IX Legislatura y bajo la presidencia de J.L.R. Zapatero, nació con el objetivo de impulsar políticas en igualdad que acabaron siendo posteriormente reconocidas en la Ley para la Igualdad y en la Ley Integral contra la Violencia sobre la Mujer, así como en el programa del Instituto de la Mujer.

Sin embargo, el rumbo tomado a partir del inicio del 2020, desde la desvinculación del Ministerio de la Vicepresidencia del Gobierno junto con la toma de posesión del cargo de Ministra por Irene Montero ha sido otro. El 29 de enero de 2020 pasa a englobar también la Dirección General de Diversidad Sexual y Derechos LGTBI. Incluso el propio Instituto antes citado, ha sufrido cambios: su nombre antaño conocido como “Instituto de la Mujer” se transforma en “Instituto de las Mujeres”. Un cambio que en principio puede parecer inocuo pero que alberga un importante significado que se alinea con las políticas llevadas a cabo por el mismo Ministerio.

Otro ejemplo a nivel internacional de la fusión intencionada de ambos movimientos la encontramos en ONU Mujeres, organismo que ha dejado constancia en numerosas ocasiones durante los últimos años de que la lucha contra la opresión sexual y la desigualdad sufrida por las mujeres ha cambiado de rumbo para englobar también a la lucha a favor de la diversidad del género y de la comunidad LGTBIQ+ a nivel global.

Cabría preguntarse, a raíz de lo anteriormente expuesto, los motivos que llevan a tales organismos a fusionar dos movimientos y luchas que, a pesar de haber sido colaborativas en momentos de la historia, nada de semejante tienen en sus agendas políticas, en su movimiento o en su vanguardia.

Afirma Butler que atacando al género nos oponemos a la libertad reproductiva de las mujeres. Cabría recordarle que es gracias a los avances y a la lucha del movimiento feminista que a día de hoy somos millones las mujeres de diferentes zonas planetarias las podemos disfrutar de esa libertad que nos otorga el derecho conseguido por el movimiento a poder decidir sobre nuestro cuerpo, sobre si queremos o no ser madres, pues precisamente bajo los mandatos del género que ella defiende, se ha estipulado desde los albores de la sociedad patriarcal que el máximo fin en la vida de una mujer es precisamente engendrar, parir y cuidar de la descendencia.

Falazmente acusa también a las personas críticas con el género de atentar contra la protección de las mujeres que sufren violencia sexual. Pero, ¿no promueve acaso el patriarcado a sus hijos sanos, socializados bajo el yugo del género masculino, la creencia de que el acceso al cuerpo de las mujeres es una opción disponible en cualquier momento y situación? Así lo demuestra la existencia de la industria pornográfica directamente enlazada al sistema prostitucional, actuando la primera como ente didáctico para futuros agresores y la segunda como espacio práctico en el que llevar a cabo la materialización de sus deseos.

Otra delación recibida, incesantemente repetida, es la que versa sobre la negación por parte del feminismo de los llamados “derechos de las personas trans”. Una terminología inespecífica y confusa en el momento en el que procedemos a desgranar.  En la indescifrable y aclamada teoría de la performatividad del género de Butler, que curiosamente estaba destinada a ser una crítica de las presunciones heterosexuales dentro del feminismo, se afirma que la categoría “mujer” puede mutar a lo largo del tiempo asegurando, por ende, que esta ruptura supondría una ampliación de libertades para la categoría al albergar bajo ella multitud de alternativas que no participaran de la concepción biológica inicial que la describía. Nada más alejado de la realidad. El género, para Butler, pasaba a ser una negociación individual que depende tanto de la voluntad de la persona en cuestión como de su momento vital. Una elección mutable, autoasignable y una lucha individual. Es paradójico cuanto menos defender que un colectivo cuyas premisas se encuentran ubicadas en la autopercepción del yo puede y debe participar de un movimiento que lucha contra la opresión establecida a la totalidad de su conjunto, siendo independientes las características individuales de cada mujer que lo conforma.

Marcar la identidad como forma de aclarar cómo las coaliciones deben cambiar para responder mejor a las opresiones interrelacionadas es una estratagema que busca difuminar la teoría feminista. La interseccionalidad, obra fruto de la tercera ola, ya se encargó de esclarecer cómo una misma persona puede estar atravesada por diferentes opresiones y discriminaciones, no siendo ninguna de ellas dependientes de la asignación que la propia persona decide adoptar. Una mujer no se autodetermina negra, discapacitada o lesbiana. Es negra, discapacitada o lesbiana. La identidad sentida a nivel individual y que es mutable en el tiempo según Butler, no puede ser marca de opresión o discriminación, ya que, de ser así, ningún ser humano decidiría conscientemente ubicarse del lado oprimido o discriminado.

Cuestionarse los parámetros que rigen la asignación sexual puede suponer un reto de disertación filosófica intelectualmente entretenido, sin embargo, no existe conclusión que pueda anteponerse a la evidencia del método científico. Una asignación errónea durante la práctica médica, como referencia Butler en el caso de la intersexualidad (condición que se produce por un trastorno durante el desarrollo sexual con causas variadas como la hiperplasia suprarrenal congénita o el desarrollo de tumores productores de hormonas masculinas en la madre y cuya prevalencia se sitúa en 1/400.000 casos) tampoco constituye un problema que exija amparo en una ley al respecto, pues el foco estaría en dilucidar si la asignación llevada a cabo por el personal médico es más o menos adecuada para la persona en cuestión, por lo que hacer de esa pequeña muestra poblacional un sujeto que ejemplifique la necesidad de teorizar sobre la viabilidad de los parámetros que rigen al restante de la población, constituye en sí mismo una carencia de racionalidad, pues el sexo, para la inmensa mayoría de los humanos que habitan este planeta no depende de ninguna asignación aleatoria otorgada durante la práctica médica, sino de su observación, bien sea durante el proceso de desarrollo embrionario o a su finalización.

Otro aspecto no menos desdeñable al que hace alusión Butler en su artículo, trata sobre la defensa del movimiento antigenerista por parte de grupos católicos o islámicos y de la derecha global que ven peligrar por un lado, el ideal familiar tradicional cuyos progenitores son heterosexuales, y argumentan por el otro exponiendo que la proliferación de este movimiento radica en el descontento y la ansiedad social y económica producidas por la precariedad de los regímenes neoliberales, la intensificación de la desigualdad social e incluso la pandemia, adoptando una exacerbación de la ya de por sí respuesta misógina, homófoba y xenófoba. Que este movimiento de ideología anti-género haya cruzado fronteras, como bien apunta Butler en el artículo, se debe al auge que la ultraderecha ha tenido en una amplia mayoría de contextos políticos como por ejemplo en el Brasil de Jair Bolsonaro, en Polonia con el ultraconservador Andrzej Duda o los partidos de derecha italianos. Esto, a su vez, tiene como consecuencia la proliferación de entidades paralelas a dicha ideología como la plataforma española CitizenGo, lobby constituído por HazteOír en el año 2013.

Es inapelable que la argumentación de estos grupos nada tiene que ver con la realizada por el movimiento feminista, cuyas bases se encuentran en el respeto y la lucha por los derechos humanos de las mujeres así como en la eliminación de todas las cadenas que nos atan al sistema patriarcal pues, así como los primeros buscan continuar perpetuando los roles establecidos que diferencian entre las características deseables en una mujer o en un hombre, el movimiento feminista lucha por la abolición de esos mandatos encargados de enjaular a la mujer y envilecer al hombre, dictaminando cómo estos deben vivir su existencia, para que su existencia sea aceptada por la sociedad en la que viven.

Englobar bajo la etiqueta “fascista” a cualquier movimiento que se muestre contrario o critique el género, es hacerle un flaco favor al intelectualismo que Butler tanto dice querer. La consistencia de la crítica realizada al mismo por el movimiento feminista es constatable y se encuentra de sobra fundamentada. Es gracias a esa consistencia que el movimiento se encuentra en auge como bien pudimos corroborar las asistentes a la manifestación de Madrid y es gracias al peso de la fundamentación aportada que se comienzan a emitir sentencias en otros muchos países que ponen de manifiesto la necesidad de una revisión en profundidad de esos preceptos revestidos de modernidad y transgresión que nos intentan, de nuevo, imponer. No compone una “incitación reaccionaria ni un paquete incendiario de afirmaciones y acusaciones contradictorias e incoherentes” como dice Butler, el querer luchar por abolir lo que, como mujeres, perpetúa nuestra opresión. Denota valentía, perseverancia, claridad de ideas y un respeto por la vida humana de las mujeres, ante todo.

No existe unión posible entre el feminismo y la ultraderecha por mucho que Butler se empeñe, pues su lucha, sus objetivos y sus agendas son diametralmente opuestas. No se pretende tampoco apuntar desde el feminismo al colectivo trans. Nuestras miras siempre estuvieron, están y estarán con las mujeres, quienes se encuentran en el epicentro de toda política y acción que el movimiento lleva a cabo, pues somos nosotras quienes defendemos que la abolición del género es la única opción posible para hacernos libres.

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: Tribuna feminista

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