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Comunizar la vida

por La Redacción diciembre 4, 2019
diciembre 4, 2019
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Por: Alida Dagnino Contini. Contra hegemoía web. 04/12/2019

¿Es posible pensar y/o construir otros mundos dentro de este? ¿Cuánto hay en este mundo por ser transformado? ¿Cómo construir en medio de tanto destruido? Si el mirar es ideológico, el hacer foco es un hecho político. De un lado, muchxs creen que el mundo está bien así y no tiene que ser de otra manera. Del otro lado, otrxs varixs conspiramos en pos de transformar esta humanidad, de un mundo igualitario, justo, horizontal, transfeminista y anticapitalista. En los procesos de lucha y de resistencia para el cambio social se expresan e incluso materializan las formas de esos otros mundos posibles que soñamos, se crean espacios de encuentro en los que se reactualiza la creatividad política y emergen formas concretas de sostenibilidad y reproducción de las vidas.

Muchxs ubican el comienzo del capitalismo a partir de la práctica de lo que se ha denominado como cercamientos: el proceso mediante el cual los terratenientes privatizaron las tierras usadas para producir alimentos y vivir. Estos cercamientos implicaron la pérdida de las tierras a manos de lxs poderosxs, los derechos ligados a ella y el trabajo comunitario organizado entorno a las mismas. El capitalismo es un proceso que no puede dejar de avanzar sin la imposición violenta de cercamientos. Toda riqueza común, desde las tierras comunales a los ríos y lagos, desde los espacios públicos y la infraestructura urbana hasta el software e incluso los cuerpos de las mujeres son, han sido y serán objetivo del cercamiento y de la expropiación como requisito de supervivencia del capital.

Las consecuencias inmediatas de estos cercamientos van desde la aniquilación lisa y llana de poblaciones que ocupan territorios deseados por el capital hasta la transformación en mercancía de medios de consumo y producción a los que previamente existía un acceso comunitario autorregulado y la creación de “trabajadores libres” que necesitan vender su fuerza de trabajo para tener acceso a las mercancías. Aquellxs que ponen palabras a las resistencias de los pueblos, han hablado de dos momentos de la lucha contra la expropiación de los comunes: por un lado, la defensa de los comunes ya existentes y, por otro, la comunización, es decir la creación de nuevos comunes.

Enfocar el lente para hablar Para hablar de formas de organización y resistencia que han concretado su lucha en contra de estos nuevos cercamientos y en pos del sostenimiento de los comunes en el tiempo, hay que nombrar experiencias concretas: hay que hablar del Olga Vázquez, una experiencia de trabajo autogestionado, de práctica política asamblearia y horizontal y de construcción de cultura popular y transfeminista, en el epicentro de la ciudad de La Plata. Para hablar de rebeldías, es preciso enfocar el lente y mirar el lado correcto de la calle: las rondas de mujeres que toman mate y están ahí, armando cordones de autodefensa de sus cuerpo-territorios, teniendo clases públicas sobre las luchas de América Latina; las mujeres, en su mayoría migrantes, que toman api, comen sopa paraguaya y discuten y deciden colgar la whipala en cada comedor de cada barrio; esas que juegan a las cartas y tejen chalecos para lxs niñxs y mientras escuchan por la radio las noticias. Hay que mirar las rondas de mujeres que hace varios días ya están cocinando ese mundo que tanto ansían.

Para hablar de construcción colectiva, hay que hablar de lo que se está desarmando. La ranchada disidente, expresando a gritos y a besos que ya no quieren ser más esta humanidad; las juventudes pintando y tirando pista, rapeando contra el sistema y por una vida más atenta a sus inquietudes y deseos. Hay que hablar y mostrar el lado de la comunidad rebelde, esa que Silvia Federici nombra para escenificar la idea de los comunes, directamente vinculada a una colectividad en lucha. Para hablar de un nuevo mundo gestándose, hay que hablar de los cuerpos gestantes que lo están creando en comunidad. Desde la reinvención de la vida sostenida colectivamente y a través de prácticas que demuestran que es posible otro mundo. Ejemplos como el movimiento piquetero en pie de lucha por un cambio social desde la acción directa; como las mujeres y personas de las disidencias sexuales que, frente a las crisis económicas (que traen aparejadas crisis emocionales, simbólicas, políticas) fueron obligadas a crear formas cooperativas de reproducción, apropiándose de espacios urbanos, creando productivos y espacios colectivos autogestionados; como el sostenimiento empático de los cuerpos de compañeres que caen por un sistema de salud recortado, desigual, heteronormativo y una sociedad translesboodiante, por la guerra contra todo lo que se sale de la norma; como el de las asambleas que dicen no y detienen el avance de megaproyectos transnacionales que arrasan con las vidas humanas.

Para hablar de otras vidas posibles, hay que decir que en el Olga Vázquez se están creando nuevas formas de reproducción que se han construido en los intersticios del sistema capitalista, colonialista y patriarcal entre quienes lidian con múltiples vulneraciones de sus vidas pero, no conformes y cansadxs de un vivir desigual, crean otros mundos y sus posibles formas de reproducción. Como parte de esta construcción de lazos comunitarios y de formas comunitarias de reproducción, está también el proceso de reconstrucción de la memoria histórica y colectiva, ¿qué ha pasado en los territorios que habitamos cotidianamente?, ¿qué prácticas han sido parte activa de esos territorios?, ¿quiénes estuvieron antes en ellos y qué decisiones tomaron? La capacidad de recordar y de reconstruir la memoria es parte del significado de la lucha: crea un sentido común que da cuenta de que tenemos un interés compartido y constituimos un sujeto colectivo. El historiador Daniel James señala que las coordenadas espaciales de la memoria son cruciales para el recordar individual y social puesto que representan la grilla en la cual los recuerdos pueden localizarse y cartografiarse. Urdimbre de comunes La defensa de los nuevos comunes y la construcción de nuevas formas de reproducción no se lleva adelante solamente preservando un espacio, sus instalaciones, sus actividades, sino -fundamentalmente- las personas que lo habitan y construyen a diario y el trabajo que realizan. Cuando se pierde la relación entre el espacio que habitamos y lo que producimos en él, se pierde la humanidad del trabajo, los saberes cocinados al calor los procesos de creación colectiva y la memoria histórica que es el motor de una parte de la experiencia presente. La idea de comunes tiene muchas dimensiones, dos de ellas tienen que ver con la memoria y con las relaciones, los nuevos entramados que se crean, que fortalecen el tejido social. Lo común, más allá de ser un concepto transcultural mediante el cual se podría refundar el hacer político anticapitalista, puede ser interpretado a partir de los sentidos particulares y de los múltiples en contextos específicos. Entonces, situadxs hoy en la puerta del Olga Vázquez, suceden algunas cosas que nos proponen pensar en que hay algo que se está moviendo con intenciones de descercar, de desalambrar: una asamblea decide resistir ante el avance de proyectos de carácter unilaterales, verticalistas y privatistas. Una asamblea de un espacio cultural autogestivo y autónomo se planta y pone freno a la intromisión de intereses partidarios con lógicas estatalistas de producción de bienes consumibles pero no de vidas vivibles de manera plural. Las lógicas del capital avanzan sobre espacios regidos por otras lógicas: rompiendo organizaciones comunitarias, avanzando sobre lógicas asamblearias no opresivas, incorporando la opción lucrativa a espacios que permanecían por fuera de la dinámica del valor, jerarquizando a las personas que los habitan en función de la selectividad de la mirada por la etnia, la clase, el género, la edad.

El Estado, el capital e instituciones afines debilitan e irrumpen el tejido comunitario y los incorporan generando la pérdida de su sentido y práctica disruptiva encaminada hacia la posibilidad de una sociedad distinta. Federici afirma que estamos viviendo en una época donde sunt omnia privata (todo es privado, en latín). Si las tendencias actuales continúan, pronto no habrá aceras, ni playas, ni mares, ni aguas costeras, ni tierra, ni bosques, ni espacios culturales, ni centros de recreación a los que podamos acceder sin que estén privatizados o sin el uso de dinero. La tierra se está privatizando y las personas están siendo expropiadas en algunos lugares del mundo a un ritmo que coincide con el de la época colonial. El conocimiento y la educación se están convirtiendo en mercancías disponibles solo para quienes pueden pagarla e incluso nuestros propios cuerpos están siendo patentados. A las prácticas y discursos privatistas y verticalistas, quienes creemos en la posibilidad de otro mundo, anteponemos la idea de comunizar la vida, aunque advirtiendo la necesidad de no aceptar la forma en que está siendo usado este ideal distorsionado, por ejemplo, por organizaciones como el Banco Mundial, que en nombre de la preservación de la ‘comunidad global’ privatiza las tierras y los bosques y expulsa la población que ganaba su sustento de ello; o, por ejemplo, por partidos políticos que deslegitiman los órganos de decisión de espacios autónomos de construcción y trabajo autogestivo y popular, que priorizan alianzas políticas en épocas electorales y relegan construcciones históricas de las cuales el pueblo es protagonista; o, por ejemplo, productivos de trabajo que en nombre de la autogestión y el cooperativismo, garantizan el consumo y la subsitencia de unxs pocxs.

El gran tema de quienes estudiamos otras formas de pensar el trabajo, de sostener la vida y de reproducirla es cómo crear un mundo sin explotación, igualitario, donde millones de personas no se mueran de hambre en medio del consumo obsceno de unxs pocxs y donde los bienes comunes no sean aniquilados, donde la máquina y los nuevos modos de comunicación no aumenten la explotación humana en vez de reducirla. He aquí un objetivo que nació y hoy persiste en las puertas del Olga Vázquez y que recorre el latir de su asamblea: crear un mundo nuevo.

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ.

Fotografía: Contra hegemonía web


Alida Dagnino Contini. Becaria doctoral CIG – UNLP Militante del Centro Cultural Mansión Obrera en el Frente Popular Darío Santillán Corriente Nacional.

 

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