Por: Carlos Ospina Ramírez. Lanzas y Letras. 31/10/2018
Hace 50 años se realizó en Medellín, la segunda conferencia general del Consejo Eclesial Latinoamericano. Allí se demostró que dentro de la iglesia latinoamericana también habían iniciativas populares por la liberación de los pueblos. Algo del espíritu de Medellín sigue vivo en sus método: ver, juzgar y actuar.
Entre el 23 y el 26 de agosto se celebró el Congreso Eclesial 50 años Medellín como conmemoración de los las 5 décadas del CELAM de la misma ciudad. El evento se desarrolló en el Seminario Mayor de Medellín y contó con la presencia de panelistas y asistentes de todo Latinoamérica.
La Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM) del 68 fue un hito para la iglesia latinoamericana, pues centra su análisis teológico en las condiciones reales de desigualdad, marginalidad y explotación que vive el continente. Ante esta realidad, la ética cristiana, a la luz del evangelio, sólo podía ser evaluada como una permanente vivencia en pecado por parte de las clases explotadoras. De esta manera la Conferencia propuso una pastoral viva que buscara transformar la realidad propia como mensaje salvífico de Jesucristo, y así se priorizó el pobre como el objeto de la acción cristiana y se constituyó la metodología del ver, juzgar y actuar.
A pesar que el mensaje del CELAM del 68 se ha ido opacando desde la ortodoxia vaticana, el mensaje de salvación permanece en el evangelio y en la base de muchos proyectos particulares de sacerdotes, religiosos y laicos que persisten en la vivencia del evangelio como un permanente actuar en favor de los más desfavorecidos. Así, pudo desarrollarse un evento amplio en donde el mensaje fue claro: podemos dar cuenta de un continente en permanente conflicto, con realidades desgarradoras y con una población empobrecida que exige liberación y salvación.
En este contexto, el comienzo del evento no pudo ser otro que un análisis e interpretación del Éxodo de la Biblia a la luz del método ver, juzgar, actuar. Éste es tal vez el primer texto crítico de la cultura judeocristiana y es una parte fundamental de la historia salvífica de Jesucristo. Comienza la liberación con la visión teológica de Dios de la tragedia de los judíos:
“He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto […] Pueblo: reducido a cruel servidumbre, amargado con rudos trabajos, sometido a duras jornadas, tratado con crueldad, violencia y perseguido afligido en el extranjero”.
Pero esa mirada tenía un contenido de esperanza sobre el pueblo explotado: “Cuanto más les oprimía, más crecía”. (Éxodo 3)
Sigue el proceso teológico de salvación con el juzgar:
“Dios: He escuchado el clamor ante sus opresores y conozco sus sufrimientos […] Dios conoce a su pueblo que: gime bajo servidumbre, clama ante la opresión, un clamor que brotaba desde el fondo de su esclavitud y subía hasta él, un grito que entraba en sus oídos, un grito causado en la presencia de los opresores”.

Finalmente Dios actúa, escoge a Moisés, “He bajado para liberarlo…para subirlo” y forja la liberación y salvación del pueblo: “Yo estaré contigo”. De este modo la liberación del pueblo suponía “Empujar con fuerza al pueblo desde su esclavitud hacia su libertad, aun cuando él mismo no tuviese plena conciencia de la propuesta pascual”.
Finaliza el proceso reflexivo con la oración y canto final a viva voz, que rezaba en uno de sus apartes: “Nuestra fe no puede descansar hasta desterrar del continente el hambre, la tortura, la miseria y el terror, este es el mandamiento del amor”
Entre los panelistas se encontró la misma línea. Las ponencias podrían sintetizar una misma conclusión: la necesidad de una iglesia latinoamericana comprometida con su realidad particular y con la transformación de la desigualdad, la miseria y el terror que aún se vive en el continente; que no sólo es una tarea pastoral, sino que implica la ampliación de la liturgia, la des jerarquización de la institución, la actualización del papel de la mujer en concordancia con la equidad de género, la reactivación y potencialización de las comunidades eclesiales de base y el llamado a una ética cristiana coherente con el evangelio. En resumen, una iglesia pastoral que huela más a oveja.
Gracias a la participación en este evento podemos concluir que a pesar de los intentos de sabotear el legado salvífico del CELAM de 1968 por parte de las elites latinoamericanas, de la ortodoxia vaticana —que en otras ocasiones ha deslegitimado este legado al tildarlo de marxista o comunista—, el grito por la liberación está hoy más vivo que nunca, pues permanece en las escrituras y en la práctica de miles de religiosos y laicos que viven el evangelio a la luz del ver, juzgar y actuar.
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Fotografía: Lanzas y Letras